La Jornada Semanal,  7 de abril del 2002                         núm. 370
Daniele del Giudice
el cuento del domingo

Fuga

 Una noche de agosto, Santino corre por las calles de una ciudad de Nápoles que la oscuridad no le permite reconocer del todo. Para huir de la empistolada furia del Pretannanze que lo persigue, debe ir más rápido que si fuera en la motocicleta que originó una persecución que llega, sin saber bien a bien de qué manera, al Cementerio del Pueblo, construido por el florentino Ferdinando Fuga en tiempos de Carlos de Borbón. Daniele del Giudice cuenta esta vertiginosa historia en contrapunto a la génesis de la construcción de las trescientas sesenta y seis tumbas, una de las cuales resultará de vital importancia para Santino.

Corre la noche, Santino, y tú corres con ella, la noche te pisa los talones, no te vuelvas a mirarla, no tienes tiempo, y además sólo verías a ese imbécil; quién iba a saber que era de los Pretannanze la moto, corre y escoge las calles a ciegas, mejor, que las calles te escojan a ti, una Yamaha llena de cromos, maravilla de máquina así bajo el culo, pero se la has regresado pronto bloqueando la rueda trasera y derrapando de lado, al primer pistoletazo la has dejado tumbada sin un rasguño, nunca habías oído disparos de verdad, pero de inmediato se sabía que aquellos eran disparos, no petardos ni matracas ni saltarelas, te alejas veloz a pie, eres tan pequeño que los pies no tocan tierra, vuelas sobre las puntas y la noche vuela contigo, y atrás de todos, último e increpante ese imbécil, viene ahí atrás gritando y disparando. Nápoles es tan grande, no puedes conocerla toda, nunca llegarías a conocerla toda ni siquiera de viejo si es que llegas a la vejez, te tocas la región del bazo que te comienza a doler, saliditas y bajadas en torno a la vieja Central de Leche, personas y familias aún indecisas en los bancos y comiendo sandía bajo las lámparas de acetileno, en la indormible noche de agosto.

Luego calles más vacías, buscas al paso ventanas iluminadas, portones abiertos, pero todos los portones terminan en un portal cerrado o en una vuelta de escaleras con puertas obstruidas, quién te abriría con los disparos a tus espaldas, apenas escuchan a ese imbécil crepitante, amenazante, incluso las ventanas se oscurecen, buenas noches Santino, la noche es toda para ti, sólo para ti, voce ’e notte, es la voz de tu perseguidor que grita tanto t’acchiappo, tanto t’accoppo, afanándose. Pero la voz ahora llega en ondas, más débiles y de golpe más fuertes, también él debe de haberse perdido como tú al final de esta rampa oscura, una subida con esquina, aislada, alejada de todo. Has terminado en una especie de balcón que da hacia la noche, te encuentras de nuevo sin salida contra una tapia que es más alta a la izquierda, te agachas con las manos en los flancos, en vez de observar la noche, mejor retomar el aliento y considerar las salientes y refuerzos de pilares en la base del muro, treparse de inmediato. Permaneces sentado a horcajadas en la cima lleno de miedo, luego te dejas caer hacia el interior, donde todo resulta más bajo y más oscuro que nada.

¿Dónde estás? No puedes saberlo, Santino, este es un sitio que en Nápoles nadie recuerda, mejor olvidar, si bien aguzas la vista para ver mejor sólo ves una plaza cuadrada y muros a cada lado, un pavimento de piedra vesubiana, de la misma traquita1 gris contra la que te has raspado la rodilla al caer, el zócalo está vacío y limpio hasta los muros que lo ciñen geométricamente. Una plaza de armas pero sin armas, la corte de una ciudad pero sin ciudad, sólo está el descampado, una caja perfecta y desalojada, tú estás adentro y no ves salidas, y a fin de cuentas no te convendría salir: miedo en el exterior si ese imbécil adivina la rampa, miedo en el interior por el vacío y la presión de la oscuridad. Miedo de la luz que se enciende en un muro, de la figura que avanza preguntando "¿quién es?" La lámpara, quizá portátil y de neón, basta para que no puedas ver quién la sujeta y se para a un paso de ti. Reinicias la fuga, "¿adónde vas?" dice la lámpara, hacia las cuatro esquinas y de cada esquina regresas hacia la luz, empuñada con la misma intención de ofender con la cual ese imbécil empuñaba hace poco la pistola. Lámpara o pistola al final te rindes. La luz te recorre de pies a cabeza, "¡pero si eres un niño!"; y puesto que permaneces inmóvil, aterrorizado y no hablas, la lámpara se gira hacia sí misma, ilumina a un hombre con camisa un poco estrecha, de mangas cortas, anciano, menudo, y poco más alto que tú.

El arquitecto florentino Ferdinando Fuga llegó a Nápoles durante el reinado de Carlos de Borbón, ahí habría trabajado por otros treinta años hasta su muerte, ahí habría sido un proyectista "del futuro", dedicado sobre todo a la arquitectura social, un arquitecto de razón. El Rey le encargó un mastodonte para acoger la mole de indigentes que desbordaba la ciudad, regium totius regni pauperum hospitium. El encargo no estaba exento de finalidades alternativas, dar orden y forma al nuevo flujo social del tiempo, y sobre todo balancear entre el pueblo el enorme gasto invertido en la edificación de la casa real en Caserta. Fuga quiso corresponder en todo a las características del encargo, ideó el Albergue de los Pobres como un paralelepípedo, cinco cortes en sucesión lineal interrumpidos por construcciones de cuerpo triple, y una iglesia en el centro unida al resto por travesaños. El edificio fue del agrado del rey y Fuga obtuvo un nuevo encargo del Regente que le sucedió; acomodados los pobres en vida, en un moderno y razonable ciclo asistencial no se podía descuidar el problema de los pobres una vez muertos. Lugar seleccionado: las pendientes de la colina de Capodichino. Para esa locación a media cuesta Fuga inventó una máquina fúnebre maravillosamente funcional, con el rimbombante título de "Cementerio del Pueblo", pero pensada por él durante el trabajo como "Trescientas sesenta y seis fosas" y así conocida en ese tiempo. Trescientas sesenta y seis porque cada cuatro años había, entonces como ahora, uno bisiesto.

Tú estás aquí dentro, Santino, sobre el pavimento de piedra vesubiana; y cómo has llegado hasta aquí, pregunta el guardia apoyando la lámpara en el suelo, y cómo has entrado, he saltado el muro, y cómo si eres muy chico, pues no sé, es culpa de los Pretannanze, culpa de ese imbécil que ahí afuera me quiere disparar, ¿pero sabes qué es esto?, es su casa, ¿no?, no, yo soy el guardia, este es un cementerio, no se ve pero es un cementerio, ¿y dónde están las tumbas?, están todas aquí abajo. Inútil dar un brinco, Santino, y quitarte pronto de donde estás, ya al paso sucesivo tus pies están sobre otra sepultura, invisible. ¿Están los muertos abajo?, estaban, fenesta ca lucivi e mo non luci, ¿conoces esta canción?, letra y música anónimas, y cuando la ventana de la amada ya no se iluminaba de noche, si la amada no poseía prácticamente nada llegaba aquí, chiagneva sempre ca dormeva sola e mo dorme co li muorte accompagnata, no, tú no conoces esta canción, ya no hay muertos aquí, quizá algo habrá quedado, pero el cementerio está cerrado desde hace un siglo. ¿Y los que había dónde quedaron?, en el mar, en los ríos, en la tierra, cada fosa tenía en el fondo una rejilla que colaba hacia el exterior, ¿pero ni siquiera una lápida?, ¿una cruz?, ¿ni siquiera un nombre?, y cómo no, están los números, antes estabas sobre la número 80, que quiere decir el 21 de marzo, primer día de primavera, luego al moverte un paso, has cambiado de fila y has avanzado a la 98, esto es el día 8 de abril, un día anónimo, un día como todos los otros. Cómo puedes entender, Santino, ¿de qué se trata, los muertos tenían números?, no, los números los tenían las fosas, responde el guardia, una fosa por cada día, trescientos sesenta y seis días, ¿pero tú cómo te llamas?, Santino, hermoso, pequeño Sante, muy hermoso. ¿Y dónde están los números?, no son muy aparentes, y además está oscuro pero también de día aquí no se podía ver nada, un espacio todo igual, un pavimento gris perfecto, bien pulido, pero si acerco la lámpara ves que aquí está escrito 117, ¿lo ves o no lo ves?, lo veo, y ves la argolla en torno al número, hay un poco de hierba porque hace mucho que no se abre, aquella es la tapa, era la cubierta, mira los tres anillitos, ahí se enganchaba el cabrestante y se jalaba, cada día del año era una tumba, cada día una fosa, y así todo el año, cada año desde el 1 de enero al 31 de diciembre, cada tumba se abría al alba y se cerraba en el crepúsculo, quien estaba estaba, quien no estaba no estaba, sellada con cal habría sido reabierta sólo el mismo día del año siguiente.

No es que hayas entendido del todo bien, Santino, pero igual te da miedo, menos miedo que ese imbécil que anda por ahí afuera, el guardia te parece menos peligroso, no es un hecho pero así lo esperas; ¿los del año siguiente caían sobre los del año anterior? preguntas, bueno sí, responde el guardia, pero los del año anterior en tanto ya se habían ido, más o menos, fluían, y lo que quedaba era muy poco. Cada año reabrían la misma fosa, no te podías equivocar, cierto había que poner atención entre el final de febrero y el principio de marzo, no confundirse, si el año era bisiesto era usada la 366 y no la 60, mis antepasados lo han hecho por mucho tiempo sin equivocarse, con escrúpulo, con regularidad, según el calendario, quinta generación, yo soy la quinta generación de guardias del cementerio, aquí he crecido, cuando era como tú corría y jugaba en el zócalo, qué carreras y qué juegos tuve aquí, recorría en diagonal, iba desde la 19 hasta la 323, un año en pocos trancos del 19 de enero al 19 de noviembre, de regreso retrocedía en el tiempo, de grande ya no tuve nada que hacer, y ni siquiera mi padre tuvo algo que hacer, el cementerio, la máquina, se habían acabado.

El patio en forma de cuadrado será adoquinado diagonalmente con lajas rectangulares de piedra volcánica gris, y guarnecida por un solo elemento vertical al centro, un farol de hierro colado a tres flamas puesto en la intersección de los ejes de simetría sobre un basamento también éste de traquita. Los muros perimetrales tendrán una longitud de ochenta metros por lado. De la tesitura diagonal de la pavimentación emergerán apenas, en correspondencia con las intersecciones relativas a la malla ortogonal imaginaria trazada por las líneas que parten del recinto de perimetración, emergerán trescientas sesenta piedras sepulcrales de cierre con número igual de bocas de tumba, cada una de forma cuadrada y de ochenta centímetros por lado, y numerada progresivamente a cincel en números arábigos, aflorando imperceptiblemente al nivel del piso. Otras seis piezas sepulcrales serán dispuestas sobre el pavimento del edificio cubierto correspondiente al atrio de ingreso, donde también está la "Casa de los sepultureros". En total se obtendrá el número de trescientos sesenta y seis piedras sepulcrales, cada una de las cuales coronará una cámara inferior y vertical de planta cuadrada, de cuatro metros de largo por cada lado y doce de profundidad, interrumpida a los diez metros por una rejilla metálica a manera de filtro. Las fosas de la plaza estarán alineadas en diecinueve hileras, diecinueve por cada hilera. Diecinueve por diecinueve trescientos sesenta y uno, pero habrá que restar la fosa del centro de los ejes de simetría, donde se encuentra el farol, y agregarla a las cinco en el atrio cerrado, correspondientes a los últimos días del año, las cuales, con la sexta bisiesta, recobrarán el número par.

Fuegos perpetuos, perpetuo era el cementerio, dice el guardia, crecían los muertos, las tumbas eran siempre las mismas, en rotación, un condominio, el año sucesivo con nuevos inquilinos, lo munno è na rota, chi sa poi che vene, letra de Ambra, música de Mercadante; ¿pero qué pasa, quién te quiere disparar, Santino?, yo me tomé prestada la moto y él me ha seguido, ese imbécil, y pudiste manejar la moto, más o menos; no se dispara a los niños, pero hasta aquí no llega, tranquilízate, nadie sube hasta acá, nadie conoce este lugar, y usted qué hace entonces aquí, custodio, hay que vigilar aunque ya no funciona, sigue siendo un crematorio aunque tenga alma de calendario, de tabla pitagórica, de ábaco, qué cuentas hacía aquí de niño, ¿y qué ha hecho todos estos años? estudiaba la canción napolitana, ¿qué si no?, había un panorama, te asomabas al portón y veías San Jorge en Cremano, por allá las islas, y todas las cúpulas de la ciudad y el palacio rojo de Capodimonte, después han hecho construcciones y ya no se ve nada. ¿Quieres tomar un poco de agua, Santino?, estás todo sudado.

Tú observas el descampado y ahora te parece entenderlo mejor, imaginarlo al menos, más lo imaginas y más te impresiona, ¿bueno, qué pasa? pregunta el guardia alumbrándote el camino, pasa que tengo miedo, no, ¿por qué?, los muertos no son malos, además estos eran muertos muy pobres, desesperados, de ellos no ha quedado nada, o casi nada ahí abajo, si me faje lo musso stuorto me strafoco e doppo muorto vengo ’nzuonno a ncuità a ttè, letra de De Matteis, música de Biscardi, pero a mí en tantos años nunca ha venido nadie a buscarme de noche, en cambio, eres tú el primero que viene a esta hora, pero tú eres un vivo; y los nombres que dice después de lo que ha cantado ¿de quién son?, son los autores, aquí está el grifo, y mientras el guardia abre el grifo te preguntas Santino cómo estará el agua, le preguntas al guardia, ¿se puede beber? claro, agua buenísima, y se inclina antes que tú a la boquilla, pero manteniendo la lámpara lejos del chorro ésta ilumina así una celosía y algo más en lo bajo, tú lo ves y es una impresión, gritas, el grito rebota en los muros a cada lado, y aquello, ¿qué es?, no decía que ya no había nada, el guardia levanta los ojos apenas, sin dejar de beber, ¿el ataúd? responde, incorporándose y secándose con el pañuelo, pero cómo te turbas pronto Santino, aquello fue una magnanimidad, un regalo, tranquilízate, ahora te lo enseño, pero yo no lo quiero ver, quiero irme dices, mejor el Pretannanze piensas, pero no debes tener miedo, qué hombre eres protesta el guardia, ven, está vacío, a mí lleno o vacío igual me da miedo, y en tanto lo sigues. Por fin lo ilumina, me has preguntado si aquellos del año siguiente caían sobre los del anterior, sí, en efecto estaba el problema del hedor, que quizá no sonaba bien al oído de quien los acompañaba y los quería, en esto pensó la Baronesa, mujer generosa, gran benefactora, fue ella la que regaló el ataúd al cementerio, ¿un ataúd para cada muerto?, bueno no, no podía, quién podría, no, un ataúd para todos, el mismo, un bello ataúd de metal, con una palanca para abrirlo del fondo, así los restos eran bajados en el ataúd con el cabrestante y todos los honores, y cuando llegaba abajo la palanca se accionaba por sí sola, el fondo se abría y el ataúd volvía vacío, o dolce Napoli, tu sei l’impero dell’armonia, ésta la debes conocer a fuerza Santino, esta es Santa Lucia, una barcarola.

Se dice que la plaza no tenía fachada, era una fachada extendida por tierra, límpida cubierta para recomponer la fealdad natural de galerías y grietas, la verdadera arquitectura estaba ahí escondida, invisible y en la profundidad; no cámaras excavadas desde lo alto sino construidas desde abajo en la colina de Latreco, esto es de Lautrec, producidas por una estructura mural de malla ortogonal, una secuencia inflexible de diecinueve galerías paralelas, con acabado en bóveda; cada galería, subdividida en diecinueve partes iguales, formaba así a un intervalo de cuatro metros veinte otras tantas fosas cuadradas. El mecanismo estaba ahí, soportado por la plaza y contenedor, morada, donde para las costumbres mismas de los residentes los cimientos coincidían con el alojamiento. A un ojo que mirase desde abajo, el Cementerio del Pueblo le habría parecido curiosamente sostenido por el Pueblo.

El Pretannanze ha escuchado tu grito, Santino, ahora está allá afuera husmeando por todas partes del muro, acercándose ha escuchado la barcarola del guardia, inevitable; busca apoyos para las manos y los pies, trepa hasta el borde, desde ahí ve sólo la luz y es a la luz que dispara. Rápido el guardia en apagar la lámpara, quién lo habría dicho, rápido en agacharse, y rápido también en susurrar con un hilo de voz neh che so’ sti cannonate ca se sentono sparare?; tú acurrucado entre el ataúd y el resplandor del disparo, atemorizado dices disculpe, ¿no podría dejar las canciones al menos ahora?, dejémoslas, responde el guardia. Por lo demás, Santino, con la música o sin el precio da lo mismo, el precio es ese imbécil que avanza inseguro hacia ustedes dos reteniendo en la mente el sitio de donde venía la luz.

Un cementerio paleoiluminista, se dirá, echando la culpa a los límites de la razón. Ciertamente ponía orden de manera ortogonal en el pasado borrando cada pretensión individual; pero justo en este perseguir la modernidad, sin quererlo, sin saberlo, correspondía a un sentimiento más antiguo y primitivo, cuando los muertos eran comunidad indistinta, coral, fertilidad en el cielo de la tierra, y como tal frecuentados, festejados. También el tiempo lograba el opuesto de lo que habría querido: la rotación de la que la máquina era capaz convertía el tiempo lineal del progreso en el tiempo cíclico y recurrente de una época muy lejana, mítica. La utopía es necesaria, para qué luchar entonces, el objeto de utopía es rico, abunda, contiene incluso su contrario, su fracaso, entre mayor es la pasión y la precisión al elaborar el objeto, el resultado contradice y escarnece más el intento.

Y paso a paso, cuando está a un paso de ustedes y a ti te salen las lágrimas de los ojos, da un paso en falso, tropieza con el ataúd, blasfema y pierde el equilibrio, encuentra sostén en el cabrestante, y al tratar de mantenerse en pie se le cae la pistola, lejos de donde él cae; el guardia la ilumina, tú la recoges veloz, cuánto pesa una pistola, pero tú y el guardia ya están de pie, en tanto el Pretannanze, ahora en pro de luz, aún está en el suelo y se pregunta qué cosa lo ha enmarañado, ¿pero qué diablos es esta cosa, qué diablos es este lugar?, ¿por qué no le disparas, Santino, aún no eres capaz?, ya te devolví la moto, dices, qué quieres, quiero que todos entiendan que ciertas cosas no se deben hacer, no están permitidas, responde ese imbécil levantándose, una vez que ha entendido lo que haces ahora con la pistola, dámela ya, y yo qué iba a saber que era de ustedes la moto, debías saberlo, la ley no admite ignorancias, cita de experiencia personal, no le hice nada, sólo anduve unos metros, sin un rasguño. Y mientras tú y tu perseguidor cavilan sobre el aspecto legal del caso, tú con la pistola en una posición en la que jamás podrías darle, él inseguro sobre si el momento para saltarte encima ha llegado, mientras disputan sobre la norma y sus violaciones, en el viejo cementerio abandonado de esta ciudad de librepensadores, ni tú ni él se dan cuenta de que la lámpara ya no está sostenida por nadie, sino apoyada en la tierra, sola, quien la manejaba se ha valido de la oscuridad y de la discusión, ha dado vuelta al cabrestante, ha jalado hacia sí el gancho oscilante de la cadena, lentamente, sin hacer ruido, y ahora lo detiene sobre el límite de la oscilación apuntando como un ballestero o un bochista, apuntando hacia la parte más alta de la sombra de espaldas, a contraluz, débil pero suficiente. Y cuando ese imbécil cree haber puesto fin a las argumentaciones, cuando juzga favorable proceder, en suma, en el instante en el que concluye: m’aggio scassato ’o cazzo2 , prorumpe físicamente contra ti y tú gritas alzando la pistola, en ese instante te precede el gancho arrojado por el guardia como un peso sobre las vías del luna-park, y tú experimentas por vez primera el misterio de un efecto sin causa aparente, el efecto del Pretannanze que se desploma repitiendo… ’o cazzo.

Pero qué juventud tan escandalosa, dice el guardia y poco a poco regresa a la luz, ¿te has hecho daño, Santino?, no, no te has hecho daño, pero no logras sobreponerte… ¿lo maté yo? preguntas, no, dice de nuevo el guardia con la lámpara en la mano, ¿entonces no está muerto?, primero se necesita estar muerto, y se acerca al cuerpo de bruces, ilumina la sangre y el gancho que aún se balancea, a mí me parece muerto; ¿entonces lo mató usted?, bueno esto fue una eventualidad dice el guardia, una circunstancia. Circunstancia, reflexionas, más que una circunstancia, ahora los dos están de veras en problemas, el guardia más que tú, ¿tal vez por eso no canta?, tal vez cavila, y en tanto te quita la pistola de la mano; yo estaba tratando, dices, ¿no podía esperar? no existía acuerdo, responde el guardia, más bien existía la circunstancia, el gancho estaba ahí, ¿pero usted sabe que si éste está muerto y los demás se dan cuenta de que fue usted, lo matan?, ¿y sabe que si no está muerto lo mata él? Claro que lo sé, ya lo he pensado, antes, he pensado que podría acomodarlo aquí, lugar hay, ¿pero aquí? preguntas, el guardia hace cuentas, es o no 28 de agosto, de hecho ahora ya es 29, puede ir a la 241, ¿quiere meterlo en una tumba?, y dónde si no, ninguno es doctor para establecer si está muerto o no, se presenta como muerto, se presenta en el cementerio, habrá que sepultarlo. Pero usted nunca lo ha hecho, no, nunca lo he hecho pero sé cómo se hace, tengo l’arte e la manera, songo strutto, saccio tutto, letra y música anónimas.

Y mientras el guardia va hacia el cabrestante y se detiene apenas junto al Pretannanze, tú piensas que es mejor huir, huir ahora, huir pronto, sólo que el guardia está agachado y argumenta frustrado, no podemos meterlo en la que le toca, dice, demasiado lejana, las ruedas del cabrestante están oxidadas, nunca podremos llevarlo hasta ahí, debemos meterlo en ésta que es la más cercana, la 301, qué pena. Toma un cable de fierro junto al ataúd, lo pasa en el gancho que pende del cabrestante, me podrías ayudar Santino, hay trabajo que hacer, subir el gancho, pasar el cable por los tres anillos de la piedra redonda, meter mano a la rueda del cabrestante que también está oxidada, lo hacen sin mirarse, escuchando en cambio el lamento del mecanismo, el crujido de la piedra que primero se resiste luego cede con un remolino de viento que te da escalofríos, y empieza a subir meciéndose. El guardia traba la rueda del cabrestante con el diente de fierro; se inclina sobre el Pretannanze, l’ajzammo mo da terra, tu p’a coda i p’a capezza, música de Biscardi, letra de Migliorato, letra que los dos cantan, pero cuánto pesa este imbécil dices, las piernas más que alzarlas las arrastras sobre la traquita, por lo demás, por lo demás el trayecto es muy breve, el guardia ya está sobre la boca de la fosa, ilumina el interior, un silencio, una profundidad allá abajo que te da horror mirar, también la cabeza del Pretannanze ya está en la boca, acalate no poco, stentato è lo passaggio, antiguo motivo de Capri susurra el guardia, luego va a echarte una mano a tu lado, juntos levantan las piernas, empujan el cuerpo cabeza abajo en vertical, te parece que las piernas se mueven, sugestión Santino, es sólo la gravedad que ahora te las quita de las manos, pero no es sugestión el grito que escuchas por toda la fosa durante la caída, y no menos el fragor de la zambullida con la que se interrumpe.

El Cementerio del Pueblo duró abierto de 1762 a 1890. Los nombres de aquellos que lo aprovecharon fueron registrados en libros maestros, que luego se perdieron. El arquitecto Fuga, después del Albergue de los Pobres y del Cementerio de las Trescientas sesenta y seis fosas, construyó una última obra social, los Graneros en la calle de los Pórticos, ochenta y siete celdas rectangulares para el depósito de grano. Vivió hasta la edad de ochenta y tres años.

Listo, Santino, no era tanto, dice el guardia quitando el seguro a la rueda dentada del cabrestante y bajando la piedra; luego se inclina para alinearla con la boca de la fosa, y por la fisura, antes de cerrarla, deja caer la pistola: mettíte a mme, almeno muorta dormí vogl’io co chestro rre, tampoco ésta la conoces Santino, es un bolero, ¿Santino?… ¿Dónde te has metido? ¿Santino?…

Ya has saltado el muro, desciendes la rampa, controlas el tranco alargado por la pendiente. Quién podría decir que te ha pasado algo, o que tengas que ver con lo sucedido, te diriges hacia las luces que terminan de golpe en el borde oscuro del mar. Estás de nuevo en el barullo, en el calor.

Traducción de José Abdón Flores

1 Material para la pavimentación (N. del T.)
2 ¡Ya me harté!, en dialecto napolitano. (N. del T.)