Jornada Semanal, 14 de abril del 2002                                núm. 371
Enrique López Aguilar
EL VIAJERO 
EN SU CIUDAD
A Cecilia Colón
Tal vez sea propio de la naturaleza humana el hecho de que los objetos de deseo se vuelvan triviales en el momento de obtenerlos, de que la costumbre parezca convertir en despreciable y rutinario cuanto era anhelado y antes se amaba; considerar que una persona, una idea, un talismán o cualquier otra cosa, cuando ya se tienen cotidianamente junto a uno, se den por garantizados (y, por ende, como parte consuetudinaria de un mobiliario habitual): es factible que ése sea el preciso momento en que más los desconozcamos, estén comenzando a perder su etiqueta de garantía y a alejarse de nosotros. Esto tiene que ver con una misteriosa ceguera por la cual se dejan de ver los detalles del mundo y de todo lo que nos rodea, con cierta incapacidad para ser dueños de una mirada sensible y observadora cuya consecuencia es creer que sólo lo ajeno, lo extraño, lo inaccesible, lo caro y lo distinto son dignos de interés y atención. Más misterioso aún es el hecho de que, al obtener ese objeto tan altamente calificado, se corra el riesgo de caer en la actitud repetitiva de trivializar y cotidianizar lo que antes parecía un tan oscuro asunto del deseo, una recompensa difícil de conseguir.

Este fenómeno recuerda la circunstancia de muchas personas opulentas, cuya profunda maldición consiste en la rapidez con que su riqueza les permite satisfacer cada uno de sus caprichos, pues pareciera que no les hace falta más que pensar en algo para obtenerlo de inmediato y, luego, acomodarlo indiscriminada e indiferentemente en una suerte de hastiado museo personal; en cambio, las personas menos privilegiadas, que deben esforzarse mucho más para obtener lo que quieren y están obligadas a elegir entre los diversos asuntos que les gustan o satisfacen, valoran el intervalo que existe entre el deseo y su gratificación; por lo mismo, tienen un mayor conocimiento de las cosas apetecidas y las aman más, mientras que el rico sólo obtiene, colecciona y acumula: un turista acaudalado puede estar en el lugar que se le antoje casi con sólo imaginarlo y, al llegar a cualquier destino, lo puede invadir un sentimiento de aburrición, azoro o cansancio (no querer mirar "piedras", calles ni museos, por ejemplo, sino sólo visitar casinos, centros nocturnos o comerciales, restaurantes caros y balnearios), mientras que el viajero no acaudalado discierne con avidez, aprecia detalles concretos que es capaz de perseguir sin cansancio y se siente atraído por aquello que ha buscado selectivamente durante mucho tiempo.

Algo semejante ocurre con los habitantes de una ciudad como la de México (pero no sólo con ésta). Acostumbrados a percibirla como un espacio que se encuentra allí (casi garantizado, a pesar de las demoliciones indiscriminadas de que es objeto y del desastroso terremoto de 1985), que se recorre cotidianamente para resolver actividades pragmáticas como ir al trabajo y la escuela, ir de compras o emprender cualquier otro asunto propio de los menesteres humanos, a sus habitantes les sucede que dejan de verla y sólo siguen, mecánicamente, rutas preestablecidas (acaso, exploran otras nuevas), pero siempre con una sensación de molestia, de resignada frustración y de total indiferencia. Son como seres acaudalados, paradójicamente desprovistos de riqueza, que ya colocaron a la ciudad en un enorme guardarropa en el que han olvidado muchas prendas que ni siquiera usan para vestirse y en las que casi no vuelven a reparar, y no les ocurre lo que al turista (ellos mismos, turistas en otras ciudades), que abre bien los ojos para aprehender todo lo distinto de un espacio diferente, con esa avidez característica de quien se encuentra frente a un destino largamente acariciado, en un lugar novedoso que invita a su disfrute y exploración.

Qué interesante y provocador sería viajar en la propia ciudad con esas pasiones con que se recorre una ciudad incógnita para apropiarse de sus olores y sabores, husmear en todos sus objetos, no perder ningún aspecto de su cromatismo, estar atento a cada atmósfera, detalle y giro verbal, querer extraviarse en todo patio, edificio, detalle arquitectónico, vista panorámica y personajes locales… qué vértigo pasar de la condición de usuario a la de turista y, mejor, a la de viajero del lugar que se habita. Si el turista, nervioso, siempre está atento a lo diferente, a lo nuevo y sorpresivo, y es capaz de percibir fenómenos que, posiblemente, muchos lugareños ya están inhabilitados para apreciar, el viajero, un ser mucho más dispuesto a comprometerse con sus exploraciones (más allá del solo hecho de pasear y deambular), es alguien preparado para perderse y reencontrarse en rutas imprevistas, en el riesgo de conocer verdaderamente, más allá de la superficie, un territorio que lo atrae y lo enamora. El reto estriba en recorrer la ciudad como un usuario, pero sin perder de vista las maravillas que depara en cada esquina, barrio y colonia… eso es tanto como haber atesorado un milagro largamente perseguido y no dejarlo en el cofre de los olvidos sino valorarlo cotidianamente.

Para lograr estas apreciaciones no basta con ver desde los ojos: hay que cerrarlos y recrear en la mente cada cosa para vislumbrar mejor sus detalles, cotejarla con la memoria de otras experiencias personales y dibujar mejor los perfiles de lo contemplado; no quedarse sólo con la mera sensación visual, sino traspasarla a un más profundo y complejo universo intelectivo, discursivo. Viajar es saber moverse con los sentidos bien abiertos, entender que en lo suntuoso y lo pequeño radican las riquezas que cada pormenor puede abrir en la conciencia. Una travesía así, por nuestra ciudad, es renovada enseñanza para estar en la vida de otra manera.


Pacifistas israelíes

Hace unos días, en medio de la atmósfera turbulenta y triste que ha suscitado la guerra desigual que mantiene el Estado de Israel contra la nación palestina, leí una nota que me desconcertó profundamente. En ella, Amos Oz, novelista genial, acusaba a José Saramago, novelista tal vez aún más diestro, de mostrar "una terrible ceguera moral", pues el portugués había comparado la sangrientísima escalada de violencia en los territorios ocupados con los campos nazis de exterminio. La postura de Oz es ambigua: condena el uso de la violencia en los territorios ocupados, pero aprueba la lucha contra el mal, el mal visto como el mundo islámico, fórmula tan torpe como cualquiera de las descripciones antisemitas que el mundo ha escuchado.

Creo entender la posición de Saramago. Cualquiera esperaría que el Estado de Israel, fundado por una comunidad en la que, como pocas –o me atrevería a decir, ninguna–, la memoria del sufrimiento es una herramienta de conciencia colectiva, tendría una actitud distinta ante los problemas que desgarran el Medio Oriente. Progroms, persecuciones inmemoriales, atrocidades perpetradas debido a la ignorancia y al odio, crímenes que culminaron horriblemente en los campos de exterminio mencionados, son algunos de los episodios que el pueblo judío revisa constantemente como parte de su historia. Era lógico, pues, esperar que el Estado de Israel asumiera la obligación de ser inmune a las enfermedades morales que padecieron otras naciones, y que tanto dolor causaron a sus antepasados. Cualquier noticiero desmentirá esta suposición.

Hace ya meses, en este mismo espacio, recordé la foto del niño judío en Varsovia, la víctima inocente de los crímenes nazis, y la comparé con la foto de un niño palestino con el pantalón manchado de orina, la orina humillante del miedo, mientras era apresado por soldados israelíes.

Afortunadamente, aunque no sé qué tanta influencia tengan sobre los militares y la opinión pública, hay decenas de intelectuales israelíes que no están de acuerdo con la política de Ariel Sharon. Son gente que trabaja sin descanso por la paz en su país; que repudia (y con la energía natural de quien ve sufrir a sus compatriotas) los atentados suicidas palestinos y el terrorismo que diezma la población civil de Israel, y que rechaza con la misma contundencia los bombardeos sobre la población civil palestina.

Sus nombres son el honor de su país: Uri Avnery, miembro del Parlamento, un brillante opositor y pacifista distinguido, que hace pocos meses cedió su escaño en el Knesset a un árabe nacido en Jerusalén y ahora se ocupa de manera infatigable de denunciar las políticas ciegas e injustas de Ariel Sharon, en agotadoras giras por Europa y Estados Unidos. Avi Shlaim, autor de un libro lúcido y descarnado sobre las raíces profundas del conflicto (War and Peace in the Middle East, publicado por Viking). Eli Pariser, director del boletín 9-11, que difunde, por lo menos una vez al mes, los trabajos de las organizaciones pacifistas judías. La ong llamada Gush Shalom, cuyo sitio de internet renueva a diario las noticias de la guerra con una visión imparcial y precisa (www.gush-shalom.org); asociaciones de rabinos por la paz (Rabbis for Human Rights) ([email protected]); la asociación de médicos israelitas por los derechos humanos ([email protected]); la organización Sueños de justicia para Israel y Palestina (www.vopj.org) y decenas de oficiales y soldados del ejército israelí que se han negado, con las consecuencias legales más duras imaginables, a obedecer a sus superiores y atacar a la población civil de Palestina. Esto, hay que recordarlo, en un ambiente de propaganda y miedo, sacudidos por los horribles atentados suicidas que matan a inocentes que andan por ahí tomando café o comiéndose un falafel, y a veces acusados por sus compatriotas de traicionar a los suyos. Hay que asomarse a la revista de internet Tikkun, editada por el rabino Michael Lerner (recomiendo especialmente el artículo de una mujer llamada Tzaporah Ryter, publicado en julio de 2001, titulado Testimonio personal de una mujer israelita (An Israeli Woman´s Personal Testimony), que relata cuáles eran las condiciones de vida en los territorios ocupados, aun antes de la declaración de guerra. Y por último, aplaudir el apasionado "Yo acuso" del profesor Baruch Kimmerling, que imparte la cátedra de sociología en la Universidad Hebrea, y autor de un libro sobre el sionismo, publicado en la revista Kol Ha´ir (buscarlo en la red en el sitio del Jewish Peace News).

Es preciso recordar en estos momentos que el antisemitismo es una perversión de orden moral. Hoy, en Francia, se han dado expresiones antisemitas que no ayudan a nadie. No se puede juzgar a los pueblos por sus gobiernos, precisamente como lo hace el presidente Bush.

He dado estas direcciones inspirada por un mail que recibí de Adida Laidi, directora de un centro cultural en Ramallah (www.sakakini.org), que ha pedido que estas direcciones se difundan. Ya no hay televisión en Ramallah, pues la televisora Watan tv fue desarticulada por el ejército israelita. Hagamos algo desde nuestras casas, ya que estamos tan lejos. Otra dirección en Ramallah es [email protected], en donde se pueden leer testimonios en inglés. 

Si hay alguien que quiera expresar su desacuerdo con la política de Ariel Sharon, que lo haga –sin improperios o no lo leerán– en inglés, a la dirección electrónica [email protected], o a la del ministro de Defensa Benjamin Beneliezer [email protected], a la del canciller Shimon Peres [email protected] , o a la ministra Dalia Rabin Pilosof a [email protected] y por qué no, a la de Kofi Annan, [email protected] y [email protected]. Yo mandé a la Casa Blanca ([email protected]) mi protesta e hice un berrinche, porque en el sitio hay sugerencias de cómo donar dinero para los huérfanos afganos (que Estados Unidos contribuye a crear), pero quién sabe, igual y los cuentan, tal vez de algo sirva. Protestemos. Suerte y shalom


 Noé Morales Muñoz
De abril y otras crueldades afines
Maite zaitut nire aingeruna
Madrid. Basta hojear el periódico en estos días de maldita primavera (Yuri dixit sabiamente) para unirse irremediablemente a la moción que hace cincuenta años lanzó T.S. Elliot al derruido ruedo de la inmediata posguerra en el verso inaugural de "The Wasteland": "April is the cruelest month." El genocidio palestino a manos del fundamentalismo de derecha israelí, el oprobioso trato, en las leyes y en los hechos, que el gobierno estadunidense proporciona a los inmigrantes mexicanos (pero sobre todo, la patética reacción de la contraparte foxista), etcétera. Y para colmo, se nos despoja de una de las pocas certezas que nos quedaban como nación: parecía que María Félix sería eterna o, cuando menos, bicentenaria. Pero no, ha muerto. Y en el día de su cumpleaños. Hay que joderse.

Por fortuna, hay alguna que otra noticia que habilita cuando menos una pequeña y discreta dosis de entusiasmo. La fértil primavera que sorprendió a Machado parece haber llegado a la redacción de la revista Paso de Gato. No conformes con la epopeya que representó el dar a luz el número cero, lanzan (ahora sí y no cuando torpemente se anunció en este espacio) el número uno, en el que sobresale la inclusión como editor del siempre prolijo Carlos Nóhpal. Enhorabuena para el equipo de una publicación que, pese a los diferendos que pudiera suscitar en torno a ella (el precio, por citar tan sólo un ejemplo fútil), recorre de a poco el camino que la separa de lo que debe ser su principal objetivo: erigirse como punto de encuentro y asidero para la comunidad teatral. Sí, aunque suene a perogrullada. 

A esto se suman un par de buenas nuevas más. El anuncio de que el circuito de teatros del imss pasará a control del Conaculta en vez de ser vendido a la iniciativa privada no deja de ser un hecho refrescante. Lo que sigue resulta igualmente importante: saber cómo se aprovechará esta red nacional de foros. Saber si los beneficiarios de los mismos serán los creadores de siempre, o si se dispondrá del mínimo resquicio para la promoción de talentos noveles. Saber de qué manera se vinculará a la comunidad de favorecidos por el Seguro Social (perdón por el exabrupto involuntario de humor negro) con las actividades que se generen en dichos espacios. El avance ha sido considerable, pero no definitivo.

Al final queda el que sea tal vez el más emocionante de todos los motivos para sonreír en esta época cruel: el Festival del Centro Histórico presentará dentro de su programación El Traje, uno de los montajes de quien es sin duda una referencia obligada para entender la evolución del fenómeno escénico en la segunda mitad del siglo xx: Peter Brook. El prodigioso director de escena, el lúcido teórico teatral, el inefable autor de versiones del Mahabaratta indio, La tempestad de Shakespeare y el Ubú Rey de Jarry, vuelve a México con una adaptación teatral a la novela homónima de Can Themba, autor sudafricano emergido en pleno apartheid. Desde ya se adivina que dichas presentaciones serán uno de los picos de intensidad más altos del festival, quizás junto al Tecnogeist que infructuosamente quiso vetar la brillante delegada en Cuauhtémoc.

Por acá, si es que a alguien le importa, todo marcha regularmente. Gracias a Lufthansa y a sus postergaciones y retrasos, se pueden visitar algunas zonas del centro de Madrid. En un modesto pero más que decente foro del barrio de Lavapiés, un grupo de aficionados presenta su puesta de Bajarse al moro, quizás la mejor obra de José Luis Alonso de Santos, autor que cuenta, junto a Sanchis Sinisterra, con el admirable mérito de desmarcarse de la asfixiante mediocridad de la dramaturgia española contemporánea, lastre atribuíble parcialmente al franquismo pero también a la incapacidad de renovar un lenguaje teatral anquilosado y a años luz de las vanguardias. Salvo por Barcelona, el panorama teatral español promedio no supone nada extraordinario. Por ejemplo, en el pabellón de la Universidad del País Vasco, una compañía de aficionados con cierto bagaje de experiencia laboral presenta un montaje de quien se supone es uno de los autores jóvenes más sobresalientes de la región, Manuel Ramos. La guerra del sofá viene a ser una comedia demasiado ligera sobre la problemática conyugal, muy en la línea de lo que a últimas fechas viene a ser la fórmula más manoseada en las líneas argumentales del cine mexicano: Pareja + Filosofía Clase Media + Gran Ciudad = Película Potencialmente Comercializable.

La Casa de México en Madrid ofrece la exposición fotográfica de Juan Rulfo. Pero cargar con tres maletas (entre las que caben siete botellas con elíxires diversos en sustancia pero hermanados en consecuencias) en el interior del metro de Madrid (en el que las escaleras eléctricas están distribuidas a razón de una por línea, o algo así) ahoga cualquier intento de testimoniar el éxito del arte mexicano entre el público oriundo. Mejor meterse en uno de los trenes y sentirse como en casa: el tipo de los compañeros de viaje, casi todos colombianos, peruanos o ecuatorianos, fomentan la ilusión de que la estación Santiago Bernabeu no es sino Pino Suárez. Una chica andaluza se compadece de mi via crucis con maletas y bolsa con almuerzo y ayuda a subir las maletas en el tren que va por fin a Barajas. No queda sino confiar en que la dotación de crueldad que Abril me tiene destinada haya llegado a su fin. Pero insisto en que no hay por qué ser demasiado optimistas: las largas horas de espera, otra cortesía de Lufthansa, permite que las noticias se sucedan como cascada: perdimos con los gringos (en futbol, claro), Claudio Suárez se jodió, María Félix volvió a morirse. Y yo me regreso por Iberia. Abril es cruel, no hay duda. Hay que joderse.

Luis Tovar
LAS BUENAS INTENCIONES

El pasado viernes 5 de abril, la situación aquí explicada el domingo anterior tuvo la mínima mejoría posible, pues se estrenó en cartelera ¿De qué lado estás?, coproducción México/Alemania/España. Filmado el año anterior pero registrado en 2002, este es el segundo largometraje de la capitalina Eva López Sánchez, egresada del Centro de Capacitación Cinematográfica.

Hace diez años –lapso por desgracia nada inusual entre filme y filme para cineastas nacionales–, López Sánchez dirigió Dama de noche, en la cual, de acuerdo con la opinión de propios y extraños, no respondió suficientemente a las expectativas que había despertado gracias a su estupendo cortometraje Objetos perdidos (1991), ganador de un Ariel ese mismo año.

De manera similar a la costumbre de querer llevar a cabo un retrato de la sociedad en general tomando como puntos de partida y de llegada la historia de una familia en particular, ¿De qué lado estás? introduce al espectador en las preocupaciones, los conflictos y los avatares de lo que hace aproximadamente tres décadas se conocía como una "célula" política, intentando con ello reflejar la situación que en términos generales vivían las "bases", otro concepto desvirtuado en estos tiempos por las instituciones políticas hasta derivarlo en el muy triste de "clientela", si no es que extraviado en el sinsentido que produce la actual inoperancia práctica y el culpable abandono de muchas de las ideas prevalecientes en aquel entonces.

DEL THRILLER AL MELODRAMA

Ulrich Noethem interpreta a Helmut Busch, desertor de los servicios de inteligencia de algún país del extinto bloque soviético. Ha conseguido documentos falsos para introducirse a México, adonde viene para olvidarse de los horrores del "socialismo real", de los cuales fue obligado a ser parte activa. Pero su suerte no cambia; apenas pone los pies en este país, los servicios de inteligencia nativos lo secuestran y lo llevan con Díaz (Héctor Ortega), un oscuro y más bien maniqueo "jefe de ayudantes" de ésos que Fernando Gutiérrez Barrios debió conocer muy bien. Helmut, ahora llamado Bruno, es obligado a servir de oreja para la Secretaría de Gobernación –la cual jamás es mencionada, pero no pudo haber sido ninguna otra instancia–, que lo infiltra, como profesor, en lo que debe ser la unam. En las aulas se gana el respeto de los estudiantes más politizados, quienes comienzan a hablarle de las actividades en aquel entonces agrupadas bajo el imbécil cargo de "disolución social". Bruno hace básicamente dos cosas: darle a Díaz informes más bien insulsos para proteger a sus alumnos, y enamorarse de Adela (Fabiola Campomanes), una de ellos.

Como haciéndose eco del involuntario maniqueísmo del título de la película, salvo el propio Bruno –y eso por momentos–, los personajes fueron delineados con un plumón demasiado grueso, y la mayor parte de ellos no alcanzó un perfil y un volumen que enriquecieran el registro dramático de lo que pudo ser un coro de voces que hablaran de las muchas tendencias, ideologías, convicciones, temores, etcétera, que flotaban en el aire en aquel entonces, sobre todo tratándose de una "célula" activista. Por el contrario, prácticamente la totalidad del grupo se desvanece (y con él se va también mucho del interés que la cinta despertaba) cuando Bruno y Adela huyen de la ciudad, a partir de que él decide revelarles sus verdaderas e indeseadas actividades de soplón, y de que uno de los estudiantes muere a manos de los esbirros de Díaz. Ocultos en algún lugar de Chiapas y pensando en salir del país, Bruno y Adela no podrán lograr su cometido principalmente por tres razones: para desesperación de él, ella hace lo que puede por continuar realizando labores de activismo político; el contacto que los hará cruzar el río Suchiate, un viejo español anclado entre la derrota y el escepticismo, no puede ayudarles de inmediato; mientras, el tiempo ha pasado y un hijo del estudiante muerto "por culpa" de Bruno se aparece por ahí y decide cobrar venganza. Así se consuma el paso de un semilento thriller político a un melodrama que deja en la boca un sabor a involuntario escamoteo.

¿QUIÉN ME ROBÓ EL REFERENTE?

Personalmente, no me queda claro si la historia está ambientada en 1968, año crucial tanto para la historia político-social de México, como para la trama que ofrece ¿De qué lado estás? La duda surge porque, contrario a lo que un servidor creyó ver en pantalla –es decir, algo que sucede más bien en los años del aparente silencio obligado y la parálisis activista que corrieron entre el ’68 y 1971, año del halconazo echeverrista–, las sinopsis disponibles hablan de "un grupo de estudiantes y activistas del movimiento del ’68".

La diferencia entre una y otra posibilidades no es asunto menor, puesto que si la historia arranca en los días previos a la todavía impune masacre de Tlatelolco, sería de esperarse al menos una referencia a la misma en el desarrollo ulterior de la trama. Lo mismo sucedería si el tiempo diegético inicia en los días inmediatamente posteriores, ya que si los protagonistas tomaron parte en la huelga universitaria, sería raro, por decir lo menos, que jamás se refirieran a lo sucedido el 2 de octubre. Ya sea por el enfoque elegido, porque la intención fue aislar una de las muchas anécdotas posibles que ofrece el tema, o porque los referentes no son del todo claros, ¿De qué lado estás? no avanza mucho más allá del terreno de las buenas intenciones.


Angélica
Abelleyra
 
mujeres insumisas

Esther Chávez, contra el odio y la muerte

¿Qué hacer frente a un cuerpo amoratado? ¿Cómo sanar las heridas de una mujer torturada? ¿Es posible aliviar el alma de un ser que sobrevive a la violencia? ¿Qué sociedad es la nuestra que permanece callada e inmune ante el odio y el crimen?

Muchas de estas preguntas le acompañan a diario y Esther Chávez (1933) lucha por buscar las respuestas.

Nació en Chihuahua pero muy joven fue a Guadalajara y después se convirtió en chilanga por adopción. Pero un día, la tía de ochenta años que había sido su "mamá de refacción" le pidió que la acompañara a Ciudad Juárez porque allá quería morir. Esther le cumplió el gusto, la tía le duró todavía veintidós años más y cuando se planteaba la posibilidad del regreso al Distrito Federal, Esther ya estaba involucrada en la lucha de las mujeres. Se quedó en Chihuahua.

El arribo al norte "fue tremendo". Primero por el clima y después por la vergüenza que la familia sentía de aquella mujer pequeña de estatura enorme en coraje. Todo porque hablaba de derechos sexuales y reproductivos, escribía en el Diario de Juárez sobre el aborto y pugnaba por una igualdad en los derechos laborales de quienes usaban faldas y pantalones. ¡Horror!

Ya desde la experiencia defeña había experimentado cierta discriminación profesional. Como dice que es de "la época del ábaco", muchos de sus compañeros de oficina preferían renunciar a sus cargos antes que tener de jefa a una mujer egresada de Contabilidad y con disponibilidad más experiencia. Entonces ella seguía como Gerente de Crédito en empresas vitivinícolas y de alimentos mientras ponía su cara de absoluta firmeza y continuaba inquietándose por tanta diferencia entre el trabajo de las mujeres y los varones. Algunas cuestiones se le fueron aclarando con la poesía de Rosario Castellanos y las reflexiones de Marcela Lagarde y Martha Lamas.

Vino posteriormente Ciudad Juárez, una estancia que suma dos décadas. Desde que llegó, encontró un entorno mayoritario de mujeres en la maquila. Si bien antes la relación era de noventa por ciento de mujeres y diez de hombres, ahora es de 60-40, pero sigue incrementándose la oleada general hacia esa ciudad que ofrece mucho trabajo y poco dinero. De acuerdo con la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, a diario llegan a ese destino alrededor de seiscientas personas. En 2001 se instalaron cerca de 57 mil personas, es decir, una ciudad dentro de la ciudad, mientras que después del 11 de septiembre se han cerrado varias fuentes de trabajo con la pérdida de setenta mil empleos.

"La pobreza facilita la violencia. La falta de trabajo, la cercanía del cruce, la posibilidad de obtener droga, la mirada hacia el otro lado con una vida que no vas a alcanzar jamás, generan conflicto, frustración y rencor. Más cuando el papel de la mujer ha cambiado y es quien muchas veces lleva el dinero a casa. Es raro que los hombres consigan trabajo en la maquila después de los cuarenta años. Y mujeres sí, sobre todo en lo textil muchas empresas las prefieren maduras porque son más responsables."

Ese difícil contexto regional originó que Esther se vinculara más con el trabajo de atención a mujeres violentadas por abuso sexual, acoso, estupro, incesto y violación. En 1989 empezó a escribir en un periódico y supo de la aparición de mujeres violadas y acuchilladas en un cerro o en un basurero. En 1992 formó parte de la ong denominada "Grupo Ocho 8 de Marzo de Ciudad Juárez ac", surgida ante la propuesta de una reforma constitucional por el "derecho a la vida desde la concepción, no a la pena de muerte".

"Casualmente en ese organismo estábamos varias mujeres de la prensa y la radio, así que empezamos a hablar en los medios, las autoridades nos recibían, nos prometían solución a los asesinatos pero no se lograba nada. Se formó la Coordinadora de Organismos no Gubernamentales y empezamos a luchar con más fuerza. Logramos que se abriera la agencia especializada en delitos sexuales y más tarde, con el apoyo de las diputadas de la comisión de equidad y género, se instaló la fiscalía especial. En 1998 llegó un periodista de cnn y me cuestionó que si luchaba por las mujeres asesinadas por qué no hacía algo con las sobrevivientes." Con esa idea inició sus funciones Casa Amiga, en febrero de 1999.

En ese centro ofrecen terapias psicológicas personales y de grupo; asesorías legales y consultas médicas a cerca de cuatrocientas personas al mes. Cualquier niña, niño, mujer o varón que sufra algún tipo de violencia. Esther se afanó en que se atendiera toda índole, ya que si se circunscribían a lo sexual iban a dejar un hueco difícil de llenar. Una tarea relevante de Casa Amiga es acudir a escuelas, centros de trabajo y comunidades para educar y sensibilizar a la población en el respeto a hombres y mujeres.

Esther es consciente de que ante la enorme problemática de violencia en Ciudad Juárez, con la suma de ochenta y nueve crímenes sexuales seriados que ella tiene contabilizados, su tarea es apenas un granito de arena. "Pero por algo se empieza. Tratamos de ayudar a todo el que lo requiera y luchamos porque el asunto de las muertas de Juárez no se acalle."

Sin filiación partidista, sin hijos, sin pareja, se dedica en cuerpo y alma a esta tarea: "Amo mi trabajo. Desde siempre fui rebelde y pensé diferente. A mi edad sigo luchando porque las mujeres no sufran, que conozcan sus derechos y no persista el oscurantismo sobre la sexualidad que tanto daño nos ha hecho. Han matado a ochenta y nueve mujeres de forma cruda y cruel. Son jóvenes y pobres. Pero también hay otra muerte: la del alma, la de esas esposas quemadas, mordidas, con el cuerpo amoratado. Con ellas es mi lucha", concluye esta mujer poco prudente porque dice las cosas de frente. "Lo único que falta en México es voluntad política para resolver los casos de Juárez. El FBI está insistiendo en tomar el caso y el Estado mexicano no quiere. Tenemos que reconocer que en Estados Unidos tienen más equipo y experiencia. Nosotras luchamos porque se investigue de manera científica y clara porque hasta ahora no estamos satisfechas. Siguen apareciendo muertas en Oaxaca y en Chihuahua. ¿Hasta cuando? ¿Qué sociedad es esta que no lucha por parar?"

No hay respuestas.


Germaine Gómez Haro
Manuel Álvarez Bravo y eros

El centenario del nacimiento del padre de la fotografía artística en México, Manuel Álvarez Bravo, ha desplegado una pléyade de exposiciones conmemorativas en numerosos museos y galerías del país, complementada por artículos, reseñas, entrevistas y otras publicaciones. Quizá apenas caemos en la cuenta de lo extensa y variada que ha sido la temática de nuestro más grande artista de la lente, y de su importancia dentro de la historia de la fotografía universal. Además de su trabajo creativo, un capítulo relevante dentro del quehacer de don Manuel ha sido su pasión por el coleccionismo. Es conocida su prodigiosa colección de grabados, actualmente en exhibición en el Museo de la Estampa, así como su acervo personal de fotografías que ha donado a distintas instituciones. Adicionalmente, en 1980, fue comisionado por la Fundación Cultural Televisa para conformar una colección para el proyecto de un Museo de Fotografía. Qué mejor chamba para un coleccionista de corazón... "¡Imagínese –exclama don Manuel, con un eterno brillo en sus ojos pizpiretos– qué placer salir a buscar las obras con un cheque en blanco en la mano!" Así, a sus ochenta años, se lanzó por Estados Unidos y Europa a la caza de imágenes relevantes para el acervo de dicho museo que, por cierto, nunca cristalizó como tal. 

A lo largo de seis años, el fotógrafo logró reunir alrededor de mil quinientas imágenes representativas de ciento cuarenta años de historia de la fotografía universal. Actualmente, la colección fotográfica formada por Manuel Álvarez Bravo para Televisa se encuentra depositada en comodato en la Casa Lamm, donde se presenta la exposición titulada Erotismo, curada por el fotógrafo Saúl Serrano, discípulo de don Manuel. Esta muestra está integrada por cincuenta obras pertenecientes a dicha colección, seleccionadas por Serrano con una sutileza sorprendente. Paralelamente, la revista Cuartoscuro dedica su número al fotógrafo con un espléndido y emotivo ensayo de Adriana Malvido, y un puntual análisis de Saúl Serrano, relativo al coleccionismo de Álvarez Bravo.

Una de las características más notables de esta colección formada por el ojo sabio de nuestro celebrado fotógrafo, es la amplia diversidad de temas y técnicas que abarca desde daguerrotipos, estereoscópicas, calotipos, ambrotipos y albúminas del xix, hasta experimentaciones formales contemporáneas. Esta exhibición, finamente orquestada en torno al erotismo, da cuenta de ello. Ahora que podemos comprobar que don Manuel, en su centenario, conserva el ludismo de su espíritu pueril, no es de sorprender que cuando adquirió estas fotografías, a sus ochenta años, haya puesto tanto énfasis en reunir un formidable corpus de imágenes eróticas. 

Son una delicia las estereoscópicas fechadas alrededor de 1920, en las que se pueden contemplar en tercera dimensión, a través de un visor, desnudos femeninos de un romanticismo sublime. Cuesta trabajo pensar que, en su momento, estas imágenes consideradas pornográficas fueron prohibidas por las buenas conciencias de la época. Erotismo y pornografía: ¿en qué zona se delimita la frontera? Para Baudelaire, el erotismo está en la insinuación, en la sugerencia, en el misterio de lo velado, de lo que apenas se entrevé... Saúl Serrano supo elegir muy bien las imágenes que despiertan estas sensaciones. Así, un paisaje, una mirada, una larga cabellera, apenas el esbozo de una pierna o el contorno de un pezón, devienen iconos de la sensualidad y el deseo que fotógrafos de diferentes épocas y países imprimieron en estas piezas magistrales.

De la autoría de don Manuel se incluyen dos de sus más célebres desnudos, La buena fama durmiendo y Trapo negro, al lado de uno de sus maestros predilectos, Edward Weston, cuyas imágenes muestran una estrecha correspondencia entre sí. En Desnudo en la arena vemos la silueta de Tina Modotti, plácidamente recostada sobre una superficie de finísima arena, que –imaginemos– acaricia su escultural cuerpo. La segunda obra se titula tramposamente Océano, y se trata de un impresionante paisaje de dunas, conformado por rítmicas líneas ondulantes que remiten, con sutileza, a las curvas femeninas, al Monte de Venus. Las insinuaciones de Weston encienden nuestra imaginación, al igual que la pieza de Jesús Sánchez Uribe –titulada De la serie del Génesis i– en la que se aprecia en close up una planta en forma de caracol que hace pensar en una vulva y, por ende, en la sensualidad de las flores-sexo de Georgia O’Keefe. 

Algunos artistas recurren a la superposición de imágenes que crean un fascinante efecto de veladuras, como las celosías árabes que esconden lo que, en el fondo, intentan mostrar. En la imagen de Chin-San Long se vislumbra una silueta femenina a través del patrón de una hoja, mientras que Harry Callahan coloca sobre un paisaje campirano el esbozo de un pubis, que remite a las esquemáticas líneas sugerentes de un Brancusi. 

La sensualidad del baile también despierta los sentidos de Eros. El genial poeta del la imagen en movimiento, Edward Muybridge, lo capta como pocos en su serie Locomoción animal, de la cual se presenta la secuencia rítmica de una mujer ataviada con un vestido semitransparente y vaporoso que se mueve y gira con una sensualidad etérea. 

Pieles semiescondidas bajo tatuajes misteriosos, velos y encajes que, al cubrir, descubren, pechos y sexos que se adivinan detrás de telas mórbidas, juegos de espejos que trastocan la realidad, el cuerpo femenino como tierra incógnita en la que el explorador avezado se pierde para experimentar las infinitas manifestaciones de Eros... La finísima sensibilidad del ojo erótico de Manuel Álvarez Bravo reunió este caleidoscopio de imágenes para nuestro goce. Bien ha escrito Alberto Ruy Sánchez sobre el joven fotógrafo centenario: "Su erotismo generalizado es el conductor de su tremenda afirmación vital. La alegría de vivir y trabajar, que Álvarez Bravo festejaba en el fotógrafo francés Atget, en él se convirtió en alegría erótica. Y su magia es la del deseo."

¡Felicidades, don Manuel, y gracias por compartirnos su alegría y su deseo!