La Jornada Semanal,  14 de abril del 2002                         núm. 371
 Xavier Villaurrutia

Sobre Mariano Azuela

Xavier Villaurrutia vivió pendiente de los movimientos y desarrollos de la cultura mexicana y, a su manera, fue pionero de los estudios de literatura comparada. En este ensayo, Villaurrutia estudia los muchos puntos de vista sobre la novela de Mariano Azuela y manifiesta su admiración por el autor de Los de abajo y La malhora de la siguiente manera: “Unas cuantas frases y ya estamos respirando en un ambiente; unas cuantas líneas que duran sólo un segundo, y ya está en pie un personaje, y así otro y otros.” Pensemos en Demetrio Macías, revolucionario honesto, y leamos estas reflexiones de nuestro maestro Villaurrutia sobre la novela en general. Así encontraremos la verdadera dimensión de Mariano Azuela, novelista, médico y hombre de impecable contextura moral.

Busco y no encuentro en mi memoria definiciones de la novela y del relato que reúnan mis ideas acerca de ellos y de sus límites.

Jacques de Lacretelle nos dice que la novela es el arte de inventar con ayuda de la memoria.

Pero, ¿no es ésta, más bien, la actitud del novelista y no la definición de la novela?

Ramón Fernández propone que se considere el arte de la novela como el análisis dramático del hombre viviente. Y lo dramático viviente es lo actual, lo que se desarrolla ante nosotros.

Si la novela es el análisis de lo actual, el relato será, pues, el análisis de lo que ha vivido ya, de lo que realizó ya su trayectoria. Su campo es el del recuerdo. Su material, la memoria. Sus personajes, instalados en el pasado, en el olvido; sólo despiertan cuando la memoria del que narra los toca con su virtud melancólica.

Más compleja que el relato, la novela es dueña de un campo más apasionante por vivo y por vasto: el presente.

El campo presente de la novela, que es también el tiempo presente, está hecho de pasado e hinchado de porvenir.

En el campo, en el espacio de la novela, las cosas, hechos, personajes, lugares... que son y que serán, se juntan, y el novelista ha de hacerlos ver y oír como en una compleja armonía colorida, como en un complejo acorde musical.

Dicen que ante la conciencia de un hombre que muere ahogado, en el momento de la muerte se repite todo el film de su vida que el tiempo había ido enrollando. ¡He aquí la duración de la novela!

Arte lineal, arte dibujístico, el relato se desarrolla en un campo y en un tiempo que han recortado conscientemente, de antemano, sus dimensiones y su duración.

Nada hay tan difícil en el arte de escribir como un buen relato, dice uno de los maestros del género, André Gide.

El novelista nos hace asistir a la vida –o al fragmento de la vida que ha escogido– como a una representación teatral cuyos personajes no son algo acabado sino que viven ante nosotros, improvisándose.

Lo mismo sobre el mismo tema:

Los personajes del relato son.

Los personajes de la novela están siendo.

Un escritor que, después de asistir a esta representación, la recordara en un orden limitado y sabido, consciente o inconscientemente incompleto, no haría una novela sino un relato.

Los personajes de la novela viven construyéndose y destruyéndose, afirmándose y negándose ante nuestros ojos. Aunque nunca los hayamos visto vivir, los personajes del relato reviven ante nuestros ojos.

La novela es un texto original. El relato es la traducción de una obra póstuma.

Busco y no encuentro en mi memoria definiciones de... decía yo al comenzar estas notas. Pretendía, entonces, despertar o resucitar definiciones dormidas o muertas en mi memoria. Si las hubiera encontrado, presentarlas ahora equivaldría a relatar una experiencia pasada, ajena o propia, vivida y ya. Pero como no las he encontrado, al buscarlas dentro y fuera de mí, he realizado con mis dudas, hipótesis y afirmaciones, una operación dramática, actual, de novelista.

Sería un error pensar que todo escritor se propone, antes de emprender una novela o un relato, el problema de las fronteras entre ellos. Menos disciplinado que el poeta, para quien existe una poética que aceptar o que superar, el novelista no tiene, por lo general, más guía que su instinto ni más límite que su experiencia.

Pero este paraíso gratuito ¿ha de ser para todos? No lo es, desde luego, para los mejores novelistas actuales (Joyce, Virginia Woolf, Gide), quienes se han planteado con lucidez el problema de la novela y que lo han resuelto o han pretendido resolverlo cada uno a su manera. Otros escritores hay (Huxley, Lacretelle, Fernández, el mismo Gide) que llevan su curiosidad hasta el punto de interesarse en el oficio del novelista con una atención y un cuidado de histólogo ante un microcosmos. No desconocen la existencia de la tenue membrana que separa la célula de la novela de la célula del relato.

Los de abajo y La Malhora, de Azuela, son novelas revolucionarias en cuanto se oponen, más conscientemente la segunda que la primera, a las novelas mexicanas que las precedieron inmediatamente en el tiempo. Sólo en ese sentido Azuela, que no es el novelista de la Revolución Mexicana, es un novelista mexicano revolucionario.

El último en creer que Mariano Azuela es el novelista de la Revolución ha de ser, sin duda, Mariano Azuela, que escogió ya, desde hace un buen número de años, su punto de vista de escritor de novelas y que, seguramente, no tratará ahora de conciliar el suyo con el punto de vista que, fuera de él, se le propone.

No admira tanto en Mariano Azuela la economía y sencillez de sus medios, como la rapidez con que los hace vivir. Unas cuantas frases y ya estamos respirando en un ambiente; unas cuantas líneas que duran sólo un segundo, y ya está, en pie, un personaje, y así otro y otros.

Familias de novelistas:

El novelista nos hace asistir, paulatinamente, al desarrollo de la enfermedad de sus personajes.

El novelista presenta a sus personajes en los momentos de crisis. Marcel Proust es, naturalmente, de la primera familia. Dostoievski, de la segunda.

Mariano Azuela no repite sus personajes. La Malhora no es la Malhora, más la Malhora, más la Malhora sino, de una vez, la Malhora elevada a la potencia deseada.

Recuerdo un diálogo acerca de Los de abajo:

Z afirmaba que Los de abajo es una novela sin estilo.

X aseguraba que no hay novela sin estilo.

Z pedía a la obra de Azuela un estilo pulido, brillante, propio para resistir la prueba de la lectura en alta voz.

X decía que frente al estilo de palabras vive un estilo de actos, de sucesos, de cosas en que las palabras parecen innecesarias.

Z (pensando seguramente en Flaubert): Azuela no busca las palabras.

X (pensando, seguramente, en Chéjov): No busca las palabras, pero las encuentra.