Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 18 de abril de 2002
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Contra
Temor y aprendizaje en Estados Unidos

Creciente rechazo ciudadano a la verdad oficial sobre lo que ocurre en Medio Oriente

ROBERT FISK THE INDEPENDENT

Osama Bin Laden una vez me dijo que los estadunidenses no entienden Medio Oriente. La semana pasada, a bordo de un pequeño autobús foráneo que aguantaba los embates de cortinas de lluvia mientras avanzaba por las praderas de Iowa, abrí mi ejemplar del Des Moines Register y comprendí que el líder de Al Qaeda podía estar en lo cierto: "Enormes manadas de cerdos podrían ser una amenaza mayor que Bin Laden", anunciaba el titular del diario.

jer20-130424-pihLos 15 millones de cerdos de Iowa, al parecer, producen tal cantidad de estiércol que las vías fluviales del estado están contaminadas. "Los porcicultores son una mayor amenaza a Estados Unidos y a la democracia estadunidense que Osama Bin Laden y su red terrorista'', dice Robert F. Kennedy junior, presidente de... un grupo ambientalista de Nueva York... ''Hemos visto a las comunidades y valores estadunidenses resquebrajarse a causa de estos bravucones", indica Kennedy.

Saqué mi calculadora de bolsillo e hice cálculos matemáticos. Cedar Rapids, supuse, estaba a 7 mil millas de Afganistán. Era más como si fuera otro planeta.

He viajado por Estados Unidos durante años, dando conferencias en Princeton, Harvard o la Universidad Brown, así como en Rhode Island, San Francisco o Madison, Wisconsin. Dios sabe por qué, pero rehúso recibir pagos y sólo acepto viajes redondos en clase ejecutiva, ya que no puedo tolerar 14 horas de bebés gritando desde todas direcciones.

Los estudiantes universitarios estadunidenses son duros como clavos y aburridos como coles, y en algunas ciudades ?Washington encabeza la lista? bien podría estar hablándoles en arameo.

Si uno no emplea frases como "proceso de paz", "volver a encarrilar", "Israel bajo sitio", se percibe una especie de caída del sistema de cómputo en los rostros de la concurrencia. Error total en el disco duro. ¿Por qué habría de ser distinta mi más reciente experiencia estadunidense?

Claro que me topé con los chiflados de siempre. Como el tipo negro y entrado en años cuya primera "pregunta" sobre Medio Oriente, después de mi conferencia en el auditorio de la Universidad de Chicago, fue el anuncio prolongado y orgulloso de que no había pagado impuestos a la Tesorería desde 1948. Su ostentación me pareció tan maravillosa que no amenacé con cortarlo bruscamente, como es mi costumbre.

Estaban también los de la teoría de la conspiración en el World Trade Center, que insisten en que el gobierno plantó explosivos en las Torres Gemelas. También estaba la señora de cabello plateado que quería saber por qué Dios no me hacía resolver el odio entre israelíes y palestinos. Y el indígena con el que me topé en Los Angeles y que lanzó una perorata sobre el plan judío de expulsar a su pueblo de sus tierras.

Un hombre de anteojos y cabello blanco y largo sujeto en cola de caballo lo hizo callar antes de declarar que la guerra israelí-palestina es idéntica a la guerra estadunidense-mexicana, que le robó, bueno... Los Angeles a su pueblo. Empecé a calcular la distancia entre Los Angeles y Jenin; una galaxia, tal vez.

Y hubo también estas pequeñas historias y dichos que demuestran cuán sesgada y cobarde se ha vuelto la prensa estadunidense a la luz de los grupos de cabildeo israelíes en Estados Unidos. "Escribí un reporte para un ensayo que se publicaría en un diario sobre el éxodo palestino de 1948", me dijo una mujer judía mientras transitábamos entre el esmog del centro de Los Angeles.

"Desde luego ?dice?, mencioné la masacre de palestinos a manos de la brigada Stern y otros grupos israelíes que obligaron a 750 mil árabes a huir de sus casas. Luego busqué mi ensayo en el periódico y descubrí que la palabra 'presunta' ha sido insertada antes de 'masacre'.

"Llamé a la suerte de ombudsman que tienen en el diario y le dije que la masacre de Deir Yassin es un hecho histórico. ¿Qué crees que me respondió? Me dijo que el editor había decidido escribir 'presunta' antes de 'masacre' porque pensó que eso evitaría que le llegaran montones de cartas de crítica."

Por pura casualidad, este era el tema de mis pláticas y conferencias: la forma cobarde, inútil y blandengue en que los periodistas estadunidenses están lobotomizando sus reportes sobre Medio Oriente, la manera en que los "territorios ocupados" se han convertido en "tierra en disputa" desde sus despachos, al igual que los "asentamientos judíos" se han transformado en "vecindarios"; la forma en que los militantes árabes son "terroristas", mientras los israelíes nada más son "fanáticos" o "extremistas", y la forma en que Ariel Sharon ?el hombre a quien en 1982 una comisión investigadora de su propio país consideró "personalmente responsable" de la matanza de mil 700 palestinos en Sabra y Chatila?, en un artículo del New York Times es descrito como un hombre "con instintos guerreros". La manera en que a la ejecución de combatientes palestinos se le llamó con frecuencia "el trapeado", y cómo los civiles muertos por soldados israelíes siempre "quedaron atrapados en el fuego cruzado".

En mis conferencias siempre exigía saber de mi público ?y siempre esperé como respuesta la usual indignación estadunidense? que me explicara cómo es que los ciudadanos de Estados Unidos aceptan de su presidente esas infantiles políticas del "vivo o muerto", del "con nosotros o contra nosotros" y del eje del mal.

Y por primera vez, en más de una década de dar conferencias en ese país, quedé estupefacto. No por su pasividad ?con su patriótica y total convicción de que el presidente todo lo sabe mejor?, ni por la peligrosa actitud egocéntrica que ha predominado en Washington desde el 11 de septiembre, ni por el constante e incontrolable temor de que Israel pueda criticar a Estados Unidos. Lo que me dejó sorprendido fue una nueva y extraordinaria negativa a aceptar la línea oficial, el creciente y furioso descubrimiento entre los ciudadanos de que les han estado mintiendo y han sido engañados.

En algunas de mis pláticas, 60 por ciento del público era mayor de 40 años. En algunos casos, 80 por ciento eran estadunidenses sin nexos étnicos o religiosos con Medio Oriente ?estadunidense-estadunidense, como los llamé cruelmente en una ocasión; o "estadunidenses blancos", como los llamó, más truculentamente, un estudiante palestino. Por primera vez sus objeciones no eran hacia mi conferencia, sino a las que habían recibido de su presidente y que habían leído en la prensa sobre la "guerra de Israel contra el terror", y también rechazaban esa necesidad de siempre apoyar de manera acrítica todo lo que dice y hace el pequeño aliado medioriental de Estados Unidos.

Estaba, por ejemplo, el ex oficial de la Marina, de rostro arrugado, quien se me acercó después de una plática en la Iglesia Unida Metodista, en el suburbio de Encinitas, de San Diego. "Señor, yo era un oficial del avión que transportaba a John F. Kennedy durante la guerra de 1973 en Medio Oriente", comenzó. (Observé más tarde a este hombre y coincidí con mis anfitriones en que decía la verdad.) "Se nos emplazó en Gibraltar y nuestro trabajo era recargar de combustible los jets de combate que estábamos enviando a Israel, después de que su fuerza área fue hecha añicos por disparos árabes. Nuestros aviones aterrizaban con los emblemas de la Fuerza Aérea y de la Marina parcialmente borrados, y ya tenían la estrella de David pintada en un costado. ¿Sabe alguien por qué les dábamos todos esos aviones, sin más, a los israelíes? Cuando veo en la televisión que nuestras naves y tanques son usados para atacar a los palestinos, entiendo por qué la gente odia a los estadunidenses".

Estoy acostumbrado a dar pláticas en Estados Unidos ante auditorios semivacíos. Hace tres años logré que sólo 32 personas se presentaran en una sala de conferencias con 600 butacas. Pero este mes, en Chicago, Iowa y Los Angeles, los oyentes vinieron por cientos. Llegaron casi 900 a una plática en la Universidad del Sur de California, y tuvieron que sentarse en pasillos y corredores, y también afuera de las puertas del auditorio. Esto no se debió a que Lord Fisk estaba en la ciudad. Tal vez se debió, en parte, al título de mi conferencia: 11 de septiembre: pregunten quién lo hizo, pero por amor de Dios, no pregunten por qué. Pero en realidad la mayoría vino ?y esto me quedó claro inmediatamente en la sección de preguntas y respuestas? porque están hartos de que los noticiarios de las cadenas de televisión y los expertos de derecha quieran embrutecerlos.

Nunca antes estadunidenses me habían preguntado: "¿qué hacer para que nuestra prensa dé reportes equitativos sobre Medio Oriente?", o bien ?una pregunta mucho más perturbadora?: "¿qué podemos hacer para que nuestro gobierno refleje nuestras posturas?" Estas preguntas son una trampa, por supuesto. Los británicos hemos estado lanzando consejos a Estados Unidos desde que perdimos en la guerra de independencia, y no iba yo a unirme a ese numerito. Pero el hecho de que se pudieran plantear este tipo de preguntas ?hechas generalmente por estadunidenses de mediana edad sin orígenes familiares en Medio Oriente? sugiere un profundo cambio en una población que alguna vez fue dócil.

Hacia el final de cada plática me disculpaba por las afirmaciones que estaba a punto de hacer. Le dije al público que el mundo no cambió el 11 de septiembre. Que los libaneses y los palestinos han sufrido la muerte de 17 mil 500 personas desde la invasión israelí de 1982, que es un saldo cinco veces mayor al que tuvieron los crímenes contra la humanidad del 11 de septiembre, y que el mundo no cambió por eso hace 20 años.jer12-080324-pih

Nadie encendió velas ni hubo actos conmemorativos. Y cada vez que dije esto vi cabezas que asentían en la sala; algunas grises y de cabellos ralos, pero otras jóvenes. El mínimo chiste irreverente sobre el presidente Bush con frecuencia causaba olas de carcajadas. Le pregunté a uno de mis anfitriones por qué ocurría esto, y por qué el público aceptaba ese comportamiento de un británico. "Porque no creemos que Bush haya ganado la elección", me respondió.

Desde luego, es fácil ser engañado. Los primeros programas de la radio local ilustraban muy bien cómo se está manejando en Estados Unidos el discurso sobre Medio Oriente. Cuando Gayane Torosyan abrió las preguntas en un programa a micrófono abierto de la emisora WSUI/KSUI, un escucha llamado "Michael" ?líder de la comunidad judía, según me enteré después, aunque no lo dijo cuando estaba al aire? insistía en que en las conversaciones en Campo David de 2000, Yasser Arafat había optado por el "terrorismo" pese a que se le había ofrecido un Estado palestino con capital en Jerusalén, y 96 por ciento de los territorios de Cisjordania y Gaza. Con deliberado detenimiento, procedí a destruir esa tontería.

Jerusalén hubiera permanecido como "la capital eterna y unificada de Israel", según los acuerdos de Campo David. Arafat hubiera tenido que conformarse con lo que Madeleine Albright llamó "una especie de soberanía" sobre el área de la mezquita de Haram al Sharif y algunas calles árabes, además de que el Parlamento palestino hubiera quedado al sur de las murallas, en el oriente de la ciudad, en Abu Dis. Con las vastas e ilegales fronteras municipales que hay en Jerusalén, y que se extienden hasta Cisjordania, los asentamientos judíos como Maale Adumim no estaban sujetos a negociación, al igual que muchas otras colonias.

Tampoco se pensaba negociar sobre la "zona de seguridad" israelí de 10 millas que existe en torno a Cisjordania, ni los caminos por los que circulan los colonos judíos, que atravesarían el "Estado" palestino. A Arafat se le ofreció cerca de 46 del 22 por ciento de lo que queda de Palestina. Me podía yo imaginar al público de WSUI/KSUI cayéndose de aburrimiento de sus asientos.

Sin embargo, en mi folclórico hotel de paredes de madera, el dueño y su esposa ?ambos voluntarios de la Fuerza P durante la era Kennedy? habían escuchado cada palabra del programa.

"Sabemos lo que está sucediendo", dijo él, "fui oficial de la marina en el Golfo durante los 60, cuando apenas teníamos unos cuantos barcos en la región. En esos días, el sha de Irán era nuestro policía. Ahora tenemos todos esos barcos ahí y nuestros soldados están en países árabes, y parece que dominamos la región". Osama Bin Laden, me dije, no podría describir mejor la situación.

Y qué extraño, reflexioné, que los periódicos estadunidenses apenas han dicho algo de esto. El Daily Iowan ?uno de los no menos de cuatro diarios de Iowa City, dado que en ese país la libertad de prensa se refleja en el número de rotativos que existe y no en la profundidad de sus coberturas? no era en absoluto directo sobre el tema, como sí lo era el dueño de mi hotel.

"La situación en Medio Oriente es algo que muchos ciudadanos de Estados Unidos no comprenden adecuadamente", se lamentaban miserablemente los periódicos locales, "tampoco pueden ser razonablemente articulados sobre el tema." Esta idiotez de que los estadunidenses son demasiado tontos para comprender el baño de sangre en Medio Oriente, y por lo tanto deben quedarse con la boca cerrada, fue el tema que predominó en los editoriales. En ese sentido, eran aún más instructivas las notas sobre mis propias conferencias.

El encabezado: "Fisk: ¿quiénes son en realidad los terroristas?", aparecido en el Daily Iowan la semana pasada, al menos capturó la esencia de mi mensaje y reprodujo los ejemplos que cité del sesgo de la prensa estadunidense sobre Medio Oriente, pero fracasó en tratar de transmitir los hechos, al escribir erróneamente que fue Naciones Unidas (y no la mucho más persuasiva Comisión Israelí Kahan) la que concluyó que Sharon era "personalmetnte responsable" de la masacre de Sabra y Chatila.

El reporte que hizo de una de mis pláticas el diario Des Moines Register fue curioso. Se concentró en mis entrevistas con Osama Bin Laden ?que en efecto fueron mencionadas en mi charla? y luego se refería a mi relato de cómo una multitud afgana me golpeó en diciembre pasado. Dije al público estadunidense que los afganos que me habían golpeado estaban furiosos por la campaña de bombardeos de Estados Unidos en la que habían muerto sus familiares, cerca de Kandahar, y recalqué la importancia de este hecho en mi descripción de la refriega para dar contexto y razón al ataque afgano en mi contra.

El Register usó mi descripción del ataque, pero no hizo mención alguna de las razones. Larga vida al diario Iowa City Press Citizen, pensé, cuando ví que su titular había captado mi punto de vista: "Reportero en Medio Oriente fustiga a los medios".

No es que los nativos de Iowa tengan excusas para mantenerse ajenos a lo que sucede en Medio Oriente. En la pequeña población de Davenport se ha adiestrado a israelíes en los sistemas de los helicópteros de ataque Apache AH-64, que se emplean para asesinar a palestinos buscados por Israel. Según un periodista local, varias compañías de Iowa, incluida la oficina regional de Rockwell, han estado involucradas en contratos militares por varios millones de dólares con Israel. La empresa CemenTech, de Indianola, provee de equipo a las fuerzas aéreas israelíes.

El día que llegué a Iowa City, el procurador general estadunidense, John Ashcroft, decía a los ciudadanos del estado que un centenar de extranjeros "provenientes de ciudades conocidas por albergar a terroristas" habían sido interrogados en la entidad. Otro centenar más sería "entrevistado" pronto. No hubo comentarios editoriales sobre esto.

Las clases en la Universidad de Iowa eran intensas. Una joven empezó anunciando que sabía que los medios estadunidenses eran parciales. Cuando le pregunté por qué lo decía, respondió que "tiene que ver con el apoyo estadunidense a Israel...", y luego, con la cara roja, dejó de hablar. No así un alumno de la escuela Rex Honey, de estudios globales. Después de que expuse la trampa militar hacia la cual se llevó a los estadunidenses en Afganistán ?la supuesta "victoria", seguida de más enfrentamientos con Al Qaeda, y luego, inevitablemente, batallas diarias con caciques afganos y ataques arteros contra las tropas occidentales?, el estudiante levantó la mano. "¿Entonces, cómo vamos a vencerlos?", preguntó. Una suave carcajada recorrió el salón. "¿Para qué quieres 'vencer' a los afganos?", le pregunté. "¿Por qué no ayudarlos a construir una nueva tierra?"

El joven me buscó más tarde para darme la mano. "Quiero agradecerle, señor, por todo lo que nos contó", me dijo. Tuve la sospecha de que tenía tendencia hacia lo militar y le pregunté si pensaba unirse al ejército. "No, señor", me respondió. "Voy a unirme a los marines."

Le recomendé mantenerse fuera de Afganistán. A su modo, la prensa nacional estadunidense estaba haciendo lo mismo. Dos días más tarde el diario Los Angeles Times publicó un despacho notable de su corresponsal David Zucchino, en el que se reportaba la amargura y la furia de los afganos cuyas familias fueron muertas en los bombardeos de aviones B-52 estadunidenses. La reciente batalla estadunidense en Gardez, decía el reporte, había dejado "amargura naciente".

Si tan sólo se empleara la misma brutalidad sincera en la guerra entre palestinos e israelíes. Pero, Dios, no es así. En la carretera, por Long Beach, el pasado viernes, abrí Los Angeles Times sólo para que este diario me dijera que Israel "trapea (sic) Cisjordania", mientras Mona Charen, columnista de este y otros diarios del país, exponía a los lectores que "98 por ciento de los palestinos no han estado viviendo bajo ocupación desde que Israel aceptó los acuerdos de Oslo", y que posteriormente, el anterior primer ministro israelí, Ehud Barak, había ofrecido a Arafat "97 por ciento de Cisjordania y Gaza". Este porcentaje era incluso uno por ciento mayor que la estadística mencionada por "Michael" en la radio WSUI/KSUI.

Arafat, "ese asesino con las muertes de miles de israelíes y árabes en sus manos", tenía la culpa. Charen argumentaba que el problema entre los israelíes y sus vecinos "no es la ocupación, ni los asentamientos", y desde luego tampoco la brutalidad de Tel Aviv y sus agresiones, sino "la incapacidad de los árabes de convivir pacíficamente con otros".

Tal vez California es orgánicamente distinta del resto del país, pero tanto sus periodistas como sus estudiantes parecen un poquito más listos que los del centro-oeste de Estados Unidos. El Orange County Register, periódico tradicionalmente conservador en una zona que tiene una población latina de 50 por ciento, ha estado tratando de decir la verdad sobre Medio Oriente y publicó un duro reporte hecho por Holger Jensen, quien advertía que si el presidente Bush no se decide a jalarle la rienda a Sharon, el primer ministro israelí "triunfará donde Osama Bin Laden fracasó, al obligarnos a ir a una cruzada contra mil 200 millones de musulmanes". Cuando fui invitado a un almuerzo con la plana mayor de dicho diario, tres miembros de la comunidad musulmana de Orange County también fueron invitados.

Un coctel con amigos de la iglesia metodista también me reveló un sano entendimiento de la situación en Medio Oriente. Uno de los invitados estaba muy consternado debido a una reciente afirmación del ministro de Seguridad Interna de Israel, Uzi Landau, quien dijo que "no nos estamos enfrentando a seres humanos, sino a bestias". Un invitado negro elogió las críticas que hizo contra Israel el secretario general de la ONU, Kofi Annan.

Pero cuando encendí la televisión para ver el noticiero del canal Fox, ahí estaba Benjamin Netanyahu, comportándose aún más sharonista que el mismo Sharon, declarando que los atacantes suicidas palestinos pronto estarían rondando las calles de Estados Unidos. El ex primer ministro derechista había estado codeándose con congresistas estadunidenses, cabildeando su apoyo para la guerra de Israel "contra el terror", en los mismos momentos en que el secretario de Estado, Colin Powell, se encontraba en Israel.

"Por qué la misión israelí debe continuar", vociferaba el viernes la página editorial del New York Times. Se trataba de un largo y tedioso artículo sobre la cruzada israelí contra el "terror" escrito por el coronel del ejército de Tel Aviv Nitsan Alon, que incluía varias de las que considero mis frases engañosas favoritas, incluyendo la referencia de rigor sobre "numerosos civiles", que quedaron ?sí? "atrapados en el fuego cruzado".

Para cuando empecé a hablar ante un bohemio grupo de miembros de un club de arte en Los Angeles, los reporteros de periódicos que había yo atacado en mis pláticas comenzaron a aparecer. Llegó Mark Kellner, del Washington Times. "Va a ponerse a recortar y pegar todo lo que digas. El Washington Times está a la derecha, incluso, del Partido Republicano", me comentó un amigo. Ya veremos.

Si bien mi público se había conformado mayoritariamente por estadunidenses sin raíces en Medio Oriente, no podía decirse lo mismo de los cocteles dominicales en casa de Stanley Sheinbaum, el filántropo, coleccionista de arte y libertario ?hay quejer18-124302-pih olvidar el periodo en que ayudó a dirigir el departamento de policía de Los Angeles. En dichos cocteles, mi pequeño discurso estaba destinado a hacer estallar algunas granadas verbales.

Fue Sheinbaum quien se encontró con el presidente sirio Hafez Assad por encargo del presidente James Carter, para arreglar la extraordinaria cumbre entre ambos mandatarios en Ginebra. "Dígame algo bueno sobre usted", me dijo. "¿Ha escuchado algo bueno de cualuquier otra persona?", le pregunté. "No", me respondió.

Pero me agrada Sheinbaum, un hombre de más de 80 años, curtido y lleno de sentido del humor, que alienta a todo judío estadunidense liberal a que diga lo que opina sobre Medio Oriente.

Mientras el sopor posterior al almuerzo se extendía por los jardines de rosas, casas de campo, piscinas y colinas de Brentwood, se puso de pie el rabino Haim dov Beliak, quien explicó cómo piensa cerrar los establecimientos de bingo y apuesta ilegal pertenecientes a uno de los principales constructores de asentamientos judíos, que reside en Estados Unidos. "Llámeme cuando esté de vuelta en Beirut y, sobre todo, escriba sobre eso", dijo el rabino. Mientras devorábamos las fresas de Stanley Sheinbaum y bebíamos su fino vino tinto californiano, otro rabino se acercó. "Va usted a tener algunas personas hostiles entre su público. Sólo hágalas que escuchen la verdad", dijo.

Así lo hice. Hablé sobre la cobardía del secretario Powell, quien se paseó por todo el Mediterráneo para dar a Sharon tiempo de terminar de destruir el campo de refugiados de Jenin. Hablé de los cuerpos en estado de descomposición en ese lugar y de la creciente evidencia de que en 1982 las tropas de Sharon entregaron a los sobrevivientes de la masacre de Sabra y Chatila a los torturadores falangistas libaneses para ser asesinados. Dije que a Arafat jamás se le ofreció 96 por ciento de Cisjordania en Campo David. Aconsejé a las 100 personas, o más, que estaban en la reunión leer los valientes reportes que la periodista Amira Haas publica en el diario israelí Haaretz. Hablé sobre la miseria en los campos de refugiados palestinos. Dije que los atentados suicidas palestinos son "malvados", pero sugerí que Israel nunca gozará de seguridad mientras no respete la resolución 252 del Consejo de Seguridad; que nunca tendrá paz mientras no abandone Cisjordania, Gaza, Golán y el este de Jerusalén.

"Me es muy difícil hacerle una pregunta, porque lo que usted dijo me enojó mucho", comenzó, posteriormente, una mujer. ¿Porqué no podía yo darme cuenta de que los palestinos querían destruir todo Israel? ¿Que el derecho al retorno destruiría el Estado?

Durante una hora le expliqué la realidad que yo percibo en Medio Oriente: un Israel todopoderoso librando una añeja guerra colonial. Le hablé de la guerra de Argelia, de 1954 a 1962, su brutalidad y su crueldad; de las torturas y los asesinatos del ejército francés; de los argelinos matando a civiles franceses y de los aterradores paralelismos de esto con el conflicto israelí-palestino. Le hablé de los palestinos que quieren, por lo menos, que se admita que su pueblo ha sufrido una injusticia desde 1948, y agregué que había muchos que están conscientes de que una compensación monetaria tendrá que bastar para la mayoría de los refugiados que fueron expulsados de sus hogares, que estaban en lo que ahora es Israel.

Le hablé sobre Sharon y sus sangrientos antecedentes en Líbano. Sobre las presiones del lobby israelí en Estados Unidos, del temor de ser tachado de antisemita, y del mal reporteo desde Medio Oriente.

Un rabino fue el primero en decirme, más tarde, que los palestinos eran víctimas, que deberíamos darles un Estado verdadero. Una señora mayor me pidió el título del que me parecía el mejor libro sobre la guerra en Argelia. Se lo di: Una salvaje guerra por la paz, de Alastair Horne. Alguien me puso una tarjeta de presentación en la mano. "¡Qué plática tan perspicaz!", había escrito en ella su dueño. Y aunque detesto la palabra "perspicaz", no pude evitar darme cuenta de que el nombre en la tarjeta era Yigal Arens, es decir, el hijo de uno de los más despiadados ministros derechistas de Israel. El mismo que alguna vez me informó ?estando ambos en Beirut, en 1982? que Israel "combatiría por siempre" el terror palestino.

En la carretera, rumbo al aeropuerto internacional de Los Angeles, estando ya visibles las terminales y la torre de control a través de la bruma californiana, me puse a leer la edición sabatina del diario Los Angeles Times. Una nota en la página 12 revelaba que un documental premiado de la BBC sobre el involucramiento de Sharon en las masacres de Sabra y Chatila ya no sería presentado en un festival de cine canadiense debido a protestas de grupos judíos. Los organizadores del festival explicaron que la cinta El acusado "podía atraer atención no deseada de grupos de interés", lo que sea que eso signifique. Pero un párrafo al final de la nota llamó mi atención: "Sharon, quien en ese entonces era ministro de Defensa, presuntamente facilitó el asalto sobre los campamentos de refugiados de Sabra y Chatila..." Ahí estaba otra vez. ¿"Presuntamente"? ¿Cuántas cartas de enojo pretendían evitarse con esa pequeña mentira? Presuntamente, desde luego.

Pero ya reflexionando, no creo que ninguno de los estadunidenses que conocí vaya a ser engañado por esto. No creo que el propietario de mi hotel se trague ese "presuntamente". Tampoco el viejo oficial naval de John F. Kennedy. Tampoco los radioescuchas de KSUI. Ni siquiera lo creerá Stanley Sheinbaum. Sí, Osama Bin Laden me dijo que pensaba que los estadunidenses no entienden Medio Oriente. Tal vez tenía razón entonces, pero ya no es así.

©The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca

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