Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 22 de abril de 2002
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"Somos un grupo político militar que lucha por el poder", define el comandante Reyes

EU, sin autoridad para calificar de terroristas a revolucionarios colombianos: líder de las FARC

Sí, algunos comandantes "se han torcido" con el narco, admiten algunos jefes locales

JEAN FRANCOIS BOYER ESPECIAL PARA LA JORNADA

Le quedaban pocas horas al comandante en ese campamento. Sentado en una banca de madera rústica frente a su laptop, bajo la lona verde que protegía su caleta de la lluvia y el sol -preparaba textos que luego mandaba por Internet-, dominando el campamento que albergaba la compañía de élite a cargo de su seguridad, Raúl Reyes, de poco más de 50 años, barba poblada, gafas espesas, uniforme camuflado, esperaba las preguntas.

Me interrogo hoy si el principal vocero de las FARC sabía entonces que dos días después, el miércoles 20 de febrero, un comando de su organización iba a secuestrar un avión de la compañía Aces, forzarlo a aterrizar en una carretera del sur del departamento de Huila y raptar a bordo al senador Jorge Eduardo Gechem Turbay, ofreciéndole así al gobierno colombiano el pretexto -buscado con afán desde hacía semanas por el ejército, la derecha y los paramilitares- para poner fin a los diálogos de paz. Sabía que en las tres horas que seguirían al anuncio presidencial de la ruptura, él y sus hombres se tendrían nuevamente que adentrar en la selva, donde los esperarían otros campamentos, menos cómodos pero dotados del parque, las medicinas y la comida que las FARC necesitan para proseguir su guerra de 40 años contra la oligarquía y el gobierno colombiano. Sabía que la fuerza aérea colombiana se ensañaría contra el campamento donde me recibía y otros establecidos a lo largo de la carretera de terracería -construida por las FARC en los tres años pasados- que conduce de San Vicente del Caguán (departamento del Caquetá) a La Macarena (departamento del Meta ).

Ya me había avisado: no hay preguntas agresivas o difíciles. Solamente hay buenas o malas respuestas. Eran 10 días en que compartíamos -con mi camarógrafo- la intimidad de este hombre, miembro del secretariado de la organización, y jefe de la delegación de voceros que se reunían regularmente desde 1999 con el delegado de paz del presidente Pastrana en el caserío de Los Pozos, a pocos kilómetros del campamento.

Mujeres, entre 30 y 40 por ciento de la tropa

Con guerrilleros y guerrilleras (las mujeres representan 30 a 40 por ciento del total de la tropa ), jefes de escuadras (12), de guerrillas (dos), de compañías (dos) o de columna (varias compañías), habíamos recorrido una extensa zona, desde el departamento del Huila hasta los límites del Caguán. Habíamos presenciado los entrenamientos y acompañado los patrullajes de la Teófilo Forero, la columna móvil de bloque sur, acusada poco después por el gobierno del secuestro del senador Gechem Turbay, y responsable de un espectacular ataque, unos días antes, al batallón de Pitalito (Huila), sede de una unidad especializada en contraguerrilla. Un modelo de operativo, tipo fuerzas especiales. Varios comandos armados de morteros caseros elaborados con cilindros de gas, lanzacohetes antitanques y fusilería habían logrado infiltrarse a escasos 500 metros de los edificios de la base, matando y hiriendo a más de 50 militares, sorprendidos de noche en sus dormitorios.

Las FARC son todo un ejército: 16 mil guerrilleros y 4 mil milicias urbanas, se rumorea en los círculos informados. "Con el número de jóvenes que se quieren enrolar en la guerrilla, seríamos ya 30 mil, si tuviéramos suficientes fusiles...", me había confiado otro comandante, miembro del secretariado, en días pasados.

Le pregunté a Raúl Reyes si después del 11 de septiembre y la decisión tomada por el Departamento de Estado estadunidensefarc-reyes-raul de rubricar a las FARC en la lista de organizaciones terroristas, no había llegado la hora para su organización de concentrar su accionar contra objetivos militares, de renunciar a las tomas de puestos de policía en pueblos que puedan causar muertes civiles: a la voladura de torres de energía; a las bombas ciegas colocadas frente a objetivos policiales en las ciudades, al secuestro de civiles...

Le hice esta pregunta por percatarme de un extraño desempeño de los medios colombianos a medida que la guerrilla demuestra su poderío: si las milicias urbanas de las FARC colocan una bomba disimulada en una bicicleta frente a un restaurante del sur de Bogotá donde almuerzan policías, matando a cinco uniformados y a tres civiles, periódicos, noticieros televisivos y semanarios dedican varios días seguidos sus titulares a la noticia.

Si las FARC emboscan a fuerzas especiales del ejército y les causan importantes bajas -como fue el caso inmediatamente después de la reanudación de los diálogos en enero de 2002- la noticia se queda poco tiempo en primera plana.

ƑNo había llegado el momento para la dirección de las FARC de analizar de manera crítica su accionar, considerando que ciertas de sus operaciones podían ser calificadas de terroristas?

Raúl Reyes contestó sin inmutarse: "El 11 de septiembre no ha sido ningún cambio para nosotros porque Washington había incluido a las FARC en la lista de los grupos que ellos consideran terroristas antes del 11 de septiembre... No nos preocupa de ninguna manera porque no es propiamente el Departamento de Estado, ni el Pentágono, ni el capitalismo mundial los que tienen la autoridad para calificar de terroristas a los revolucionarios... las FARC son una organización político militar revolucionaria que está luchando por gobernar a Colombia, que lucha por el poder... está haciendo uso de las armas para defenderse del Estado, para conseguir una patria que beneficie a la inmensa mayoría de los colombianos. Colombia tiene más de 30 millones de habitantes en la pobreza y 10 millones en la miseria.

"La decisión estadunidense no cambia nada porque es lo que ellos han hecho siempre. Cuando Estados Unidos quiere intervenir sobre cualquier país lo hace pretextando derechos humanos, cuando Estados Unidos viola los derechos humanos de la mayoría de los pueblos en el mundo lo hace bajo el pretexto de defender sus propios intereses o de la lucha contra el narcotráfico, cuando es en Estados Unidos donde se consume la mayor parte de los derivados de los alucinógenos... En el caso colombiano, lo que hay ahora es una guerra no declarada. Aquí Estados Unidos tiene cerca de mil asesores militares en el conflicto colombiano, en los cuarteles de la policía o el ejército, que están instruyendo la tropa al combate contra la insurgencia revolucionaria colombiana... El pretexto fue primero calificar a la insurgencia de narcoguerrilleros, y ahora de terroristas".

Insistí sobre el costo político de los atentados contra las infraestructuras económicas que afectan las poblaciones civiles en las ciudades y los secuestros. Sin éxito. No le interesaba, en este momento, al comandante Raúl Reyes entrar en una discusión sin fin sobre la conveniencia de "pulir" el accionar de su organización para mejorar la imagen de la guerrilla en las clases medias urbanas.

Es probable que Raúl Reyes haya sabido del próximo secuestro del avión de Aces, el día de la entrevista.

Para preparar la siguiente reunión con el comisionado de paz, Camilo Gómez, estaba en esos días en contacto permanente con Joaquín Gómez, como él vocero de las FARC en los diálogos de Los Pozos, pero también jefe del bloque sur de la organización. El hombre de quien jerárquicamente dependían los organizadores del secuestro.

Desde que llegué al Caguán y me interné en los campamentos de las FARC, todo me convenció de que el mando guerrillero sabía que el fin del diálogo estaba próximo:

Las pláticas con los combatientes rondaban alrededor del mismo tema. Como una obsesión: "El gobierno no quiere la paz... no quiere ceder nada, nos exige lo que no podemos hacer sin concesiones de su parte: depositar las armas."

En las caletas y los dormitorios, cuando venía la noche, cada guerrillero revisaba minuciosamente que su mochila estuviera lista para arrancar hacia el monte en caso de necesidad.

Los medicamentos habían desaparecido de las caletas-enfermerías, tanto en el campamento de la compañía de Raúl Reyes como en los asentamientos de la Teófilo Forero. Hablando con enfermeros y enfermeras de esas unidades me había percatado que se habían mandado las drogas "adentro", en bodegas distantes de varias horas.

La comandante guerrillera Nora, nuestra guía, no imaginaba regresar a San Vicente, donde estuvo a cargo de las relaciones públicas de las FARC hasta principios de enero. Dudaba de las posibilidades de volver a abrir la oficina de prensa en la capital del Caguán.

Las FARC analizaban que la negociación tenían poco futuro porque el gobierno no iba a cambiar su postura en la mesa de Los Pozos: exigirles una tregua sin hacer las concesiones políticas mínimas exigidas por los insurgentes: comprometer el ejército a luchar contra el paramilitarismo de ultraderecha, responsable cada año de decenas de masacres masivas de simpatizantes de izquierda, y estudiar a corto plazo la factibilidad de instaurar un subsidio al desempleo para los más desfavorecidos. Eso lo intuían desde la crisis que experimentó la negociación en enero.

ƑPor qué razones Washington y su aliado -el gobierno de Colombia- decidieron imponer a la guerrilla una tregua sin concesiones de su parte, cuando todos los acuerdos previos, celebrados a lo largo de tres años, apuntaban a un toma y daca? Porque, para justificar esta decisión frente a la opinión pública, llegaron a calificar a las FARC de organización terrorista y narcotraficante ƑPorque lo son? Probablemente no.

La decisión de Pastrana

El presidente Pastrana tomó la decisión de abrir los diálogos en 1999 con una guerrilla que ya ataca puestos de policía, mataba ocasionalmente civiles, secuestraba y sacaba beneficios espectaculares del narcotráfico. Lo hizo, a pesar de eso, porque consideraba las FARC, antes de todo, como una organización político-militar. Los grandes operativos lanzados por la guerrilla contra el ejército en 1998, causando centenares de bajas, terminaron de convencerlo que la guerra no era el camino de la paz, y que la guerrilla tenía un proyecto político que el poder creía negociable. Frente a las críticas de los sectores más guerreristas, que pusieron en tela de juicio su decisión, se comprometió incluso el presidente a declarar que las FARC no eran una organización narcotraficante, que el gobierno colombiano no aceptaría sentarse en la mesa con delincuentes comunes.

ƑCambiaron significativamente las cosas desde entonces? No. Las relaciones de las FARC con el narcotráfico han evolucionado poco en los tres años recientes. Solamente se sabe con más precisión cómo se financia la guerrilla con el narco: a los mafiosos que "pesan" más de un millón de dólares (suma fijada por la organización para definir a los ciudadanos

sujetos al "impuesto revolucionario"), cobra 10 por ciento de todas las transacciones que tengan que ver con el negocio en las zonas bajo su control: bien se trate de compra de hoja de coca, de venta de precursores químicos o de compra de cocaína pura. Cobrar este impuesto implica, por supuesto, dejar a productores y traficantes actuar libremente en su territorio y, ocasionalmente, entrar en combate contra los helicópteros de la policía y el ejército que penetran en zona guerrillera para fumigar cultivos y destruir laboratorios. Sobre el punto crucial de saber si las FARC trafican droga, si exportan cocaína fuera de su territorio, periodistas especializados e investigadores esperan ansiosamente todavía que la DEA y la policía colombiana aporten pruebas documentadas (tan contundentes como las que aportaron para comprobar que los paramilitares sí se habían convertido en un cártel). Curiosamente, sobre el particular, ciertos comandantes de las FARC, en conversaciones privadas, proporcionan informaciones más convincentes. Sí, reconocen, "se han torcido" comandantes locales con el narco. Se pasaron con armas y hombres "del otro lado", están todavía en la selva y trabajan con las mafias, aparentando ser guerrilla. Hasta citan nombres: un tal Henry, un tal Buendía.

Cuando le argumenté a Raúl Reyes que la oficina de lucha contra las drogas de la ONU estudiaba la posibilidad de caracterizar ciertas actividades de las FARC como relevantes de la delincuencia organizada, porque se financiaba con impuestos cobrados a un negocio ilícito, le hizo gracia y me contestó que era un razonamiento "pueril y sesgado". Y me recordó con lujo de detalles lo que todos los colombianos, y todos los periodistas, saben: "en Colombia, desgraciadamente, gran parte de la economía, de la industria, del comercio, vive del narcotráfico... la mayoría de los grandes terratenientes han comprado sus tierras con dinero del narcotráfico, en Colombia se han elegido presidentes con el dinero del narcotráfico; buena parte del Congreso de la República es elegido con el dinero del narcotráfico; varios generales de la República reciben dinero del narcotráfico...Y la Iglesia católica -que no trafica- Ƒcómo hace para establecer un límite entre las limosnas que recibe de los sectores vinculados con el narcotráfico y los que no tienen que ver?" Dejé de insistir.

Anteponer los argumentos del terrorismo y del narcotráfico para explicar la radicalización del gobierno colombiano es una falacia. Lo que en realidad empujó al ejercito, al presidente Pastrana y Estados Unidos a escoger la vía de la confrontación no es una supuesta derivación narcoterrorista de las FARC -celebrada sin matiz por los medios y los sectores conservadores-, sino la profunda conciencia de que la negociación con los alzados y la existencia de una zona de despeje donde parte de la guerrilla vivía a sus anchas servían a los propósitos de una organización política --marxista leninista- para consolidar su capacidad militar, tejer relaciones con la comunidad internacional, denunciar urbi et orbi la injusticia de la sociedad colombiana y la terquedad de la oligarquía local, y hacer conocer sus proyectos a la opinión pública... En pocas palabras: avanzar en su propósito de imponer cambios revolucionarios por las armas.

"Satanizar" a las FARC como organización narcoterrorista para explicar este giro de otra manera sería tratar de tapar el sol con un dedo.

Discutir la oportunidad de instaurar un sistema socialista en Colombia sería otro debate.

El día que salí de Colombia -la fuerza aérea colombiana bombardeaba sin tregua las llanuras del Caguán y la columna Teófilo Forero secuestraba a Ingrid Betancourt- se me ocurrió una comparación histórica para acreditar que los conceptos de terrorista y narcotraficante son relativos y que su uso depende más del a priori ideológico de las partes en conflicto que de la caracterización de los hechos.

En los años 80-86 guerrilleros liderados por antiguos jefes militares del dictador Somoza, y apoyados por la CIA, luchaban en Nicaragua contra la revolución sandinista. Minaban la entrada de los puertos -morían pescadores y marineros-, dinamitaban torres eléctricas, irrumpían en fiestas campesinas en zonas sandinistas y asesinaban a sangre fría hombres, mujeres y niños.

Con pleno conocimiento de la CIA y de la DEA -y con la complicidad activa de la primera-, las avionetas de la contra nicaragüense transportaban droga de América Central a México y Estados Unidos donde se abastecían en armas. Para el gobierno de Ronald Reagan y la mayoría de los grandes medios estadunidenses y latinoamericanos de la época, los contras no eran ni terroristas ni narcotraficantes. Eran combatientes de la libertad.

El autor es periodista francés y autor de La guerra perdida contra las drogas (Grijalbo 2001). Viajó a Colombia en febrero para hacer un documental para la televisión de su país.

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