Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 22 de abril de 2002
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Cultura
LA MUESTRA

Carlos Bonfil

Cuento de hadas  para dormir cocodrilos

Seis años después de realizar La orilla de la tierra, su primer largometraje, el también guionista Ignacio Ortiz Cruz, propone en Cuento de hadas para dormir cocodrilos una ambiciosa parábola sobre el mestizaje y la búsqueda de la identidad, un relato laberíntico a partir de un largo insomnio provocado por mirar de frente a un coyote. Ignacio Ortiz, egresado del CCC, médico de profesión primera, realizador de cortometrajes, y más conocido por sus guiones para Carlos Carrera (La mujer de Benjamín, La vida conyugal y Sin remitente) y José Luis García Agraz (Desiertos mares), que por aquella meritoria opera prima que sólo la televisión cultural rescata ocasionalmente. En 1994, La orilla de la tierra era ya un producto extraño, alejado del costumbrismo rural y del realismo mágico, difícil de clasificar en su simbología, en su concepción siempre binaria de la realidad, y en su manejo de dos historias paralelas. El tema era el sueño. Dos personajes compartiendo un solo sueño, con dos claves distintas para encontrar un mismo tesoro. Una caravana también en busca de un edén poblado de mujeres desnudas y complacientes, allá por los confines de la tierra. Comedia, lucha encarnizada, avaricia desatada, fraternidad, y sobre todo medición de fuerzas con la naturaleza ?una sierra oaxaqueña árida, casi enemiga. Parecía que una cinta semejante no podía tener solución de continuidad.

Cuento de hadas para dormir cocodrilos retoma, de modo arriesgado, el hilo de aquel viaje iniciático, penetra de nuevo en los escenarios de la sierra, y concentra su trama en el diseño multifacético de un solo personaje, Arcángel (Arturo Ríos), un hombre de cuarenta años que muy rulfianamente regresa a su pueblo para buscar a su padre, quien está a punto de morir. Como en un relato de aparecidos, una lugareña le refiere al protagonista la historia de ese padre suyo, desaparecido en realidad quince años antes, y también la de una maldición que pesa sobre toda su familia, desde la época de la intervención francesa hasta el tiempo presente.

Considérese la dimensión de la empresa. En una cinta fuertemente alegórica, despojada sin embargo de barroquismos visuales y metáforas excesivas, el director se aventura en un recorrido por la historia nacional, con cuatro estaciones culminantes, la intervención francesa, la revolución, el éxodo de braceros a Estados Unidos en los sesenta, y el fin de siglo, momento en que el protagonista inicia la búsqueda de sus orígenes. Al relato doble de La orilla de la tierra sucede hoy una narración múltiple, más sugerente aún, con bifurcaciones inesperadas, y con el sueño como tema recurrente. La confrontación, a lo Stroheim (Avaricia), de dos voluntades irreconciliables, se vuelve hoy fatalidad compartida por dos hermanos, Caín sacrificando la inocencia, por incitación de una mujer ambiciosa, Eva mítica o intrusa borgesiana. Ignacio Ortiz ha vencido dificultades de producción teatralizando su visión panorámica, con metonimias afortunadas, tomando la parte por el todo, con un soldado francés que es todos los soldados, y un solo hombre encarnando a varias generaciones. En esta historia de nómadas hechizados, la fotografía de Patrick Murguía captura el paisaje serrano de modo extraordinario, sin folclor ni bondades fotogénicas, como una presencia vigorosa en el relato de la vieja Isabel y en el desamparo de quien la escucha. Una cinta melancólica y desencantada, en la tradición de Bajo California, el límite del tiempo, de Carlos Bolado, y de Rito terminal, de Oscar Urrutia Lazo.

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