Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 22 de abril de 2002
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Cultura
Cuatro imágenes para Mariana Yampolsky

Sergio Raúl Arroyo y Rosa Casanova

PRIMERA IMAGEN. 1944. Con la hoguera de la segunda guerra aún encendida, proveniente de los Estados Unidos, llega a la ciudad de México una adolescente rubia, menuda, de mirada azul intenso. Tras de sí, están las líneas que marcan las rutas de una constelación de éxodos iniciada por sus abuelos paternos, judíos rusos que emigraron hacia Norteamérica en el ocaso del siglo XIX, buscando una atmósfera de tolerancia.

No obstante su juventud, trae consigo un flamante título universitario. Se ha graduado en la Universidad de Chicago, mediante un programa especial para jóvenes sobresalientes, al que su padre, escultor y pintor, la había inscrito. Entre otras cosas, carga con los cálidos relatos e imágenes de Franz Boas, su tío abuelo, quien como profesor de la Universidad de Columbia a partir de 1910 había incursionado en diversas ocasiones en México, para fundar junto con Ezequiel Chávez y Eduard Seller la Escuela Internacional de Arqueología y Etnología Americanas, con sede en la calle de Moneda, y de la que sería director por un breve período.

Es probable que las evocaciones del mundo mexicano que Mariana lleva consigo, estén asociadas al entramado que persistentemente forma el universo de Boas: la arqueología, el estudio de las razas, el arte y los mitos, detonadores secretos de lo que más tarde será su búsqueda personal entre los múltiples paisajes sociales y físicos del país.

SEGUNDA IMAGEN. Esa muchacha de diecinueve años, se siente profundamente atraída por el trabajo que realiza el Taller de la Gráfica Popular, una de las grandes aventuras culturales de ese momento que, frente al arte académico y la política avilacamachista, encarna una clara alternativa. Su vertiginoso encuentro con la ciudad y su gente, está signado por la inexorable dicotomía entre la secular presencia rural y el afanoso voluntarismo citadino, que deja ver en todo momento sus tensiones y, por supuesto, sus contradicciones.

El Taller es un puerto de llegada y, a la vez, un punto de partida; allí inicia una intensa formación como artista plástica, elección en la que quizá ronda la presencia del padre recién muerto. Sin hablar español, se integra a la incesante actividad del Taller, grabando, editando e ilustrando libros y también coordinando exposiciones. El significado y la visión didáctica que representa el Taller se convierte en la piedra de toque de una de sus pasiones.

A finales de los cuarenta, casi por azahar, comienza su trabajo fotográfico; la curiosidad, uno de sus rasgos más incisivos, la encamina a los salones de la Academia de San Carlos, donde Lola Álvarez Bravo imparte cursos de fotografía. Una vez iniciada, el trabajo fotográfico prevalece sobre cualquier otra disciplina plástica. Lejos de constituir una barrera, la cámara le acerca a los individuos y parajes que va descubriendo en su tránsito por el país, alejada del trabajo colectivo que retomará sólo si aparece por allí algún un proyecto vital.

TERCERA IMAGEN. A la luz de una especie de "antropología emocional", como la define Francisco Reyes Palma, Mariana comparte entornos, detecta costumbres, reintegra realidades fragmentadas, capta momentos (verdaderas instantáneas) y, sin irrumpir nunca en universos privados, consigue imágenes insólitas por su oportunidad y encuadre. Este balance entre la sorpresa de lo extraordinario y el suave rumor de lo cotidiano es lo que nos atrapa y nos acerca a sus imágenes.

Recorre cuanto puede de México, paulatinamente se despliegan ante sus ojos las múltiples realidades de ese territorio polisémico y multicultural, primordialmente las manifestaciones de lo que ha sido llamado "arte popular", y que ella, sabiamente, se empeña en calificar como arte. El caudal de su repertorio visual abarca desde la arquitectura rural a los ritos, del maguey al graffiti urbano, del retrato al paisaje. Su mirada se torna entrañable al pasar por el prisma de la curiosidad y la empatía por sus fotografiados. De algún modo, objetivizadas, sus imágenes nos permiten ver el aura emocional de su vivencia al efectuar la toma.

Mariana capta con una percepción decididamente unitaria los rasgos distintivos de la producción material y la gestualidad de sus sujetos, la monumentalidad de la arquitectura vernácula y atesora la inevitable ambigüedad de las situaciones inesperadas. Lo consigue gracias a su inherente sentido de la composición, de la relación entre espacio y figura, entre topografía y luz. Deja atrás toda intención de encapsular a sus personajes en el tiempo, deslindándose de cualquier regodeo o pretensión folklorista; todo lo contrario, ella registra sus transformaciones de modo solidario gracias a la calidez que les profesa, pero fundamentalmente por el rigor técnico de su sentido de observación.

CUARTA IMAGEN. Mariana Yampolsky es una artista mexicana como muy pocas. Nos ha transmitido una visión original e irreductible de este país. Decidió adoptar su condición de mexicana, renunciando a una de las ciudadanías más codiciadas, ratificación contundente de quien como principio básico de libertad, señala claramente su camino, su elección de vida.

Su trabajo, exento de patetismos y retóricas sentimentales, sin enciclopedismos ni vanguardismos reiterativos, se rige por una luminosa sobriedad. Conformada por más de cincuenta mil fotografías, esta obra representa una experiencia que va más allá de la acumulación de imágenes, y puede verse como una espiral estética que necesariamente se desarrolla en geografías y tiempos diversos, pero siempre con un hilo de continuidad, con vasos comunicantes que permiten advertir una integridad esencial.

En Mariana encontramos una mirada sincera que observa a los otros y a sí misma; es el asombro silencioso que, no sin pasión ni dudas, surge lentamente al centro de las preguntas por la identidad.

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
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