Jornada Semanal, 28 de abril del 2002                       núm. 373

ARREOLA, LA FERIA, LOS ABAJEÑOS Y LOS ALTEÑOS (V)

11. De repente, la pequeña ciudad se llenó de anónimos que provocaron desasosiego y crearon un clima de absoluta desconfianza. No hay vida privada ni honor que se salve. El chocarrero autor de los anónimos con todos se mete y nada respeta. Los hacendados se aprovecharon de la situación para culpar a los indios. Recordemos que el racismo jalisciense se manifestaba, entre otras cosas, a través de dichos y de chistes: “No tiene la culpa el indio, sino el que lo hace compadre.” Así rezaba el anónimo que recibió el cura protector de los tlayacanques y tequilastros. En Los Altos, cuando un individuo muy moreno y de rasgos indígenas lograba enriquecerse y, por lo mismo, ascender en la escala social, antes muy estratificada, se le llamaba, “prieto polveado”. Además a los indios o mestizos se les daba el nombre de “mecos” (apócope de chichimeco). Esta palabreja adquirió después una curiosa connotación sexual tal vez dictada por la mezcla de puritanismo y de racismo característica de la mentalidad conservadora. En La feria, la culpa de los anónimos fue echada sobre los hombros del tlayacanque Mucio Gálvez y del tequilastro Félix Mejía Garay. Todo esto se inscribe en las luchas por la tierra. Por esos años, quienes necesitaban un pedazo de tierra para mantener a sus familias eran calificados de bolcheviques. Las luchas siguieron y aún no se ha logrado la reivindicación de los derechos de las comunidades indígenas.

12. San José fue coronado como patrono de la ciudad, en virtud del Breve que el Santo Padre concedió a Zapotlán de manera especialísima, pues algo así sólo fue concedido tres veces en toda la historia de la Iglesia. Preciosas fueron las coronas de la Virgen, el Niño y San José. Todo esto se debe al entusiasmo del señor Farías, el paisano ausente que pasó de empleaducho a gran hombre de empresa.

13. Las ánimas del purgatorio a veces dicen dónde está el tesoro. Se dice que hay uno en la cueva de la Encina. A veces, las ánimas andan en parejas y se convierten en un hombre raquítico y otro gigante; una vecina, gracias al ánima, se encontró un cazo de cobre lleno de monedas viejas; se dice que hay un tesoro en la barranca de Beltrán y se sabe que, cuando los buscadores se dejan invadir por la envidia, el oro se vuelve carbón. Algunos han hecho pozos profundos y sólo han encontrado monos de barro muy viejos, y se sigue buscando el tesoro en el cerro del Soyate. Todo esto está bien, pero lo que importa es la agricultura y las plagas que la asedian. Por eso se reza: “Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, líbranos del chagüistle.”

14. Los Juegos Florales estuvieron a punto de suspenderse, pues el Municipio, el Comité de Feria y la Cámara de los Lores se quedaron sin dinero. Todo se lo llevaron las coronas de oro. La flor natural será de plata y ahora lo que preocupa es que los trabajos recibidos son muy pocos y muy malitos.

15. San José es patrono de este pueblo tan católico y hasta don Isaías, el protestante que tiene “don de lenguas y la boca llena de Biblia”, está contento por las fiestas y ceremonias. Sin embargo no faltan pícaros que repartan décimas burlonas y uno anduvo distribuyendo copias de “El ánima de Sayula”.

16. Las fiestas fueron grandes, mucho más que las del 15 de septiembre. Ahí estaban los Caballeros de Colón uniformados y vinieron los Arzobispos de México y Guadalajara junto con el Legado apostólico. Lo que lamentamos fue la muerte del indio Sahuaripa, domador de víboras, escorpiones y alacranes; al pobre le pegó tres mordidas un hocico de puerco y pasó a mejores. Como el monseñor muy viejito que habló en la fiesta de la coronación de San José, los del pueblo y los lectores de este libro debemos decir: “¡Oh Zapotlán, Zapotlán el Grande, deja que yo corra el velo de tu historia...!” En esto consiste la entrañable novela de Juan José Arreola.

Quisiera terminar esta glosa y estas admiraciones con cinco imágenes: la de los modestos juegos florales que acabaron siendo un “holocausto melancólico a las musas”. A pesar de la escasez de recursos líricos y financieros, los pocos espíritus reunidos en torno a la poesía lograron que se abrieran las rosas provenzales de Clemencia Isaura en el jardín de Academo. La segunda es la vela de cera de doscientos pesos con la que don Fidencio y su clienta cumplieron su compromiso. Sería bueno mandar una igual al Vaticano para que la cera labrada por las abejas de Zapotlán ilumine la Basílica de San Pedro. La tercera nos la da la indignación porque los ricos se apoderaron de la fiesta. Ahí estaban los panzones caballeros de Colón que apenas cabían en sus trajes apretados. Ahí va la única anda que todavía se lleva en hombros, la del trono de San José. La van cargando los miembros de la comunidad indígena. Arriba van los señores con sus señoritas y sus niñas y niños vestidos de ángeles, arcángeles, querubines, serafines, tronos y dominaciones. Los cargan doscientos indios que, para darse fuerzas, circulan en la sombra su botella de tequila. Esta es una metáfora del país y así nos lo dice Arreola: “¡Adelante con la superestructura, pueblo de Zapotlán! ¡Ánimo, cansados cirineos, que el anda se bambolea peligrosamente como una barcaza en el mar agitado de la borrachera y el descontento!”

La última imagen se pierde entre llamas. Se escucha el pregón: “Pasen a tomar atole, todos los que van pasando”, San Miguel le acomoda su tiznadazo al diablo y el hijo del hombre es un artesano, “un carpintero de obra blanca” que vive en un pueblo fincado sobre un valle de aluvión y sobre una colosal falla geológica. Aquí La feria abarca todo este país que (Juan José se alegrará de que utilice en este momento las palabras de López Velarde) “como la sota moza vive al día, de milagro como la lotería”. Lo abarca porque hablar de un pueblo es hablar de todos los pueblos que padecen los mismos “valores”, sufren las mismas carencias y soportan a esos líderes falsos retratados en el Paraninfo de la Universidad de Guadalajara por José Clemente Orozco, paisano de nuestro autor y de todos nosotros, así como a los políticos demagogos y corruptos que, enquistados en las distintas banderías, hacen difícil nuestra transición hacia la verdadera democracia. 

Jalisco ha dado cuatro grandes novelas: Los de abajo de Azuela, Al filo del agua de Yáñez, Pedro Páramo de Rulfo y La feria de Arreola. Demetrio Macías, Gabriel, Comala y Zapotlán el Grande, son los personajes de esta saga contada por muchas voces de una región que creció, decreció, progresó y retrocedió a lo largo de las guerras civiles y religiosas, la lucha por la tierra y la búsqueda del amor. Todos ellos y nosotros sus lectores podemos decir, al tener en las manos estas palabras: “Tengo remordimientos. He disfrutado un día feliz, sin merecerlo.” Gracias, Juan José, por habernos hecho merecedores de tus palabras. 


Hugo Gutiérrez Vega
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