Immanuel Wallerstein
¿Terremoto francés?
Cuando Jean-Marie Le Pen desbancó por escaso margen
a Lionel Jospin del segundo lugar en la primera ronda de las elecciones
presidenciales francesas, y por tanto calificó para enfrentar a
Jacques Chirac en una segunda ronda, los diarios franceses (y los del mundo)
describieron el hecho como un terremoto político. ¿Qué
ocurrió en realidad, y cuál es su importancia? Hay de hecho
dos preguntas separadas: ¿Por qué Le Pen obtuvo tan buenos
resultados? ¿Y por qué Jospin los tuvo tan malos? La respuesta
breve es que Le Pen no se desempeñó tan bien como parece:
lo más significativo fue la débil demostración de
Jospin.
Los resultados electorales dependen en parte, como sabemos,
del sistema electoral. Le Pen obtuvo poco menos de 17 por ciento de los
votos y su ex asociado Bruno Megret poco más de 2 por ciento, de
forma que entre ambos lograron 19 por ciento. No es mucho en realidad.
Le Pen es un nacionalista xenófobo populista de derecha que combina
llamados al aislamiento de Francia con diatribas contra los inmigrantes,
un lenguaje de mano dura contra el crimen, algo de integrismo católico
y cierta dosis de antisemitismo tradicional. Es antiglobal, antieuropeo
y antiestadunidense. Su movimiento contiene elementos fascistas, pero no
utiliza en principio la movilización paramilitar y antiparlamentaria
que caracterizó a los fascistas del periodo entre las dos guerras
mundiales.
Sin
embargo, quién sabe adónde llegaría si tuviera el
poder. Es un personaje muy desagradable, y nadie debería querer
ver que su movimiento cobrara fuerza, ya no digamos que ganara una elección
presidencial. Dicho esto, probablemente exista 20 por ciento de votantes
en todo país occidental que apoyan en esencia un programa como el
de Le Pen, y eso casi todo el tiempo. Sin embargo, no votan en todas las
ocasiones por él o por alguien como él. ¿Por qué?
Depende de dos cosas: primera, de la situación inmediata del país
y en particular del estado de los llamados partidos mayoritarios; y segunda,
del sistema electoral. Le Pen obtuvo su 17 por ciento de votos sobre todo
porque tanto Chirac como Jospin parecían ofrecer demasiado poco
a los votantes (de derecha, pero también de izquierda e incluso
de centro).
Francia tiene un sistema poco común: es presidencialista,
pero también de dos vueltas. El estadunidense es presidencialista,
pero de una vuelta. Y muchos otros países son parlamentarios, divididos
a su vez entre los que tienen un solo representante por distrito (como
Gran Bretaña) y los que tienen representación proporcional
en todo o en parte. En el sistema estadunidense, las facciones políticas
se ven más o menos obligadas a trabajar dentro de uno de los dos
partidos principales, o quedan excluidas. En Estados Unidos, el 20 por
ciento de Le Pen queda constituido por la derecha cristiana más
los halcones. Trabaja dentro del Partido Republicano, y al momento más
o menos se ha adueñado de él, pero no votó por Pat
Buchanan. El sistema británico (parlamentario pero de un representante
por distrito) genera resultados similares a los de Estados Unidos. En sistemas
parlamentarios más "proporcionales", como los de Austria, Dinamarca
u Holanda, los equivalentes de Le Pen pueden lograr altas votaciones y
luego negociar acuerdos con otros partidos. En Austria eso los llevó
al poder. El equivalente holandés, Piet Fortjin, intentará
lo mismo en las próximas elecciones.
El sistema francés es muy diferente. Como hay dos
rondas, y en la segunda sólo participan los dos candidatos de más
alta votación, el sistema estimula que las facciones muestren su
fuerza en la primera ronda y respalden a los dos candidatos principales
en la segunda. (Todo esto antes de las elecciones legislativas, que también
son a dos rondas.) Esto opera sobre la presunción de que los dos
principales candidatos presidenciales obtendrán un voto sólido
y que los demás lograrán votaciones reducidas. Todo el mundo
creyó que así ocurriría otra vez, y que la mayoría
de los electores de Le Pen votaría por Chirac en la segunda ronda.
En los dos meses anteriores a la elección, las
encuestas mostraban que Chirac y Jospin llevaban una segura delantera,
y que habría tres candidatos en competencia por el tercer lugar,
cada uno de los cuales mostró una buena votación en diferentes
semanas. En cierto momento se supuso que sería Chevènement,
quien representa a la iz-quierda jacobina (nacionalista, severa en cuanto
al crimen y la inmigración, pero socialista) y creía poder
atraerse a los electores molestos con Chirac. Luego se desvaneció,
y Arlette Laguiller, la perpetua candidata trotskista, salió a la
palestra, manejando una línea dura tradicionalsta de izquierda,
dirigida a los votantes desencantados con los comunistas y los socialistas.
Y luego Le Pen, quien más o menos un mes antes andaba por 7 por
ciento, pasó adelante, sumando a sus filas sin duda a muchos que
antes pensaban votar por Chevènement o Laguiller (quienes cayeron
a menos de 6 por ciento). Le Pen obtuvo el clásico voto de castigo;
sus electores duros apenas si rebasan de 5 a 7 por ciento.
Y entonces, ¿por qué Jospin quedó
atrás de Le Pen (menos de uno por ciento, tengámoslo en cuenta)?
Hubo muchas razones inmediatas. Jospin realizó una pésima
campaña. Por mucho tiempo intentó atraerse a los votantes
de segunda ronda hablando lo más parecido posible a Chirac, lo cual
hizo que los electores se abstuvieran en la primera ronda o sufragaran
a favor de alguno de los candidatos secundarios. Y luego estuvo el hecho
de que, mientras en 1995 los partidos en el gobierno actual -la llamada
"izquierda plural" a la que Le Monde denomina ahora "la gauche
gestionnaire", es decir, la que forma parte del gobierno que administra
la cosa pública- tenían sólo tres candidatos, esta
vez eran cinco. La menos conocida, Christiane Taubira, del minúsculo
partido Izquierda Radical, sólo se postuló para establecer
el principio de que una persona proveniente de los departamentos de ultramar
podía aspirar a la presidencia; obtuvo 1.19 por ciento de la votación.
Si no hubiera contendido, probablemente todos sus electores habrían
votado por Jospin (puesto que los izquierdistas radicales se sienten más
cerca del Partido Socialista que de cualquier otro). Los votos de Taubira
hubiesen permitido a Jospin treparse un poquito arriba de Le Pen y entonces
no se habría producido ningún "terremoto". De hecho, es muy
posible que Jospin hubiera ganado la segunda ronda.
La historia verdadera no es, sin embargo, la idiotez de
la candidatura de Taubira, sino la decadencia ideológica de la socialdemocracia
en todas partes del mundo occidental. Jospin era probablemente el más
tradicionalmente "izquierdista" de los líderes socialdemócratas
de cualquier país. Condujo la elección presidencial de 1995
y la legislativa de 1997 con retórica de izquierda (lo cual obligó
a los partidos conservadores a moverse de la derecha hacia el centro),
y surtió efecto. ¡No fue ningún Tony Blair! Esta vez
se acobardó, o más bien se dejó convencer por los
Tony Blair del Partido Socialista Francés de mover su retórica
a la derecha, y eso no funcionó en la elección.
El problema con los socialdemócratas en todas partes
de Europa (como con los demócratas en Estados Unidos) es que a lo
largo de 50 años se han movido tanto al centro, e incluso al centroderecha,
que ya no parecen postular nada que entusiasme al electorado. En 1981 la
gente bailó en las calles cuando Francois Mitterrand (mucho más
a la derecha que Jospin) ganó las elecciones. Mitterrand había
prometido "otra sociedad". En 1983 los socialistas habían abandonado
ese lenguaje y esa promesa.
Hace mucho tiempo que los socialistas no son marxistas.
No han sido revolucionarios, y en estos tiempos apenas si son socialistas.
(En esta campaña Jospin dijo que su programa no era socialista.)
Están en favor de las bendiciones del libre mercado, quizá
con cierta igualdad social. Defienden buena parte de los derechos adquiridos
de los sindicatos y los burócratas, pero aun en eso empiezan a flaquear.
Sí, tienden a ser más "socialmente liberales" en asuntos
como los derechos de las mujeres, los gays y las lesbianas, de los negros,
y de los inmigrantes hasta cierto punto. Con ello pueden contar con 20
por ciento de los votos, así como los Le Pen pueden contar con su
20 por ciento. El otro 60 por ciento se va de pesca el día de la
elección, o vota por los incoloros políticos centristas,
o se moviliza en crisis nacionales para apoyar a los equivalentes de George
W. Bush.
La derrota de Jospin no fue el terremoto. El terremoto
ocurrió hace algún tiempo, cuando la izquierda dejó
de ser izquierda, o incluso una reconocible izquierda del centro. Y Francia
de ninguna manera es el caso más grave. Es tiempo de que la llamada
izquierda mundial revalúe no sólo hacia dónde se dirige
el mundo, sino incluso su estrategia electoral, ya no digamos su estrategia
política general.
Traducción: Jorge Anaya
© Immanuel Wallerstein