Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 5 de mayo de 2002
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Mundo
Immanuel Wallerstein

¿Terremoto francés?

Cuando Jean-Marie Le Pen desbancó por escaso margen a Lionel Jospin del segundo lugar en la primera ronda de las elecciones presidenciales francesas, y por tanto calificó para enfrentar a Jacques Chirac en una segunda ronda, los diarios franceses (y los del mundo) describieron el hecho como un terremoto político. ¿Qué ocurrió en realidad, y cuál es su importancia? Hay de hecho dos preguntas separadas: ¿Por qué Le Pen obtuvo tan buenos resultados? ¿Y por qué Jospin los tuvo tan malos? La respuesta breve es que Le Pen no se desempeñó tan bien como parece: lo más significativo fue la débil demostración de Jospin.

Los resultados electorales dependen en parte, como sabemos, del sistema electoral. Le Pen obtuvo poco menos de 17 por ciento de los votos y su ex asociado Bruno Megret poco más de 2 por ciento, de forma que entre ambos lograron 19 por ciento. No es mucho en realidad. Le Pen es un nacionalista xenófobo populista de derecha que combina llamados al aislamiento de Francia con diatribas contra los inmigrantes, un lenguaje de mano dura contra el crimen, algo de integrismo católico y cierta dosis de antisemitismo tradicional. Es antiglobal, antieuropeo y antiestadunidense. Su movimiento contiene elementos fascistas, pero no utiliza en principio la movilización paramilitar y antiparlamentaria que caracterizó a los fascistas del periodo entre las dos guerras mundiales.

Sin embargo, quién sabe adónde llegaría si tuviera el poder. Es un personaje muy desagradable, y nadie debería querer ver que su movimiento cobrara fuerza, ya no digamos que ganara una elección presidencial. Dicho esto, probablemente exista 20 por ciento de votantes en todo país occidental que apoyan en esencia un programa como el de Le Pen, y eso casi todo el tiempo. Sin embargo, no votan en todas las ocasiones por él o por alguien como él. ¿Por qué? Depende de dos cosas: primera, de la situación inmediata del país y en particular del estado de los llamados partidos mayoritarios; y segunda, del sistema electoral. Le Pen obtuvo su 17 por ciento de votos sobre todo porque tanto Chirac como Jospin parecían ofrecer demasiado poco a los votantes (de derecha, pero también de izquierda e incluso de centro).

Francia tiene un sistema poco común: es presidencialista, pero también de dos vueltas. El estadunidense es presidencialista, pero de una vuelta. Y muchos otros países son parlamentarios, divididos a su vez entre los que tienen un solo representante por distrito (como Gran Bretaña) y los que tienen representación proporcional en todo o en parte. En el sistema estadunidense, las facciones políticas se ven más o menos obligadas a trabajar dentro de uno de los dos partidos principales, o quedan excluidas. En Estados Unidos, el 20 por ciento de Le Pen queda constituido por la derecha cristiana más los halcones. Trabaja dentro del Partido Republicano, y al momento más o menos se ha adueñado de él, pero no votó por Pat Buchanan. El sistema británico (parlamentario pero de un representante por distrito) genera resultados similares a los de Estados Unidos. En sistemas parlamentarios más "proporcionales", como los de Austria, Dinamarca u Holanda, los equivalentes de Le Pen pueden lograr altas votaciones y luego negociar acuerdos con otros partidos. En Austria eso los llevó al poder. El equivalente holandés, Piet Fortjin, intentará lo mismo en las próximas elecciones.

El sistema francés es muy diferente. Como hay dos rondas, y en la segunda sólo participan los dos candidatos de más alta votación, el sistema estimula que las facciones muestren su fuerza en la primera ronda y respalden a los dos candidatos principales en la segunda. (Todo esto antes de las elecciones legislativas, que también son a dos rondas.) Esto opera sobre la presunción de que los dos principales candidatos presidenciales obtendrán un voto sólido y que los demás lograrán votaciones reducidas. Todo el mundo creyó que así ocurriría otra vez, y que la mayoría de los electores de Le Pen votaría por Chirac en la segunda ronda.

En los dos meses anteriores a la elección, las encuestas mostraban que Chirac y Jospin llevaban una segura delantera, y que habría tres candidatos en competencia por el tercer lugar, cada uno de los cuales mostró una buena votación en diferentes semanas. En cierto momento se supuso que sería Chevènement, quien representa a la iz-quierda jacobina (nacionalista, severa en cuanto al crimen y la inmigración, pero socialista) y creía poder atraerse a los electores molestos con Chirac. Luego se desvaneció, y Arlette Laguiller, la perpetua candidata trotskista, salió a la palestra, manejando una línea dura tradicionalsta de izquierda, dirigida a los votantes desencantados con los comunistas y los socialistas. Y luego Le Pen, quien más o menos un mes antes andaba por 7 por ciento, pasó adelante, sumando a sus filas sin duda a muchos que antes pensaban votar por Chevènement o Laguiller (quienes cayeron a menos de 6 por ciento). Le Pen obtuvo el clásico voto de castigo; sus electores duros apenas si rebasan de 5 a 7 por ciento.

Y entonces, ¿por qué Jospin quedó atrás de Le Pen (menos de uno por ciento, tengámoslo en cuenta)? Hubo muchas razones inmediatas. Jospin realizó una pésima campaña. Por mucho tiempo intentó atraerse a los votantes de segunda ronda hablando lo más parecido posible a Chirac, lo cual hizo que los electores se abstuvieran en la primera ronda o sufragaran a favor de alguno de los candidatos secundarios. Y luego estuvo el hecho de que, mientras en 1995 los partidos en el gobierno actual -la llamada "izquierda plural" a la que Le Monde denomina ahora "la gauche gestionnaire", es decir, la que forma parte del gobierno que administra la cosa pública- tenían sólo tres candidatos, esta vez eran cinco. La menos conocida, Christiane Taubira, del minúsculo partido Izquierda Radical, sólo se postuló para establecer el principio de que una persona proveniente de los departamentos de ultramar podía aspirar a la presidencia; obtuvo 1.19 por ciento de la votación. Si no hubiera contendido, probablemente todos sus electores habrían votado por Jospin (puesto que los izquierdistas radicales se sienten más cerca del Partido Socialista que de cualquier otro). Los votos de Taubira hubiesen permitido a Jospin treparse un poquito arriba de Le Pen y entonces no se habría producido ningún "terremoto". De hecho, es muy posible que Jospin hubiera ganado la segunda ronda.

La historia verdadera no es, sin embargo, la idiotez de la candidatura de Taubira, sino la decadencia ideológica de la socialdemocracia en todas partes del mundo occidental. Jospin era probablemente el más tradicionalmente "izquierdista" de los líderes socialdemócratas de cualquier país. Condujo la elección presidencial de 1995 y la legislativa de 1997 con retórica de izquierda (lo cual obligó a los partidos conservadores a moverse de la derecha hacia el centro), y surtió efecto. ¡No fue ningún Tony Blair! Esta vez se acobardó, o más bien se dejó convencer por los Tony Blair del Partido Socialista Francés de mover su retórica a la derecha, y eso no funcionó en la elección.

El problema con los socialdemócratas en todas partes de Europa (como con los demócratas en Estados Unidos) es que a lo largo de 50 años se han movido tanto al centro, e incluso al centroderecha, que ya no parecen postular nada que entusiasme al electorado. En 1981 la gente bailó en las calles cuando Francois Mitterrand (mucho más a la derecha que Jospin) ganó las elecciones. Mitterrand había prometido "otra sociedad". En 1983 los socialistas habían abandonado ese lenguaje y esa promesa.

Hace mucho tiempo que los socialistas no son marxistas. No han sido revolucionarios, y en estos tiempos apenas si son socialistas. (En esta campaña Jospin dijo que su programa no era socialista.) Están en favor de las bendiciones del libre mercado, quizá con cierta igualdad social. Defienden buena parte de los derechos adquiridos de los sindicatos y los burócratas, pero aun en eso empiezan a flaquear. Sí, tienden a ser más "socialmente liberales" en asuntos como los derechos de las mujeres, los gays y las lesbianas, de los negros, y de los inmigrantes hasta cierto punto. Con ello pueden contar con 20 por ciento de los votos, así como los Le Pen pueden contar con su 20 por ciento. El otro 60 por ciento se va de pesca el día de la elección, o vota por los incoloros políticos centristas, o se moviliza en crisis nacionales para apoyar a los equivalentes de George W. Bush.

La derrota de Jospin no fue el terremoto. El terremoto ocurrió hace algún tiempo, cuando la izquierda dejó de ser izquierda, o incluso una reconocible izquierda del centro. Y Francia de ninguna manera es el caso más grave. Es tiempo de que la llamada izquierda mundial revalúe no sólo hacia dónde se dirige el mundo, sino incluso su estrategia electoral, ya no digamos su estrategia política general.
 
 

Traducción: Jorge Anaya

© Immanuel Wallerstein

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