El ultraderechista incita a los franceses a
una campaña xenófoba de delaciones
Un eventual triunfo de Le Pen desataría una
cacería de inmigrantes indocumentados
YURIRIA ITURRIAGA CORRESPONSAL
Paris, 4 de mayo. Una pareja de refugiados políticos
cingaleses, con sus cuatro hijas pequeñas, ocupa dos cuartos con
cocina y baño; dos jóvenes hermanos de ella llegan de su
país y se alojan allí durante más de un año,
pero una madrugada se presenta la policía francesa, comprueba la
identidad de cada uno y ordena que los dos muchachos salgan y busquen otro
alojamiento porque está prohibida la promiscuidad, fuente de traumas
infantiles y de conductas antisociales en los adolescentes.
Es evidente que algún vecino los delató.
Y éste y la policía tienen la convicción de actuar
por el bien de esos extranjeros. Según sus propios parámetros
y buena conciencia.
Si
Le Pen es elegido presidente de Francia, y aun si el saliente primer ministro
so-cialista Lionel Jospin decidiera sucederse a sí mismo aceptando
la oferta que piensa hacerle el líder ultraderechista, lloverán
en las comisarías las denuncias contra inmigrantes en situación
irregular, cuya lista se verá alargada en la misma medida que un
extranjero represente una molestia, real o imaginaria, para un ciudadano
francés.
Y no necesariamente este ciudadano será un renegado
de la revolución francesa, la república y los derechos del
hombre; ni un ignorante de que en el ser francés están
incorporados ciudadanos y perseguidos de muchos otros países, desde
hace dos siglos para no ir más atrás, ni podrá negar
que la república salió a integrar extranjeros con
la política de expansión de sus fronteras hacia tres continentes
más y que los miles de hijos que perdió en las dos grandes
guerras fueron remplazados por naturales de sus ex colonias para las tareas
más ingratas.
Tampoco negará obcecadamente que las ejemplares
conquistas sociales y laborales del siglo XX en Francia las logró
una clase trabajadora multirracial, y hasta es posible que admita
que, cuando estas conquistas parecían haber alcanzado cierto punto
de equilibrio entre el bienestar mínimo de los trabajadores y la
reproducción del capital, la llegada masiva de poblaciones expulsadas
de sus tierras por el hambre o la guerra, ambas como consecuencia de las
políticas económicas, incluyendo la venta de armas de los
países fuertes, entre los cuales Francia misma provocó la
ruptura del contrato social y empezaron los conflictos interculturales
en tierra francesa.
Y no necesariamente dirá lo contrario, porque un
ciudadano francés de buena conciencia puede ser claro u oscuro,
de ojos rasgados, azules o marrones, de origen magrebí, judío,
italiano, portugués, libanés o ruso, etcétera.
Conciencia obrera conservadora
Pero si, como sabemos, la vida material crea la conciencia
del hombre, no es de extrañarse que la clase trabajadora, obrera
y campesina francesa, una de las más acomodadas del siglo XX, posea
una conciencia conservadora (de este bienestar). Y que la desubicación
de fábricas para abaratar los costos laborales, el cierre de pequeñas
empresas incapaces de competir con los productos importados, la eliminación
de cultivos y criaderos no competitivos en el mercado no sean percibidos
por los afectados como efectos perversos de la mundialización económica,
representada por la Organización Mundial de Comercio, pese a tener
a José Bové en casa. Y es que esos son enemigos abstractos
contra los que un ciudadano de buena conciencia nada puede hacer.
Cualquiera sea su origen étnico y color, el pequeño
y mediano empresario que a causa de las altas contribuciones al Estado
se arruina progresivamente, maldice el salario mínimo de inserción,
a cuyo financiamiento contribuyen y con el que el joven desempleado compra
droga y el más viejo alcohol, sin necesidad de ir a buscar el cheque
mensual de alrededor 3 mil 800 pesos mexicanos que les llega a su propio
buzón. Así como los jubilados, sin distinción de religiones,
a cu-yos edificios fueron llegando familias con otras costumbres y cocinas
de otros olores, y voces sonoras como para hacerse oír a través
de la maleza o el desierto, las rechazan porque hay "largos" adolescentes
oscuros, agrupados en la propia acera, que les imponen miedo.
Y como los padres y madres cuyos hijos, escolares de suburbio,
pierden la chamarra, la mochila o los tenis finos en manos de sus mayores
prematuramente amafiados. Y las profesoras y algunos maestros de secundaria
y preparatoria de colonias marginales que han sufrido alguna agresión
verbal o física de sus alumnos y sueñan con el retorno del
respeto.
Muchos de ellos, y otros que no lo confiesan en las entrevistas,
si logran llevar a Le Pen este domingo a la presidencia constituirán
el más temible y subrepticio ejército xe-nófobo. Y
sin perder su buena conciencia.