Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 9 de mayo de 2002
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Cultura

Arthur Miller

Marilyn Monroe y la música de Woody Herman

Una tarde tormentosa fui a casa de los Strasberg para recoger a Marilyn al término de la clase, porque con la lluvia que caía no había casi ningún taxi libre. Cuando entré en el vestíbulo del enorme piso de Central Park West oí con alguna sorpresa una melodía que me recordó a Stravinsky, interpretada con trompetas de jazz y saxofón. Apareció Lee para recibirme y le pregunté en el acto de quién era aquel disco tan fabuloso que escuchaba. Su respuesta consistió en una sonrisa incomprensiblemente enigmática y la insinuación de que se trataba de una grabación muy especial. ''Pero, Ƒqué es? ƑQuién toca?", inquirí. De nuevo me quedé sin otra contestación que aquella sonrisa algo misteriosa y de superioridad y la reiteración de que se trataba de algo único.

En la sala contigua, Marilyn se ponía el abrigo, el beige de pelo de camello que me encantaba, y el disco llegaba a su final en el equipo que había junto a ella. Fui a cogerlo, pero Lee me indicó por señas que no lo tocara y lo alzó con cuidado infinito. Lo mantuvo en posición vertical ante sí, para que yo pudiese leer la etiqueta, aunque advertí que ostentaba el color grisáceo de la casa Columbia.

-Es Woody Herman -dijo entonces.

-šCaramba! No sabía que tocase música clásica.

Marilyn lo contemplaba con veneración.

-Claro que sí. El disco me lo regaló él.

-ƑY qué título tiene? Me gustaría comprarlo.

-No, no, Ƒves este número? -Lo puso horizontal y me señaló un largo número de serie de los que suele haber impresos en todos los discos de música clásica. -Es un número especial. Significa que no puede comprarse así como así, tal como se compran los discos.

-Pero la etiqueta es como todas. Y, ahora que lo pienso, creo que en todos mis discos hay números también.

-No, no es cierto -insistió, aunque esta vez con un tinte de confusión, según me pareció advertir.

-Entonces, Ƒcómo lo has adquirido?

-Ya te lo he dicho. Me lo regaló Woody.

La miré a los ojos. Marilyn parecía orgullosa de que Lee tuviese aquella amistad con el célebre músico. Comencé a impacientarme ante aquella charada tonta. Lee, tal vez preocupado por haber llevado las cosas tan lejos, rompió el silencio.

-Claro que si de verdad quieres uno, pues nada, apunta el número y pídelo-. De modo que el disco ostentaba un código privado y había ejemplares accesibles al público, las dos cosas a la vez. Woody Loman cabalga de nuevo, me dije.

Era todo muy raro. Marilyn me parecía cada vez más rodeada de falsedades y ni yo ni nadie se las podíamos descubrir. Tejía una telaraña entre vigas provisionales y temía que se tuviera que romper un día. Sólo deseaba que se recuperase cuanto antes. Lee era tan importante para ella, y en consecuencia para mí, que rogaba por estar equivocado, porque no fuese el charlatán por el que lo tomaba entonces. Yo no comprendía a los actores y me daba cuenta. Si él era capaz de inyectar fe en ellos, magnífico, y no dejaba de recordarme a mí mismo que conocía muchos actores brillantes y dotados que habrían puesto la mano en el fuego por él. Aunque, por otra parte, había actores de idéntico calibre que lo consideraban un estafador. Kazan me había dicho en cierta ocasión que el gran defecto de Strasberg consistía en estimular, no la independencia, sino la dependencia de los actores respecto de él. Pero el capital del actor es su fe en sí mismo y si Lee era capaz de incrementar la de Marilyn, sería una bendición, al margen de los medios empleados.

Además, resultaba extraño que con el paso de las semanas pareciese aumentar su señorío sobre el mundo entero mientras que el pantano de vacilaciones y dudas que había en su interior no diese muestra alguna de secarse. Marilyn me recordaba a veces a los caudillos que describe Tolstoi en La guerra y la paz: individuos que, en virtud de un misterioso acuerdo general, y sin que nadie sepa exactamente por qué, adquieren poder sobre los demás y acaban medio creyendo y medio desconfiando de que ello sea expresión de su auténtica naturaleza. En su interior, sin embargo, palpita el ser humano de siempre, confuso e indefenso, en el caso de Marilyn una simple criatura, una niña pequeña maltratada. Siempre estaba auscultando el mundo y a cuantos la rodeaban en busca de la menor señal de hostilidad, y todos advertían que, pese a su ingenio, su jovialidad y su atractivo, necesitaba seguridad, por lo que se la daban y la verdad seguía alejándose. Pero un día sería lo bastante fuerte para afrontarla, el día que fuese capaz de admitir lo mucho que se la amaba...

Un día sería semejante a la perturbada infeliz del poema de Rilke que se acerca a la ventana de su aposento, observa el patio y ve un árbol inmenso que ha visto ya cien veces: ''Und plotzlich ist alles gut". Llegaría el equilibrio, el silencio fluente y reparador, acaso gracias a mí, acaso no, pero de modo inesperado sabría que todo era bueno.

 

Fragmento tomado del séptimo capítulo del libro Vueltas al tiempo, autobiografía, de la colección Andanzas de Tusquets editores

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