SUBSIDIOS: DISPARATE CATASTROFICO
Anteayer,
el presidente estadunidense, George W. Bush, decidió incrementar
los subsidios gubernamentales a la agricultura de su país hasta
colocarlos en un volumen de 19 mil millones de dólares anuales durante
una década. Aunque el mandatario balbuceó justificaciones
económicas al promulgar la ley correspondiente --"no es un proyecto
perfecto, lo sé, pero ninguno lo es", dijo el mandatario, con su
déficit característico de habilidad retórica y argumentativa--,
fue inocultable la motivación electorera de la medida, toda vez
que está enfocada principalmente a los estados con alta producción
agrícola en los que se desarrollarán campañas políticas
el próximo otoño.
En el afán por consolidar una mayoría legislativa
republicana y por afianzar sus intereses facciosos a cortísimo plazo,
Bush desoyó las numerosas advertencias que surgieron en la clase
política estadunidense y hasta en su propio partido sobre la perspectiva
de que ese monto desmesurado de subsidios para los rancheros y granjeros
habrá de revertírseles, más temprano que tarde, pues
se traducirá en un exceso de producción que incidirá,
a su vez, en una severa baja de los precios.
Adicionalmente, la decisión alterará negativamente
las finanzas oficiales del país vecino, las cuales ostentan un déficit
presupuestal cercano a los 100 mil millones de dólares, apenas año
y medio después de que el gobierno de William Clinton dejara una
cuenta pública superavitaria.
Pero los efectos negativos de esta medida inequívocamente
demagógica y populista --dos calificativos que, por cierto, suenan
a insulto en la retórica neoliberal de Washington-- no van a limitarse
a la economía de Estados Unidos, sino que tendrán impactos
catastróficos en los intercambios internacionales, en los sectores
agrarios latinoamericanos, europeos y asiáticos, y acaso también
en el designio estadunidense de imponer a cualquier precio su esquema de
libre comercio en el hemisferio occidental y en el mundo.
La primera consecuencia de catástrofe por el disparate
presidencial será la invasión de productos agrícolas
baratos --subsidiados-- en los mercados de los socios comerciales de Estados
Unidos, comenzando por México, y la consiguiente liquidación
de los productores agrarios locales. Ello, a su vez, se traducirá
en una profundización de la crisis del campo, en presiones sociales
y políticas desestabilizadoras y en un incremento de los flujos
migratorios hacia territorio estadunidense.
Si los gobiernos que comercian con la potencia vecina
desean evitar o minimizar tales impactos, estarán obligados a establecer
barreras arancelarias, a incrementar a su vez los subsidios que otorgan
a sus agricultores o, en casos extremos, a denunciar y abandonar los instrumentos
de comercio bilateral o multilateral que los vinculan a Estados Unidos.
De esa manera se perderá mucho del terreno avanzado
por la liberalización comercial impuesta en todo el mundo por Estados
Unidos mismo, y se generarán escenarios propicios para guerras comerciales
y el surgimiento de una tendencia proteccionista planetaria en reacción
a la que Washington impulsa en su territorio.
Por lo pronto, la torpe decisión de Bush constituye
un duro golpe a la viabilidad del Area de Libre Comercio de las Américas
(ALCA) y debiera llevar a las autoridades de México y Canadá
a plantear una inmediata revisión del tratado comercial que une
a estas naciones (TLCAN).
Desde una perspectiva ideológica, el viraje populista
de Bush priva de credibilidad y coherencia a las recetas de apertura de
fronteras y eliminación de subsidios y aranceles impuestas a nuestros
países por Estados Unidos y los organismos financieros internacionales,
servilmente aplicadas por los gobiernos del ciclo neoliberal, que en nuestro
país se inició en 1982 y aún no termina.
Por lo que hace a México, es pertinente, sin duda,
respaldar las declaraciones de protesta y el desagrado que expresaron las
autoridades ante la medida de Washington: el presidente Vicente Fox, en
Bruselas, y la Secretaría de Economía, en la capital mexicana,
se manifestaron en ese sentido. Pero, ante el desequilibrio que plantean
los nuevos subsidios agrícolas estadunidenses --el país vecino
destinará más de 19 mil millones de dólares anuales
para impulsar la producción agraria, mientras que el nuestro invertirá
en ese rubro, en el mejor de los casos, menos de 3 mil 500 millones-- no
basta con protestar ni con tramitar controversias en el marco del TLC:
el campo mexicano requiere de una defensa decidida y enérgica que
llegue, si es necesario, a cerrar los mercados a los productos que signifiquen
una competencia desleal.
Están en juego y en cuestión la dignidad
y el sentido de nación del actual gobierno, la supervivencia de
nuestros campesinos, la estabilidad política y la gobernabilidad.