La Jornada Semanal,  19 de mayo del 2002                         núm. 376
Jeannette L. Clariond

Merini o el natural infierno de vivir

Dice Jeannette Clariond que la voz de Alda Merini “es fruto de reconciliación en una trama que rehace y configura la porción de vida que se deja en y por la palabra”. Este cálido ensayo está dedicado a la autora de La otra verdad. Diario de una mujer diversa, quien es “quizá la poeta italiana viva más amada y reconocida”, compañera literaria de Spagnoletti, Erba, Turoldo, Manganelli, y discípula de Quasimodo.

Creo que uno busca la poesía para encontrar palabras reales, personajes reales. Durante un tiempo llegué a pensar que a los libros se llega por intuición. Luego me di cuenta de que un libro es un encuentro –no fortuito–, una casualidad presentida. También decimos que para leer hay que estar solos. Más tarde nos percatamos de que un libro nos capacita para salir al mundo en soledad. Un libro abre una puerta, y ésa, otras más. Detrás están los personajes que hemos venido creando en complicidad: coautores y confirmadores de nuestra ambigüedad. Traducir un libro llena –temporalmente– la falta. Somos la herida. Y en un afán por rescatarnos, terminamos aceptando que una parte nuestra se ha quedado con el autor, pero es un consuelo saber que ahí quedó nuestra parte más fragmentada.

Nuestro único pecado es la falta de transparencia; más o menos así lo entendí en Charles Wright. De eso trata la poesía, de eso también el arte. Y una voz que nos semeja es siempre un consuelo. Pretendemos sostenernos bajo una ilusión: oír lo que queremos oír; pero sucede que esa voz nos da a ver lo que ocultamos. Esa voz, al ser leída, ya nos leyó. Frente a un libro nada se puede ocultar. De ser así, mejor dejarlo de lado. Leer es creer. En sí, en el otro. Los otros ojos ya vieron, están ahí para recordarnos. Por eso, en lo oscuro, callar, en la luz, también callar. Mejor permanecer, escuchar ecos, silencios, espejos.

Cada quien ve su dolor como el más grande. Así vivimos y así morimos. Lo importante en el arte es saberlo transitar. En un viaje de Georgina Quintana a Monterrey me dijo: "Sabes, antes el loco era la conciencia del pueblo. Ya no ves locos en las calles." Ahora entiendo lo que me quiso decir, creo que hoy la comprendo. La locura ha dejado de ser (al menos en apariencia) esa forma por la que se conforman nuestras vidas. Alguien me lo confirmó: "Claro, en algunas casas había el patio central, el traspatio, y el patio del loco." En otras casas, su presencia se veló. Había el silencio de algo sin desentrañar, una ausencia en apariencia. Eso me permitió otros modos de entender: para mí fue el nacimiento en mi vida de la poesía.

Entrada la primavera del ’95 conocí a Alda Merini. Un lunes de marzo en Milán. Librería Rizzoli, y yo buscando el stand de poesía. Comencé por hojear algunos ejemplares: Cavalli, Valduga, D’Annunzio, Montale... Un pequeño libro blanco llamó mi atención. El poema en la portada decía: "Nací el 21 en primavera/ y no sabía que nacer loca,/ deshacer terrones/ pudiera desencadenar tormentas..." Lluvia llovió en mí como un llanto contenido. Me acerqué a la caja, pregunté quién era la autora, si vivía aún. El encargado se negó a dar información personal acerca de sus autores. Sólo me confirmó que vivía y estaba activa. Le pedí con insistencia su número de teléfono. Le expliqué que venía de México, que era importante para mí conocerla. Sólo accedió al enterarse de que yo también escribía poesía. Ahí entendí el valor del quehacer poético para los italianos. La llamé; la cita sería por la mañana del día siguiente. Leí toda la noche ése y otros poemas en otros de sus libros. Su palabra me atravesó. Su mirada también me atravesó cuando se asomó al abrir la puerta de su pequeño departamento: sus grandes ojos negros tristes. Vi dentro lo que leí. De pronto nuestras vidas se vuelven otras vidas y nuestro saber aumenta en la medida en que somos capaces de descifrar, más aún, asimilar. Sobre la mesa de su cocina una máquina de escribir, algunas hojas sueltas, además de un trabajo que presentaría esa misma semana en la Universidad de Pavia: Creatividad y locura. Algo que me hubiera gustado pedirle, pero no sé qué –aunque en el fondo debo saberlo– me detuvo. Hoy sé que la Universidad de Pavia guarda en sus archivos todos los escritos de la Merini en sus diversas versiones, para posibles consultas por parte de escritores y estudiosos de su obra. Maria Corti ha señalado que el problema con la Merini es su tendencia a escribir poemas que de pronto obsequia a escritores y amigos. De modo tal que en el Fondo de Archivos se conservan diversas versiones de un mismo texto. La mayor parte de las veces distintas al publicado en su versión final.

Al llegar a Monterrey comencé a traducir La otra verdad. Diario de una mujer diversa. Ahí Alda afirma la identidad salvífica vida poesía, y termina diciendo: "El cielo de la poesía no se detiene, aunque la persona esté ausente, olvidada en otros sitios." Giacinto Spagnoletti había "descubierto" a la Merini en 1947. Con ellos se reunían también Maria Corti, Luciano Erba, Davide Turoldo y Giorgo Manganelli. Con este último mantendrá una relación amorosa durante años. Fue precisamente en 1947 cuando Merini fue internada en Villa Tierro, hospital psiquiátrico de Milán. Manganelli la visitaba, la amaba y apoyaba, la ayudó así a seguir con su vocación de escritora. En 1950 Spagnoletti la recoge en Antología de la poesía italiana 1909-1949. Pero fue Manganelli quien más cerca estuvo de ella, la entendió y sobre su obra dijo: "No hay que olvidar que se trata de reconocimientos por epifanías, delirios, nenias, canciones... en donde al no haber la invención de lo cotidiano, irrumpe el infierno natural y la natural luminosidad del humano." Salvatore Quasimodo fue otro de sus maestros, a quien Alda dedica algunos de sus poemas. En 1953 se casa con Ettore Carniti, propietario de algunas panaderías de Milán. Ese mismo año publica su primer poemario, La presencia de Orfeo, y nace Emanuela, su primera hija. A partir de ahí, veinte años de silencio.

El poema arriba citado cierra con estos versos: "leve Proserpina/ ve el llover sobre la hierba/ sus gruesos trigos gentiles/ tal vez, sea su ruego." Alda conoce la riqueza de los infiernos, el sitio donde irrumpe la primavera, sabe que toda palabra es descenso. Los antiguos mexicanos creían que los guerreros muertos en el campo de batalla pasarían el resto de sus días junto al sol. Entre los guerreros estaban también las cihuateteos, mujeres que acompañaban al astro en su nocturno devenir. Eran privilegiadas porque habían dado a luz un acompañante del sol. Un libro, además de ser un modo de dar a luz, nos ayuda a librar una batalla. Un libro es un nacimiento. Un pequeño o un gran nacimiento, todo depende. Fue en Villa Fiorita, manicomio en las afueras de Milán, donde Merini pasó casi veinte años de su vida. Entre salidas y entradas da a luz tres hijas más. Fue en esos años que produjo más de cien textos, de los cuales Maria Corti realiza una selección que se publicaría primero en Il Cavallo di Troia y posteriormente, habiendo agregado diez poemas más, en el libro titulado La terra santa. Fuerza de vida y posibilidad de dar forma a su voz por el tránsito adecuado del sufrimiento al dolor, es lo que revelan estos poemas. Ella no visita Jericó, ella lo habita: "Conocí Jericó/ también yo tuve mi Palestina./ Los muros del manicomio eran los muros de Jericó/ y una poza de agua infesta nos bautizó a todos..."

Nadie es tan dichoso de no haber deseado la muerte alguna vez. La asunción de la locura es quizá el único modo de sanarla. La falta nos marca. La culpa, la conciencia de la falta, son elementos que han atormentado a las grandes mentes en los últimos siglos. Y en los últimos decenios se ha destacado la enorme influencia ejercida por la tradición helénica en el marco del cristianismo. La interiorización del mal, tan característica en Occidente, ha abrevado en la religión órfica y en el pensamiento estoico. Esto es claro, no sólo en La tierra santa, sino en otros libros de Merini como son La presenza di Orfeo (La presencia de Orfeo), Vuoto d’amore (Vacío de amor), Fiore di poesía (Flor de poesía), L’altra realta. Diaro di una diversa (La otra verdad. Diario de una mujer diversa). Desde los ínferos Alda potencia su voz y dice: "Manicomio, es palabra mucho más grande/ que las oscuras vorágines del sueño." Alda Merini, la voz de Alda Merini, quizá la poeta italiana viva más amada y reconocida, es fruto de reconciliación en una trama que rehace y reconfigura la porción de vida que se deja en y por la palabra. ¿De qué otra forma podría la palabra ya vaciada de sentido cumplir su misión? De qué otra, cuando se ha de recorrer –esperanzado– el camino hacia una Tierra Prometida. El tránsito de la locura es siempre peregrinación. ¿Quién guió a Alda? Pienso que se dejó guiar por su palabra. De ahí la recurrencia a lo bíblico, a las figuras amorosas que ella misma construye. En su obra siempre estará presente esa fe en la capacidad salvífica de la poesía. Sus imágenes gravitan, no sólo en torno a su entorno, sino vía el imaginario que para sí misma construyó.

Ruth Weiss dijo que la ausencia de dolor es el desierto. Y sólo el dolor posibilita el dar acomodo a lo que nos marca y constituye. Es un decir sí a la vida sabiendo que una vida sin examinar es camino incierto. Y aún así, a dónde voltear, qué dirección, si en ocasiones la misma oscuridad devora nuestras sombras. Una historia revivida nos redime, su comprensión también. Caminar en la tierra, dice Jabés, la mitad del cielo que nos falta. Eso es, y no otra cosa. En el arte, lo que desciende acaba un día por ascender. Lo uno vuelve a lo uno, la luz a la luz, la herida aprende a ser herida. El reconocimiento nace por el respeto al valor de las palabras. Y en esta poeta, cada palabra está avalada por la vida. Traducir se convierte así en un acto de compañía sumo. Es revivir con el otro su realidad por dolorosa o trágica que aparezca. Esa otra voz nos restituye, sacude nuestro polvo. Nos regresa al origen. Y hay personas que son caminos. Nos alumbran desde la raíz. Ellas resplandecen, aún en lo diverso. Ahí se inscribe Alda Merini, ahí su talento, su creación.