Jornada Semanal, 26 de mayo del 2002                       núm. 377

MARIANO AZUELA, DEMETRIO MACÍAS, TÁCITO Y ANTONIUS PRIMUS

En el prólogo escrito por Valéry Larbaud para la edición francesa de Los de abajo, publicada por Fourcade en 1930, el gran crítico y buen conocedor de la literatura mexicana nos dice que leyendo las escenas de pillaje y asesinato de Los de abajo, se sorprendió y reanimó en su imaginación los capítulos 31 y 34 del libro iii de las Historias en donde Tácito describe la toma y saqueo de Cremona. Hay en ambos textos un aparente desinterés, “la misma claridad impasible en el relato de las atrocidades; solamente que con Azuela vemos más cercano el detalle de la acción y los rostros de los grandes personajes”. Piensa Larbaud que el personaje colectivo de la novela son Los de abajo, pero al mismo tiempo se pregunta: “¿Quién podría asegurar que Demetrio Macías no perdurará en nuestra memoria tan largamente como Antonius Primus?”

El crítico francés prefiere La Malhora, pero considera que la obra total de don Mariano forma un conjunto ordenado que integran una serie de narraciones y cuadros de la vida mexicana desde los últimos momentos de la dictadura de Porfirio Díaz hasta los tiempos de la revolución institucionalizada. Realista en el mejor y más centrado sentido del término, Azuela no se impuso un plan preconcebido, contó lo que veía en los momentos trágicos vividos por su país y su prosa fue creciendo en belleza y en eficacia. Como otros muchos críticos de distintos países, Larbaud se acercó a la ociosa discusión sobre el carácter apologético de la revolución implícita en Los de abajo, o el pesimismo que permea la gran novela convirtiéndola en contrarrevolucionaria. Ni una cosa ni la otra, pues Azuela no fue maniqueo y jamás vistió la sotana de turiferario. Así como exclama, lleno de entusiasmo juvenil: “¡Qué hermosa es la Revolución, aun en su misma barbarie!”, en otra parte su ánimo cambia y se lamenta desolado: “¡Pueblo sin ideales! ¡Pueblo de tiranos... lástima de sangre!”

Por estas razones y ya con la distancia necesaria podemos alabar la capacidad crítica del doctor Azuela, así como su notable clarividencia. Jalisco ha dado dos grandes revolucionarios capaces de hacer la crítica de las desviaciones, traiciones, pillerías y crímenes de los deturpadores del movimiento popular: Orozco y Azuela. Recordemos los murales del abajeño en los que aparecen los falsos líderes, los farsantes, marrulleros, contlapaches, alicuijes y bandidos que se pegaron como lapas al navío revolucionario. Veamos a los caciques, burocratillas, chupatintas, asesinos y saqueadores que circulan por las páginas del corpus narrativo del alteño. En los dos hay una lucidez que los obliga a describir los rasgos esenciales del conflicto revolucionario sin concesiones de ninguna especie, con un optimismo que la realidad negaba constantemente o con un pesimismo atenuado por la presencia candorosa y trágica de Los de abajo, esos seres humanos demasiado humanos, marchando hacia Zacatecas con sus precarias armas y su confusa esperanza puesta en el porvenir, y unidos en la trilogía revolucionaria pintada por Orozco en el momento en que los falsos líderes empezaban a apoderarse del movimiento revolucionario y ya habían acuñado los estereotipos de su demagogia. Ambos usaban grandes trazos y formas caricaturales para expresar y describir sus vivencias. Tal vez uno de los mejores legados de Orozco sea el de su conjunto de caricaturas y, en el caso de Azuela, hay momentos de sátira y de humorismo que enriquecen su proyecto narrativo. Recordemos su “Domitilo quiere ser diputado”, relato en el cual describe con tintes goyescos los extremos de la ambición, el mal gusto, la ignorancia y la pillería. El que esto escribe fue, en sus años mozos, un actor más o menos eficiente. Por eso, al preparar estos comentarios, recordé el papel de escribiente honesto y temeroso que cubrí en la obra Del Llano hermanos, Sociedad en Comandita (adaptación que el mismo don Mariano hizo de su novela Los caciques). Jorge Galván dirigió esa puesta en escena y recuerdo el trazo exacto que creó para que la sátira de costumbres cumpliera en plenitud el deber que Danchenko señalaba al género: lograr, por medio de la risa y el ridículo, un retrato capaz de describir las figuras contrahechas de un grupo de personajes zarandeados por la historia, pero capaces de sacar los mejores peces de las aguas del río revuelto.

El magnífico trabajo de Luis Leal, publicado por Conaculta en su colección Memorias mexicanas, nos permite encontrar las estrechas relaciones que se dan entre la vida, la obra y la vocación médica de Azuela. Como la de todos los laguenses, su niñez y su adolescencia fueron presididas por el capricho geológico de la Mesa Redonda, por las torres de la enorme parroquia y los ritos cotidianos de la agricultura. Eran las tierras de María Luisa, Mala hierba, Los fracasados, Andrés Pérez, maderista y Sin amor. En ellas se levantó el remolino en el que giraron Los de abajo, Los caciques y Las moscas. En la pequeña ciudad se pensaba y se escribía. Ahí había nacido Rosas Moreno y ahí se reunían Bernardo Reina, Francisco González León, José Becerra, Antonio Moreno y Oviedo, Vicente Veloz, Federico Carlos Kegel y Mariano Azuela. La sombra tutelar y protectora era la del canónigo, juarista y gran historiador don Agustín Rivera. De él se ocupa don Mariano en un magnífico ensayo, como lo hizo también con don Pedro Moreno, el caudillo insurgente. Vinieron después Guadalajara, la medicina, la guerra, México, el constante camino de ascenso entre María Luisa y La luciérnaga, el amor por la lectura y la insobornable actitud crítica. Sin embargo, tiene razón Larbaud cuando dice que “sus descripciones y sus escenas no tienen cabida en ningún sistema moral o filosófico, pues no juzga los hechos de sus personajes, no señala, jamás dice lo que piensa ni lo que debemos pensar nosotros de los sucesos que nos presenta”. Tal vez esta actitud provenga de las cualidades humanas que Vasconcelos reconocía en él: “Azuela es un ejemplo de un hombre reservado pero franco cada vez que hace falta, cortés pero firme ante la injusticia o la mentira, muy cuidadoso de su decoro, pero afable constantemente en el trato, uno de esos hombres incorruptibles; en ellos descansa el futuro de la nación.”

Fue miembro fundador del Seminario de Cultura Mexicana y del Colegio Nacional, recibió el Premio de Literatura y el de Artes y Ciencias, leyó mucho a los novelistas franceses y poseía una información que manejaba discreta y elegantemente.

Por último, es preciso reconocer el papel que desempeñó la novela Los de abajo dando a conocer al mundo entero los contrastados aspectos de la revolución mexicana, la primera revolución agraria del siglo veinte. Hace unos días revisé el prólogo de The under dogs escrito por Carleton Beals y recordé las traducciones al italiano, francés, japonés, checo, ruso y griego con sus respectivos prólogos. La traducción al inglés de Enrique Munguía es un ejemplo de precisión y de respeto; la traducción al griego de Dracondaidis tiene en el prólogo una interesante comparación de los revolucionarios campesinos mexicanos con los griegos que lucharon contra La Gran Puerta. La integridad moral y la honestidad a toda prueba de Demetrio Macías son, como dice Beals, “parte de la historia de toda una raza”, de la lucha constante y desesperanzada de las razas indígenas. La novelística de Azuela es un trabajo de amor enriquecido por la crítica insobornable, la creciente pericia formal y los eternos valores de la compasión.

Hugo Gutiérrez Vega
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