La Jornada Semanal,  26 de mayo del 2002                         núm. 377
Ramón Xirau

León-Portilla, dramaturgo

Conozco, como lector verdaderamente interesado, varios libros de Miguel León-Portilla. Entre ellos, claro está, Visión de los vencidos, La filosofía náhuatl, que en su día comenté, Los antiguos mexicanos a través de sus crónicas y cantares, Motivos de la antropología americanista. Tales son algunas muestras de una obra amplísima. Pero ahora me ocupa otra cosa: el estilo claro, preciso de todos sus escritos. León-Portilla es, hay que repetirlo, un excelente escritor. Lo es como dramaturgo; lo es en La huida de Quetzalcóatl, drama que tiene mucho de poema escrito hacia 1952 y que ahora acaba de publicarse. Inédito durante algo más de cincuenta años, el libro tiene una historia que resumo con el autor. Una vez escrito el drama, León-Portilla, por consejo del padre Garibay, se lo mostró a Méndez Plancarte, quien lo rechazó sin dar razones. Sólo afirmó peregrinamente: "¿Es usted ateo? Sólo un ateo pudo escribir este texto." Extraño rechazo por parte de un crítico literario y editor de Sor Juana. Por su parte el padre Garibay, nahuatlaca, helenista, hebraísta y latinista, escribió un prólogo al drama, que ahora aparece con el título de Pórtico.

Paso a narrar de manera muy breve e incompleta el argumento del drama, en un libro que fue y es catártico como lo era la tragedia griega. El tema central y crucial del drama es el del tiempo. No de un tiempo abstracto sino del tiempo que llevamos dentro, el que vivimos y desvivimos camino a la muerte. La reiteración del tema es constante y aun obsesiva –obsesión del entonces joven autor vertida en sus personajes. Éstos son trágicos por estar en el tiempo o, si se quiere, existimos en el tiempo.

Desde el principio el tema se presenta con gran fuerza. Así cuando Axcantéotl, al ver correr una "cortina de agua" dice: "El agua que cae/ Es como torrente del tiempo/ Con burbujas de todos tamaños.../ El tiempo es como el agua,/ Todo, hasta las piedras arrastra." Y más adelante, aun con más vigor: "Yo soy ahora./ Ahora, ahora y ahora.../ Ahora es mi nombre."

Todo es pasajero y mortal. Algunas partes del texto son especialmente poéticas. Así cuando Áztatl habla del maíz o del cacao y dice: "Su cultivo es invención de Quetzalcóatl." Y, en su "tributo" añade: "Llevan algodón de todos colores:/ amarillos, rosados/ morado, verdeazuleado, azul marino,/ rojizo, morado y matizado de diversos colores./ Y no es algodón teñido./ Quetzalcóatl nos mostró/ cómo hacerlo nacer/ así de tantos colores/ sin tener que pintarlo./ Por fin, los últimos/ llevan estatuillas de jade/ Y adornos y penachos de rico plumaje.../ Este es mi tributo a Quetzalcóatl."

Pronto los "mensajeros del tiempo", insisten en el tema. Todo desaparece, todo se "rompe", y desaparecerá la misma Tula y habrá de "marcharse Quetzalcóatl". Él había creído en su eternidad, en su no ser en el tiempo. Son dramáticas las últimas palabras de Quetzalcóatl, que estando solo con su conciencia escogió "las dos cosas": vida inmutable y muerte inmediatas. El "dolor" lo lleva al "reino de los muertos", pero para "subir mudado en astro". Y se pregunta: "¿Acaso veré a Aquél por quien todos viven?" Y Quetzalcóatl "pululará" "una vez más como fruto inmortal". Va hacia el reino de los muertos, "hacia el reino de los astros,/ y de los muertos/ y de los astros." Termina la obra y vase Quetzalcóatl.

Las estrofas –¿cómo llamarlas?– de la obra están estructuradas con "frases rítmicas con un verso interior", escribe el padre Garibay en el Pórtico al libro. Y me pregunto: este ritmo interno, ¿no es acaso el de la poesía náhuatl que tanto el padre Garibay como, naturalmente, Miguel León-Portilla han traducido para nosotros? Dejo la pregunta en pregunta. De lo que no cabe la menor duda es de la originalidad de esta obra escrita con rigor y pasión. La huida de Quetzalcóatl debería ser leída y presentada –suerte de "auto sacramental"– en algún teatro de la Ciudad de México. 


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