Depredación ecológica en México: causas y soluciones

Eliézer Tijerina

Profesor del Departamento de Economía, Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa

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El horror económico

El análisis de la información oficial difundida por el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI), la Secretaría del Medio Ambiente del Distrito Federal (SMADF) y el Instituto Nacional de Ecología (INE) permite afirmar que en México se han devastado impunemente los recursos naturales en magnitudes dramáticas, de modo que es válido sostener que nuestro país ha sufrido una aberrante destrucción ecológica.

Dentro de los países pertenecientes a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), el INEGI ha estimado, de manera tentativa, los costos de esa destrucción y concluyó que significan un elevadísimo porcentaje del producto interno bruto (PIB) generado en el territorio nacional: va del 10 al 14 por ciento entre 1985 y 1999.

Si se examina la evolución histórica se puede afirmar que se han logrado avances en materia ecológica en el país a partir de 1993. En efecto, de significar un costo de destrucción cercano al 14 por ciento del PIB en dicho año, se reduce en dos puntos porcentuales (a alrededor del 11 por ciento del PIB) en el periodo 1994-1999. Sin embargo, la destrucción es tan dramática que si ésta se restara, como debiera ser, de las cuentas del PIB, el crecimiento económico verdadero registrado en nuestro país en esos años pasaría a ser negativo: entre -5.7 y -9.7 por ciento anual. Es importante señalar que en el periodo 1985-1993 no se registró reducción alguna en la destrucción ecológica.

Para realizar el cálculo anterior, consideramos una tasa de crecimiento real de largo plazo de aproximadamente 4.3 por ciento al año. En pocas palabras, en vez de las cifras positivas bajas e incorrectas del crecimiento económico real en México, tendríamos tasas reales negativas, características del opuesto a un milagro económico. Hallaríamos el "horror económico mexicano", para emplear el título del excelente libro de Viviane Forrester.

Si a esto añadimos la declinación del bienestar social y del desempeño macroeconómico de México (el cual se anticipa desde mediados de los años sesenta, se manifiesta a partir del segundo quinquenio de los setenta, y se acentúa desde principios de los ochenta con la implantación abierta del neoliberalismo), la conclusión irrefutable es que en esta nación no sólo se han deteriorado escandalosamente los recursos naturales sino que el diagnóstico se agrava aun más porque ha declinado el bienestar social.

Para cerrar este panorama nada alentador, cabe señalar cómo, en paralelo, se ha incrementado la dependencia financiera y el proceso de acumulación de capital respecto al exterior. Estamos en realidad en un auténtico horror económico y social, pues no sólo el medio ambiente ha sido devastado sino que el bienestar material declinó en México los últimos cuarenta años (1960-1999), y de manera especial a partir del segundo quinquenio de los setenta.

Al examinar el problema de la contaminación atmosférica en las zonas urbanas, específicamente en la zona metropolitana de la Ciudad de México (ZMCM), se llega a una conclusión similar a la deducida del análisis de las cifras nacionales relacionadas con el daño ecológico y la reducción del bienestar material y social: a pesar de los avances obtenidos, particularmente al disminuir las emisiones del plomo y de bióxido de azufre a la atmósfera citadina, el índice mexicano de contaminación ambiental rebasa en la metrópoli más importante del país los niveles recomendables establecidos por la Organización Mundial de la Salud. Estamos hablando de alrededor de 11 meses del año durante los cuales la calidad del aire es mala o muy mala. En resumen, aunque se han registrado logros, éstos son tan poco significativos que la contaminación atmosférica en el ZMCM sigue siendo preocupante.

Despilfarro de energía y de agua

La magnitud del problema ecológico también se puede medir considerando el desperdicio en el consumo de energía y de agua. Se trata de dos recursos naturales fundamentales analizados en diversas ocasiones en La Jornada Ecológica. En el caso de la energía, su consumo se caracteriza, además, por generar contaminantes que figuran entre los más preocupantes por los daños que ocasionan al ambiente en el mundo.

Las estadísticas de consumo de energía por unidad de PIB, por persona y por país recopiladas por la Agencia Internacional de Energía y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico permiten afirmar que el consumo de energía por unidad de PIB en México es de los más elevados del mundo. Se ubica junto a España, tanto por sus niveles altos, como por el poco avance en reducir el derroche. En cambio, Canadá, Reino Unido y Japón se destacan por sus niveles más bajos y por el mayor avance que registran en el ahorro de energía en el periodo 1980-1995.

El consumo del agua también es excesivo en el país. Por ejemplo, en el Distrito Federal el consumo por persona y por día es cerca de tres veces el registrado en Europa. Pero no nos equivoquemos: es importante señalar que el consumo difiere considerablemente según el nivel de ingreso de las personas, campo en el cual los extremos son hirientes: si el consumo de agua es de alrededor de 364 litros por persona al día en el Distrito Federal, se estima que en los grupos de más elevados ingresos sube a un promedio de 600 litros, en tanto se reduce a sólo 20 litros por persona al día en los estratos de ingresos más bajos, que suman decenas de miles de ciudadanos.

Los consumos excesivos de agua se explican de manera importante por su falta de medición y por cobros inadecuados, donde los que más derrochan pagan proporcionalmente menos que los que apenas reciben lo indispensable para su uso diario. Por litro, paga más un pobre de la periferia de Ecatepec o Chalco, que un potentado de Las Lomas, según estudios de campo realizados por Jorge Legorreta, investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana y del Centro de Ecología y Desarrollo.

Para el conjunto del país, la Comisión Nacional del Agua estima que se pierde el 40 por ciento del agua que entra a la red de conducción, sólo se factura un porcentaje similar del agua suministrada y se cobra menos del 30 por ciento del agua que se surte. Debemos señalar cómo en el sector rural las pérdidas son extremas, y también lo son las carencias de líquido para regar millones de hectáreas y dar así empleo a cientos de miles de campesinos, muchos de los cuales migran a la ciudad o a Estados Unidos en busca de empleo, cualquier empleo.

La dimensión del problema ecológico y sus soluciones

En nuestro análisis hemos identificado por lo menos quince causas de la destrucción ecológica en México, mismas que se pueden agrupar en cuatro grandes áreas.

1) Económica. La acumulación ilimitada y desigual de mercancías (crematística) ha prevalecido sobre la disposición sobria y prudente de los bienes materiales y no materiales para satisfacer las necesidades humanas en una comunidad de hombres libres. Nos referimos al ideal de la tradición eudemonista que parte de Epicuro, Demócrito, Aristóteles y pasa por Kant, Hegel y Marx. La esencia de este ideal también se encuentra en las espiritualidades que se centran en la armonía personal, con los otros y el mundo; particularmente, la cristiana y la budista.

Hay un problema con el paradigma económico dominante. Al ignorar los límites y contenidos humanos y naturales de la economía y la política económica, la consecuencia ha sido el sometimiento de las personas a los objetos y a los sistemas. Ni el capitalismo, ni el socialismo, ni ningún otro sistema conocido hasta ahora ha logrado que el avance económico material sea compatible con el cuidado del ambiente. En la actualidad, personalidades pertenecientes a la clase en el poder llegan al extremo de poner un precio a la vida humana según los ingresos personales en el mercado; también recomiendan la exportación de contaminantes a las zonas más pobres del planeta como solución óptima mundial. Es la idea de, por ejemplo, Lawrence Summers, economista ex director del Banco Mundial, ex secretario del Tesoro de Estados Unidos y actual presidente de la Universidad de Harvard.

Se aplica así falsamente el razonamiento económico, confundiendo a la crematística con la economía, al esclavismo y al fascismo con el capitalismo de libre mercado, y se contradicen los derechos humanos básicos a la vida, la libertad, la salud, etc., reconocidas en la Carta Universal de Derechos Humanos, y en la mayoría de las constituciones del mundo. Igualmente se aplastan principios espirituales relativos a la dignidad humana, el amor y respeto del prójimo.

En consecuencia, la supuesta erudición de Summers y de los proponentes de la conversión de todo en mercancía en realidad es demencial.

El empleo adecuado de la teoría económica convencional permite señalar incongruencias en las señales de precios, costos y de los incentivos en general. Como se ha dicho en los informes del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, estamos subsidiando nuestra propia destrucción. Así ocurre al subsidiar el consumo de energía y agua, el uso del transporte privado y otros servicios.

Otra área importante expuesta por los diagnósticos económicos convencionales es la de las costos de transacción (costos de recopilar la información, elaborar los términos de una transacción económica y exigir el cumplimiento de lo pactado) y la información asimétrica. Esta última consiste en el conocimiento desigual entre los participantes económicos que provoca conductas fraudulentas, injustas e ineficientes. Así, una empresa puede contaminar sabiendo que lo hace, pero ocultándolo a la comunidad. O, en general, como antes se expuso, los daños ocasionados al ambiente no son contabilizados adecuadamente. En este caso se trata de información incompleta y no de información asimétrica o desigual.

2) Tecnológica. La innovación y el desarrollo tecnológico son el motor del desarrollo económico y social. Esto es válido tanto para el desempeño de los países como para el de las empresas, organizaciones e instituciones. La economía convencional reconoce la importancia de la innovación y el desarrollo tecnológico, pero falla al desconocer su carácter público, histórico e institucional.

En este sentido, ignora que tanto los beneficios como los costos de la tecnología están limitados por los arreglos socio-institucionales prevalecientes en cada país. La cultura, el grado de organización y participación de las diferentes clases sociales y grupos de interés son determinantes del tipo de arreglos sociales y su equidad. La ignorancia convencional de estos determinantes ha propiciado dos opiniones extremas erróneas: a) optimismo tecnológico ingenuo, al pensar erróneamente que los beneficios potenciales del avance tecnológico son reales, y b) primitivismo tecnológico, al creer equivocadamente que el desarrollo tecnológico es la causa de los problemas humanos.

3) Marco legal. Los enfoques económicos dominantes se han extendido al análisis del derecho, partiendo de los costos de transacción introducidas por R. H. Coase. Está comprobada la importancia de reducir estos costos mediante la definición precisa de los derechos de propiedad, la provisión complementaria de información de bajo costo y el perfeccionamiento de la seguridad e impartición de justicia.

Sin embargo, es necesario complementar el diagnóstico con el apartado heterodoxo consistente en reconocer la subordinación del derecho a las normas culturales individuales y sociales, y a la estructura económica prevaleciente; sobre todo, en relación con la distribución desigual del ingreso, la riqueza y el poder de negociación. Asimismo, el derecho no puede reducirse a defender la propiedad de los que ya la tienen, sino que debe también procurar la igualdad de oportunidades y la justicia, con base en el desarrollo de las capacidades y destrezas individuales, no sólo para vivir, sino para vivir bien. Es decir, procurando el bienestar individual y social de manera sostenible, en términos de las condiciones económicas que deben cumplirse para que el bienestar sea posible en el largo plazo y sustentable, lo que exige preservar el medio ambiente.

4) Cultural. El humanismo radical sostiene que la raíz del desarrollo económico insatisfactorio y de su incompatibilidad con el cuidado del ambiente está en el dualismo y en el hombre mismo que lo sustenta. Una vez que el hombre se piensa como sujeto separado del objeto y de otros sujetos, se da pie para el aferramiento, la indiferencia y el rechazo.

Aunque existe un sentido de respeto y temor por la naturaleza, el escaso desarrollo científico y tecnológico determina que los daños al medio ambiente sean limitados sólo si la población es escasa en relación con los recursos naturales. En sociedades tradicionales, como la maya y la inca, también se piensa que detuvieron su desarrollo por el agotamiento de los recursos naturales, sustento de toda sociedad.

En cambio, en las sociedades modernas, el egoísmo posesivo ilimitado considera a los recursos naturales como un enemigo que hay que dominar y al prójimo como un rival. Sólo en los últimos treinta años se ha empezado a tomar conciencia de nuestra interdependencia con el medio y de que el hombre también forma parte de la naturaleza. La consecuencia ha sido la falta de cuidado del ambiente en México y el mundo, especialmente a partir de la revolución industrial en 1750, y la introducción de medidas correctoras insuficientes en las últimas tres décadas.

En cuanto a las relaciones con el prójimo, la desigualdad se ha acentuado en las últimas décadas entre países, entre personas, familias, etc. Lo anterior es consecuencia de no dar importancia ni a la justicia ni al bienestar social, por lo que no existen políticas ni instituciones que procuren estos valores.

Las propuestas

Económicas. Combatir la perversión y prevaricación del pensamiento económico. Distinguir entre economía y crematística, pugnando por el bienestar social sostenible y sustentable. Eliminar las incongruencias que estimulan la contaminación a través de precios y subsidios, a la vez que se busca proteger el ambiente, aplicando efectivamente el principio ya aceptado en México de "el que contamina paga". Alentar la organización y participación de los agentes involucrados en el origen y efectos de la contaminación, generando mayor y mejor información, precisando los derechos de propiedad y mejorando el sistema de aplicación de justicia.

Impulsar el ahorro y uso eficiente de los recursos naturales, así como el desarrollo de fuentes alternas de energía (eólica, solar, hidráulica, etc.), impulsando los precios, los impuestos y los subsidios de manera progresiva, según el ingreso de los consumidores.

Tecnológicas. Incrementar el apoyo a la investigación y desarrollo tecnológico como porcentaje del producto interno bruto. El país destina menos del 0.5 por ciento del PIB en este campo, en tanto que los países miembros de la OCDE destinan en promedio más de cuatro veces (2.2 por ciento de su PIB). En este renglón, es necesario establecer como prioridad la articulación más eficiente con los sectores productivo y social.

Normas legales. La regulación es importante si el mercado, los impuestos y el intercambio de derechos de contaminación son impotentes. Así sucede cuando simplemente no se puede permitir la emisión de residuos altamente peligrosos. O cuando los políticos se resisten a aprobar alzas impositivas. O bien si las reglas limpias de un mercado bien organizado son violadas por la existencia de información y poderes asimétricos, etcétera.

Una vez que existen información y poderes asimétricos, hay lugar para las leyes y los organismos reguladores, auditores y supervisores, y para complementar los precios y la información de mercados imperfectos con garantías, marcas, reputaciones, etc. En cualquier caso, la regulación debe ser eficiente y justa.

Culturales. Sugerimos líneas arriba que el propósito de lograr que el sendero del crecimiento económico concurra con el sendero del cuidado del ambiente no ha sido logrado por ninguna cultura o civilización conocida hasta ahora. La sabiduría antigua -Platón, Aristóteles, Buda, el cristianismo místico, etcétera- sostiene que la causa raíz está en la ignorancia que mantiene la dualidad: sujeto-objeto, espíritu-materia, yo-el otro, cultura-naturaleza, etcétera.

La dualidad sólo puede disolverse si la cultura se centra en el interior del hombre, proponiendo como objetivo primordial el bienestar social sostenible y sustentable, con la libre realización individual en una comunidad de hombres libres, como sustento, camino y fin, tal como lo defiende la tradición eudemonista. La tarea aún está pendiente en México y en el mundo; enfocar nuestros esfuerzos en estos objetivos es necesario e imposible de aplazar.

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