La Jornada Semanal,  2 de junio del 2002                         núm. 378
Tres
poetas

La zapoteca Natalia Toledo, el zapotlanense Víctor Manuel Pazarín y el bonaerense-gallego Rodolfo Alonso, nos entregan aquí los testimonios de su voz en este momento preciso.

San Agustín Apoala
Natalia Toledo

Habitaciones muchas habitaciones
sobre la montaña
Qué hace Apoala en mis sueños.
Niños bautizados con aire virgen,
de sonrisa convexa.
Danzo en la iglesia con los hombres del pueblo
están disfrazados.
Una piñata se mueve en el cielo
el cura eleva su falo hasta quebrarla,
pedazos de caña nos golpean la cabeza.
Qué hace Apoala en mis sueños.
Águila bicéfala, murciélago volando
en el vientre de la tierra

Natalia López De Paz No. 416
Estoy viva
en la profundidad del tallo
en el grito del que nace.
Mi sangre flor abre de noche como la muduvina,
busca su espacio en la superficie
para habitar el cuerpo que lo inunda.
Sólo sé que los ojos cambian cuando el aire es fresco
y desenvaina las semillas.
Las estrellas amalgama de miradas
que se abrazan en la distancia.
Ahora no soy coágulo
soy púrpura que camina.
Elogio de los cuerpos
Víctor Manuel Pazarín

I. Elogios de los cuerpos

Entró el bosque a la casa para darles raíz. El fuego de los cuerpos iluminó de pronto el pensamiento. El pensamiento hizo posible el elogio de los cuerpos. Los cuerpos la forma de la casa. Entonces la alfombra ardió. El ardor les dio alas a los cuerpos. Y los cuerpos volaron. Se alejaron de pronto y la casa quedó visible. El bosque, dador de alas también, quemó el pensamiento. El pensamiento y los cuerpos bajaron. Ascendieron después sus llamas desde tierra. El bosque los miraba. La mirada del bosque entró a la casa. Iluminó la noche cada vez más crecida. Y de las cenizas los cuerpos volvieron a arder. Ardieron los cuerpos hasta quedar suspendidos. No pudieron bajar.
 

II. Elogio del vino

De la boca de la diosa –ah, su dulce boca, sus rosados labios– surgió el vino. Lo depositó en la boca del Amado: él se estremeció al recibirlo. Embriagados se tocaron los cuerpos; se besaron largamente. Fueron un enorme, eterno temblor. Extendió sus brazos el bosque y fueron acariciados. Llevados por los aires. Quemados por el delicado sopor del verano. El lecho fue entonces la tierna flor de maravilla del bosque. En ella se mecieron. Y de ella surgieron convertidos en música. En fino sonido de cristales.

III. Elogio de la casa

Extensión de los cuerpos: libertad del amor, cárcel del placer, curación de todos los males. Todo en ella se alberga: se sujeta y se amortiza. Se libera y se aprisiona. Cuerpos que son casas, que son vida. ¿Qué en ella falta? ¿La eternidad? Ahora mismo Amor hace las paces. Nada falta. ¿Y los cuerpos amándose? ¿Y la siempre cotidianidad? Faltan las manos de la diosa, manos que siempre encuentran el calor de otras manos. ¿Nada falta? Faltan las palabras de los que se aman pidiéndose la sal. Está el amor y la sal. ¿Falta entonces qué?

A los cuerpos el tiempo y el amor los eterniza.

Crónicas del Proceso
Rodolfo Alonso
 

A Franz Kafka, con toda modestia


Parecía presumirse un panorama
preferible: una fraternidad latente, un coro
subyugado. Pero la cosa vino a dar
en cambalache apenas, mancebía,
trastienda de tartufo, cuchitril
de usurero, lenocinio, caverna
de bandoleros pobres, noche de miserables
lomos mojados por la lluvia
que nunca cesará.

Vizcacha
¿La metáfora viva que buscaron
para buscarse todos, al buscarse,
vuelve como parodia e ironía?
¿Este misterio, este país que somos
y que se enzarza fiero en su destino
como luz mala en el desierto, ahora o
siempre bajo el solazo crudo, al rayo
del deseo, la impaciencia y su hermana
ciega: la impotencia? ¿Ni civiles
ni bárbaros, apenas decadentes?
¿Esa imagen profunda de uno mismo
donde abrevaba el mito, la verdad
oculta porque oscura, oscura
porque honda, eso que nos hacía
ser y que íbamos a ser, culpables,
desolados, quejosos, engreídos,
ni Cruz ni Fierro fueron, sino El Viejo?