Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 6 de junio de 2002
  Primera y Contraportada
  Editorial
  Opinión
  Correo Ilustrado
  Política
  Economía
  Cultura
  Espectáculos
  Estados
  Capital
  Mundo
  Sociedad y Justicia
  Deportes
  Lunes en la Ciencia
  Suplementos
  Perfiles
  Fotografía
  Cartones
  La Jornada de Oriente
  Correo Electrónico
  Busquedas
  >

Política

Octavio Rodríguez Araujo

Más sobre la derecha

ƑSe ha preguntado el lector por qué una mayoría de pobres no puede someter a una minoría de ricos e invertir la pirámide social? La pregunta tiene que ver con un tema recurrente, desde diferentes perspectivas, en los últimos siete días en La Jornada: el avance de la derecha. Hace una semana escribí sobre el tema a propósito de las recientes elecciones en Colombia; el lunes pasado César Güemes entrevistó a Dora Kanoussi sobre el libro titulado El pensamiento conservador en México, en el que participó junto con otros autores, y el martes Luis Hernández Navarro publicó su artículo "El avance de la revolución conservadora". Ninguno de nosotros nos pusimos de acuerdo.

Lo constatable, por estudios y observación empírica, es que la derecha avanza. Si entendemos por derecha la corriente de pensamiento defensora del statu quo y si éste significa que unos cuantos dominan sobre la mayoría, como puede observarse en cualquier país capitalista, entonces se entiende mejor la pregunta inicial.

Una primera respuesta aproximativa sería que la mayoría de la población, generalmente pobre en cualquier país capitalista, es conservadora; es decir, acepta su situación como si fuera una fatalidad o el destino que cada uno tiene. Esta aceptación se debe a muchas razones: culturales, religiosas, ignorancia, ausencia de una conciencia de sí y para sí, influencias ideológicas (en el sentido de conciencia falsa) de los dominadores hacia los dominados, temor a los cambios y al poder y, no menos importante, por el papel que juegan los partidos incluso de izquierda (sobre todo cuando alcanzan el poder).

Otra respuesta aproximativa, no necesariamente excluyente de la anterior, sería que cuando uno o varios sectores de la población resuelven rebelarse (espontáneamente o por influencia de una organización o un liderazgo de oposición) el poder, por su lado, actúa dividiendo, coptando, reprimiendo, desviando las demandas o desnaturalizándolas; y el resto de la sociedad, parte de esa mayoría, actúa como si el problema fuera sólo de unos y no de todos y, por decirlo así, cierra las ventanas o voltea la cara para no involucrarse (indiferencia).

Una tercera respuesta sería que cuando un partido o un liderazgo de oposición y progresista logra levantar un movimiento social (y no lo lleva a la derrota por sectarismo o ultraizquierdismo), y lo conduce por la senda del reformismo, se queda a la mitad del camino en sus demandas, sea por acuerdos con el poder o porque logra conquistar un gobierno sin derrotar a las clases dominantes de las cuales se convierte en aliado. Debe recordarse que las reformas suelen ser concedidas por las clases dominantes a cambio de que no se destruya su poder, y que concederlas es otra forma de aplastar las insurrecciones de los oprimidos y llevarlos a un nuevo conformismo.

Veamos, muy esquemáticamente, el caso sudafricano como un ejemplo revelador y, para mí, sin muchos problemas de interpretación.

A pesar de que 75 por ciento de la población de Sudáfrica es de raza negra, hasta 1994 fue gobernada (y dominada) por una minoría blanca. Durante muchos años la población negra fue confinada a guetos, y fue en éstos donde comenzó a gestarse la rebelión contra el apartheid, organizada principalmente por el Congreso Nacional Africano (NCA) durante el gobierno de Botha (1984-1989).

El endurecimiento de la segregación racial provocó la rebelión negra y, en consecuencia, fueron abolidas prácticamente todas las libertades, desde siempre muy restringidas. Este endurecimiento del gobierno llevó a Sudáfrica al aislamiento económico y diplomático, lo que provocó una aguda división en la clase dominante (a favor y en contra del apartheid). Botha renunció y lo sucedió un negociador, un reformista: De Klerk. Este nuevo gobernante liberó a Nelson Mandela, dirigente del NCA. Se les dio el voto a los negros y en 1994 Mandela ganó la presidencia de la república. La maniobra de De Klerk fue promover a los moderados del NCA. Se terminó el apartheid, pero los pobres siguen dominados por una minoría.

El reformismo del primer presidente negro condujo a la formación de una nueva elite negra, asociada en negocios con la ya existente de origen europeo y, en consecuencia, la población negra (mayoritaria) sigue siendo igual de pobre que antes (cerca de 35 por ciento de la PEA en desempleo abierto), pero con libertades democráticas formales suficientes para elegir a otro presidente negro (Mbeki), también del NCA, que ha traicionado las reivindicaciones ofrecidas antes de la campaña electoral de 1994.

Los gobiernos negros han seguido las mismas políticas que los gobiernos blancos en otros países capitalistas: privatización de empresas públicas, reducción del gasto público y disminución del crecimiento económico, a pesar del control de la inflación. Es la política del partido en el poder, como en todos lados; es la política de la minoría contra la mayoría.

No es difícil sacar conclusiones.

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
Día Mes Año