Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 6 de junio de 2002
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Política

Soledad Loaeza

Enseñar con el ejemplo

En días recientes miembros de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación han dado pruebas devastadoras de lo que ha significado la subordinación de las tareas educativas a la política.

En lugar de legitimar sus demandas demostrando que tienen la capacidad para enseñar a nuestros niños a leer, escribir, sumar y restar, han dado un penoso espectáculo de que antes que maestros son aguerridos combatientes políticos capaces de romper ventanas, tirar rejas, amenazar a los funcionarios e insultar a las autoridades. Cuesta mucho trabajo creer que personajes así de iracundos y rabiosos sean capaces de sentarse a transmitir pacientemente las letras a un niño. Uno se pregunta con qué autoridad se enfrentan en el salón de clase a los escolares revoltosos que les pegan a sus compañeros, rayan las mesas, rompen los cuadernos y se avientan al piso y patalean cuando el maestro les pide una tarea que no hicieron. El comportamiento público de los disidentes magisteriales les resta autoridad para llamar la atención a sus estudiantes malportados, si es que acaso les interesa hacerlo, que podrían revirarles con un: "Pero, maestro, si yo lo vi en la tele hacer lo mismo y hasta peor".

Es cierto que los maestros de las escuelas públicas mexicanas nunca han recibido la atención que merecerían como maestros, dada la importancia de sus labores y la trascendencia de su responsabilidad. Los recursos públicos para educación básica y media siempre han sido insuficientes y la posición de los maestros en la escala del prestigio social -como la de los policías- es muy inferior a la importancia real de sus funciones. Sin embargo, todo ello no excusa las formas que ha adoptado la CNTE para protestar. La insolencia y la violencia de sus acciones denotan en primer lugar la ausencia del verbo, o la desconfianza que le tienen como medio de comunicación.

Es desconcertante que una profesión cuyo fundamento es la palabra recurra preferentemente al grito, los manotazos, las patadas, los palos y tubos, la agresión y la violencia.

De manera inevitable nos preguntamos si estos maestros son capaces de argumentar, redactar sus demandas, desarrollar sus razonamientos, leer leyes y reglamentos, interpretar y escuchar las posturas de la contraparte. Es alarmante que traten de imponer la satisfacción de sus demandas mediante la intimidación, pero es todavía más alarmante pensar que en estos vociferantes luchadores sociales está la educación de nuestros niños que mandamos a la escuela para que reciban lecciones de convivencia social. La primera de ellas: "Para resolver tus problemas usa las palabras, no las manos".

Los disidentes de la CNTE parecen haber olvidado que el civismo es un pilar insustituible de la cultura democrática. Estos luchadores subestiman el valor del respeto al otro, de la tolerancia, del diálogo, de las cortesías mínimas de la convivencia pacífica, pese a que todo esto forma parte esencial de cualquier esfuerzo de superación de los autoritarismos.

Suponer que más estridencia, más vidrios rotos, más asaltos a los recintos públicos es una estrategia legítima en un contexto de cambio democrático revela una interpretación por completo tergiversada de la democracia. También pone al descubierto que no sólo quienes están o estuvieron en el poder son víctimas de la inercia autoritaria, sino que también está presente en actores de oposición que se mantienen anclados en un pasado en el que la ausencia de canales de acción política podía justificar para algunos el recurso a la acción directa.

Los gestos, las actitudes y sobre todo las acciones de los disidentes de la CNTE contradicen sus palabras. A voz en cuello insisten en que luchan por un país más democrático, pero su comportamiento revela un profundo desprecio a instituciones centrales de la democracia que la mayoría de los mexicanos queremos construir, por ejemplo el Senado. Su composición les disgusta, rechazan sus decisiones, pero eso no justifica que lo hayan asaltado como lo hicieron, entre otras razones porque esa estrategia no está contemplada en ningún manual de cultura cívica. Históricamente la democracia es el resultado de un largo proceso civilizatorio, y una de sus reglas de oro es la renuncia a la violencia como instrumento de lucha política.

Los rezagos educativos del país y la historia del magisterio mexicano, sobre todo después de los años 40, son en sí mismos pruebas contundentes de los altísimos costos de la prolongada hegemonía del PRI. Desde las filas del SNTE y desde la oposición que engendró, aquel partido privilegió el protagonismo político del magisterio frente a su responsabilidad en la enseñanza de las letras, los números y la historia de los héroes que nos dieron patria construyendo instituciones. Peor aún, la historia de la educación en México es una en la que por generaciones han pagado justos por pecadores, como lo dejó bien claro el comportamiento de los miembros del CGH durante la prolongadísima huelga de la UNAM de 1999, cuando nos preguntábamos: "ƑQuiénes fueron los maestros de estos jóvenes?" Ahora ya lo sabemos.

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