Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 6 de junio de 2002
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Cultura

Margo Glantz

Estaciones, fortificaciones y campos de concentración

No sé mucho de la vida de Georg Winfried Sebald, pero he leído y releído sus libros. Sólo sé de su vida lo que se lee en las solapas de su última novela, Austerlitz. Nació en Alemania en 1944, dato que a menudo se repite en sus textos, en boca del narrador que parece y no parece ser el propio Sebald. Ganó varios premios con sus libros anteriores (Vértigo, Los emigrantes, Los anillos de Saturno).

Murió de repente, de un infarto, manejando por uno de esos caminos de Inglaterra que tanto amaba recorrer, cuando empezaba a ser conocido y aclamado en el ámbito internacional, como si le diera miedo la fama, porque me imagino que era tan tímido e inseguro y a la vez tan intenso como sus personajes, personajes oscuros y entrañables, tímidos y obsesivos, dedicados a oficios que no sirven para nada: ƑEdward Fitzgerald, un noble inglés del siglo XIX que pasa toda su vida recluido aprendiendo lenguas extrañas, entre ellas el árabe, para dejar como único producto ''útil" de su empeño la traducción del Rubayat, de Omar Khayam?

La estructura de cada una de sus novelas es distinta, pero en todas se repite un dato: el personaje que narra recorre muchas veces a pie, pero también en tren, avión o automóvil, vastas regiones de Europa y de Inglaterra y (en sueños, quizá, del mundo), por una razón u otra, no siempre muy explícitas, siempre es él quien introduce a sus personajes, que pueden ser individuos comunes o corrientes que encuentra a su paso o destacadas figuras de otros tiempos (Stendhal, Conrad, Kafka, Brown, Borges, Flaubert, Rembrandt y algunos pintores holandeses) que pueblan sus lecturas y su escritura, aunque también sucesos históricos que recobran vida cuando el narrador los convoca, sucesos muchas veces relacionados con catástrofes provocadas por la expansión imperial de algunos países europeos, Inglaterra, Bélgica, Rusia, Alemania y el nazismo o por catástrofes naturales, como los huracanes que devastaron el campo inglés o el francés en la última década del siglo XX.

En sus páginas vemos reaparecer paisajes, puertos, prósperas ciudades o mansiones que han dejado de existir o que están en ruinas. También y de manera compulsiva aparecen las grandes estaciones de ferrocarril (la impresionante estación de Bruselas, construida como un monumento a la expansión colonial de Bélgica, que produjo millones de muertos en el Congo) o las insignificantes estaciones ferroviarias o camioneras en donde se embarca o desembarca el narrador-protagonista para emprender o terminar sus interminables transcursos, quizá como preámbulo a su escritura.

De las estaciones, Sebald se traslada a las fortificaciones construidas específicamente para defenderse de las invasiones o de las catástrofes, construcciones que se revelan totalmente inútiles, pues ninguna ha cumplido su cometido, como flagrantemente nos lo recuerda la famosa carta que Choderlos de Laclos dirigió a la Academia Francesa sobre el mariscal de Vauban, célebre arquitecto, constructor de fortificaciones siempre vencidas, como lo sería dos siglos más tarde la orgullosa línea Maginot.

Sí, para Sebald, como antes lo fuera para Choderlos, las fortificaciones son edificios quizá maravillosos como obras de ingeniería pero que nunca cumplen su cometido: defender a los países que los construyen contra sus enemigos. ƑSemejantes, aunque sin esplendor, a las alambradas que se han colocado en las fronteras para proteger al primer mundo de los embates del primero? ƑLas que separan a México de Estados Unidos o las que pretenden proteger el eurotúnel de los múltiples refugiados que intentan penetrar al Reino Unido para obtener una visa, o la vigilancia policiaca que ''protege" a Austria de las invasiones de aquellos que alguna vez fueran ciudadanos del vasto imperio austrohúngaro?

Los zoológicos y los campos de concentración son otros de sus sitios favoritos.

Austerlitz cuenta la historia de un niño judío que a los seis años de edad es enviado a Inglaterra desde Praga para ser adoptado por una pareja formada por un ministro protestante y su esposa, sin que nadie, nunca, le explique su procedencia y el porqué de su viaje, emprendido cuando los nazis invaden Checoslovaquia y empiezan a deportar a los judíos hacia los campos de concentración.

La fortuita visita a una estación inglesa a punto de ser destruida permite a Austerlitz reconstruir su historia y volver a sus raíces, al mismo tiempo una Praga lujosa e imperial y el desolado panorama de un gueto-campo de concentración: Terezín, donde su madre vivió algún tiempo antes de ser aniquilada en Auschwitz.

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