LETRA S
Junio 6 de 2002

La apropiación de los derechos

Claudia Hinojosa es una de las precursoras del movimiento lésbico-gay en México, fue cofundadora en 1978 del grupo Lambda de Liberación Homosexual, una de las primeras organizaciones que difundieron públicamente el derecho a la autodeterminación sexual.
Es también coautora del libro Los derechos de las mujeres son derechos humanos, crónica de una movilización mundial (Edamex, 2000).
En este reportaje, la autora propone un itinerario crítico por la historia reciente de la militancia lésbica, señalando su accidentada vinculación con la causa feminista y los retos a que hoy se enfrenta la construcción de los derechos sexuales.

Claudia Hinojosa



"Por una mujer ladina perdí la tranquilidad(...)
... y a la orillita del río / a la sombra de un pirul /
su querer fue todo mío / una mañanita azul /
y después en la piragua / nos fuimos a navegar /
qué lindo se movía el agua / cuando yo la volví a besar"



Así se oía la voz bravía de Lucha Reyes hace 60 años, sin que nadie realmente creyera que una mujer pudiera hacer que otra "perdiera la tranquilidad". Era una época de esplendor de la cultura popular mexicana, en la que mujeres célebres interpretaron apasionadas canciones de amor dirigidas a otras mujeres --en señal de respeto a la letra de los autores-- sin que esto despertara sospechas de "irregularidad" alguna. Eran tiempos de expansión económica, de estabilidad social, y de un orden férreo en cuanto a los roles sexuales de hombres y mujeres.

La rígida cultura sexual de la época hacía no sólo inimaginables a las mujeres lesbianas, también las volvía socialmente invisibles. Luego de siglos de silencio, y sin memoria escrita, cabe ahora inferir que las lesbianas mexicanas han vivido, durante la mayor parte de su soterrada historia, sin contar con espacios sociales ni opciones económicas para vivir abiertamente sus relaciones amorosas.

Aunque hacia finales de los sesenta las lesbianas siguen siendo personajes casi de ciencia-ficción en el imaginario de la cultura sexual dominante, la explosión de procesos contraculturales y los movimientos de jóvenes no sólo exploran una visión distinta a la versión tradicional del país, sino que la sexualidad se vuelve también territorio de confrontación.

Curiosamente, los oídos de los años sesenta ya escuchan con cierto recelo las canciones de amor que algunas mujeres cantan a otras y que además empiezan a transmitirse masivamente por las crecientes industrias de la radio, el cine y la televisión. Las letras comienzan entonces a ser transformadas, lo cual no siempre funciona muy bien, al menos para gusto de las convenciones sexuales vigentes. Por ejemplo, en voces de algunas grandes intérpretes, una de las creaciones de Agustín Lara se llega a escuchar así: "Blanco diván de tul aguarda tu exquisito abandono de varón...".

La articulación de la voz pública de las lesbianas fue un proceso complejo en el marco de una sociedad que había naturalizado profundamente la invisibilidad cultural del lesbianismo y aceptado universalmente la discriminación, al punto de no reconocerla como tal. En ese sentido, la construcción de una presencia lésbica pública es la historia de la exploración personal y colectiva, de la elaboración de un discurso y de un vocabulario político para responder al interrogatorio del entorno social hostil en cuanto a la pertinencia y significado de vivir "fuera del closet".
 
 

1975: la presencia por el escándalo
En 1975, durante la Conferencia del Año Internacional de la Mujer, realizada en la ciudad de México, la palabra lesbiana se imprime por primera vez en un periódico local respetable. La primera plana de Excélsior informa el 24 de julio: "Defendían chicas de E.U. el homosexualismo", y más adelante precisa: "Un grupo de escritoras mexicanas pidió a la Tribuna del Año Internacional de la Mujer que se trataran asuntos realmente trascendentes para que la Asamblea no se convirtiera, a base de temas banales, en un show". El término lesbianismo aparece luego, con sus efectos estridentes, en las páginas interiores.

La ausencia de lesbianas mexicanas en ese "escándalo" de la conferencia de 1975 parecía darle la razón a las reacciones de prensa, que insistían en que el lesbianismo no era más que una extravagancia importada, que no iba a distraer a las mujeres mexicanas de "sus verdaderos problemas". Sin embargo, un breve texto sin firma, la Declaración de las Lesbianas de México, es entregado a las coordinadoras del foro sobre lesbianismo para su lectura durante el evento. Dicha declaración señala: "Es difícil, lo sabemos, despertar la conciencia de nuestras hermanas oprimidas por sus propios conceptos de autodenigración, pero ése es el primer paso ineludible... La constante acción policiaca, anticonstitucional pero grata a los ojos de una sociedad machista, vuelve casi imposible la acción abierta organizada... Confiamos en que las tácticas de lucha de nuestras hermanas y hermanos homosexuales de otras partes del mundo nos ayuden a encontrar nuestro propio camino."

Para 1975 existen ya en la Ciudad de México grupos de lesbianas y homosexuales que se "equipan" para salir del clóset. El Frente de Liberación Homosexual se había formado desde 1971. En las reuniones de ese Frente se hacen lecturas sobre los principios de la liberación sexual, se discute la ley, y se produce un documento que exige "el cese a toda discriminación contra homosexuales masculinos y femeninos ejercida abierta o veladamente por la legislación y la sociedad". Con estas "armas" se inicia la "guerrilla cultural", abordando en privado a intelectuales, psiquiatras y periodistas, para que la opinión pública deje al fin de referirse a la homosexualidad como una "perversión" o como un delito.
 
 

1978: "No hay libertad política si no hay libertad sexual"
Un clima de expectativas sociales cambiantes, propiciadas por un breve periodo de ilusoria bonanza económica, los espacios democráticos que, muy a pesar suyo, abre la Reforma Política, y el desarrollo del feminismo a finales de los setenta, son sin duda condiciones que en ese momento favorecen la aparición pública del movimiento de lesbianas y homosexuales.

Durante los primeros años de esta irrupción pública, que ocurre en una atmósfera de gran escepticismo respecto de los aparatos legales y en ausencia de una cultura política ciudadana, la invocación de "nuestros derechos" no es de entrada un elemento sustancial del discurso. Una de las maneras en que se formula la finalidad del movimiento es, de manera insistente, la erradicación de la explotación y de la "miseria sexual" de toda la población.

La política en torno a la identidad tampoco es el motor inicial de esa movilización, en la medida en que algunos sectores del movimiento afirman en ese momento que el lesbianismo existe como una categoría separada y problemática de la sexualidad debido a una norma heterosexual impuesta y no a una característica intrínseca de las mujeres lesbianas. A partir de ahí, se reivindica "el derecho a la libre opción sexual" para todas las mujeres.

La noción del "estilo alternativo de vida" que a veces nos coqueteaba desde el otro lado de la frontera tampoco resonaba muy bien en una cultura social todavía monolítica y autoritaria.

Hacia fines de los años setenta en México, la liberación sexual se entiende, en el mejor de los casos, como un asunto sexológico, no político. Algunos sectores del movimiento nos oponemos entonces al discurso de la sexología por considerarla una "domesticación" de la liberación sexual. Sin embargo, es preciso reconocer que el lenguaje de la sexología que comienza entonces a circular en México inaugura nuevas formas de entender la sexualidad y hablar de ella.

Frente a lo que se describe como la despolitización del tema de la sexualidad que hace la sexología, el alegato en esa década era que no bastaba, en nombre de la neutralidad científica y un pretendido vacío ideológico, afirmar que las lesbianas y homosexuales son seres humanos como los otros. Había que identificar y desmontar las creencias y las instituciones que sostenían lo contrario.
 
 

La movilización
La Coordinadora de Grupos Homosexuales toma la decisión de participar en la gran marcha del 2 de octubre de 1978, con motivo del décimo aniversario de la masacre estudiantil de Tlatelolco. Un grupo de lesbianas y homosexuales se suma a un numeroso contingente de diversas organizaciones de izquierda convocadas para protestar por la represión política.

La irrupción de los grupos de lesbianas y homosexuales en el espectro político de la izquierda la percibe con sorpresa y desasosiego una oposición izquierdista solemne y grandilocuente que representaba su fuerza a través de los atributos simbólicos de la virilidad, y que hacía de la maternidad y la vida doméstica la esfera de acción de las mujeres.

Paralela a esta alianza inestable con la izquierda, transcurre simultáneamente la cercanía con el movimiento feminista, que tampoco parece desprovista de fricciones y dificultades, particularmente hacia finales de los setenta, cuando las feministas heterosexuales sienten la necesidad de asegurarle al mundo que no son lesbianas.

No obstante, la identidad política y el aliento inicial de los primeros grupos visibles de lesbianas proviene directamente de los argumentos del feminismo; de su crítica radical a la opresión sexual, que entonces ilumina nuevas formas de entender la sexualidad y la política.

En el pensamiento de algunas de nosotras, la construcción de un espacio para el feminismo lésbico dependería de nuestra capacidad de mostrar los vínculos entre la demanda de "la libre opción sexual" y las demandas de otros movimientos sociales.

En 1979, algunos grupos de feministas lesbianas se incorporan a coaliciones como el Frente Nacional por la Liberación y los Derechos de las Mujeres (Fnalidem) y el Frente Nacional contra la Represión. Se inicia también el debate sobre la sexualidad en algunas organizaciones sindicales (como el Situam y el STUNAM) y partidarias (como el Partido Revolucionario de los Trabajadores y el Partido Comunista Mexicano). Frente a la Embajada de Cuba protestamos por la campaña de estigmatización contra lesbianas y homosexuales en ese país durante el éxodo masivo de 1980 --en un momento de guerra fría en el que no era bien visto por los sectores progresistas del espectro político criticar públicamente al régimen cubano.
 
 

ls-cuadroLa visibilidad
Una de las primeras y principales estrategias del movimiento lésbico gay fue la visibilidad, en tanto reto simbólico y herramienta de educación pública. Buscamos así espacios de expresión en los medios de comunicación y en distintos centros de educación superior. El movimiento creó sus propios órganos de difusión, y a partir de 1979 se organizaron las Marchas anuales del Orgullo Lésbico Gay. En marzo de 1980, un grupo de lesbianas y homosexuales se encontraba, con sus mantas y pancartas, en el altar de la Basílica de Guadalupe, donde culminó la marcha-peregrinación en repudio al asesinato de Monseñor Óscar Arnulfo Romero en el Salvador. En 1982, un sector del movimiento decide participar por primera vez en el proceso electoral y se forma el Comité de Lesbianas y Homosexuales en Apoyo a Rosario Ibarra (CLHARI), la candidata presidencial del Partido Revolucionario de los Trabajadores, quien postula además a una lesbiana y a dos homosexuales como candidatos a diputados.

A lo largo de los años ochenta, la epidemia del VIH/sida comienza a tener efectos devastadores en la comunidad homosexual masculina, redefine el foco de interés y la agenda de los grupos gays, y los grupos organizados de lesbianas experimentan vinculaciones nuevas con el movimiento de mujeres. Luego de la desmovilización momentánea a principios de la década, la crisis lanza a muchas mujeres a la calle, a movilizarse en demanda de servicios urbanos, a organizarse al interior de sus sindicatos, y a participar en procesos electorales. Estas mujeres comienzan a darle una base más amplia al feminismo, al introducir nuevas perspectivas y debates. Al mismo tiempo, el surgimiento del movimiento feminista en otros países latinoamericanos y los cinco Encuentros regionales que atravesaron la década de los ochenta fueron una fuente de revitalización temporal del movimiento lésbico.

En 1987, se realiza en México el Primer Encuentro de Lesbianas Latinoamericanas y de El Caribe, impensable tan sólo unos diez años antes. A fines de ese mismo año, se forma la Coordinadora Nacional del Lesbianas Feministas, y para 1990 la lucha por "la libre opción sexual" se vuelve uno de los tres ejes de trabajo de la Coordinadora Feminista del Distrito Federal.
 
 

Los noventa: la globalización de las demandas
En términos generales, el activismo lésbico feminista de los años noventa aparece estrechamente ligado a las movilizaciones y debates en torno a las conferencias no gubernamentales de las Naciones Unidas durante ese periodo.

Por un lado, eventos como la Conferencia Mundial de Derechos Humanos, Viena 1993; la Conferencia Internacional de Población y Desarrollo, Cairo 1994; la Conferencia Mundial sobre las Mujeres, Beijing 1995; y las evaluaciones quinquenales de los acuerdos de Cairo y Beijing, permiten a las feministas lesbianas hacer enlaces internacionales y aglutinarse en torno a la defensa de los derechos sexuales desde la perspectiva de los derechos humanos. Por el otro, en el escenario de estas reuniones internacionales las feministas lesbianas se enfrentan a la tendencia de los grupos institucionalizados de mujeres a desaparecer el tema del lesbianismo para promover lo que se considera una agenda "negociable" en la implementación de los acuerdos suscritos por sus gobiernos durante las conferencias de Naciones Unidas.

En este contexto, una de las tareas de las feministas lesbianas es exponer las consecuencias que tiene "negociar" la visibilidad y las demandas de las lesbianas para el futuro del movimiento feminista en su conjunto y para la construcción del derecho de todas las mujeres a la autodeterminación sexual.

Frente a este desafío, el marco de los derechos humanos no sólo nos ofrece un nuevo lenguaje y un universo conceptual para repensar el tema de la sexualidad, sino una serie de recursos institucionales que podrían ayudarnos a pasar de la agitación y la denuncia a un proyecto más propositivo.

A partir del andamiaje internacional de los derechos humanos, la pregunta es cómo hacer visibles las violaciones a los derechos humanos de las mujeres lesbianas y cómo generar un clima político en el que estos abusos se vuelvan inaceptables.

Esta intervención en el universo de los derechos humanos nos plantea el reto y la posibilidad de hacer un ejercicio de traducción y de interpretación de cada uno de los principios de los derechos humanos (el derecho a la libertad de expresión, a la seguridad, a la igualdad ante la ley, al matrimonio, etcétera) desde nuestra perspectiva. Esta apropiación de los principios universales de los derechos humanos podría resultar una herramienta útil para contrarrestar la suposición generalizada de que somos un grupo reducido y exótico en busca de derechos nuevos y "específicos", y para asentar que "nuestros derechos" como mujeres lesbianas son exactamente los mismos que los de todas las demás personas.
 
 

Versión editada del original. La completa se puede consultar en la página electrónica de Letra S: http://www.letraese.org.mx.