Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 10 de junio de 2002
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Cultura

Marta Lamas

Cuerpo: diferencia sexual y género

ƑQué hace femenina a una mujer y masculino a un hombre? ƑEs la diferencia sexual un valor social, cultural, o un destino biológicamente determinado? ƑSon las mujeres de hoy verdaderamente autónomas? ƑQué relación existe entre la anatomía y los roles sexuales, sociales y laborales? ƑCómo demostrar que no es "natural" la subordinación femenina, como tampoco lo son la heterosexualidad y otras prácticas? A partir de tales interrogantes, Marta Lamas construye un recorrido teórico, una visión personal y una posición de avanzada en el tema feminista, en el cual es una autoridad a todas luces. Presentamos a nuestros lectores, a manera de adelanto, un fragmento del nuevo libro de Marta Lamas, Cuerpo: diferencia sexual y género, que pondrá a circular en breve la editorial Taurus en su colección Pensamiento

El feminismo puso en duda la "explicación" tradicional de que las diferencias biológicas entre los sexos originan todas las demás disparidades, y planteó que el factor determinante para las diferencias entre mujeres y hombres era la simbolización que cada sociedad hacía de la diferencia sexual. La forma en que cada cultura imagina qué es "lo propio" de cada sexo, supuestamente en correspondencia con el papel reproductivo de cada uno, es lo que la lleva a formular cierto ordenamiento social, inclusive en áreas de la vida social donde lo reproductivo no cuenta. Paulatinamente, el feminismo instauró un cambio en el encuadre de las ciencias sociales al introducir la "perspectiva de género" y, con ella, una nueva forma de ver la tradición intelectual occidental.

Pero al tiempo que esta mirada feminista obligó al pensamiento occidental a reconocer la simbolización de la diferencia sexual, se alejó también de ciertas investigaciones sobre el tema. Así, mientras que en el campo discursivo mostraba las fisuras de la idea de un sujeto supuestamente neutro, pero lingüísticamente masculino -el Hombre- y señalaba que esa abstracción de un sujeto universal, base de las epistemologías occidentales, además de generar un conocimiento claramente androcéntrico, legitima ciertos mecanismos de dominación y exclusión, rehuía simultáneamente las discusiones de las neurociencias sobre varias diferencias demostrables entre mujeres y hombres, y denunciaba como determinismo biológico cualquier intento por explorar las peculiaridades hormonales de cada sexo.

La fuerza moral del imperativo igualitario feminista trasladó la explicación hegemónica sobre el origen de las desigualdades entre mujeres y hombres del sexo al género. Así, el género se transformó en un concepto-metáfora. Los conceptos-metáfora no resuelven la tensión entre las pretensiones universales y los contextos particulares y específicos; por el contrario, su papel es mantener la ambigüedad (Moore, 2002). Sin embargo, la evolución de dicho concepto ha erosionado tal papel.

ƑPor qué un concepto radical con el tiempo pierde su filo y se reifica? ƑPor qué una categoría de análisis adquiere un valor extra-académico y se utiliza en política como un recurso estratégico? ƑCómo es que un conceptometáfora acaba convertido en un fetiche discursivo? Lo que en un momento dado sirvió para des-naturalizar las concepciones ideológicas sobre las mujeres y los hombres y, por ende, para deconstruir los mandatos culturales que reproducen y proponen papeles estereotipados para cada sexo ha sido fetichizado en una versión pedestre de "lo relativo a las mujeres". De esta manera, la poderosa movilización crítica que despertó ha quedado frenada por una "explicación" tautológicamente reiterativa: todo lo que ocurre entre mujeres y hombres es producto del género.

Esta paulatina transformación del concepto de género de una categoría analítica en una fuerza causal (Hawkesworth, 1999) con la cual se intenta explicar todo, se perfila como un obstáculo sustantivo para la comprensión no sólo de las complejas relaciones que se establecen entre las mujeres y los hombres, sino del proceso mismo de constitución del sujeto. Cualquier intento por comprender ese proceso implica retomar la explicación crítica de que el sujeto es, al mismo tiempo, el productor y el producto del significado. Además, el nuevo paradigma respecto de la constitución del sujeto incorpora el descubrimiento freudiano del inconsciente. De ahí que haya que comprender la diferencia sexual como una diferencia fundamental y estructurante, cuyo contenido psíquico excede a la definición anatómica literal: es al mismo tiempo sexo/substancia y sexo/significación. Pensar el sujeto cartesianamente, sin considerar el inconsciente, conduce a errores reduccionistas, como el de sostener que todo es una construcción cultural. Si se esquivan las referencias a la biología y al inconsciente, se realiza una peligrosa simplificación de los varios conflictos que traspasan a los seres humanos. El caso típico es el del ingenuo constructivismo social, que ha obturado el pensamiento crítico en muchos centros de investigación feminista donde se utiliza, como la base para todo, el fetiche de la "perspectiva de género".

Cruzar el umbral del género para arriesgarse a pensar las implicaciones de esa diferencia insondable del cuerpo es el actual desafío de un pensamiento crítico feminista. Aceptar que el sujeto no está dado, sino que es construido en sistemas de significados y representaciones culturales, requiere asumir el hecho incontrovertible de que está encarnado en un cuerpo sexuado. Sin olvidar los intersexos -entre los cuales las personas hermafroditas están hoy planteado cruciales demandas de respeto a su integridad física- asumir la duplicidad biológica básica del sujeto nos hace reconocer el peso y la especificidad de la diferencia sexual.

ƑPor qué al feminismo no le ha interesado calibrar el peso de la biología en las diferencias entre mujeres y hombres? Porque ésta pareciera enfrentarnos con algo arcaico e inmodificable. Sullerot (1979) señala que "la profunda reticencia -la mayor parte de las veces cabe hablar sin exageración de rechazo vehemente- ante la idea de hablar de genética sexual y, por lo tanto, de anclaje del sexo en lo 'dado', lo 'innato' más profundo, procede de un miedo comprensible a que tal conocimiento tenga como frutos sociales la detención del proceso de igualación de los sexos". Por eso la abrumadora mayoría de las feministas, cobijándose en su rechazo al determinado biológico, ha preferido evadir el tema y ha adoptado entusiatamente la perspectiva de género. Tal parece que la gran resistencia a reconocer determinaciones percibidas como inmodificables está ligada con el devastador recuerdo de las prácticas fascistas. Pero el rechazo al uso criminal que se le dio al determinismo biológico durante el siglo pasado no debería cerrarnos la posibilidad de revisar la nueva información biomédica desde una perspectiva libertaria. Hoy el resto es hacer una lectura distinta de lo biológico, sin que la aceptación de la diferencia sexual sea un obstáculo para la igualdad social.

No deja de ser sorprendente que quienes trabajan desde la biología hayan adoptado el concepto de género, mientras que en el ámbito de las ciencias sociales se ha instalado la negación del sexo. Por ejemplo, el Committee on Understandig the Biology of Sex and Gender Differences, del Instituto de Medicina de Estados Unidos, dependiente de la Academia de Ciencias, define sexo como la clasificación de los entes vivos en machos y hembras, de acuerdo con su órganos reproductivos y las funciones asignadas por su determinación cromosómica, y género como la autorrepresentación de las personas como hombres o mujeres y la manera en que las instituciones sociales responden a las personas a partir de su presentación individual (Institute of Medicine, 2001).

Estoy convencida de que reconocer el impacto que las elaboraciones culturales tienen sobre la vida social de mujeres y hombres no debe impedir una apertura a las investigaciones biomédicas, las cuales ofrecen informaciones que presagian develar algunos de los misterios de la diferencia sexual.

El problema es que, actualmente, la moda académica en torno al género ha consolidado una visión constructivista de la naturaleza humana que elude tanto lo biológico como lo psíquico. La globalización hegemónica de la cosificada persctiva de género "ha promovido el voluntarismo en relación con la diferencia sexual, sin considerar ni los datos biomédicos ni los conceptos psicoanalíticos de pulsión, deseo e inconsiente. Si aceptamos que la fractura psíquica que introduce en el inconsciente la configuración diferencial del cuerpo tiene también un efecto político, atisbaremos el peso cualitativo de la diferencia sexual en eso que Bourdieu llama los babitus, o sea, la subjetividad socializada. Así, para reconstruir el mundo y las relaciones de poder entre los sexos, donde aparezca la diferencia sexual en el discurso y en la ley, hay que realizar un movimiento en dos direcciones: por un lado, comprender que los comportamientos sociales masculinos y femeninos no dependen en forma esencial de los hechos biológicos; por otro, explicar cómo los procesos psíquicos toman forman en la actividad de la sociedad. Esto nos obliga a otorgar el peso debido a la compleja estructura de la especie humana: el cuerpo en su condición de carne, mente e inconsciente.

La incapacidad (Ƒresistencia?) para aceptar que existe un sustrato biológico y para comprender que hay una realidad psíquica lleva a pensar que las diferencias entre masculinidad y feminidad son tan sólo el resultado de factores sociales. Y aunque esto empieza a ser criticado por un sector lúcido del feminismo, sus estragos reduccionistas reverberan en las propuestas políticas del movimiento: al centrarse en lo cultural y no explorar ni las diferencias determinantes en el nivel biológico ni los nexos de los registros lacanianos de lo real, lo simbólico y lo imaginario, terminan por considerar las relaciones sociales de un modo muy simplista.

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
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