Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 16 de junio de 2002
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Contra
MAR DE HISTORIAS

Segundo tiempo

CRISTINA PACHECO

MAURICIO: ¿Encontraste Mister Futbol?

BERTHA: No quedaba más que uno y ya lo habían apartado.

MAURICIO: ¿Cómo? (Incrédulo mira la bolsa de la compra). En serio ¿no me lo conseguiste?

BERTHA: ¿Estás sordo? (Regocijada, mira a Luisa que continúa absorta frente al televisor). Ve nada más a mi suegra: metidísima en el juego.

MAURICIO: ¿Crees que encuentre mi periódico en Sanborns?

BERTHA: Ya deja eso. Ni que fuera tan importante. (Abre el envoltorio de las carnitas y se acerca a Luisa para mostrárselo.) ¿A poco no se ven ricas? Sería bueno comerlas ahora que están calientes, ¿no le parece?

LUISA: Y a mis nietos: ¿no los esperamos?

BERTHA: Les advertí que regresaran temprano, pero ya sabe cómo son: jamás obedecen. (A su esposo). Deberías ir por ellos.

MAURICIO: Nunca me dejas ver un partido completo.

BERTHA: Pero si dijiste que querías ir a Sanborns. El Rocket queda de pasada. (Regresa a la cocina). Sergio y Rolando ya estuvieron allí toda la mañana y la verdad no me gusta que pasen tantas horas en las dichosas maquinitas.

LUISA: Cállense, no dejan oír.

MAURICIO: ¿Cómo ves que mi jefa ya se nos volvió futbolera?

BERTHA: Bien. Me da gusto que se distraiga después de todo lo que trabaja. (A su suegra). Por cierto, doña Luisa, qué raro que hoy no haya ido al puesto. Sus clientes la van a extrañar.

LUISA: Nadie sabe el bien que tiene... (Sonríe).

BERTHA: ¿No se le antoja un tequila mientras hago la salsa?

LUISA: Mejor una cerveza.

BERTHA: Híjole, no hay.

MAURICIO: Si quiere le paro a la casetera y voy corriendo a la tienda. Está en la esquina. No me tardo.

LUISA: No hijo, quédate. (Apaga el televisor). Luego que lleguen mis nietos vemos el juego todos juntos.

BERTHA: Esos muchachos quién sabe a qué horas llegarán. En serio, Mauricio, deberías ir a buscarlos.

LUISA: Que no los moleste. Están entretenidos.

BERTHA: Pero se le va a pasar el hambre. Y además, usted siempre quiere irse bien temprano.

LUISA: Hoy no tengo prisa. (Mira el reloj). Podemos esperar a Sergio y a Rolando.

MAURICIO: ¿Entonces no voy por las cervezas?

LUISA: Te dije que te quedaras. (A Bertha) Un tequilita está bien, además no engorda tanto.

BERTHA: Qué bueno que se está cuidando. (Busca las copas en el trinchador).

MAURICIO: ¿Vas a querer?

LUISA: Sírvanse los dos. (Advierte el asombro de sus anfitriones). Una copa no le hace daño a nadie.

BERTHA: Tómensela ustedes mientras hago la salsa.

LUISA: No, hija, estáte con nosotros.

MAURICIO: Mamá, la veo rara, nerviosa: ¿sucede algo?

LUISA: Sí. (Se muerde los labios). De eso quiero hablarles.

MAURICIO: ¿Está enferma?

LUISA: ¡Ni Dios lo mande! (Da tres golpes sobre la mesa). Al contrario, estoy requetebién. ¿No se me nota?

BERTHA: Claro que sí, lo único es que se ve más delgada.

LUISA: Pero no me veo mal ¿verdad? (Se acaricia el rostro). A veces a las personas que adelgazan mucho se les pone la cara como de perro viejo: con los cachetes todos colgados.

MAURICIO: Mamá: ¿desde cuándo le preocupan esas cosas?

BERTHA: Pues ya era hora. (Observa con malicia a su suegra). Y se está poniendo bien guapa. A lo mejor un día de estos nos da la sorpresa y se nos matrimonia.

MAURICIO: No le faltes a mi mamá diciéndole esas cosas.

BERTHA: ¿Le falté, doña Luisa? (A su marido) Si mi suegro viviera ni se me ocurriría pensarlo, pero ella está solita.

MAURICIO: Me tiene a mí y ya sabe que cuenta conmigo para todo. (Se apresura a cambiar de tema). ¡Salud!

BERTHA: Bueno ¿qué es lo que quería decirnos? (Mira sonrojarse a su suegra). Se me figura que le atiné con lo del casorio.

MAURICIO: ¡Ya, chistosa! Deja que hable.

LUISA: No, no pienso casarme...

MAURICIO: Pues claro que no.

LUSA: ... pero voy a juntarme con Ernesto. (Evita la interrupción). No me vean así. Les aseguro que es un buen muchacho.

MAURICIO: ¿Muchacho? (levanta los brazos) ¡Muchacho!

LUISA: Exageré, pero sí es un poquito más joven que yo.

MAURICIO: ¿Qué tan poquito?

LUISA: Doce años. (Con voz firme). Los mismos que me llevaba tu padre, que en paz descanse.

MAURICIO: Sólo eso me faltaba: ¡verte con un padrote!

LUISA: No le digas así a Ernesto porque ni lo conoces.

BERTHA: Tu mamá tiene razón.

MAURICIO: No te metas en esto: es mi madre.

BERTHA: Entonces deberías sentirte contento.

MAURICIO: Pero ¿de qué? ¡Ve lo que está haciendo! (Tiembla). Imagínate que tu mamá te saliera con una cosa así.

BERTHA: Me alegraría de que ya no estuviera sola. (Se le humedecen los ojos). Desde que mi papá murió, ella se ha venido para abajo. Se la pasa quejándose o hablando de sus achaques.

LUISA: Así estaba yo hasta que conocí a Ernesto. (Su expresión se suaviza). Es el capitán de los Flamas, uno de equipos de futbol que van los domingos a los llanos del Queso. Antes de que lo atropellaran y le rompieran su pierna también jugaba. Era portero, tan bueno como El Conejo Pérez.

MAURICIO: Es lo de menos. Dime ¿en qué trabaja el campeón? (Sombrío). O piensas mantenerlo...

LUISA: Oyeme, ¿qué te pasa? Trabaja en la fábrica de veladoras La Bendita. No ganará millones pero le va bien.

BERTHA: ¿Y se le declaró o qué? ¿Cómo estuvo la cosa?

LUISA: Pues, nada hija: al terminar los partidos los muchachos se acercaban a mi changarrito para comerse un sope, un taco. También iba Ernesto. Nos hablábamos normal hasta que un domingo me platicó lo de su accidente y dijo que al darse cuenta de que ya no iba a poder jugar le había dado por la borrachera. Sentí tan feo.

MAURICIO: Ya ven: ¡hasta vicioso es el güey ese!

LUISA: Ernesto no es ningún borracho. Dejó de tomar cuando los compañeros de su equipo lo invitaron a ser su entrenador.

MAURICIO: El que es briago nunca deja de serlo.

LUISA: El sí: para que viviéramos juntos, le puse por condición que dejara la botella y hasta juró en La Villita.

MAURICIO: Lo hizo para encandilarla. Acuérdense de mí, si al rato no vuelve a las andadas.

BERTHA: No te adelantes, cálmate. Acuérdate, no lo conoces.

MAURICIO: Ni quiero.

LUISA: Pues vas a tener que conocerlo; vendrá a las seis para hablar con ustedes.

BERTHA: Entonces de una vez comemos. (A su suegra). ¿O nos esperamos hasta que llegue Ernesto?

MAURICIO: ¡Ah qué la chingada! Ahora resulta que tenemos que esperar al señor para comer. ¡Pues nomás no! El jefe de la casa soy yo y quiero que de una vez salgamos de esta bronca. (Se acerca a su madre). Usted sabe que la adoro y le deseo lo mejor.

BERTHA: Entonces déjala vivir su vida.

MAURICIO: La dejo, pero no quiero que haga el ridículo ni que les ponga el mal ejemplo a sus nietos. ¿Qué va a decirles cuando vean que el Ernesto vive con usted?

LUISA: Que lo quiero, que me gusta, que necesito compañía.

MAURICIO: Mamá, por Dios, a su edad...

LUISA: Sigo siendo una mujer.

MAURICIO: Sí, pero de cincuenta años.

LUISA: No, perdóname: de cuarenta y nueve, si me haces el favor. Un año es un año, sobre todo cuando uno es feliz.

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