Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 16 de junio de 2002
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Cultura

Carlos Bonfil

Las hadas ignorantes

El realizador turco de 43 años Ferzan Ozpetek ha conquistado cierta notoriedad en festivales y cine-clubes con películas que frustran las expectativas de quienes buscan una mezcla de erotismo y color local, a manera de una fábula de Oriente. Títulos como El baño turco (1997) y Hamam (Harem Suare, 1999) ciertamente evocan este tipo de atmósferas, al punto de quedar la segunda cinta relegada en nuestra cartelera como producto soft-porn, en tanto la primera goza todavía de un prestigio de cine de arte. Oztepek abandona Estambul a los 19 años para instalarse en Italia donde estudia cine. Y casi veinte años después, luego de una larga incursión en el teatro experimental, realiza su primera cinta, El baño turco, donde señala el encuentro de dos culturas, la turca y la italiana, en una historia romántica, a orillas del Bósforo, impregnada de melancolía y de deseos frustrados. Un hombre occidental sucumbe ahí al encanto de un joven turco en tanto su esposa se percata paulatinamente del cambio en el comportamiento y disposición afectiva del cónyuge. Lo interesante es la manera en que el director alterna confidencias epistolares y esbozos de una relación marital al borde de la ruptura, con la elegante insinuación de un deseo homosexual, cuyo primer espectador atónito es el propio protagonista.

Las hadas ignorantes (Le fate ignorante) pareciera ser continuación, o variante caprichosa, de esa primera propuesta. Ozpetek filma ahora en Italia. Todo el reparto es italiano, y la ciudad es Roma en vísperas de un desfile gay -el evento denostado que intentan prohibir infructuosamente el Vaticano y una bancada parlamentaria de izquierda. Una mujer, Antonia (Margherita Buy), vive un largo duelo por su esposo muerto en un accidente automovilístico. Un día descubre que su esposo vivió durante siete años una pasión soterrada, y decide ir en busca del tercero en discordia, quien para sorpresa suya, es un hombre (Stefano Accorsi). A partir de este momento, la película toma dos vertientes: por un lado, la confrontación de los rivales, en un absurdo destiempo que se dobla de melancolía y ensoñación necrófila -el hombre ausente es obsesión compartida; y por el otro, la crónica mundana de quienes viven a lado del joven, un pintoresco grupo de hombres y mujeres gay que casi son el ruidoso coro de una tragedia exorcizada en farsa, pues en la misma casa otro hombre agoniza, víctima del sida.

Como en El baño turco, el estilo narrativo de Ozpetek, a la vez discreto e incisivo, evita la caída en el melodrama. Hay sin embargo personajes en ese harén gay romano, improvisado en una terraza del departamento, que son realmente prescindibles, exuberantes hasta el hartazgo -como saldos de movida almodovariana--, y que muy poco añaden al interés de la trama. La imagen del enfermo seropositivo es doliente y desprovista de mayor complejidad. El conflicto real entre los protagonistas centrales -su desencuentro inicial que deriva en complicidad afectiva-- se vive muy al margen de la festividad mundana, de ese carnaval instantáneo que refuerza los clichés de la alegría en el dolor como aspecto distintivo del homosexual en cualquier latitud o época. La comunicación de Antonia con su rival hasta entonces ignorado es el aspecto más logrado de la cinta. Desde otra perspectiva, la que sugiere el título de la cinta, la visita de la enfermera Antonia al hogar donde vive un enfermo de sida, sería el inicio de una revelación redentora. El hada ignorante descubrirá la verdad sobre sí misma y su pasado por obra de un grupo de seres marginales. En una escena culminante, una multitud de gays toma las calles de Roma. Posiblemente anuncia Ozpetek, en tono de cuento fantástico, la cancelación festiva de todos los duelos afectivos, alternando así imágenes de dolor --la pérdida del amante compartido y la pérdida inminente del amigo con sida--con un inesperado manifiesto de optimismo en militancia. El resultado puede desconcertar a más de un espectador bienintencionado. Lo cierto, a final de cuentas, es el talento narrativo y la precisión estilística de un realizador trasterrado, que en su patria de adopción y en un lenguaje ajeno ofrece los diversos modos de declinar la tolerancia afectiva.

Las hadas ignorantes se exhibe en el IX Festival de Verano de la Filmoteca de la UNAM.

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