Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 27 de junio de 2002
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Cultura

Olga Harmony

Macbeth

Hace más de 20 años Jesusa Rodríguez escenificó una versión del texto shakespereano a la que llamó ƑCómo va la noche, Macbeth?, acerca de la cual tuve muchas dudas, según recuerdo, porque proponía que cualquier persona podría ser tan cruel y repugnante moralmente como Macbeth; quizá influyó en mi lectura la odiosa frase -era el inicio del sexenio lopezportillista- ''la corrupción somos todos" con que se parodiaba la frase del Presidente ''la solución somos todos".

Ahora la directora hace una propuesta diferente aunque conserva algunos elementos de la primera, como es que el público eleve unas ramitas para simular el avance del ejército de Macduff camuflado como el bosque de Birnam para cumplir una de las profecías de las brujas. También conserva la escena inicial en la que un hombre duerme y se sueña Macbeth -lo que tampoco resuelve al final-, pero esta vez es un burgués con su muy burguesa esposa para que identifiquemos a esa clase social ambiciosa y capaz de lo que sea para lograr sus fines, equiparables a la tecnocracia que nos gobierna, solapadora de banqueros y demás personajes que sumen en la miseria a ese pueblo aquí representado por las trabajadoras domésticas sometidas a tratos muy crueles (aunque, por fortuna, estas mujeres ya no los soportan, no obstante siguen sufriendo el tuteo clasista y otra suerte de abusos).

Jesusa, en lo que podría ser su retorno al teatro propiamente dicho, sigue teniendo una gran imaginación escénica y sus propuestas visuales son de una gran fuerza, en esta ocasión apoyadas por la escenografía de Carlos Trejo y la iluminación de Juliana Faesler que ambientan lo mismo una elegante recámara, un castillo medieval o una pirámide prehispánica. Trazo y ritmo son excelentes, y algunas soluciones, como la muerte de Duncan y el largo manto rojo en el suelo, la sangre derramada, o el uso de la televisión en la que dos conocidos comentaristas dan las noticias de la guerra, no desdicen de los mejores momentos de la directora. Cuenta también con un excelente Macbeth incorporado por Arturo Ríos, que da todos los tonos requeridos, y una lady representada por Clarissa Malheiros que logra momentos de gran intensidad.

La escenificación es muy lograda, a pesar de que no todo el elenco tenga pareja aptitud actoral, pero ahora me ha creado otro tipo de dudas. Me refiero a los símbolos que utiliza la directora. Bien que la pareja burguesa del principio -que sospechamos por su actitud no está muy bien avenida- después de un despectivo trato a sus empleadas se hinque ante el crucifijo, lo que evidencia la doble moral y el falso cristianismo de su clase, pero asombra ver descender posteriormente al crucificado y que éste sea Duncan con una larga estola roja y la aureola su corona, atributos de poder que después ostentará Macbeth. Es muy buen efecto, pero no logro entender su significado. Lejos estoy de ser una persona religiosa (aunque respeto a quienes lo son de verdad), e incluso no me incumbiría una provocación en ese sentido, pero estoy hablando en términos teatrales. Equiparar a Jesús en la cruz, que para los cristianos es emblema de su redención, con un viejo rey escocés inmiscuido en numerosas guerras, sólo porque es asesinado, para mí es un efectismo sin sentido, amén de que los atributos de Cristo, que después lo serán del rey, son ostentados posteriormente por el traidor asesino.

Tampoco me resulta convincente que las brujas, que se supone tienen pacto con el demonio, resulten ser las empleaditas que aceptan todos los maltratos: es muy difícil que seres que tienen algún poder, en su encarnación no mágica o cotidiana en que realizan las tareas domésticas, tomen tan sumisas actitudes. Más creíble resulta el rito supuestamente prehispánico en el que aflora la venganza tras la intervención de Hécate, pues al principio esas brujitas parecen querer complacer a su brutal amo humano, pues el verdadero es el mismísimo demonio. Jesusa Rodríguez tiene talento y sus imágenes son tan poderosas que no requiere de simbologías que no vienen al caso y que hacen tropezar su discurso dramático y escénico.

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