LETRA S
Julio 4 de 2002

La experiencia límite

ls-el


Manuel Zozaya

Sale uno del centro de Tijuana, con sus bares y sus burdeles, pasa junto a la línea metálica que separa al Imperio del tercer mudo, marcada con las cruces de los que intentaron cruzar hacia una vida mejor y sólo encontraron la muerte. El pavimento se pierde. Parece que nos adentramos en el desierto, cuando avistamos un caserío que apenas cuenta con los servicios elementales. Ahí se encuentra el Centro de integración y recuperación para enfermos de alcoholismo y drogadicción (Cirad: Las Memorias). Un albergue que las circunstancias de aquella frontera han convertido en un centro de atención a personas con VIH. Conversamos con su coordinador.

"Cirad funciona desde 1991, aunque la casa hogar Las Memorias sólo tiene tres años. Aquí en Las Moritas atendemos a personas sin recursos, rechazados por sus seres queridos, debido a la falta de información que hay en torno al VIH. Aquí trabajamos puros voluntarios sin cobrar. No lucramos.

"Hay cupo para 40 personas, pero si nos rebasa la demanda, nadie se queda fuera, buscamos el modo, y ocupamos los sofás. Nos sostenemos a base de talleres formativos y productivos; carpintería, mecánica, serigrafía, etcétera. Por parte de las autoridades, Insesalud nos apoya en lo médico: análisis, consultas radiografías, hospitalizaciones y medicamento profiláctico, y por medio del Procabi, que es el Proyecto de consejo y apoyo binacional, conseguimos medicamentos en Estados Unidos.

"Antes la vía de transmisión más común era el sexo entre varones, pero ahora ya se está emparejando por el uso de jeringas compartidas con personas con VIH. Cada día aumenta el consumo de heroína. También hay infecciones heterosexuales, pero la transmisión entre hombres sigue siendo la principal. Aquí siempre ha habido gays. En esta casa hemos atendido como a 450 personas. 150 se han dado de alta, pero otro tanto ha fallecido. Hay unos de corta estancia; vienen a hidratarse a causa de la diarrea o el vómito, y se manejan a nivel ambulatorio.

"Estar aquí le da sentido a mi existencia. Yo llegué pidiendo ayuda, hecho pedazos moralmente y en un estado físico lamentable. Hoy en día soy un ser agradecido y comprometido. A los pocos meses empecé a poner sueros, inyecciones, atender al ser humano directamente, como lo hicieron conmigo. A mí me llevaban la comida a la cama; tenía 'las malillas' juntas, del alcohol y las drogas y no me podía levantar. No olvido que hubo quien me atendió y me puso un suero y una cobija agujerada, y me dijo sí se puede vivir sin drogas y sin alcohol. Porque yo quería vivir con la botella pegada en la boca, en un picadero o en un carro abandonado donde mis únicos acompañantes fueran un perro muerto y un excremento seco y mosqueado. Así vivía yo, junto al VIH, compartiendo jeringas con muchísimas personas que vi morir, diez años me piqué en la penitenciaría, sin embargo, por una casualidad única, no tengo el VIH. Lo que tengo es hepatitis C, que contraje por medio de las jeringas. Implementar programas de intercambio de jeringas es tan importante como repartir condones."