Jornada Semanal,  14 de julio de 2002           núm. 384 

ANA GARCÍA BERGUA



SOBRE (PARÉNTESIS)
Y EL TOTALITARISMO
DEL MERCADO

Hace una semana se publicó en varios medios impresos una carta del consejo editorial de la revista (Paréntesis) en la que sus integrantes se deslindaban de la nueva publicación con el mismo nombre que va a imprimir el empresario que hasta entonces la financiaba –o que había prometido hacerlo, pues según expresaban en la misiva los integrantes de la redacción y el consejo editorial de (Paréntesis), a cuya cabeza estaba el narrador, ensayista y poeta Jaime Moreno Villarreal, no había cumplido con el pago a los realizadores y a los colaboradores de la revista. A reserva de lo que haya ocurrido en lo que sale esta columna escrita el 2 de julio, el caso de (Paréntesis) añade un sesgo más de decepción a lo que está ocurriendo en el medio de la cultura mexicana, cada vez más cercado por las presiones hacendarias, el antiintelectualismo resentido y chabacano, y el desprecio al valor único de cada creación artística. De la misma manera que el Plural al que Octavio Paz renunció tras el oprobioso golpe a Excélsior no volvió a ser el Plural que siguió editando dicho periódico en los años subsiguientes, el proyecto de (Paréntesis) deberá resurgir en otra publicación que lleve otro nombre, pues éste es "propiedad" de una persona. Lo que es increíble es que alguien pueda pensar que el proyecto intelectual y artístico que presupone la creación de una revista se pueda poseer y por lo tanto suplantar con otros individuos poniéndole el mismo nombre; pensándolo bien, la verdad resulta hasta inocente. Es parte, desgraciadamente, de la "cultura" empresarial, aquella que propugna que nadie en un trabajo es irremplazable y que por cierto ha causado el despido de muchos trabajadores de las empresas en todo el mundo, sin causa ni derecho alguno, en los últimos años. Quizá habría que explicar a los nuevos empresarios mexicanos interesados en involucrarse con la cultura –cosa que por otra parte es de lo más loable– que esa vara de medir, si bien ayudó a terminar con el elefantiásico priísmo y sus burocracias, si de por sí es inhumana e injusta, en el campo de la cultura lo que terminará haciendo es, simplemente, acabarla, porque es lo opuesto a su naturaleza. Que un proyecto cultural representa, por fuerza, cierto altruismo –altruismo quizá deducible de impuestos, no lo sé, que comienza por valorar y pagar el trabajo de la gente. En Estados Unidos hay fundaciones culturales forjadas por empresarios que son muy serias: piensen en la Guggenheim y en la Rockefeller, así como probadita, y en México tenemos el caso de Carlos Slim, cuya Fundación Telmex patrocina a las artes de diversas maneras, o la propia Fundación Televisa. Lo que no acabo de entender es por qué en México siempre a la hora de financiar a las letras hay penurias y dificultades: las revistas literarias, y más las que editan poesía, son casi siempre un ejemplo de heroísmo y figura de fugacidad, pues quienes las financian, o bien son personas bienintencionadas cuya poca fortuna sucumbe a los pocos números si no reciben un apoyo muy loable del Estado, o bien son empresarios que esperan que les den dinero como si fueran tiendas o franquicias, lo cual es absolutamente imposible de lograr. Para volver a lo que decía, nada hay más lejano de la cultura que la idea de una franquicia o una corporación, porque éstas tienden a igualar todo: sus tiendas, sus consumidores, sus mercancías. De alguna manera son totalitarias y ávidas de ganancia rápida, y al igual que los regímenes totalitarios tienden a subvalorar lo que a fuerza deben realizar los individuos, es decir la cultura. No sé, quizá los empresarios aprendan algún día que su aportación a la cultura de un país, realizada por los artistas de ese país, es verdaderamente importante, más allá de las ganancias y de sus propios gustos y manías. De cualquier manera, les decía, el panorama es triste: en el otro extremo tenemos al gobierno de la Ciudad de México, cuyo proyecto cultural, de por sí cerrado y amateur, se adereza con el ofrecimiento a los artistas de estímulos irrisorios, insultantes, por su trabajo, con lo que contribuyen a la desprofesionalización de la cultura y su pauperización. De ser México un territorio cultural variado y cosmopolita, de vuelos muy altos, de artistas plásticos, músicos, escritores, arquitectos verdaderamente grandes, de talla universal, nos encaminamos a este paso a ser un rancho grande y lleno de franquicias. Por todo ello, yo me uno a quienes propugnan por cerrar filas en defensa de la cultura y la creación artística e intelectual en México, a devolver las necesarias exenciones a la industria editorial y a los derechos autorales, y propongo educar a los empresarios que quieran apoyar a las artes. Quizá es fácil disolvernos como a terrones de azúcar, tal como dijo el senador Fernández de Cevallos; el problema es que al paso que vamos será el país el que se quede sin azúcar.
 
 

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JAVIER SICILIA

EROS Y RELIGIÓN

La influencia platónica con la que cierto pensamiento de la Iglesia interpretó el acontecimiento Crístico, hizo que por mucho tiempo miráramos la realidad humana como dual: el cuerpo –esa evidencia efímera, sometida a las horribles leyes de la Caída y destinada a la muerte– y el alma –esa evidencia interior que, redimida por Cristo, domina al cuerpo y el día de la muerte volará hasta Dios.

Esta visión provocó que una buena parte de la Iglesia comprendiera el eros –conjunto de tendencias y deseos sexuales sublimados por los poderes de la imaginación– como una realidad pecaminosa. Sus sospechas en los siglos XIX y XX llegaron a ser tan terribles que se vio como pecado venial el hecho de que un matrimonio viviera a veces su sexualidad sin la expresa intención de procrear.

No podemos decir que en sus partes más profundas, es decir, ahí donde la sabiduría enciende los focos de alarma sobre el eros, la Iglesia esté equivocada: el eros, en una realidad Caída, es terriblemente ambiguo: puede ser un instrumento de degradación –prostitución, aborto, destrucción de la vida moral y espiritual– o, tocado por los poderes del amor, un instrumento de sublimación –profundidad de la vida marital, camino de santificación y de encuentro con el misterio de Dios en la donación.

En donde se ha equivocado es en mirar al hombre como una realidad dual en la que el eros, que se vive en y desde el cuerpo, se vuelve necesariamente pecaminoso. Si algo dice el cristianismo, es precisamente que no somos una dualidad: Cristo no sólo se encarna, sino que resucita y vuelve a Dios con su corporalidad humana transfigurada; el mundo que redimió es éste: una unidad compleja y profunda en donde lo invisible se evidencia en la corporalidad de lo visible. En este sentido, no existe una espiritualidad desencarnada. El mismo budismo, que sospecha, más que esas partes del cristianismo influidas por el platonismo, de todo lo que es corporalidad, experimenta lo inefable en y a través del cuerpo: la iluminación sucede en los sentidos que al recogerse en la meditación son dirigidos al misterio de lo invisible.

Si esto sucede en el budismo, cuanto más sucede en el cristianismo en donde lo inefable se ha revelado en la corporalidad de Cristo. Santa Teresa recomendaba sabiamente no prescindir del cuerpo de Cristo y ella, como todos los místicos, sabía que esa relacionalidad con el cuerpo divino del crucificado es del orden del eros. Todo deseo humano –y lo humano es puro deseo– es en realidad deseo de lo inefable que pasa por la mediación del cuerpo en el que un día resucitará. No hay, para saberlo, más que asomarse al lenguaje y a las experiencias de los místicos de la tradición cristiana y de la tradición judía, de la que el propio cristianismo viene: la "transverberación" de Santa Teresa –maravillosamente representada en el mármol de Bernini–; los "traspasamientos" de Concepción Cabrera de Armida –experiencia semejante a la de la "transverberación", o los poemas de la primera, los de San Juan de la Cruz, las meditaciones sobre "El tercer amor" de la segunda, o esa joya del misticismo judío que es el Cantar de los cantares, viven y dicen la experiencia del espíritu a través del eros y de su corporalidad. Hay, en este sentido, una preciosa anécdota en el Talmud. Un discípulo pregunta al Sumo Sacerdote qué es lo que ve cuando el día del Yom Kipur entra en el Santo de los Santos y se postra en tierra. El Sumo Sacerdote responde: "Dos pechos de mujer cubiertos por un velo." El Inefable, el que en la tradición hebrea no tiene cuerpo, pasa, en el momento más sacramental del año, a través de la mediación del eros. De hecho, el verbo conocer, tiene en la tradición hebrea el sentido erótico de entrar en la intimidad. Sólo conoce quien, en la donación, entra en la profundidad o es penetrado por ella.

Ahora bien, en los propios místicos esta relacionalidad con el totalmente Otro, tiene también su contraparte en la relacionalidad erótica con el diferente. En muchos casos, el místico logra entrar en la experiencia del Inefable a través de una mediación humana en la que está implícito el eros. Son conocidos los extraños y secretos vínculos de ciertas parejas en el mundo de la mística, nombraré sólo algunos: Santa Clara y San Francisco de Asís; Santa Teresa y Fray Jerónimo Gracián; San Juan de la Cruz y Ana de Jesús; Concepción Cabrera de Armida y Félix Rougier; León Bloy y la prostituta Marie Roulé. En todas estas parejas, el enamoramiento, lleno de eros, se convierte en un umbral a través del cual contemplan al Deseado y se abren a su encuentro. Son compañeros en el amor de Dios que se revelan uno a otro en sus presencias. Dios pasa a través de ellos, porque en el amor que se despiertan, Dios, como en cualquiera de sus criaturas, no sólo está participado sino redimido en el cuerpo de Cristo. Son compañeros que cumplen al pie de la letra esa preciosa definición de Chesterton sobre el cristianismo: "ir de la mano de alguien a algún sitio".

Está anécdota de San Francisco pinta mejor, en su poesía, lo que quiero decir. Cuentan que un día el hermano Francisco, después de descubrir algún atributo de Dios en cada una de sus criaturas, llegó a una río e inclinándose en él pidió al Señor que le mostrara su belleza. Sobre las aguas del río no se reflejó el rostro de San Francisco, tampoco el de Cristo, sino el de su amada Clara.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos y evitar que Costco se construya en el Casino de la Selva y el aeropuerto en Atenco.