Ojarasca 63  julio de 2002

CANCIONES DE AMOR Y ODIO: SHERMAN ALEXIE

 
Sherman Alexie transita por los caminos que van del desencanto a la liberación interior, revelando el desgarramiento que viven los pueblos indios de Estados Unidos. Miembro del pueblo spokane, de Wellpinit, Washington, ha hecho fortuna crítica con su novela El indio más duro del mundo (publicada en castellano por Editorial Anagrama) y con la película Señales de humo (Smoke Signals), para la cual adaptó uno de sus propios relatos.
   Otra novela muy difundida es Indio asesino (Indian Killer); ha publicado numerosos relatos y los notables libros de poesía El asunto de la danza, Primer indio en la luna, El verano de las viudas negras y Una canción de palo.
(Traducción del inglés HB)

 
La Guerra de los Ratones



Estábamos tirando seis botes de basura cuando vimos docenas de ratones

correr por sus vidas a través de la arena gris de la pista aérea

de la reservación. Con una estaca y un palo de escoba, mi primo y yo 
 
 

salimos tras ellos. Yo descabecé 27 antes de aplastar 

un ratón y convertirlo en un charco rojo. La reservación

me había enseñado a odiar, así que era fácil odiar a los ratones.
 
 

Blandí la estaca hasta ampollarme las manos. Mataba ratones

porque eran ratones. Blandí la estaca hasta que 

ya no pude levantar más los brazos. Odiaba la reservación
 
 

porque era la reservación. Mi reservación.

Blandí la estaca hasta que los ratones sobrevivientes

se escondieron bajo el grueso pasto que rodeaba el limar. Yo
 
 

seguí tras ellos. Azoté el pasto porque era pasto. Odiaba

el pasto porque la reservación

me enseñó a odiar el pasto. Perseguí el último de los ratones
 
 

hasta el último resquicio. Allí, en ese lugar,

me le planté encima porque él era parte de todos los ratones. 

Le rompí la espina porque mi reservación
 
 

creía en las espinas rotas, porque mi reservación creía en la sangre,

porque mi reservación creía en ratones

y las espinas rotas y la sangre de los ratones. Porque yo
 
 

creía en la sangre de los ratones. Cuando vi la sangre en mis zapatos

me arrodillé a rezar. Oh, Dios, la sangre de los ratones.

Oh, Dios, la espalda rota de mi reservación
 
 

se conmueve y tiembla. La grieta que parte mi reservación por el medio

me lleva de una a otra falta, de la sangre de un ratón

a la de otro, de esta plegaria a esa plegaria. Oh, Dios, 
 
 

sacudí mis zapatos sobre un barril en llamas. Oh, Dios, 

hundí los ratones muertos en el fuego y mi reservación

ardió. Oh, Dios, es así como recuerdo mi guerra con los ratones
 
 

quienes, de principio a fin, sólo querían ser ratones,

mientras nosotros éramos dos niños indios, mi primo y yo

quienes, de principio a fin, sólo queríamos irnos de la reservación.

Amor en el Pow wow



1.

"Para cortejar, los pájaros y los indios son iguales", me dice un amigo blanco mientras vemos a los apuestos danzantes

con sus plumas rojas, amarillas, anaranjadas y azules. "Los hombres son los que llevan los colores más brillantes."
 

2.

Cuando quiero que una mujer india me haga caso, me pongo una camisa roja que huele a pow wow:

a humo de fogata, humo de pan frito, humo de tabaco, humo de artemisa, humo de zacate,

humo de barril prendido, humo de yerba, humo de incendio, humo de petardo, humo de cabellos chamuscados,

humo de escape, humo de salmón ahumado, humo del encededor del carro, humo de dos cuerpos que se frotan.
 

3.

En el pow wow, mi primo Esteban, vistiendo una camisa roja, se metió a la camioneta con una hermosa mujer india

llamada Fawn (en esos días todas se llamaban Fawn) y me pidió que le hiciera guardia.

A la luz de la fogata, asomé por la ventana y vi a la mujer india 

hundir la cabeza entre las piernas de Esteban y metérselo en la boca. Vi a Esteban bajar la cabeza

y besarla profundamente. Me pregunté a qué sabría ella en ese preciso momento. Los observé

mientras escalaban el bulto más grande. Se desvistieron el uno al otro. Eran sombras que se movían desde nuevos ángulos.

Se convirtieron en un solo cuerpo, piernas increíbles. No distinguí sus rostros. No alcanzaba a ver

sus ojos.

No veía sus bocas. No veía ya. Puse más leña en la fogata.
 

4.

Puesto que seré visto en público, mi madre me cose una camisa de listones: una camisa negra de algodón

con brillantes cintas rojas en el pecho y la espalda. Traigo pantalones de mezclilla ajustados. Llevaré trenzas

si quiero atraer a una mujer india que hable el idioma de su tribu. Luciré

cola de caballo si quiero atraer a la mujer india que juega basquetbol.

Llevaré suelto el pelo y sin peinar si quiero atraer a una mujer india

que me suba a una camioneta y me enseñe todo acerca de su cuerpo oscuro.
 

5. 

En el intermedio de un pow wow, mi primo Esteban (ya saben cuál) trajo a una guapa mujer india llamada Desiré (ese era su nombre, no una metáfora del deseo). El resto

de mi familia, mamá y papá, mis hermanos y hermanas seguían en el pow wow. "Usen mi cama", 

les dije a Esteban y Desiré. A través de la puerta oí a Esteban bajarle a Desiré los calzones a lo largo de

sus piernas prietas. Oí por la puerta a Desiré soltarse la liga de su cabellera negra. 

Detrás de la puerta escuché cómo Desiré dejaba caer su negra cabellera sobre las sábanas blancas y tibias.
 

6. 

Estoy casado con una mujer que cuando baila en los pow wows viste un faldón rojo. 

Cuando ella está lejos, me llevo ese faldón a la cara y memorizo su olor.

quema

El Testerazo, Nayarit
 
 

regresa a portada