Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 23 de julio de 2002
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Política

José Blanco

Pluralidad y política ineficaz

En todas partes los movimientos sociales son iguales: luchan por alcanzar metas de su interés o por defender los que consideran sus derechos particulares. En algunos casos esos derechos no existen como tales puesto que no están contenidos en el derecho positivo (tal es el caso, por ejemplo, de los "derechos negados" que alega el EZLN). Lo que la lucha expresa es la aspiración de que sus demandas se incluyan en las leyes. El distintivo de todo movimiento social es el particularismo. Así ocurre con los ejidatarios de Atenco, o los indígenas de Chiapas, o los deudores agrupados en El Barzón, o los profesores de la CNTE, y tantos más. En todo caso un movimiento social no se hace cargo de la problemática de la sociedad como conjunto; sólo de sus demandas propias particulares.

Los intereses particulares legítimos de un movimiento social con frecuencia son contradictorios respecto a los intereses particulares legítimos de otro movimiento social: un aumento en los precios de los bienes agrícolas por el que luchan determinados campesinos resulta contrario a los intereses de los asalariados urbanos, por ejemplo. A veces, unos intereses particulares pueden entrar en conflicto con el interés general. Es el caso del nuevo aeropuerto.

Hay a lo largo y ancho de la República un gran número de movimientos sociales, cuyos intereses forman una problemática abigarrada de la que nadie parece ocuparse en conjunto. Los intereses diversos de los movimientos sociales sólo pueden ser resueltos en una síntesis política que corresponde a los partidos políticos y a los poderes públicos realizar. Pero esa síntesis, a su vez, exige acuerdos mínimos para la nación; los acuerdos en lo fundamental de que hablaba Mariano Otero en el siglo xix.

Acuerdos en lo fundamental no se asoman en ninguna parte ni de casualidad. La derrota política del PRI el 2 de julio de 2000 permitió la emergencia con gran fuerza de la pluralidad real de este país y, desde entonces, el barullo aumentó, y el desorden político también. Los partidos políticos y el gobierno no parecen estar en la posibilidad de plantearse la síntesis política de la inmensa variedad de los intereses particulares.

En el espacio de la política ahí están, luchando por la restauración, los grupos de priístas que ven en el grupo de "tecnócratas" de su propio partido la explicación de la pérdida del poder. La restauración del corporativismo y del populismo son las metas de este grupo, que concuerda con un importante número de movimientos sociales. Un número significativo de militantes del PRD coincide ideológicamente con esos priístas, aunque no coincida necesariamente con ellos en el espacio de la política, dada la lucha por el poder. Ahí está también la diversidad dispersa de los socialdemócratas, en el PRI, en el PRD y en otras agrupaciones sociales y políticas, sin hallar el camino para hacerse oír por la sociedad.

Están también los liberales a ultranza. Véase el desencuentro profundo entre una expresión desenfadada como la de Diego Fernández de Cevallos, diciendo "en México los ricos hacemos negocios", algo para el diputado panista absolutamente normal, que La Jornada en general leyó como cinismo. Ahí están asimismo los neoliberales modernizadores apegados al Consenso de Washington y al proyecto del imperio, sans phrases.

No es extraño, así, que estas polarizaciones se hallen incapacitadas para construir síntesis políticas de las demandas sociales. Véase un proyecto modernizador como el Plan Puebla-Panamá que encuentra una inmediata oposición de los grupos conservadores -organizaciones campesinas e indígenas y sus intelectuales orgánicos- que, legítimamente, no quieren cambiar. Así el país marcha en buena medida a la deriva, porque los diversos segmentos de la sociedad política continúan comportándose como si fueran movimientos sociales y no agrupamientos políticos que tienen la obligación de hacerse cargo del todo social, tal como éste es, con su diversidad de contradicciones.

Sin una rápida madurez de la sociedad política, México va rumbo a una dilaceración social grave que acarreará problemas cada vez más difíciles de encauzar. La pluralidad política, cultural y social de México no es una virtud en sí misma. Si los instrumentos de la política no hallan la vía para un acuerdo en lo fundamental, la pluralidad puede convertirse en un atentado contra la difícil unidad de la nación.

Un aviso importante de estos riesgos es la reforma constitucional en materia indígena. La reforma no fue aceptada por el EZLN ni por el Congreso Nacional Indígena ni por muchas organizaciones más. La reforma que quiere el EZLN requiere una forma de Estado que no es el Estado liberal plasmado en la Constitución. Por lo tanto, aquí no se percibe acuerdo posible, sino desacuerdo insuperable. ƑCuántos problemas de esta índole están inscritos en nuestra vida social de hoy?

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