241 ° DOMINGO 4 DE AGOSTO / 2002
De la Virgen histórica al santo pollero
Viejas y nuevas devociones
de los migrantes

ARTURO CANO

Ayudan a librar a la migra, interceden para arreglar la residencia, libran de todo mal a quienes están lejos de su tierra, en lugares extraños. Son los santos que los migrantes han adoptado como suyos, un puente –a veces el único– entre la tierra que se deja y el presente a veces incierto y confuso. Unos han pasado la prueba del tiempo y de la fe. Otros apenas comienzan a mostrar sus milagros
 

Ilustración tomada del libro La experiencia iconográfica de la migración México-Estados Unidos, Jorge Durand y Patricia Arias, Ed. Altexto, 2000, Cortesía de los autores.SANTA ANA DE GUADALUPE, Jalisco. Se llamaba José, dicen, y era de Michoacán. Vino aquí, juran, en busca de Toribio Romo, a quien debía un favor muy especial. Estando en la frontera, sin papeles ni guía, sin esperanza alguna, se topó con un joven que tras un breve intercambio le ofreció: “Puedo pasarte la frontera y conseguirte un trabajo”. Dos años más tarde, el michoacano llegó a esta ranchería de Los Altos de Jalisco y preguntó por su amigo. Todas las señas lo llevaron a una capilla donde se guardaban los restos del hijo predilecto de Santa Ana, un cura fusilado por soldados del ejército federal en 1928, durante la guerra cristera. Un cura que desde hace dos años es santo. No todos los polleros, ya se ve, son el diablo que pintan los gobiernos de México y Estados Unidos.

“No he podido dar con el beneficiario de ese milagro”, admite el párroco Gabriel González Pérez, quien en sólo dos años convirtió dos modestas capillas en un complejo religioso que los fines de semana recibe al menos 5 mil peregrinos. Y que va por más.

El “milagro” de San Toribio Romo no sólo corre de boca en boca (“dice la gente”, justifica el párroco). La iglesia católica en Jalisco se encarga de difundirlo en sus publicaciones oficiales (donde lo llaman El patrono de los migrantes) y el párroco de Santa Ana de decir que el milagro “está en estudio” por la diócesis de San Juan de Los Lagos.

¿Hizo San Toribio Romo el milagro de vencer a la migra?

José Luis de los Arcos, quien se dedica a “la limpieza” en los alrededores del aeropuerto de Los Angeles, California, dice que sí, que él tiene conocidos y amigos a quienes el santo ha hecho el milagro de cruzar la frontera sin papeles.

Es domingo y el nuevo santuario está repleto de visitantes. José Luis de los Arcos acaba de llegar con toda su familia y estaciona su camionetota blanca con placas de California, de lujo y nuevecita, frente al Restaurante del Peregrino. Tiene prisa por subir a la capilla pero se da tiempo para contar que lleva 20 años del otro lado y de soltar una sonrisa de orgullo al señalar a la jovencita a su lado, su hijastra: “Ella es nacida allá”.

“Sí, a nosotros se nos hizo realidad el sueño americano”, dice, orgulloso, enfundado en sus pantalones cortos, con aire vacacional, dominguero, el migrante exitoso que de todos modos viene a refrendar su fe y se declara sorprendido de la transformación de Santa Ana de Guadalupe. Porque, hay que decirlo, puede ser que San Toribio Romo le haya hecho el milagro al michoacano de la historia que cuentan. Puede que no. Pero a Santa Ana, su pueblo natal, San Toribio Romo sí le cumplió.

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Ni agua ni teléfono ni carretera. No había nada. Es más, los parientes directos del santo hace muchos ayeres marcharon a Guadalajara y Aguascalientes. Pero gracias a su santo, los habitantes de Santa Ana, a siete kilómetros de Jalostotitlán y dos horas de Guadalajara, lograron que pavimentaran el camino que une la ranchería con la carretera principal. Y no sólo tienen ya agua y teléfono, sino que buena parte de las casas de la ranchería han sido recientemente ampliadas o remozadas.

Toribio Romo fue canonizado en mayo de 2000 por el Papa Juan Pablo II, en la lista de los 25 mártires cristeros. Luego, por una mezcla de razones entre las que no es menor el activismo de su párroco, el santo se convirtió en uno de los favoritos de entre los ocho mártires originarios de Los Altos de Jalisco. Santa Ana ya es otro. Como en el eslogan reciente de una cadena televisora, aquí la fe sí se ve.

Desde lo alto, al llegar al poblado de apenas 390 habitantes, se alcanzan a contar unos 50 autobuses de pasajeros y muchos vehículos particulares estacionados en las áreas dispuestas para ello, donde además se construyeron locales comerciales. En el mes de febrero pasado, dice el párroco, “tuvimos tres domingos con más de 200 autobuses”. En parte, la afluencia de peregrinos se debe al éxito que ha conseguido el consejo de promoción turística estatal al crear la “ruta cristera”, que todos los fines de semana organiza tours para los habitantes de la región.

José Casillas y José Luis Martín vinieron en uno de esos paseos. Salieron de Pegueros por la mañana y por 65 pesos visitan este domingo San Juan de los Lagos y Santa Ana de Guadalupe. Ambos muy jóvenes, podrían pasar, según el estereotipo, por cholos fronterizos. Casillas anda por acá de vacaciones, porque normalmente vive en Los Angeles. Martín dice que estuvo diez años en Las Vegas y que su mamá le habló de los milagros de San Toribio, y que por eso vino. A ninguno de los dos les preocupa que ahora sea más difícil cruzar la frontera. “Vamos a seguir pasando porque los mexicanos somos bien cabrones”, dice José Luis.

El camino recién asfaltado remata en una callejuela terregosa que constrasta con la nueva calle empedrada y con alumbrado que conduce a la capilla donde reposan los restos del Santo. A un costado está la casa del cura, con amplias terrazas y jardines, además de una cancha de frontenis. Otra nueva construcción es el Restaurante del Peregrino, también propiedad de la parroquia, en cuya parte alta hay un local de venta de ropa deportiva. Hasta hace unos meses, la empresa Atlética donaba playeras defectuosas para que la parroquia las revendiera. Hoy ya no se las regala, pero se las da a un buen precio.

Detrás del santuario avanza viento en popa la construcción de un “centro de reflexión” sacerdotal, que incluirá 24 habitaciones, sala de juntas, oratorio, comedor y un patio central con una cascada con una caída de cuatro metros. Para todas estas obras, “llegamos a tener hasta 100 personas trabajando”, dice el párroco, desconfiado de los reporteros que “luego me publican en la sección de negocios”.

Cuando llegó aquí, en 1997, el párroco Gabriel sólo oficiaba una misa dominical. Actualmente hay cinco misas y el santuario no sólo es autofinanciable, sino que servirá para sostener el “centro de reflexión”. Todo, dice el párroco, con precios bajos en las “colecturías” que venden imágenes del santo que luego él mismo bendice. “No queremos que esto se convierta en un lugar de negocio”, asegura.

“Entre más milagro más negocio. A todos les conviene que el santo sea milagrero y famoso”, dice Jorge Durand, uno de los más reconocidos expertos en la migración quien, sin embargo, duda mucho que la jerarquía católica esté dando un “empujoncito” a Toribio Romo para hacerlo santo de los migrantes. Si fuera algo promovido por la jerarquía, piensa Durand, el santo de los migrantes “sería San Cristóbal, que es el que carga al Niño Jesús al cruzar el río, y no es así. La iglesia lo aprovecha, lo utiliza, lo canaliza, pero no lo puede construir”.

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Aquí la historia de la migración es vieja. Será por eso que Santa Ana tiene más o menos los mismos habitantes que cuando nació su santo. El éxodo masivo, a principios del siglo pasado, lo provocó la construcción del ferrocarril en el Oeste de Estados Unidos. Luego, los alteños siguieron agarrando camino rumbo a ciudades como Chicago y Los Angeles. La violencia de la cristiada –Los Altos fueron un escenario principal– profundizó la migración hacia Estados Unidos y a las ciudades cercanas. De hecho, la familia Romo ya vivía en Guadalajara cuando Toribio fue asesinado.

Aunque no queda ninguno de sus familiares directos en la ranchería, las personas que atienden a los peregrinos tienen un aire de familia con San Toribio, según puede corroborar el visitante en una foto que se exhibe en una de las capillas. Ese aire lo tiene la señora que habla por el micrófono mientras los peregrinos avanzan lenta y trabajosamente hacia el frente de la capilla principal. Cuenta ella que luego de matarlo, los soldados arrojaron el cadáver de Toribio Romo frente a la presidencia municipal de Tequila y que “le decían a la gente para burlarse: ‘ahí tienen carne de cura’”. La misma oradora pide a los peregrinos que abarrotan la capilla: “Levanten la mano los que vienen por primera vez”. Y se alzan la mayoría de los brazos.

La paciencia de los peregrinos es coronada en el momento en que llegan al altar, debajo del cual, tras un vidrio, hay una pequeña caja de madera con los restos de Toribio Romo. Los adultos tocan con devoción el vidrio y luego llevan sus manos a las frentes de sus hijos y hacen la señal de la cruz.

En dos nichos en las paredes de esta capilla están las reliquias del mártir: sus ropas de muerte manchadas de sangre, sus libros religiosos y dos frasquitos donde guardaron su sangre ahora convertida en un polvillo pardo.

Más allá está otra capilla, construida en 1978 en el lugar donde nació el ahora santo. El sacerdote Gabriel planeó y dirigió todas las obras del complejo, incluyendo el paseo peatonal llamado Calzada de los Mártires, un camino empedrado en cuyos márgenes están los bustos de los 25 canonizados. En la base de cada busto, con letras metálicas, están escritos el nombre del santo, y los lugares y fechas donde nació y murió. También, las palabras que se supone pronunció cada uno antes de su muerte. Todos dijeron frases para el bronce, preferentemente el grito de guerra de los cristeros (“¡Viva Cristo Rey!”), con la excepción de San Atilano Cruz quien fue acribillado a quemarropa en Cuquío, Jalisco, en 1928 (en este caso las letras metálicas dicen: “Su silencio fue elocuente en su martirio”). El último busto de la calzada, colocado por encima de los otros, es del anfitrión Toribio Romo, quien en realidad no alcanzó a decir nada, aunque se le atribuya esta frase: “Señor, aceptarás mi sangre por la paz de la iglesia”.

El cuadro lo completan las farolas dotadas de bocinas. Los peregrinos van de una capilla a otra al son de la Quinta Sinfonía de Beethoven. Justo a la mitad de la calzada hay una gran jardinera con la forma de una corona y en medio de ella hay dos figuras más: un Cristo que está en posición de dejar atrás la cruz y la Virgen de Guadalupe.

La calzada está cerrada con mallas de alambre para que los peregrinos no invadan los maizales que hay a los costados.

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Retablo tomado del libro La experiencia iconográfica de la migración México-Estados Unidos, Jorge Durand y Patricia Arias, Ed. Altexto, 2000, Cortesía de los autores.En la capilla principal ya no se celebran misas los fines de semana. Es tal la cantidad de peregrinos y tan pequeño el espacio, que los sacerdotes han optado por oficiar afuera o en la otra capilla donde, mientras comienza la liturgia, los creyentes organizan sus propios maratones de rezos. La gente espera turno para acercarse a la pared frontal de la capilla donde está la imagen del nuevo santo. Los padres y madres levantan en brazos a sus hijos, para que éstos toquen el cuadro.

En una de las paredes está la foto familiar de los Romo. Al centro está Toribio y junto a él su hermano Román, quien también fue sacerdote y dedicó buena parte de su vida a mantener viva la memoria del “martirio” de su consanguíneo.

Veinte años después de la muerte de Toribio, su hermano Román organizó el traslado de los restos a la capilla donde ahora se encuentran. Ya para entonces el sacerdote Román era líder espiritual del barrio de Santa Teresita, en Guadalajara, donde había sido nombrado capellán en 1933. Ahí, con doce familias de Santa Ana, Román Romo, profundamente marcado por la muerte de su hermano, fue la principal autoridad por casi tres décadas. El hermano del ahora santo gestionó servicios y fundó escuelas (una llamada Agustín de Iturbide). Según refieren Regina Martínez Casas y Guillermo de la Peña, del CIESAS-Occidente, su poder llegó a ser tal que lograron que en el barrio se prohibieran las cantinas y ellos decidieron quiénes serían los policías en el barrio.

Uno de los ingredientes que afianzaron el liderazgo del padre Román y su Acción Católica fue la memoria de su hermano. Cada año organizaba una peregrinación a Santa Ana para venerar sus restos.

La influencia del cura Román se extendía, claro está, a su poblado natal. Logró, por ejemplo, que entre 1946 y 1970 en la escuela pública de Santa Ana se enseñara abiertamente el catecismo. “Su ascendencia era tal que incluso convenció a los lugareños –hasta 1970– que no aceptaran la introducción de la electricidad, pues con ésta vendría la nociva televisión”, escriben los investigadores.

Román Romo falleció en 1981, cuando ya su influencia había menguado debido a la integración total del barrio a la vida urbana de Guadalajara. Ya no alcanzó a ver la canonización de su hermano.

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Entre más retablos tenga un santo, más milagrero es, dice Jorge Durand, además de acucioso investigador coleccionista de ex votos. Eso lo sabe bien el párroco Gabriel, quien ya tiene planeado construir aquí un edificio para exhibir los retablos que, dice, los peregrinos ya comenzaron a dejar.

En algunos de ellos, quizá, se encontrarán las historias que corroboren las habilidades de San Toribio Romo para ayudar a los migrantes en el cruce. Por lo pronto, aunque no ha podido encontrar al beneficiario del milagro referido, el párroco de Santa Ana añade datos a la historia del michoacano José. Dice que el migrante incluso le preguntó al desconocido cuánto le iba a cobrar por sus servicios y recibió de éste un desayuno.

–La Virgen de San Juan ya tiene competencia– se le dice al párroco.

El se ríe e insiste en que desde que llegó ya se hablaba de ese milagro. En todo caso, añade, lo importante es que “los migrantes no habían encontrado alguien que los protegiera directamente” y ya lo hallaron. Es por eso que entre semana, informa, la mitad de los visitantes son migrantes o familiares de migrantes.

Como José Luis de los Arcos y su familia que este domingo tienen prisa para entrar al santuario. Ellos, que ya viven el “sueño americano” no necesitan un milagro como el concedido al michoacano. Pero no faltará algo que pedir a San Toribio Romo.
 
 


Un santo pollero

–¿Deseas pasar el río?– dijo un desconocido a uno de los cientos de migrantes que desean cruzar la frontera norte de México.

–Claro, ¿me puedes ayudar?– contestó el interpelado.

–Sí, puedo pasarte y conseguirte un trabajo.

Y así fue. El extraño pasó del otro lado y rápidamente encontró trabajo. No pudo agradecer en persona al generoso hombre que lo ayudó. En cuanto regresó a México, fue a Santa Ana de Guadalupe a buscar a su bienhechor, quien le había entregado una imagen suya y le había dicho su pueblo de origen. Cuando llegó a Santa Ana, todas las descripciones lo llevaron a la pequeña capilla donde estaban los restos de su benefactor: Santo Toribio Romo.

Los habitantes de Santa Ana de Guadalupe, Jalisco, cuentan éste y muchos milagros; han sabido conservar el testimonio de su hijo predilecto.

“Santo Toribio Romo, el patrono de los migrantes”. Semanario arquidiocesano de Guadalajara. Edición especial con motivo del Aniversario de la Canonización de los Santos Mártires Mexicanos.


Thank you, SantísimoNiño

Fresnillo, Zacatecas. A unos pocos kilómetros del lugar donde miles de migrantes acuden a dar gracias por haber librado a la migra o arreglado “esos papeles tan importantes”, el peregrino se topa con un anuncio monumental que presume la nueva zona industrial de Fresnillo (apenas tres o cuatro naves medianas). Lo más grande, claro, es la foto de Ricardo Monreal, gobernador del estado, pero le sigue la frase: “Por cada empleo un migrante menos”. Buen eslogan, terca realidad. Ya lo dijo Jaime Lucero, el migrante mixteco poblano ahora multimillonario, cuando vino a instalar una de sus maquilas de miles de empleos: si en mis tiempos hubiera habido una de éstas, de todos modos me voy.

Ya se inventará la fórmula mágica para retenerlos con salarios de seis dólares al día, mientras tanto aquí, un domingo cualquiera, las camionetas y coches con placas texanas y californianas tienen abarrotadas todas las calles aledañas al santuario del Señor de Plateros. En el pequeño templo no cabe más nadie. Afuera, todo mundo puja por entrar.

Con todo y ser pequeñito, el santuario mantiene con sus ingresos al seminario de la diócesis de Zacatecas. Conocedoras de que los peregrinos traen dólares, este domingo vinieron incluso unas monjas que quieren hacer su convento en Saltillo, Coahuila, y venden boletos para una rifa: primer premio, un Ford K; segundo, mil 500 dólares; tercero; mil dólares.

Al finalizar la misa, el sacerdote Francisco Javier Carlos pide una cooperación extra porque están por iniciar los trabajos de reparación de la Posada del Peregrino (pues “existe 70% de probabilidades de que se caiga”). Mientras, afuera, sigue la venta de cuadros, estatuillas, crucifijos, botellitas con la forma del Santo Niño, llaveros, botones, que los sacerdotes habrán de bendecir en oleadas sucesivas.

Originalmente este fue el santuario del Señor de Plateros, pero la religiosidad popular quiso que el Santo Niño de Atocha fuera la imagen más venerada. Entre una misa y otra, el templo nunca deja de estar repleto. En una sala adjunta están las imágenes de los santos cristeros, entre ellos la de Toribio Romo, la competencia del Santo Niño.

La sala se conecta con varios amplios salones cuyas paredes y techos están llenos de aparatos ortopédicos que no se necesitaron más, de ropa de bebés, de mechones de cabellos, fotografías, cartas, copias fotostáticas de importantísimos documentos, prendidos ahí con listones, alfileres, tachuelas, formando gruesas capas de modo que es difícil ver los más antiguos. Con todo, sobreviven ahí los pequeños trozos de hoja de lata que narran la historia de un milagro, los retablos.

Un recorrido a vuelo de pájaro nos lleva a un diploma de la National Louis University, con una leyenda agregada a mano: “Gracias por darme la oportunidad de recibirme de maestra”.

La mayoría tienen que ver con tragedias de salud y accidentes, pero no faltan los que agradecen asuntos también muy importantes: Alejandro Rojas Ramírez, residente en San Francisco, dejó aquí una copia de su carta de naturalización. Lirio Pacheco, sonorense, dejó copia de su diploma de enfermera por el Santa Ana College.

En la primera edición en español de su espléndido libro Milagros en la frontera (CIESAS/ El Colegio de San Luis, 2001), Jorge Durand y Douglas S. Massey examinan una extraordinaria colección de retablos de migrantes y hablan de los deseos de los migrantes de regresar a sus terruños. Pero “si estos sueños son escurridizos, por lo menos pueden tener la esperanza de visitar el templo local para rendir homenaje a una imagen venerada. Cada año miles de personas hacen el peregrinaje para presentarse ante las imágenes de la Virgen que se encuentran en Zapopan, Talpa y San Juan (de los Lagos), o para dar las gracias a las imágenes de Cristo en el mineral de Cata, San Luis Potosí, San Felipe o Plateros”.

O se viene también a pedir lo imposible. Aquí, debajo de la foto de un Mexican marine se lee la frase: “Te pido que no mandes a mi esposo a la guerra”.

Y más allá está el certificado de Elizabeth Zaragoza como Bachelor of Arts in Criminology and Criminal Justice por la Universidad de Texas en Arlington. Iván Pérez vino al mundo apenas el 27 de febrero pasado y el Santo Niño ya tiene un registro de él y copia de su registro de nacimiento, con todo y foto, en el St. John’s Regional Health Center de Springfield, Missouri.

Angelina GR dejó aquí una copia de su licencia de manejo de Hawai, con las gracias para el santito por haberle permitido volver a México después de 18 años. Al lado de su mensaje, su hijo también dejó copia de su licencia de conducir y este mensaje: “Santísimo Niño de Atocha. I want to thank you very much for bringing me here to Mexico; I met my family here for the first time in my life and I came to your temple for the first and it is very beautiful” (“Te doy las gracias por traerme por primera vez a México. Pude conocer a mi familia aquí por primera vez en mi vida y pude venir a tu templo por vez primera y es muy hermoso”).


El devocionario del migrante

Junto a los llaveros, carteles, cuadros con foquitos rojos y otras imágenes de San Toribio Romo, los peregrinos pueden adquirir, por diez pesos, un pequeño cuadernillo llamado Devocionario del migrante, que ilustra muy bien el viraje que, según Jorge Durand, ha dado la jerarquía católica en las últimas dos décadas.

En los años 20 del siglo pasado, dice, la iglesia era enemiga de la migración. Los migrantes eran “los que traían el mal, el protestantismo, los traidores”. Hoy la historia es otra. Todos los curas de Los Altos viajan una vez al año a Estados Unidos y una réplica de la Virgen de San Juan de los Lagos sale de Jalisco también anualmente para visitar iglesias en San Antonio, Los Angeles, Chicago y otras ciudades con fuerte presencia migrante.

¿Están los migrantes mexicanos más necesitados de santos? Jorge Durand encuentra obvia la respuesta: actualmente cruzar la frontera “es una aventura que pone en riesgo toda tu economía y tu vida”.

La diócesis de San Juan de los Lagos ofrece una herramienta para afrontar ese duro trance. El Devocionario del migrante tiene oraciones para todas las situaciones que suele afrontar un paisano:

En los momentos de confusión
“Señor, Tú conoces mi corazón y sabes lo que llevo dentro. Me encuentro en una tierra donde muchas personas piensan y viven en modo distinto al mío. Me siento confundido ante tantas religiones distintas a la mía.

“Me entristece ver que algunos paisanos han abandonado la fe católica y ya no se comportan como nos enseñaron nuestros padres. Algunos han formado acá una nueva familia y se han olvidado de la que dejaron en el pueblo...

“Ayúdame a luchar para conservar intacta mi pureza, en este mundo donde es tan fácil mancharla”.

Al cruzar sin documentos
“Jesús, Pastor eterno de los que en ti confían; en este momento estoy en la frontera, decidido a pasar aunque sé que es contra la ley. Bien sabes que no lo hago para desafiar los reglamentos de una nación.

“La realidad económica en que me encuentro y la búsqueda desesperada de un futuro mejor para mi familia, me hacen cruzar sin los documentos necesarios.

“Me siento ciudadano del mundo y de una Iglesia que no tiene fronteras. Te pido, Señor, que me concedas llegar a mi destino sin inconvenientes ni obstáculos…”

Al ser encarcelado o deportado
“Fui detenido junto con otros hermanos que tampoco la hicieron.

“Les oigo decir que pronto seremos deportados, pero ahora me encuentro aquí en esta celda llena de oscuridad y de frío, de tristeza y de recuerdos.

“Reconozco que he desafiado las leyes humanas.

“Me arrestaron por cruzar una línea que los hombres han trazado como frontera…

“Virgen Santísima, tú que conociste la experiencia del destierro, cuida a este hijo tuyo que se encuentra detenido por andar de camino en tierras extrañas”.

El devocionario lo completan un Rosario del migrante y frases ad hoc de la Biblia (“Lleven una vida ejemplar en medio de los que no conocen a Dios”), además de un directorio de casas de refugio y centros de derechos humanos en la frontera y en Estados Unidos. Historia aparte, más allá del devocionario, son los santos no reconocidos por la iglesia católica, de Juanito Soldado a la Santa de Cabora. Ya serán materia de otra entrega.