Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 14 de agosto de 2002
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Política

Arnoldo Kraus

La enfermedad como lectura

Las enfermedades son libros abiertos cuyas páginas le permiten, y en ocasiones le exigen al individuo o a la sociedad crear lenguajes nuevos, crear formas de vida y relación distintas a las anteriores. La mirada de quien padece es ilimitada: se inventan fantasías, se siente distinto, se juzga diferente. El escrutinio corre del yo interno al yo externo, del yo persona al yo sociedad, del yo sano al yo enfermo. El análisis depende del poder de la patología -"su capacidad de daño"- y del vigor -"la capacidad de preguntarse"- del afectado. Ese ejercicio remeda el diván de los sicoanalistas: entre el yo interno y el yo externo queda el ser desnudo, el ser que no debe escaparse de sí mismo.

A partir de la enfermedad se genera una música, una pintura y una literatura propias del dolor, del cuerpo y del alma herida. Invenciones que en muchas ocasiones producen movimiento y preguntas interminables. Enfermar es una cuestión de vida no siempre contemplada en la agenda de lo cotidiano. Padecer es un estado que desvela -y desborda- la tranquilidad y monotonía de la salud. Enfermar es un asunto siempre inacabado, siempre esperanzador, siempre doloroso y que deviene modificaciones; al enfermar se vive distinto, se escucha de otra forma, se inquieren otras cosas, importan asuntos otrora imperceptibles, otrora ajenos. Se percibe lo propio y lo diferente como si lo ajeno fuera propio y lo propio más propio. O, como he escuchado, dentro del cuerpo y del ánima se nace otra vez. La sensación y la certeza que perciben durante años las personas que han sido amputadas -el brazo fantasma- es testimonio de ese fenómeno: durante mucho tiempo sienten que no han perdido el brazo, que les duele, que coge, que escribe. Las tribulaciones por la ausencia hacen más vigorosa la presencia.

Para muchos dolientes, "el mal" no se presenta exclusivamente como sensaciones desagradables y negativas. El dolor, sobre todo cuando ha finalizado, es escuela. Comprender "como duele el dolor" es entender, aunque sea un "poquito", cómo transcurre y cómo se vive la vida. El dolor puede presentarse como una realidad y como una pregunta. El algos desnuda la inconsciencia de la salud y despliega todas las hojas del abanico. El dolor, propio o ajeno, despierta. Recién había fallecido su esposa, no olvido lo que un viejo de 95 años comentó después de acudir a consulta y enterarse, sumamente decepcionado, que sus males eran menores: "Deseo morir lo más pronto posible para encontrar a mi compañera". El dolor permite escuchar y palpar a través de las palabras.

El devenir enfermo va más allá: se atrapa y se corteja con el tiempo y con la vida bajo el prisma del cuerpo hambriento, de la piel erizada por lo que enseña la enfermedad y por la sensibilidad que emana cuando los estímulos nociceptivos hacen presente el presente. Cuando finaliza la enfermedad emergen incontables preguntas: "Ahora que he enfermado, he dejado de tener ausencia de mí", decía un doliente. Esa "carencia de ausencia" implica apoderarse de uno y de cada una de las partes que conforman a la persona. Haber terminado con la "ausencia de mí" -Ƒacaso existe un mejor término para describir la salud recuperada?- significaba, para esa persona, la invención dentro de su propio ser de un nuevo individuo. Ese es también uno de los caminos de la enfermedad: transformar la historia y arquitectura personales en una nueva historia.

La conciencia del tiempo matizada por el prisma de la patología modifica muchas percepciones e imprime nuevos sentidos a la existencia. Mientras que los individuos sanos suelen preguntarse poco, los enfermos suelen perforar la vida. "Un año enfermo", comentaba otro paciente, "ha sido más que 40 vivo". Inventar senderos, urdir pasaportes, fraguar encuentros y concebir cómo las caras viejas se transforman, es otro legado de las células enfermas.

La enfermedad es inseparable de la vida. Al padecer se deviene otro. Se deviene otro dentro de uno mismo. Se genera un proceso que nunca acaba, que siempre inquiere, que ofrece percepciones distintas y que recuerda el peso de la existencia. La patología es un estado que recorre el pasado y que avizora el futuro. Carpe diem, diría Horacio. Atrapa el día en términos del yo sano y del yo que claudica.

En el proceso de curación los síntomas y signos revelan lindes ocultos. En ellos, en sus esquinas, en sus desvelos, la enfermedad puede convertirse en una literatura de vida.

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