Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 14 de agosto de 2002
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Cultura
Performance del actor mexicano en el Centro Nacional de las Artes

Las sanas locuras de Gómez Peña llegaron con escasa claridad a los espectadores

Defender una tercera nacionalidad, apuesta del artista radicado en Estados Unidos

El abigarramiento de datos y de conceptos produjo un resultado rococó

CESAR GÜEMES
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El trabajo de Guillermo Gómez Peña vale por el concepto que de identidad mexicano-americana tiene y desde luego por la fuerza de seres como el Mad-Mex, el Mariachi Liberachi o el propio Mexterminator, título del libro (publicado por Océano, Citru, CCNCA-INBA y el Fideicomiso para la Cultura México-Estados Unidos), que la noche de este lunes presentó con un performance en el Centro Nacional de las Artes (CNA).

La apuesta de Gómez Peña es por la defensa de una especie de tercera nacionalidad que justamente representan sus creaciones, nacidas de la condición híbrida por naturaleza. Por ello es posible verlo, ya caracterizado, cómodamente sentado en la silla del Capitán Kirk (el de la nave Enterprise) o mirarlo sobre el cuadrilátero, guantes de box y hombreras de por medio, mientras recibe una dosis de cuero digna de mejor peletería.

La propuesta del performancero mexicano radicado en Estados Unidos es provocar, tanto desde los repetidos videos que de sí mismo se proyectan en una manta de considerables dimensiones y que bien pueden clasificarse en la corriente antiMTV, como desde el desnudo de sus acompañantes, varón y mujer, que le harán contrapeso y le aligerarán el trabajo.
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Noche alucinógena

Hasta ahí todo bien, incluida la respuesta del público, en su mayoría estudiantes del propio CNA, que motivó que este martes el performancero repita el espectáculo. Sin embargo, resta una duda sobre la teatralidad de un performance que no es un acto ni una serie de ellos sino una obra en la que se incluye prácticamente todo lo que el actor ha hecho a lo largo de su carrera.

A ello sumemos la pantalla con un discurso visual y otro auditivo, la música realizada para el espectáculo, las largas parrafadas de Gómez Peña y las varias actuaciones a las que se sumaron algunos asistentes.

El resultado, por decir lo menos, es rococó. El abigarramiento de datos, conceptos e incluso sanas locuras no colaboró nunca a que un mensaje tan nítido y bien forjado como el del actor llegara claramente a sus receptores.

Salvo ese ligero aspecto, sin duda la noche fue una de las más alucinógenas que haya vivido el Centro Nacional de las Artes.

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