La Jornada Semanal,   domingo 25 de agosto del 2002        núm. 390
Luis Ramón Bustos

Para leer El crimen 
del padre Amaro

El crimen del padre Amaro, novela del gran escritor portugués del siglo XIX José María Eça de Queiroz, causó un pequeño revuelo en las sacristías y algunas acusaciones de blasfemia. Estas reacciones son insignificantes, comparadas con la gritería fundamentalista que algunos clérigos ignorantes y los eternos pandilleros del integrismo armaron con motivo de la película de Carlos Carrera, basada en parte en la novela de Queiroz. Bustos nos dice que en la novela “flota la denuncia de quien no puede ver con indiferencia la postración social y espiritual de su país”. Esto jamás podrán entenderlo los inquisidores.

Unos meses atrás, resultaba casi imposible adquirir un ejemplar de la novela El crimen del padre Amaro. Hoy circula en llamativa reedición (incluida la fotografía de los protagonistas de la película en la portada), con un tiraje de varios miles de ejemplares. Insólita mudanza que sólo puede explicarse por la campaña amarillista que se ha desatado en torno a ella. Pero qué bueno que una de las grandes novelas de la literatura universal esté, por fin, al alcance de muchos mexicanos. Para leerla sin llamarse a engaño–dada la campaña que ha desvirtuado su trama– es menester reconstruir las coordenadas de su época; las señas de identidad y literarias de su autor.

José Maria Eça de Queiroz nació en Póvoa de Varzìm, un 25 de noviembre de 1845. Esto significa que vino al mundo en un Portugal de encrucijadas políticas y sociales: el reinado conservador e intolerantemente religioso de don Miguel no estaba lejano y las ambigüedades de los liberales hacían que los ministerios durasen unas horas. La indefinición fue el signo de los tiempos, el trasfondo social que explica el carácter dubitativo de los personajes novelísticos queirosianos.

Estudiante de leyes, perteneció a la generación de Coimbra que en 1865-1866 forjó la revolución cultural del Bom senso e bom gôsto, la cual –capitaneada por Antero de Quental– habría de trastocar completamente el panorama literario portugués. Entonces se sientan las bases de lo que habría de ser el realismo lusitano; realismo muy original que, en lo novelístico, alcanzó su punto culminante en tres de las obras de Eça de Queiroz: El primo Basilio (1878), Los Maias (1888) y El crimen del padre Amaro (publicada por primera vez, en entregas quincenales, por la Revista Occidental en 1875; en volumen, un año después, con su texto muy corregido y aumentado; y en 1880, una tercera versión, que es la que conocemos actualmente).

Pese a que hubo revuelo de sacristías y calificativos de blasfemia, El crimen del padre Amaro fue leída sin demasiados aspavientos por quienes solían frecuentar los romances. Tampoco tuvo demasiados lectores, es cierto: el tiraje de la edición de 1876 fue de ochocientos volúmenes y, para abril de 1878, aún no se había agotado. En contraste, El primo Basilio (su segunda novela), pocos meses después de publicada había agotado ya su tiraje de tres mil ejemplares. Por lo visto, las truculencias del adulterio eran más atractivas que los pecados de un sacerdote lascivo. Era evidente que la recreación fidedigna de una pequeña ciudad eclesiástica tenía que ser menos atractiva que las lucubraciones psicológicas y los devaneos femeninos prototípicos del fin del romanticismo.

Una lectura atenta al contexto, un análisis pormenorizado de la pintura de caracteres y de los tipos sociales que deambulan por sus páginas, confirman hasta qué punto buscó el autor una disección satírica de la sociedad burguesa de su tiempo y de los resabios del fanatismo religioso portugués. Tras las huellas de Taine y Proudhon, en lo que respecta a las ideas, y siguiendo a Flaubert en lo literario, fue que emprendió esa tarea. Pero, sobre todo, forjando un estilo originalísimo, que, como en pocos autores del siglo xix, conjuga con equilibrio profundidad y humorismo.

Como telón de fondo de la novela, el Portugal del constitucionalismo monárquico, aún dividido entre setembristas y cartistas, esto es, entre liberales supuestamente radicales y moderados seguramente conservadores. En una primer plano, la ciudad eclesiástica de Leiria, donde el miguelismo estaba aún muy presente (los seguidores de D. Miguel eran conservadores a ultranza); y, como figuras que hacen explícito el ensamblaje social, los personajes centrales de la novela: el padre Amaro, Amelia, la Sâo-Joaneira, el canónigo Dias, Joâo Eduardo y Dionisia. No se puede aquilatar la trama y explicarse las reacciones de los personajes sin percibir los mecanismos sociales y culturales que Eça de Queiroz sintetizó con mano maestra; los amoríos "pecaminosos" entre sacerdotes y mujeres honestas sólo se conciben en ese ambiente plagado de misticismo enfermizo y sexualidad reprimida.

Pero no sólo las escuelas literarias realista y naturalista estuvieron presentes en esa fría inspección del submundo sacerdotal. También estuvo presente el ideario liberal, la propuesta de los jóvenes escritores del Cenáculo que pretendía revolucionar la anquilosada cultura lusitana. Y, desde luego, la experiencia vital de su autor.

Aunque se ha afirmado que novelas como Los Maias, La ilustre casa de Ramírez (1900), La ciudad y las sierras (1901), La capital (1925), y el relato epistolar Correspondencia de Fradique Mendes (1900), tienen marcados rasgos autobiográficos, muy probablemente haya sido en El crimen del padre Amaro donde el autor exorcizó sus fantasmas personales más perturbadores. Aquí, la carga autobiográfica se vuelve catarsis; y su fijación de tipos y costumbres, una especie de revancha personal. Pese a su pretendida objetividad de escritor realista, es indudable que en Amelia recreó la figura de su madre, pintándola como una muchacha ardiente e ingenua.; y, en el padre Amaro, descargó viejos resentimientos hacia su padre. Eça de Queiroz fue hijo ilegítimo de un juez y de una mujer sin carácter, los cuales le abandonaron durante su niñez y juventud. En aquel Portugal aún cargado de prejuicios aristocratizantes, la ilegitimidad de un hijo era una mácula dolorosa. En toda su obra, una y otra vez reaparece esa secreta herida. Pero en El crimen del padre Amaro resulta más evidente: la feroz pintura de tipos burgueses y de un orbe católico en descomposición es la respuesta de quien ha sufrido el rechazo social y de quien ha estudiado los engranajes sociales que producen la injusticia, la intolerancia y el abuso de poder. Porque, en última instancia, su denuncia de las deformaciones psicológicas que produce la educación seminarista está realmente dirigida a toda la sociedad portuguesa. Sólo en esa perspectiva de revuelta se entiende la trama de la novela. 

La muerte de Amelia y la estupenda escena que concluye la historia, donde el canónigo Días y el padre Amaro, paseando por Lisboa, recapitulan con desparpajo los pormenores de ese amor funesto, dan un toque de denuncia ética a la novela. Sería erróneo considerarla estrictamente como una crítica antirreligiosa, como la concepción maniquea de un liberal exacerbado; por el contrario, bajo su aparente cinismo satírico, flota la denuncia de quien no puede ver con indiferencia la postración social y espiritual de su país.

Eça de Queiroz continúa siendo el narrador más importante en lengua portuguesa. Casi una docena de novelas, decenas de cuentos, centenares de artículos periodísticos, biografías y cartas, confirman su excepcional valía. Aquel joven abogado que fue a residir a la ciudad de Leiria, desempeñando el cargo de administrador del Consejo; aquel novelista primerizo que, justo frente a la Sé (catedral), en la casa de pensión de la señoras Jordôes, atisbó los tejemanejes de sacerdotes y beatas; aquel perspicaz y fino observador que, en sus ocios pueblerinos, fue recabando la documentación humana para su historia y sus personajes, fue acaso el mejor escudriñador satírico de su siglo.

Ese es el escritor que encontrará el lector mexicano de hoy. Quien imagine que El crimen del padre Amaro contiene una trama truculenta, blasfema y ferozmente antirreligiosa, sufrirá un desengaño. Pero, para aquellos que entren en sus páginas sin morbo y sin prejuicios, habrá una recompensa: atisbarán una recreación de Portugal que tiene todas las cualidades para conceptuarse como novela de rango universal. Y, puedo asegurarlo, al llegar al punto final tendrán deseos de leer todas las otras novelas del autor.