martes 3 de septiembre de 2002
La Jornada de Oriente publicación para Puebla y Tlaxcala México

 
Un hijo de la utopía: 30 años del Prometeo

n Aurelio Fernández Fuentes

Un día, Carlos Payán reflexionaba sobre la pregunta de qué nos quedaba a quienes queremos un mundo más parejo y mejor, luego de la caída, no del muro de Berlín, sino de las certezas que otrora nos cobijaban. ıl ponía como una de las mejores cosas con que contábamos para hacer una nueva plataforma de lanzamiento a su, a nuestro periódico, La Jornada.
Yo agregaría que también existe un espíritu entre muchos jóvenes por transformar en serio las cosas, espíritu que se expresa, por ejemplo, en las muchas campañas de alfabetización alternativa que son llevadas a cabo en el país, y que en Puebla son realizadas en su Universidad Autónoma. También se ve la rebeldía de los campesinos, los indios, los trabajadores que se resisten al avasallamiento de la globalización del capital.
Pero también contamos con plataformas, quizá menudas, pero tan entrañables como la de una pequeña escuela que ha vivido ya durante 30 años, contra el viento conservador poblano y las mareas burocráticas de todo signo: el Centro Freinet Prometeo.
El Prometeo es un hijo legítimo de la utopía. De las escuelas que los sindicalistas crearon para ofrecer otra forma de ver las cosas a sus hijos; de los pensadores, libre-pensadores, que aceptaban la diversidad de percepciones y comportamientos, y advertían que unos vivían a costa del trabajo de otros. Es hijo de lo dicho por Celestin Freinet, por Jean Piaget, por Federico Ferrer Guardia, Neil y hasta por Paulo Freire. Además, por lo hecho en nuestro país por los inolvidables José de Tapia, con su aún perviviente escuela Bartolomé Cosio y Chela, la continuadora de este incomparable esfuerzo; por Patricio Redondo en los Tuxtlas, primera escuela moderna en la República, y por Ramón Costa Jou en el Distrito Federal. José Vasconcelos, el de sus mejores épocas, es también inspiración de la fantasía pedagógica que dio origen a este movimiento educativo.
Es hijo de la utopía porque deviene de los movimientos sociales de la Puebla de los 60, de esa verdadera revolución axiológica que fue el movimiento de 1968 en muchas partes del mundo, en México, y en Puebla, por supuesto. Y también del empuje de reforma universitaria que, viniendo desde Córdoba, Argentina, en 1918, pasando por las acciones de Julio Antonio Mella en Cuba y México, se plasmó en la UNAM, el Poli, la UAP y entre los universitarios poblanos con gran fuerza.
No fue ni es esta escuela una firma comercial; ni remotamente se asemeja a esas numerosas escuelas creadas en la última década, en las que antiguos combatientes por el socialismo y nuevos pragmáticos amasan mayores o menores fortunas y presumen del casimir inglés que sustituyó a la mezclilla. El Prometeo es un esfuerzo honrado con sus propios pensamientos y la manera digna de dar a quienes trabajan en ella una forma decorosa de vida.
Muchas son ya las generaciones que han salido del Prometeo. La revisión de sus egresados debe dar indicios de la calidad de su trabajo. Puede decirse que las directivas de la escuela, Hortensia, Maribel y Mirta Fernández, los trabajadores de tantos años en ella como Susi, Laurita, Sabina, Modesta y todos los demás viven como han querido vivir, como han creído que se debe vivir. Si esto fuera su único mérito ya sería bastante; pero los logros son muchos más, y su aporte pedagógico en el plano local, nacional y en el ámbito de las escuelas alternativas del mundo es reconocido y vasto.
Hortensia dijo ayer al finalizar su discurso, leído con gran emoción en la ceremonia de los 30 años de la escuela: "Me felicito por contribuir, aunque sea modestamente, a que los alumnos sean dueños de su propia vida", y remató con un poema de Tomás Segovia:
Hay días como este,
en los que el tiempo
recobra una confianza
de marchar reemprendida
que nos hace decir
no tengo tiempo de cerrar la puerta
no tengo tiempo ahora de morirme.
Al ponerle el nombre de Prometeo los fundadores de la escuela pretendieron algo que al final han conseguido: le robaron, al menos durante un rato, el fuego a los dioses.