Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 5 de septiembre de 2002
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Política

Sergio Zermeño

šQué alivio!

Tuvieron que pasar casi dos años para que pudiéramos lograr alguna claridad sobre el escenario de la política mexicana. Después del segundo Informe de Gobierno no sólo la opinión pública y los analistas, sino la propia clase política del país parecen descansar: el Informe presidencial dejó de ser el ritual sorprendente del primer año, y lo mismo que dijo Vicente Fox pudo haberlo leído Ernesto Zedillo o De la Madrid, y las mantas y las manifestaciones de repudio no cambiarían sustancialmente: los indicadores macroeconómicos van bien, la inversión extranjera se mantiene, el peso se ha fortalecido y la inflación está bajo control; con las fuerzas políticas ya estamos logrando la construcción de mayorías para efectuar las reformas que el país necesita; sin embargo, aún persisten rezagos en las tendencias de la pobreza y la inseguridad, pero los programas sociales y la recuperación del empleo comienzan a rendir frutos que dan pie al optimismo.

En efecto, no sólo los industriales y las cámaras empresariales han expresado su beneplácito, sino que las mismas fuerzas oposicionistas sienten que por fin el Presidente y su equipo están comenzando a gobernar, que nuevamente se habla de blindaje para la economía con base en acuerdos claros con los organismos internacionales, que la relación con los partidos ha entrado en una dinámica de intercambios y acuerdos, a pesar de algunos ex abruptos, y que incluso para los más globalifóbicos el peligro mayor, desorden y debilitamiento de la institución estatal, se ha conjurado. Quedó claro también, como parte de este paquete tranquilizador, que los interlocutores del modelo foxista debajo de las organizaciones y partidos políticos no son los colectivos, los sindicatos, las fuerzas o los movimientos sociales (con quienes habrá de establecerse acuerdos o enfrentamientos, dependiendo de cada situación, como en el caso del conflicto de Atenco o en la situación chiapaneca, a la que ni siquiera hizo referencia), sino mexicanos focalizados, individualizados, de preferencia miembros jóvenes de las familias paupérrimas a los que hay que arrancar del círculo vicioso de la pobreza y la exclusión con becas de Progresa y Contigo, con las ayudas directas a las jefas de familia en edad reproductiva para lograr un Arranque Parejo frente a los niños de mejor cuna. Para el resto de los excluidos, agilizar trámites para que puedan incorporar sus bienes raíces, "la riqueza de los pobres", al juego mercantil. Para el gran remanente de generaciones perdidas, todavía vivas, entregas de leche Liconsa para evitar a toda costa que se vuelvan clientela del populismo de izquierda.

Se acabó la magia, no hay más llamados a los mexicanos para sacar "con estas botas a esos ladrones de Los Pinos"; termina la zozobra para capitalistas y políticos, las recetas del FMI y del Banco Mundial están observadas puntillosamente, hoy todo está en calma, la popularidad del Presidente vuelve a repuntar: el foxipanismo no optará más por una vía socialdemócrata que ponga el mal ejemplo a los ojos del Big Brother. Lejos quedó la democracia social de Gómez Morín y de Clouthier.

Al lado de esta certidumbre hay otra: la manera en que López Obrador gobierna a uno de cada 10 mexicanos. En efecto, ese otro punto candente del orden mexicano, los 20 millones de Aztlán y su entorno, ha encontrado un orden adecuado, vertical, con una pobreza organizada en bloques recibiendo una parte conveniente del presupuesto público de manera que el discurso del gobernante no queda en demagogia. Aquí también una ciudadanía autónoma, organizada en comités vecinales, pasa a ser una ilusión, y todo mundo se convence de que un orden más autoritario, más cubano, es mejor ante la delincuencia.

Los que no saben muy bien qué hacer ni saben dónde colocarse son el resto de las corrientes perredistas y la gran mayoría de los panistas (fuera de los Estrada Cajigal, los Fernández de Cevallos y los bastiones de derecha del Bajío, alrededores y similares). Van y vienen del Congreso a Los Pinos y a sus respectivas guaridas de provincia, ofendiéndose y contentándose, como si su objetivo fuera confundir más al público sobre su identidad. Mientras tanto, el PRI, sometiendo en su eficaz pragmatismo a las otras fuerzas políticas, demuestra que nunca ha perdido control sobre lo suyo y sigue ganando votos en el inmenso mar de la medianía mexicana. 2003 se dibuja con claridad: para el foxismo el gobierno de la República; a Andrés Manuel, la capital y sus alrededores; para el PRI, la mayoría de las legislaturas y gubernaturas.

Si en realidad, en el mejor de los mundos posibles Fox debería gobernar con el PRI, o con una parte de él, como dice Castañeda.

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