Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 10 de septiembre de 2002
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Cultura
Noam Chomsky

¿Hacia dónde se dirige el mundo? /y II

En La televisión en tiempos de guerra, libro de Gedisa que ya circula en librerías, se abre un debate a muchas voces, entre las que destaca la de Noam Chomsky, colaborador de La Jornada, quien llama la atención hacia las fatwas del ''hiperpoder'' estadunidense lanzadas a los ''depravados que se oponen a la civilización'' mediante el ''terrorismo''.

Por lo menos fueron usadas hace 20 años por Ronald Reagan, quien con esos slogans multiplicó las guerras terroristas y económicas, y ordenó atacar blancos fáciles e indefensos. La reflexión de Chomsky retumba en el eje Bush-Blair, quienes hoy publicitan renovados "ejes del mal". Ofrecemos este texto en exclusiva para nuestros lectores.

Los crímenes del 11 de septiembre son, de hecho, un punto de inflexión histórico, y no por su magnitud, sino por su objetivo. Es la primera vez desde que los británicos quemaron Washington en 1814, que Estados Unidos ha sido atacado, o incluso amenazado, en territorio nacional. No debería ser necesario revisar lo que les ha sucedido a los que se cruzaron en su camino o les desobedecieron en los siglos transcurridos desde entonces. El número de víctimas es enorme. Por primera vez, las armas han apuntado en sentido opuesto. Es un cambio histórico.

Lo mismo se puede decir, de manera más dramática, de Europa, que ha sufrido destrucción asesina, pero por guerras internas. Mientras tanto, las potencias europeas conquistaban buena parte del mundo de manera no muy cortés. Con raras y limitadas excepciones, no fueron atacadas por sus víctimas extranjeras. El Congo no atacó ni devastó Bélgica, ni las Indias Orientales, Holanda, ni Argelia, Francia. La lista es larga, y los crímenes, horrendos. No sorprende, pues, que Europa se horrorizase ante las atrocidades terroristas del 11 de septiembre.

Pero, si bien éstas señalan un cambio drástico en los asuntos mundiales, la respuesta no representa cambio alguno. Los líderes estadunidenses y de otros países han señalado correctamente que enfrentarse al monstruo terrorista no es una tarea a corto plazo, sino de larga duración. Por tanto, deberíamos considerar atentamente las medidas a tomar para mitigar lo que que se ha denominado, en las altas instalaciones, "el maligno azote del terrorismo", una plaga extendida por "depravados que se oponen a la civilización" en "una vuelta a la barbarie en plena edad contemporánea".

Deberíamos comenzar por identificar la plaga y los elementos depravados que están haciendo que el mundo vuelva a la barbarie. La acusación no es nueva. Las frases que acabo de citar son del presidente Reagan y su secretario de Estado, Shultz. El gobierno de Reagan llegó al poder hace 20 años y proclamó que la lucha contra el terrorismo internacional sería el elemento central de la política exterior estadunidense. Respondieron a la plaga organizando campañas de terrorismo internacional de una escala y violencia sin precedentes, que provocaron incluso que el Tribunal de Justicia Internacional condenara a Estados Unidos por "uso indebido de la fuerza" y que una resolución del Consejo de Seguridad hiciera un llamamiento a todos los países a observar el derecho internacional, resolución vetada por Estados Unidos, que votó también en solitario, con Israel (y en un caso, El Salvador), contra resoluciones similares de la Asamblea General. La orden emitida por el Tribunal Superior de Justicia de que se pusiese fin al terrorismo internacional y se pagasen sustanciales indemnizaciones fue rechazada con desdén en todo el espectro de opinión; los votos de la ONU prácticamente no recibieron cobertura informativa.

Washington reaccionó multiplicando las guerras económicas y terroristas. También dio órdenes oficiales a las tropas mercenarias de que atacasen "objetivos fáciles" -objetivos civiles indefensos- y evitasen el combate, algo que podían hacer gracias a que Estados Unidos controlaba el espacio aéreo y proporcionaba un complejo equipo de comunicación al ejército terrorista que atacaba desde los países vecinos.

Esas órdenes se consideraban legítimas siempre que cumpliesen criterios pragmáticos. Un importante analista, Michael Kinsley, considerado el portavoz de la izquierda en el debate general, sostuvo que no bastaba con rechazar las justificaciones del Departamento de Estado acerca de los ataques terroristas a "objetivos fáciles": "Una política sensata debe soportar la prueba del análisis de costes y beneficios", escribió, un análisis de "la cantidad de sangre y miseria que se va a producir, así como las probabilidades de que allí emerja la democracia" ("democracia" tal como la entienden las elites occidentales, una interpretación que los países de la región ilustran muy bien).

Se da por sentado que se tiene derecho a realizar el análisis y emprender el proyecto si se aprueban los exámenes. Y se aprobaron. Cuando Nicaragua cayó por fin ante el asalto de la superpotencia, los expertos de todo el abanico de opinión respetable aplaudieron el éxito de los métodos adoptados para "hundir la economía y llevar a cabo una guerra a través de intermediarios hasta que los exhaustos nativos depongan al gobierno que se desea derrocar", con un coste "mínimo" para nosotros, dejar a las víctimas "con puentes destruidos, centrales eléctricas saboteadas y explotaciones agrícolas arruinadas", proporcionando así al candidato estadunidense "una posibilidad de ganar": poniendo fin al "empobrecimiento del pueblo nicaraguense" (Time). Estamos "unidos en el gozo" por ese resultado, proclamó el New York Times, orgulloso de esta "victoria del juego limpio estadunidense", según un titular del periódico.

El mundo civilizado volvió a sentirse "unido en el gozo" hace unas semanas cuando el candidato de Estados Unidos ganó las elecciones en Nicaragua después de que Washington advirtiera seriamente sobre lo que pasaría si no ganaba. The Washington Post explicó que el ganador "había basado su campaña en recordar al electorado las dificultades económicas y militares de la era sandinista", es decir, la guerra terrorista y la estrangulación económica fomentadas por Estados Unidos y que devastaron el país. Entretanto, el presidente nos instruyó sobre la única "ley universal": todas las variedades de terror y asesinato "son malignas" (a no ser, claro, que nosotros seamos los causantes).

Las actitudes que prevalecen en Occidente respecto al terrorismo se revelan con gran claridad en la reacción provocada por el nombramiento de John Negroponte como embajador ante la ONU para dirigir la "guerra contra el terrorismo". El currículo de Negroponte incluye su servicio como "procónsul" en Honduras en los ochenta, donde fue supervisor local de la campaña terrorista internacional por la que el Tribunal Internacional de Justicia y el Consejo de Seguridad condenaron a su gobierno. No se detecta ninguna reacción. Hasta Jonathan Swift se quedaría sin habla.

Menciono el caso de Nicaragua sólo porque no es polémico, dadas las sentencias emitidas por los más altos organismos internacionales. Es decir, no es polémico entre aquellos que están mínimamente comprometidos con los derechos humanos y las leyes internacionales. Podemos calcular el tamaño de dicha categoría determinando con qué frecuencia se mencionan siquiera estas cuestiones elementales. Y a partir de este sencillo ejercicio se pueden sacar sombrías conclusiones sobre lo que se nos avecina si los centros de poder de ideología existentes se salen con la suya.

El caso nicaragüense dista mucho de ser el más extremo. Sólo en la era Reagan, terroristas de Estado patrocinados por Estados Unidos dejaron en Centroamérica cientos de miles de cadáveres torturados y mutilados, millones de lisiados y huérfanos y cuatro países en ruinas. En los mismos años, las depredaciones sudafricanas respaldadas por Occidente causaron un millón y medio de muertos y daños por valor de 60 mil millones de dólares. Por no hablar del oeste y el sudeste asiáticos, de Sudamérica o de tantos otros lugares. Y no fue una década especial.

Es un grave error analítico describir el terrorismo como un "arma de los débiles", como se suele hacer. En la práctica, el terrorismo es la violencia que Ellos cometen contra Nosotros, independientemente de quién sea ese Nosotros. Sería difícil encontrar una excepción histórica. Y, dado que los poderosos determinan qué es historia y que no lo es, lo que pasa los filtros es el terrorismo de los débiles contra los fuertes y sus clientes.

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