Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 12 de septiembre de 2002
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Mundo

El ataque a Karzai desata riesgos contra el arreglo que promueve Washington

Peligra el frágil equilibrio de facciones afganas

JUAN PABLO DUCH CORRESPONSAL

Moscu, 11 de septiembre. Con la muerte pisando los talones de Hamid Karzai, el gobernante interino de Afganistán, en cualquier momento puede reventar el arreglo político postalibán que promueve Washington para ese devastado país.

No sólo porque presumiblemente habrá nuevos intentos de asesinar a Karzai, quien salió ileso del reciente atentado en su contra más por mala puntería del pistolero que por eficiencia de su equipo de guardaespaldas estadunidenses.

El problema es que desde que cayó el régimen fundamentalista, no hay tal arreglo político y esto origina el deterioro creciente de la situación en Afganistán.

Hay un frágil equilibrio entre facciones, y no todas las que conforman el espectro político afgano, a partir de la imposición como líder de Karzai, cuyo mayor mérito es velar por los intereses de las grandes petroleras de Estados Unidos.

La desconfianza se interpone entre los pashtunes del sur, el grupo étnico mayoritario, y los tadjikos, uzbekos y hazaras, que forman las minorías del norte. La Loya Jirga, o gran asamblea de notables, celebrada en junio pasado, puso de relieve los recelos recíprocos y la imposibilidad de avanzar en la necesaria formulación de una política de unidad nacional.

En el mismo sentido se interpretó el hecho de que apenas dos semanas después de esa asamblea haya muerto abatido a tiros Hadji Abdul Qadir, el influyente vicepresidente de origen pashtún. El crimen, como era de esperarse, no ha sido esclarecido hasta la fecha.

Sin otro sustento que las tropas extranjeras, Karzai apenas puede crear cierta apariencia de control sobre la capital, Kabul. El resto del país está dividido en cotos particulares de caudillos regionales que en la práctica no reconocen más gobierno que el propio.

La lucha por establecer tácitas fronteras internas, que se traduce en choques armados, obedece no sólo a razones étnicas o religiosas como ocurre, por mencionar dos lugares, en Mazar-e-Sharif y Kunduz, en la parte norte del país, donde son recurrentes los enfrentamientos entre los soldados del uzbeko Rashid Dostum y los del tadjiko Atta Mohamed.

Los brotes de violencia tienen mucho fondo económico, pues es común que los caudillos, en lugar de combatir el tráfico de drogas, estimulen el cultivo de la amapola y se disputen el millonario negocio de la heroína afgana.

En la consolidación de los liderazgos regionales juega un papel importante el factor externo. Los países vecinos arman y financian a los jefes militares que mejor responden a sus propios planes respecto al futuro de Afganistán, clave en potenciales nuevas rutas para mover el petróleo y el gas natural de la región.

Rusia apoya a la facción tadjika del gobierno de Karzai y especialmente a Mohamed Fahim, vicepresidente y ministro de Defensa; Irán hace lo propio con Ismail Jan, amo y señor de la región de Herat, y en alguna medida con Karim Halili, líder de los hazara, de religión chiíta; Uzbekistán respalda a Rashid Dostum, cacique de Mazar-e-Sharif, y Pakistán a Gul Aga, gobernador de Kandahar.

Con frecuencia las ciudades cambian de bando, y para no ir lejos en busca de ejemplos, este mismo martes el jefe militar rebelde Padshah Khan Zadran anunció que está a punto de tomar la ciudad de Jost, tras haber cercado a los hombres de Hakim Taniwal, gobernador oficial de esa provincia del sureste afgano.

El caso de Khan ilustra a la perfección cómo se hace política en Afganistán. Inicialmente fue nombrado por Karzai gobernador de la región de Paktia, de donde lo expulsó a balazos el caudillo local Taj Mohammad Wardak. Khan intenta ahora desplazar de la misma manera a Taniwal, en la provincia colindante de Jost, mientras Karzai designó a Wardak ministro del Interior afgano.

A todo esto, se ve también una clara recomposición de grupos armados que rechazan la presencia de tropas extranjeras, como el de Gulbuddin Hekmatyar, que establecen alianzas con los talibanes para iniciar una guerra de desgaste. En tanto, la mayoría de afganos siguen sumidos en la miseria extrema. Hambre, epidemias, inseguridad y violencia son los rasgos principales de su vida diaria.

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