Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Viernes 27 de septiembre de 2002
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Política
Jorge Camil

Los "empleados" del señor Castañeda

México se ha distinguido siempre por la calidad de su Servicio Exterior, y muchos de nuestros diplomáticos de carrera fueron figuras clave de la política nacional. Los polifacéticos hombres del Instituto Matías Romero han sido, a través de la historia, arquitectos de la política exterior, estadistas, asesores presidenciales, escritores, poetas, nuestros únicos premios Nobel, juristas, y además fieles servidores públicos sobre quienes descansó por mucho tiempo la difícil tarea de ejecutar los caprichos de la presidencia imperial.

Durante la vigencia del sistema político que terminó el 2 de julio de 2000, los cancilleres mexicanos sobrevivieron frecuentemente como malabaristas incomprendidos, llamados por el Ejecutivo indistintamente a complacer a Estados Unidos o a defender en los foros internacionales a Fidel Castro y Salvador Allende contra los designios de Washington. En algunos sexenios presidenciales, bien conocidos por los mexicanos, algunos de nuestros diplomáticos fueron además obligados a apoyar, contra cualquier manifestación de sano juicio, las delirantes aspiraciones presidenciales al Premio Nobel de la Paz o a la Secretaría General de la Organización de las Naciones Unidas.

Antaño promotores virtuales de raquíticas exportaciones, los "empleados" del señor Castañeda son ahora impulsores eficientes del comercio exterior en el marco del actual modelo económico. ¿Quién podría olvidar la dignidad de Luis Padilla Nervo, abogado y economista, asociado con Naciones Unidas desde su fundación, presidente de la Asamblea General de ese organismo y vicepresidente del Consejo de Seguridad en 1949? ¿Quién se atrevería a negar la legendaria bonhomía y los servicios prestados a la nación por el maestro Antonio Carrillo Flores, abogado y doctor en derecho, secretario de Hacienda y Crédito Público, embajador en Washington, canciller y forjador de una generación de funcionarios del Banco de México? ¿Quién se resiste a rendir homenaje al ingenio del prestigiado poeta, diplomático y educador que fue Jaime Torres Bodet, secretario de Educación y de Relaciones Exteriores? Afortunadamente, el legado cultural de los embajadores mexicanos que han sido además destacados hombres y mujeres de letras es de una riqueza inagotable: Octavio Paz, Carlos Fuentes, Amado Nervo, José Goroztiza, Rosario Castellanos... Y cualquier homenaje al Servicio Exterior mexicano sería incompleto sin reconocer el valor civil de la renuncia de Octavio Paz a la embajada de la India por la matanza de Tlatelolco.

Resulta obvio que en este rico contexto histórico el comentario del actual canciller en una reunión informal con senadores del PRD (La Jornada 19 y 20/09/02), calificando a los embajadores de "sus empleados", constituye, a un tiempo, insulto intolerable a nuestro prestigiado Servicio Exterior, muestra inequívoca de altanería, ausencia de perspectiva histórica y lamentable ignorancia de la Constitución. Para conocimiento del señor Castañeda, los embajadores mexicanos son, en estricto sentido jurídico, altos funcionarios designados por el Presidente de la República y ratificados por el Senado de la nación.

Cambiar de filiación política no es delito. En Francia, en cuya cultura ha abrevado el señor Castañeda, es hasta fascinante juego intelectual, como se desprende del estupendo libro de Catherine Nay, Le rouge et le noir (Lo rojo y lo negro), un estudio magistral sobre los vaivenes ideológicos de François Mitterrand: del catolicismo acendrado de su juventud (en una escuela confesional que le permitió graduarse de bachiller en filosofía sin haber escuchado jamás los nombres de Marx o Engels) al Partido Socialista, y de ahí como primer presidente socialista de Francia, compartiendo el poder con el Partido Comunista para instaurar, según su amigo Jacques Attali, "un socialismo del Tercer Mundo".

Mitterrand, hombre enigmático con fobias y filias muy definidas, terminó dando un sorprendente viraje a la derecha que, según Catherine Nay, convirtió su idealista proyecto inicial de rojo en negro. Jorge Castañeda puede cambiar de filiación política para convertirse en un "político pragmático" que busca tal vez la Presidencia con el apoyo de Washington. Pero no tiene derecho a insultar públicamente a funcionarios como Adolfo Aguilar Zinser, destacado politólogo que trabajó arduamente para llevar a Vicente Fox a la Presidencia.

¿Celos? Tal vez, porque mientras Castañeda conduce una cancillería paralizada por la "guerra contra el terrorismo", y por los problemas políticos de la actual administración, Aguilar Zinser está en uno de los sitios más fascinantes de la Tierra para un politólogo: ¡el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas en tiempos de George W. Bush!

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