Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Viernes 27 de septiembre de 2002
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Política
Gilberto López y Rivas

El canciller de la claudicación

A los resistentes del Sindicato Mexicano de Electricistas

El gabinetazo foxista resultó un fiasco por donde se lo mire. Después de tanta pantomima propagandística en torno a la "caza de los mejores cerebros", éstos resultaron coptados por el interés oligárquico y "el poder supremo del mundo" para servir a los peores proyectos que este principio de siglo parece destinar a la humanidad: la catástrofe neoliberal y el negocio de la guerra.

El cambio se plasmó en continuismo. Las secretarías de Estado que atienden los asuntos económicos, sociales, políticos, educativos y culturales de la nación, que eran las que necesitaban definiciones claras y de cara a la nación, así como profundas modificaciones que barrieran de ellas los anacronismos, las corruptelas, las ineficiencias y el desprecio por el pueblo, mantienen los programas y, prácticamente, los mismos equipos tecnocráticos que manejaron los gobiernos priístas los tres sexenios anteriores. Ahí todo sigue igual.

Lo único que cambia en este país es lo que no debió cambiar: la política exterior, construcción sólida de décadas de esfuerzos diplomáticos y solidaridades memorables, que dieron prestigio a México ante el mundo por la estoica defensa del principio estradiano de respeto a la autodeterminación de los pueblos, y que por ello supo concitar el apoyo de la ciudadanía, al margen de los partidos, y fue factor de unidad nacional incuestionable.

Esta política permitió mantener capacidad de negociación ante el vecino del norte, y actuar con dignidad en el ámbito internacional sobre la base de la defensa de la soberanía nacional, la no intervención, y de privilegiar el diálogo como forma de resolver las controversias entre los estados, principios fundamentales plasmados en el artículo 89 de la Constitución de la República.

La política exterior mexicana, arraigada en lo más profundo de la historia nacional y de la memoria popular, guarda estrecha relación con la lucha por la defensa de la soberanía en las más de cien agresiones, guerras e incursiones filibusteras de Estados Unidos, que nunca ha abandonado sus aspiraciones expansionistas; proviene de las desgarraduras originadas en las guerras de agresión de los poderes coloniales europeos en el siglo xix.

El pueblo mexicano sabe de conquistas y usurpaciones, así como de resistencias victoriosas ante las intervenciones extranjeras auspiciadas por cómplices locales, y está dispuesto a defender a cualquier precio su dignidad nacional. Estas experiencias, arraigadas en el imaginario social, permitieron al país esbozar un perfil propio e independiente ante la comunidad latinoamericana y mundial que, a lo largo de las recientes décadas, vio a México como baluarte sólido, parapetado tras la doctrina Estrada, de dignidad inconmovible ante las presiones estadunidenses y de los poderes coloniales europeos.

Pero llegó el "cambio", y con él la "doctrina Castañeda", que pretende borrar de la historia nacional el más pequeño efluvio de dignidad; que atiza el miedo como estandarte para las definiciones de política internacional; que es capaz de todo para no contradecir ni molestar al poder militar que se ostenta como dueño del mundo.

La intervención descarada en los asuntos internos de Cuba, las groserías y agresiones a su jefe de Estado, el trato preferente en la cumbre de Monterrey a un Bush que ojalá sea conjurado por su propio pueblo antes de que suma a la humanidad en una catástrofe superior a la que causó el nazifacismo -a quien se le reconoció el derecho a la venganza después del atentado a las Torres Gemelas en 2001- y la posición escandalosa anunciada ante el inminente ataque a Irak, son algunas muestras del abandono del canciller de la ignominia de los más claros preceptos constitucionales, que conllevan a un factor de desestabilización interna que puede ocasionar peligrosas confrontaciones fratricidas.

Cabe señalar que esto no es sólo producto de las características de personalidad del secretario de Relaciones Exteriores. Castañeda, "el pequeño", pertenece a un reducido sector político que hoy encuentra eco en un Ejecutivo comprometido con un proyecto de dependencia y fusión estratégica con Estados Unidos, pero que carece de expresión político-partidaria dentro del país. Castañeda no es el único entreguista ni claudicante en la vida política mexicana, los puede haber en las distintas formaciones políticas partidarias nacionales, pero no existe un partido político con expresión nacional que pueda hoy por hoy asumir públicamente el costo de estas posiciones, al margen de que la mayoría de la clase política debiera repudiarlas contundentemente.

El único cambio real es el que impulsa Castañeda, hombre que no pertenece al partido en el gobierno y que tiene una visión patrimonialista de la función pública. Que reduce a los representantes de México ante el mundo -a los diplomáticos de carrera en el Servicio Exterior- a la condición de "mis empleados", que insulta a embajadores, que denigra a México ante la comunidad internacional. ¿Se trata de las torpezas de Castañeda, de los intrincados vericuetos de su idiosincrasia? No es sólo eso, creemos. Por ello, nos preguntamos, ¿cuáles son las fuerzas políticas nacionales que, por omisión o comisión, apoyan estos denuestos?

Por el momento, sólo se sabe que Castañeda es el candidato del New York Times a la Presidencia de nuestro país en el próximo sexenio, ¿será buena esa recomendación?, ¿será que para 2006 se cumplirán los designios de Bush, "el peor"? Castañeda parece convencido de ello y le apuesta a que el Departamento de Estado estadunidense tendrá la última palabra, en la creencia de que es mejor la anexión que la confrontación.

El PAN, si finalmente entiende que es el partido formalmente a cargo del gobierno federal, ¿estará dispuesto a asumir el costo nacional, latinoamericano y mundial de seguir la doctrina Castañeda?, como partido conservador, ¿podrá a asumir esas posiciones como propias? Entonces volvemos a preguntarnos, ¿cuáles son las fuerzas políticas nacionales que promueven el desmantelamiento del perfil interno e internacional de México ante el mundo? Esas fuerzas, ¿serán conscientes de lo que significa México para este continente? Carlos Quijano comentaba a Julio Scherer: "Si se pierde México, se pierde América Latina".

¿El pueblo de México, su sociedad civil, sus partidos políticos, sus organizaciones sociales, los pueblos indios, las mujeres y los hombres dignos de este país, en el Servicio Exterior, en la cultura, en todas las profesiones y oficios, estarán dispuestos a aceptar que México se transforme en apéndice de su vecino desbocado? Creemos que no. Pero eso hay que demostrarlo con hechos. Con posiciones congruentes, como oponerse al desmantelamiento y privatización de la industria eléctrica y de los recursos estratégicos de la nación, mediante las pretendidas reformas a los artículos 27 y 28 constitucionales. ¡La patria es de todos, México no se vende!

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