Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 9 de octubre de 2002
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Puertos fantasmas, estela de Isidore

Escenario como de bombardeo en amplias zonas de la costa yucateca

JENARO VILLAMIL ENVIADO

San Crisanto, Yucatan, 8 de octubre. Hace 17 días el peor huracán que ha caído sobre la entidad hizo su entrada destructiva por este puerto. Un escenario similar al de un bombardeo aéreo domina el paisaje de la primera fila de lo que fueron las casas de playa de este puerto, de Chabihau y de Santa Clara. Algunos pescadores rondan entre los escombros del edificio de su cooperativa como ánimas marinas. Como dice doña Fredesbilda Moh, dueña de uno de los restaurantes: "el trabajo de 20 años en cinco horas se nos destruyó".
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"Es una tristeza. Es una decepción lo que ocurrió", secunda don Dionisio Puc. "No como. Están alterados mis nervios. Tenemos cosas perdidas entre el mar, como nuestras neveras, las básculas, los conteiners. Yo antes hacía las tres comidas, ahora estoy a dieta. Ya bajé ocho kilos. Sólo comemos de la ayuda que nos dan. Antes no dormía y como que estaba sordo. Ahora estoy reaccionando", relata mientras nos pasea por los destrozos del restaurante Suemy, que se vino abajo al igual que La Palapa y La Cabaña, sitios en donde se comía el mejor pulpo de la costa yucateca.

Los pescadores comienzan a reaccionar desde su depresión y son claros al reprocharle al gobierno estatal su falta de previsión. ''En la tardanza para avisarnos estuvo el peligro", dice don Silvestre García, un hombre fuerte, de 70 años, que había vivido la furia de huracanes como el Inés ?hace más de tres décadas? y el Gilberto. ''Cuando nos avisaron ya nos estaban sacando. No hubo tiempo de proteger las barcas. Cuando vino el Mitch nos obligaron a salir y finalmente no pegó", subraya.

"Yo tuve que sacar a la brava a mi esposa de aquí. Las olas llegaban hasta cuatro metros y de las lanchas algunos pudieron rescatar los motores. Otros perdieron todo", agrega don Silvestre, quien, además de pescador, era cuidador de casas en Telchac, otro de los puertos vecinos que fueron devastados por la furia de Isidore. En Telchac, los vientos arrastraron lanchas de 25 pies hasta la ciénaga.

A unos cuantos kilómetros, en el puerto de Chabihau, la presencia del Ejército ya es visible. Los soldados recorren las calles semivacías con un distintivo del plan DN-III para situaciones de desastre. Informan que la carretera que va hacia Santa Clara está completamente anegada y que todos los habitantes abandonaron el lugar para refugiarse en Yobaín y en otros refugios cercanos.

En Chabihau, la furia del mar abrió en la carretera una bocana de más de 50 metros y con una profundidad de hasta cuatro metros. Los restos de una casa se observan como una isla solitaria. Nadie ha cerrado esta entrada de mar que ha aislado a la costa yucateca. Al lado del hotel Riff, en Telchac, también se abrió otra bocana que impide transitar por la costa. La luz y el agua potable no se han restablecido. Viven de consumir refrescos embotellados y despensas.

Sólo quedan los rugidos del mar
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El aislamiento ha convertido a estos sitios en puertos fantasmas. En la carretera anegada de ciénaga y restos de pastizales y animales muertos que conduce hacia Santa Clara, una pareja de milperos recorre el camino de 14 kilómetros en medio de una nueva tormenta. Son don José Blas y su esposa que vienen de su milpa 20 de Noviembre. Ahí tenían papaya, limón, pitaya, plátano. Todo se perdió. "No tiene caso que lleguen a Santa Clara. Sólo están los rugidos del mar", nos dice don José Blas.

Los pescadores que antes salían a capturar pulpo laboran en los jornales que aplicó el gobierno del estado para dar trabajo a las comunidades afectadas. Don Roberto Maldonado, de la Cooperativa de San Crisanto, donde trabajaban 22 socios, dice que ahora se dedica a quitar hierba, palmas, escombros. "Las señoras también están trabajando. Somos 70 personas empleadas desde la semana pasada", informa.

Estos jornales alivian en forma temporal la situación de decenas de familias de pescadores y de productores de papaya y hortalizas. En el palacio municipal de Sinanché, el alcalde Edwin Quiñónez Aguilar está al frente de la contratación de 500 personas que hacen fila. Los jornales se pagan a 34 pesos por día.

El presidente municipal priísta es de los pocos que reciben el reconocimiento de los pobladores. Señala que él ha repartido despensas casa por casa y que han tenido donaciones de empresas como Telmex, el Grupo Sipse, los boy scouts de Chetumal y particulares de Isla Mujeres, Cozumel, Ciudad del Carmen y del Congreso del estado, que han llevado cobertores y cobijas a los damnificados.

Despensas, sólo para una semana, afirman habitantes de Yobaín

En la plaza central del pueblo de Yobaín, varias personas reparten ropa en medio de la lluvia. Las mujeres y los niños se arremolinan sobre una camioneta de redilas para recibirlas. A un costado, en el atrio de la iglesia de San Lorenzo, un grupo de voluntarios de la parroquia reparte despensas de grupos de filantropía, como Cáritas de México, y de almacenes como Sam's Club. Hoy se reanudó la entrega de víveres y agua. La gente no deja de desfilar. También en el palacio municipal, el alcalde Adonai Avilés ha entregado la ayuda estatal.
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Sin embargo, los habitantes saben que en cualquier momento se acabarán estas despensas. De hecho, así lo dejó entrever el director del Centro Estatal de Desarrollo Municipal, Orlando Pérez Moguel, quien declaró a la prensa local que en algunas comunidades hay "exceso de despensas" y hace un llamado a los particulares para que se cuadren y entreguen la ayuda sólo a través del gobierno del estado y del Ejército.

"No dudo que quienes reparten ayuda lo hacen de buena voluntad, pero los exhortaría a que se acercaran al gobierno o al Ejército para saber dónde se requiere el apoyo en verdad", declaró el funcionario.

Incluso, en otras declaraciones el propio gobernador yucateco Patricio Patrón Laviada afirma que las personas de la zona maya nunca como ahora estarán "mejor alimentadas", gracias a la entrega de despensas.

Los habitantes de las zonas que perdieron todo o se encuentran en los refugios piensan distinto. En el poblado Dzidzantún, en la Escuela Socialista 20 de Noviembre quedan aún ocho de 78 familias que originalmente se refugiaron. Informan que dos veces al día los soldados les traen de comer. Sin embargo, no les gusta vivir de la caridad y saben que sus parcelas difícilmente se recuperarán sin apoyos inmediatos.

"Francamente estuvo muy duro. Todavía no podemos llegar a nuestras casas. Todo se destruyó", dice doña Esperanza Couh Parra. "Nosotros perdimos nuestra bodega de sal. En ella trabajábamos 18 personas. ¿Quién nos va a reponer lo perdido?", pregunta don Fernando Maldonado, otro de los refugiados de la escuela.

Quienes perdieron sus casas reclaman la entrega de las láminas prometidas. Es el caso de don Magdaleno Jiménez Puc, de 73 años, habitante de Yobaín. "Yo estoy viejo. No me dan trabajo. En siete años construí mi casita, que fue destruida por completo", dice mientras nos invita a pasar a lo que era la cocina. Una lona donada por el invernadero de frutas le ha servido a él y a su esposa Carmela y su hijo Pablo para mantenerse a resguardo de la lluvia. "Si se apura el viento, nos la va a llevar", subraya en medio de la primera tormenta que cae después del huracán.

En este pueblo, famoso por los quiroprácticos o "hueseros" de la familia Sierra, la mayoría de los habitantes son gente mayor. Los jóvenes emigraron hacia la costa o a Cancún y Sinanché. Prácticamente todos se conocen y gracias a eso han podido resistir la destrucción en casas de vecinos y de familiares.

Don Magdaleno se refugió en casa de su vecino don Baltasar Marrufo, pero también a él se le destruyó parte de su vivienda, construida con mampostería. Entre sus muebles, don Baltasar suplica: "no se olviden de nosotros".

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