Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 12 de octubre de 2002
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Economía

Carlos Marichal

La crisis mundial y el regreso de Keynes

La actual crisis económica mundial ya se ha transformado en una severa recesión, pero todavía no constituye una depresión, pues las tasas de crecimiento siguen siendo positivas, si bien extremadamente débiles. Recordemos que en la gran depresión de la década de los 30 dichas tasas fueron negativas durante un buen número de años. No obstante, existen algunos paralelos preocupantes, siendo el más evidente el desempeño de los mercados financieros. El colapso de la burbuja de la bolsa de Nueva York en 1929 habría de ser el principio de una cadena de desastres económicos. Hoy en día, el crac de Wall Street y de la mayoría de los mercados bursátiles del mundo también augura un mal profundo: en menos de dos años han sufrido las mayores pérdidas bursátiles en toda su historia.

ƑCuánto durará la recesión actual y cómo salir de ella? Estas son preguntas que plantea la influyente revista The Economist, en su número de septiembre, subrayando que los economistas estadunidenses se han equivocado en no captar la profundidad del cataclismo contemporáneo. Los editores del semanario británico afirman que es urgente cambiar tanto la forma de entender la trayectoria de la economía como las formas de impulsar un renovado crecimiento. En primer término, señalan que los ciclos económicos han retornado a la primera plana, después de que la mayoría de los economistas de la academia y la banca hubiera decretado su muerte hace tiempo. En segundo término, y de manera más sorprendente, los directores de esta revista eminentemente liberal argumentan que la única forma de relanzar las economías consiste en reducir las tasas de interés y, sobre todo, aumentar el gasto público de manera agresiva, aun a costo de una expansión razonable de la deuda pública interna. En suma: Keynes está de regreso.

La razón que explica el tremendo cambio en paradigmas es el peligro de que las economías industrializadas entren en una fase de precios descendentes para fin de año, o sea que se instale un proceso de deflación. La experiencia histórica sugiere que los bancos centrales tienen que efectuar esfuerzos mucho mayores para evitar la deflación que para impedir la inflación. Uno de los graves peligros de la deflación es que puede llevar a una tendencia de caída persistente de los precios de valores financieros e inmobiliarios, lo cual desalentará nuevas inversiones. Además, en circunstancias de deflación, todo sistema bancario sufrirá enormes pérdidas, con la posibilidad de entrar en el tipo de estancamiento profundo que ha caracterizado a la banca japonesa desde principios del decenio de 1990 hasta hoy.

Sin embargo, los tecnócratas financieros contemporáneos no están preparados para lidiar con el fenómeno de una amenaza de deflación. Durante años fueron entrenados para luchar contra la inflación y por ello los planteamientos monetaristas tuvieron tanto auge. Lamentablemente, hoy en día la manipulación de las tasas de interés es insuficiente para enfrentar el reto colosal. Las tasas bancarias en Japón ya están en cero y las del Federal Reserve Bank en Estados Unidos están a menos de 2 por ciento, y por lo tanto han llegado al límite de su efectividad. No existe, por tanto, más alternativa que una política de expansión cuidadosamente planeada del gasto público.

El cambio de paradigmas provocado por la crisis financiera mundial apenas comienza a ser comprendido por las autoridades políticas y económicas en México. Sigue dominando el discurso antinflacionista, acompañado por la tesis de una necesaria reducción del déficit y del gasto público. Sin embargo, existen matices. El director del Banco de México, Guillermo Ortiz, ha anunciado la eventual eliminación del instrumento monetario-bancario conocido como corto, lo cual sugiere que se van a liberar ligeramente las tasas de interés. En cambio, la Secretaría de Hacienda sigue afirmando que resulta indispensable apretar el cinturón, con tremendos recortes del gasto público el año entrante, en especial aquel dedicado al gasto social, educativo y de inversión en infraestructura.

La obsesión con el déficit debe moderarse. El enorme esfuerzo por reducir el monto de la deuda externa pública -cubierta con recursos de Pemex a lo largo de los últimos 20 años- ha sido un éxito, aunque extremadamente costoso para la población y para la gran empresa estatal petrolera. El servicio de la deuda externa se cubrirá sin mayores dificultades en el futuro. Sería una enorme equivocación seguir amortizando esta deuda por adelantado de las fechas previstas, a costa de reducir el gasto social y de inversión pública, como lo ha venido haciendo la Secretaría de Hacienda este año y el pasado. Es evidente que dada la caída estrepitosa en las tasas de interés internacionales, más conviene canjear la deuda que pagarla hoy. México será uno de los pocos clientes atractivos para la banca internacional el año entrante, por lo que es previsible una nueva restructuración de la deuda externa que puede resultar altamente favorable para el país.

Sin duda, es más preocupante la situación de la deuda interna, en particular los compromisos del Fobaproa y de los infames Pidiregas, de las cuales ambos requieren una profunda limpieza, ya que su costo está siendo cubierto por los contribuyentes a tasas injustificables. Estas deudas son el legado de un mal manejo de las finanzas públicas por las administraciones presidenciales anteriores y su pago no puede ser colocado en un nivel de mayor prioridad que el gasto social y de inversión requeridos por la sociedad y la economía mexicanas en una época de crisis internacional.

En tanto la crisis apenas ha comenzado a golpear a México, resulta cómodo para la tecnocracia hacendaria seguir pensando que no conviene emprender cambios estratégicos. Sin embargo, es claro que la recesión actual no es pasajera y tendrá fuertes consecuencias durante algunos años. La pérdida de 40 por ciento de los valores cotizados en Wall Street desde marzo de 2000 (equivalente a siete trillones de dólares) implica que la recuperación en Estados Unidos será lenta. Y ello afectará a las exportaciones mexicanas que están destinadas casi enteramente a ese país. Se requiere una nueva política económica que contemple el fin de las ilusiones más boyantes del neoliberalismo de los años 90. Pero se requieren también medidas de flexibilización del gasto público que no pasan por la ortodoxia de pagar deudas a los banqueros a costa de reducir la inversión pública en gasto social y económico. Los tiempos han cambiado.

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