Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Viernes 18 de octubre de 2002
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Política

Horacio Labastida

La compraventa de México

Desde la publicación de su The Logic of World Power (Pantheon Books, New York, 1974), Franz Schurmann advirtió con extrema claridad que la idea imperial estadunidense propuesta por Franklin D. Roosevelt (1933-45) en el amanecer de la posguerra y durante la breve administración de su cuarto periodo -fue relecto el 7 de noviembre de 1944; murió 83 días después, el 12 de abril de 1945, a la edad de 63 años y con motivo de una hemorragia cerebral; lo sucedió el vicepresidente Harry S. Truman (1945-53)-, tuvo desde sus orígenes una connotación muy distinta al expansionismo practicado en las iniciales décadas del siglo XX, sobre todo por el primer Roosevelt (1901-9), William H. Taft (1909-13) y Woodrow Wildon (1913-21); fue, recuérdese, la proclamación que puntualizó Jacques Crokaert en Mediterranée Américaine, obra impresa y distribuida por Payot en 1927, desde su editorial parisina en el boulevar de St-Germain.

El expansionismo, observa el mencionado autor, toma lugar cuando una potencia ocupa territorio ajeno, plantas productivas e instala bases militares, según hizo Inglaterra en sus años victorianos; en cambio, agrega, el imperialismo surgió en la mente de Roosevelt y su círculo más cercano como una visión y una doctrina de alcance planetario al contemplar la organización del mundo conforme a paradigmas de Norteamérica, impuesta desde la alta burocracia de los países. Mientras Churchill intentaba revitalizar a la de-caída Albión y De Gaulle y Stalin propiciaban, el primero, recobrar la dignidad de Francia luego de la tragedia de Vichy, y el segundo asegurar las fronteras de la URSS con agregados europeos y asiáticos, la Casa Blanca activaba gestiones a favor de la universalización de los valores estadunidenses mediante los acuerdos de Bretton Woods, reunión de banqueros que alentaría un nuevo orden económico-estadunidense mundial, y la de Dumbarton Oaks, fundamento de la ONU, medidas apoyadas por lo demás en un hecho que nadie puede negar. En 1945, acentúa Shurmann, únicamente el Tío Sam era poderoso, rico e incólume entre las grandes potencias; victoriosos y vencidos estaban en ruinas o exhaustos; por todas partes se oían gritos de ayuda que sólo Washington podía atender, y fue en este contexto acunada la idea imperial de un conjunto de naciones sustanciado por los ideales que habían amamantado desde 1776 a la patria de Abraham Lincoln, única solvente y no vencida en las grandes guerras de 1914-18 y 1939-45. Planteáronse así las aporías resueltas en Bretton Woods -Fondo Monetario Internacional y Banco Mundial- y al establecerse Naciones Unidas, instituciones poderosamente atraídas por la gravitación estadunidense.

Pero la historia ha sido ajena a la paz y armonía pregonadas por el Roosevelt del New Deal y las conferencias de Yalta (febrero de 1945) y Potsdam (julio de 1945), porque la lógica del poder mundial se incuba en las fuerzas económicas y sus núcleos militares y políticos. Por estas causas estalló la guerra fría que enfrentó a la URSS y Estados Unidos hasta 1991, fecha ésta de un nacimiento peculiar: la concentración de un potencial sin precedente en el gobierno que va de George Bush padre a George Bush hijo; se trata del periodo 1989-2002, en la inteligencia de que el demócrata y coqueto Clinton asumió la presidencia entre 1993 y enero de 2001. Lo cierto es que la guerra fría fue escenario de la batalla entre el capitalismo de Estado que definitivamente se implantó para resolver la Gran Depresión de 1929, y el socialismo real colectivista y anticapitalista que desató la Revolución de Octubre de 1917. El capitalismo de Estado cimentó el Estado de bienestar del New Deal y comenzó el cambio al Estado de Austeridad orientado a combatir la inflación, en el gobierno de Reagan, poco antes de la sustitución de Gorbachov por Yeltsin en la ex URSS, abriéndose entonces las puertas al capitalismo de Estado globalizante que el actual Bush intenta hacer girar en torno a la hegemonía militar y política estadunidense.

Esa es la circunstancia mundial en que John Saxe-Fernández estudia al México del Tratado de Libre Comercio, suscrito con Estados Unidos y Canadá por Carlos Salinas de Gortari, y la privatización regionalizada de los Ferrocarriles Nacionales de México con que nos selló Ernesto Zedillo, el manipulador del Fobaproa y actual empleado en corporaciones estadunidenses. Las consecuencias resumen la compraventa de México, título del reciente libro de Saxe Fernández editado por Plaza & Janés el pasado septiembre. Ahora la atmósfera de subasta rodea a Pemex y a la Comisión Federal de Electricidad, exhibiendo los hondos peligros que rodean a la nación.

Y la pregunta viene de inmediato: Ƒqué hacer? No hay duda de que la respuesta está en nuestros propios valores espirituales. Meditemos en el he-roísmo de nuestro pueblo y en sus símbolos representados por Morelos, Juárez, Zapata y Lázaro Cárdenas. Con ellos saldremos adelante.

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