Ojarsca 66  octubre de 2002

umbral


"Somos una realidad en nuestro país, no podemos ocultarnos y rechazamos la exclusión".

Declaración de la radios y televisoras comunitarias de Oaxaca, octubre de 2002.

Ante una sociedad, llamémosla "electoral", completamente avasallada, la clase política y la casta empresarial pactan y se compactan, se cubren y, oh paradoja, se descubren. Su voracidad los desnuda pero no les importa, pues llevan la mano en el nacional.

"A la rapiña" dicen. ¿Cuándo se han sabido otra? Cambian de estilo, "escenarios" y coartadas históricas, pero las familias del poder nacional, más enganchadas que nunca a la rapiña corporativa internacional, se reparten a gusto las rebanadotas de pastel. Mientras el viejo PRI se esfuerza en no volverse desechable, el discurso autojustificatorio del Estado panista se pone cada día más chirle. Mercadotecnia y descaro.

¿Qué licitación, aún ilícita, se niega a los poderosos? Sea la edición masiva de textos escolares, la obra pública, el reparto gerencial de las migajas presupuestales que no van a dar al servicio de la deuda externa, el tiempo ilimitado para los monopolios electrónicos de la información y el entretenimiento. Una "moratoria perpetua" otorga perdón a todo hurto de los pobrecitos banqueros, que ya nos saquearon y otra vez hasta ahitarse; un olvido "piadoso" le cubre las espaldas a los asesinos de la guerra sucia actual en Chiapas, Oaxaca, Guerrero, Veracruz, etcétera.

Avanza el enajenamiento de la energía eléctrica, los recursos del subsuelo, el comercio y las mercancías que oferta, la vocación de la fuerza productiva, las tierras agrícolas y los espacios urbanos más rentables. El país sigue aquí de milagro. Cualquier día lo empacan sus nuevos concesionarios y se lo llevan.

Pero. Sí: pero. Tan patronal y ciegamente como acostumbran, los señores olvidan que hay todo un México ahí. Un mundo que no dominan ni comprenden, aunque creen que lo dominan y lo comprenden. Un mundo constituido por miles de pueblos, millones de campesinos, colonos, obreros y migrantes (que ante todo son campesinos, colonos y obreros). Un México que no se deja ni se rinde. Que empieza más allá del Mayab devastado por huracanes naturales y los gobernadores artificiales marca PRI o marca PAN --da igual.

Que no termina en la garitas de Ciudad Juárez ni en el desierto de Yuma y con frecuencia sólo recibe gentilicios folclorizables. Que oculta su rostro para ser visto, calla para ser escuchado, emigra para permanecer y siempre tiene pueblo y siglos de continuidad verdadera.

Un México que no guarda silencio, y está en las radios comunitarias de Oaxaca que se oponen al regalazo del foxismo a las familias Salinas Pliego y Azcárraga; en las 300 municipios que interpusieron controversias a la ley "de" los diputados en materia indígena y obtuvieron desdén de la corte suprema; en el Congreso Nacional Indígena que sigue diciendo "nunca más sin nosotros". En los rebeldes de Chiapas y sus municipios autónomos, cuyo "silencio" es una prolongación de las demandas dichas y redichas, ya reconocidas por un poder que ahora se hace guaje.

Estamos hablando de campesinos que detienen un aeropuerto, suspenden carreteras alevosas o impedirán que los proyectos hidroeléctricos transnacionales inunden las tierras fronterizas con Guatemala. Dueños del aire que respiran. Dueños de su resistencia.

México también pertenece a pueblos dueños de sí mismos. Su mera existencia garantiza que cuando pase el desfile de impunidades y negocios heredados por el viejo pri a los gerentes del cambio, México seguirá siendo propiedad de los mexicanos libres.
 
 

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