Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 24 de octubre de 2002
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Cultura

Margo Glantz

Brasil sigue

La película de Eric Rocha sobre su padre Glauber -Rocha que voa- es un documental vertiginoso. No sólo porque las imágenes se arremolinan y se suceden casi sin respiro, sino porque muestran de manera condensada los acontecimientos de los 50 años anteriores en América Latina, que adquieren consistencia y legibilidad como por arte de magia: el gran optimismo que siguió a la Revolución Cubana, las enormes concentraciones humanas, el entusiasmo político y artístico, una deslumbrante e imposible prosperidad, el aparente incontenible ascenso de nuestros países hacia el Primer Mundo, la (real) originalidad de los artistas y los escritores, ilusión y -Ƒpor qué no, verdad (a medias)?- que se reflejaba en las manifestaciones culturales, en el arte de la década de los 50 en el Brasil que ahora se exhibe en el Museo Paço Real y en otras partes de los dos continentes, en la literatura extraordinaria que surgió a mediados del siglo -y que persiste- con muchos antecedentes en décadas anteriores y que el boom popularizó, el pensamiento político, pero también y, muy rápidamente, uno tras otro, los ataques: la invasión a Bahía de Cochinos y, antes, el bogotazo, la conspiración contra Arbenz; luego, la dictadura en Brasil que exilió a tanta gente, condujo a Glauber Rocha a Cuba y produjo el enorme material de imágenes que su hijo supo aprovechar con tanta eficacia, para que produjesen ese efecto de condensación histórica que nos apabulla y nos hace percibir de golpe la historia de ese medio siglo de derrotas y guerras sucias, endeudamientos, dictadores, neoliberalismos, debacles.

Hacia 1966 fui a Brasil por primera vez, caminé por las calles de Río y de Sao Paulo, visité los museos, oí bossa nova (en esa época Brigitte Bardot cantaba canciones brasileñas y decía, como Descartes, bailo, luego existo) y asistí a muchos espectáculos teatrales. Recuerdo en especial la representación de Morte y vida Severina, de Joao Cabral de Melo Neto, con música de Chico Buarque, espectáculo que durante muchos años me llenó los ojos y los oídos. En agosto de este año volví a ir a Brasil donde ahora no se oye tanto el bossa nova, aunque la gente siga idolatrando a Caetano Veloso y a Maria Bethania, dónde parecería que se ha perdido la conciencia política, dónde los jóvenes se dedican, como en otras partes de América, al consumismo, pero, además se producen documentales como el de Rocha, y se montan representaciones teatrales como la de un Woyzeck brasileño dirigido por Fernando Bonasi y actuado prodigiosamente por un grupo de actores brasileños que, como todo en el Brasil, son de distintos colores, tamaños, densidades y sintonizan a pesar de todo admirablemente en su conjunto.

''El Woyzeck brasileño (Matheus Nachtergaele) es el primer proletario de la historia del teatro, leemos en el programa, trabaja en una fábrica de ladrillos en un pedazo de tierra perdida en este inmenso país. Un trabajador enloquecido por el sistema al que sirve. Un ser trastornado por su propia subjetividad, grotesco, absurdo. Un hombre patético que ama a una mujer por encima de todas las cosas y es arrastrado por la violencia de su entorno. Un pobre lúcido, un loco visionario, un hombre solo en medio de la multitud". Una puesta en escena que sin traicionar el original lo recrea y convierte a su protagonista en un descendiente de los personajes nordestinos de Cabral o en un habitante de las favelas de Río, donde los capos del narco ponen en estado de sitio a la ciudad.

Y me pregunto: ƑGanará Lula este 27 de octubre? ƑServirá de algo? ƑSe pueden cambiar los designios del Fondo Monetario Internacional? ƑAcaso no se lee en la prensa que el Lula actual ha pactado con los grandes empresarios? ƑEs ilusorio, como pretende el sociólogo alemán Ulrico Beck, el sueño de una ''tercera vía'' de la izquierda? Quedan abiertas las preguntas.

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