Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 26 de octubre de 2002
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Política
Pablo González Casanova

Tres alternativas en una

En un trabajo reciente Eric Toussaint decía que 1994 fue el año en que la rebelión zapatista de Chiapas "supo hablar de los problemas de opresión, hasta entonces percibidos como específicos, con un lenguaje universal que interpelaba a varias generaciones".

De allí en adelante, los viejos y nuevos problemas locales y mundiales que se acentúan con la globalización neoliberal empezaron a tropezar con resistencias cada vez más profundas que se fueron identificando con etapas anteriores de las luchas contra el colonialismo, contra el capitalismo, contra el imperialismo, contra las dictaduras civiles y militares, y que se insertaron en las nuevas luchas de las etnias, de las mujeres, de los pobladores urbanos, de los ecologistas y los homosexuales. En 2000 Seattle fue el sitio del rencuentro cada vez más explícito, cada vez más articulado, entre los "nuevos" y los "viejos" movimientos de los trabajadores y los campesinos. El rencuentro mostró características acumulativas. En el Porto Alegre de 2002 lo realmente nuevo de todos los movimientos de finales del siglo XX y principios del XXI apareció de una manera aún más clara. Como hicieron ver numerosos participantes, en una perspectiva histórica de corto y largo plazos las alternativas tienen que plantear la necesidad de ser a la vez democráticas y socialistas, con respeto a la decisión de los pueblos y sus organizaciones y a la diversidad de culturas, de creencias, de teorías en lucha por la libertad, la justicia social y la paz.

La necesidad del socialismo en la democracia y de la democracia en el socialismo todavía no se manifestó como el sentido común de un pensamiento colectivo, plural y crítico. Pero la palabra democracia rompió muchas limitantes de sus falsos significados, y otro tanto ocurrió con la palabra socialismo. La democracia se volvió el gobierno de un pueblo libre que discute y decide con sus ciudadanos y sus trabajadores los problemas que atañen a su relación con otros pueblos, con la naturaleza, con la cultura, con la sociedad, con la política, con la economía. Es un sistema-movimiento que se construye desde lo local hasta lo global, en medio de luchas y resistencias que lo llevan a articular organizaciones y redes en regiones enteras, al interior de las provincias y las naciones, y entre distintas provincias, naciones, culturas y continentes, todo sin que lo local deba preceder necesariamente a lo global: lo local y lo global del proyecto democrático y socialista se van combinando en todo lo que se puede desde el principio, con respeto a las diferencias, ritmos y variaciones, pero siempre con un concepto de unidad en la diversidad, que expresa lo universal en los derechos de los demás, ya sean pueblos, naciones, etnias, personas, organizaciones, costumbres o civilizaciones, cuidando siempre superar y controlar los intereses particulares que afectan a los generales y universales, y haciendo de la moral pública y el diálogo público parte de una nueva cultura de la creación, de la producción, de los estilos de consumo y de las relaciones humanas con la naturaleza.

Como ha escrito Samir Amin, "la aspiración democrática puede ser particular e integradora; particular cuando inspira a un movimiento que lucha contra una autoridad no democrática, integradora en tanto es concebida como un apoyo o palanca que contribuye a promover todas las demandas sociales". Al promover las demandas sociales, la aspiración democrática tiene que incluir la lucha contra toda forma de explotación y por una distribución del excedente que decidan los pueblos, los trabajadores y los ciudadanos, no sólo con libertad respecto a las megaempresas y sus asociados o subalternos sino respecto a los imperios, sus asociados y subalternos; no sólo frente a los remanentes de la discriminación y la exclusión colonial, sino frente a los remanentes de las concesiones populistas o clientelistas.

La aspiración democrática tiende así a acercarse, necesariamente, a la aspiración socialista, y hay un camino para empezar a practicar la utopía socialista y democrática: es el camino del presupuesto participativo. Los brasileños han descubierto un nuevo tipo de utopías a las que podríamos llamar utopías prácticas. Leyendo al sociólogo brasileño Emir Sader sacamos las siguientes conclusiones sobre esta importante aportación: El presupuesto participativo es: a) un instrumento fundamental para la reforma democrática del Estado; b) una reformulación teórico-práctica de las relaciones Estado-sociedad; c) una práctica en dirección de la soberanía popular; d) una práctica en la socialización de la política y el poder; e) una práctica en la solución dialogada y negociada de los problemas colectivos que se plantean en el interior de los pueblos, los trabajadores y los ciudadanos, y que se plantean en el exterior con las clases y grupos dominantes en el capitalismo local o global y en los gobiernos o instituciones económico-políticas que los representan.

Marta Harnecker señala con razón, y como síntesis, que los presupuestos participativos son un espacio que rompe con "la lógica del lucro que mueve al capitalismo... Los presupuestos participativos crean espacios de participación popular o gestión democrática, es decir, crean espacios donde pueden irse conformando los sujetos protagónicos de la sociedad socialista del futuro". La misma autora esboza un problema que es de la mayor importancia para la política y la investigación, el problema de cómo acercarse desde las distintas propuestas a una sociedad alternativa. En su artículo sobre el primer Foro Social Mundial de Porto Alegre observa que éste logró "reunir en una misma actividad, gracias a la nueva cultura de la izquierda (...) a dos grandes corrientes de la misma: una que apuesta a acumular fuerzas por la vía del uso transformador de las instituciones y otra que busca hacerlo a partir de ir construyendo movimientos sociales autónomos".

De hecho, en nuestros días subsisten y se redefinen tres, y no dos, posiciones alternativas. A la vieja antinomia entre "reforma o revolución" se añade ese proceso más, posible y practicable, tal vez preferencial, del que habla Harnecker: la construcción de movimientos sociales autónomos. El problema es que si antes era discutible la antinomia "reforma o revolución" y podía pensarse en términos de combinar una y otra, hoy no sólo es discutible por eso, sino porque cada vez cobra mayor importancia teórica y práctica la construcción de alternativas mediante movimientos sociales autónomos, que ni intentan tomar el Estado por la fuerza ni intentan insertarse en los aparatos políticos del Estado, así sean éstos partidos políticos de oposición con una ideología de izquierda. Este verdadero tercer camino no excluye a los demás, y en ciertos momentos y lugares se llega a combinar con ellos o a concertar en acciones comunes. Hoy, combinaciones y acciones comunes se dan de preferencia y cada vez que se puede con los movimientos que no intentan tomar por la fuerza el poder del Estado o con los partidos que buscan presionar e incluso imponer políticas que van contra el neoliberalismo y que coinciden con las demandas de los nuevos movimientos por el respeto a sus autonomías y por la instauración de regímenes de derecho que las incluyan en sus reformas del Estado.

La verdadera nueva vía a una alternativa que pueda adquirir características antisistémicas, es decir, no sólo liberales sino también anticapitalistas, no sólo reformistas sino revolucionarias, en el sentido creador del concepto y en su sentido crítico de freno al dominio y apropiación del excedente y de los recursos por el capital corporativo y las empresas privadas, no ha sido objeto de suficientes análisis teóricos, y se ha prestado a errores de interpretación que habrán de ser desvanecidos en el futuro. La declaración de los zapatistas en la que sostuvieron que no les interesa el poder del Estado no parece tener, como creen muchos, semejanza alguna con las posiciones aparentemente parecidas de los anarquistas. Más bien apunta a la creación de islas y archipiélagos de gobiernos locales autónomos y libremente articulados entre sí para la defensa de los intereses de sus comunidades y para el manejo democrático de sus problemas, incluido el manejo que corresponda a una lógica poscapitalista en relación con la distribución del excedente y a la asignación de la propiedad de medios de producción y bienes de uso común, familiar o privado. Con una aclaración: la tendencia parece ser en éste, como en otros casos, a la combinación de propiedades públicas, sociales, comunales, familiares y privadas más que a la idealización excluyente de una de ellas.

La división de las alternativas en revolucionarias y reformistas exige otras aclaraciones, como la de Amílcar Cabral cuando dijo que la revolución mundial será predominantemente pacífica con algunos episodios armados, o como la de Noam Chomsky cuando invitó a luchar, en todo lo que se pueda, en forma pacífica, pues en el terreno de la lucha por la opinión pública es donde los pueblos son y van a ser cada vez más fuertes, incluso en esta etapa del neoliberalismo de guerra.

En cuanto a las alternativas que luchan predominantemente por reformas, cabe destacar hoy las que tienden a cambiar las relaciones sociales opresivas e inequitativas a distintos niveles locales, nacionales o globales, y las que no modifican sustancialmente los sistemas de apropiación y dominación en ninguno de esos niveles, aunque frenen algunas de sus peores tendencias. La distinción entre las reformas a ciertas políticas y las reformas a las estructuras de dominación y apropiación tiene un inmenso significado. Estas últimas implican medidas que afectan a las clases y a los complejos de dominación-apropiación. Se trata de reformas mucho más difíciles de alcanzar, en tanto quienes se benefician de la actual estructuración del sistema ven en la restructuración del mismo una pérdida de su poder de dominación y apropiación. Convencerlos de que esos cambios pueden ser útiles, incluso para ellos, en el largo plazo, es prácticamente imposible hasta cuando se trata de preservar el sistema, no se diga ya cuando el proyecto estratégico -que también ellos conocen, y al que temen biosicológicamente- da sentido a las reformas de acumulación de fuerzas antisistémicas, hecho que también conocen. El problema se vuelve hoy más difícil cuando, patológicamente, los líderes más conservadores de las grandes potencias y sus subordinados creen que una posición conquistadora y guerrera (the american way, como han dicho) los favorece tanto que son capaces de iniciar nuevas aventuras coloniales como en Kosovo, Afganistán, Palestina, Irak, mientras en la construcción de su imperio (en su Empire building) llegan a amenazar velada y abiertamente de ataques nucleares al propio Irak, a China, a Rusia, a Corea del Norte, a Irán y a Libia, esto es, al mundo entero incluida la población de Estados Unidos y aledaños. Se engañan pensando, de acuerdo con sus propios cálculos sobre una llamada "guerra nuclear racional", que Estados Unidos "sólo perdería" (sic) "20 millones de habitantes".

Para cambiar la actual correlación de fuerzas en favor de la humanidad, y en espera de que cambie por las distintas contradicciones internas y externas de la Tríada Imperial, es necesario profundizar en las dos principales reformas de estructuras que transformarían la actual correlación de fuerzas internacional e intranacional en favor de los pueblos, los trabajadores y los ciudadanos. La primera es la cancelación de la deuda externa; la segunda, el reconocimiento y fortalecimiento de los derechos de autonomía de las etnias y las poblaciones, de las localidades, los barrios y los municipios, de las ciudades y conglomerados urbanos, de las redes y regiones culturales, ecológicas y socioeconómicas, con derecho a vincularse entre sí dentro y fuera de los límites de las naciones-Estado, en las viejas y nuevas regiones multinacionales, subcontinentales, continentales y transcontinentales.

La deuda externa constituye el cemento del poder imperial de nuestro tiempo, encabezado por las megaempresas y las grandes potencias. La deuda externa no sólo es la base para crear nuevas relaciones de dependencia de los gobernantes y de las clases dominantes de las periferias mundiales, sino la base para renovar permanentemente esa dependencia haciendo de ella el elemento principal para la implantación de políticas económicas, sociales, culturales de los países endeudados.

Entre esas políticas está la renovación y ampliación obligada de una deuda impagable que no sólo organiza y jerarquiza las formas de la dependencia, sino también privatiza la recaudación de impuestos, al hacer del grueso de los mismos la fuente para el pago del interés y el principal. La deuda externa también sirve para privatizar la política de egresos. De hecho, genera una política de privatización de propiedades públicas y sociales que fortalece los nuevos poderes y propiedades del imperio, de sus corporaciones y de sus asociados.

Romper la actual armazón de poder y saqueo, complicidad y mediatización, exigiendo que se cancele la deuda externa, equivale a proponer que se termine con la globalización neoliberal del actual capitalismo organizado.

En cuanto a la autonomía de pueblos, ciudades y regiones, empezando por la autonomía de las localidades y su articulación virtual o actual, es un proyecto generador de nuevas relaciones sociales, cuyo carácter democrático comprende una nueva construcción del poder y la política, capaz de extenderse a la cultura, la sociedad y la economía y de ponerse en práctica en las instituciones del programa y el presupuesto participativo. En todo caso, esa autonomía, en sus lineamientos más amplios, no sólo ratifica la necesidad del respeto al pluralismo ideológico, político, religioso, cultural, sino del respeto a la autonomía de la persona humana en sus sentimientos, creencias, placeres e intelecto. Es además la base de una organización de la soberanía-del-pueblo-hecho-de muchos-pueblos, que constituye la genuina soberanía de las naciones y de los estados-nación. La lucha por la soberanía de los gobiernos locales que sube en la escala hacia las autonomías regionales, nacionales y mundiales, corresponde sin duda a la construcción de un poder alternativo a distintos niveles. Debiendo formar parte de la reforma de los estados, la estructuración de autonomías territoriales, sectoriales, sociales, económicas, culturales y políticas, abre una historia nueva, alternativa y emergente cuyas capacidades de diálogo y negociación irán forjándose con los cambios en la correlación de fuerzas desde lo local hasta lo global, desde las regiones y las naciones hasta una nueva globalización democrática respetuosa de las autonomías y las soberanías a nivel internacional y en las organizaciones internacionales.

En todo caso, a esas grandes alternativas se añade la posibilidad y la necesidad de incluir otras con distintos criterios teóricos y prácticos, dada la coyuntura histórica que vivimos.

El contexto de las alternativas ha variado considerablemente desde el inicio de la Cuarta Guerra Mundial en septiembre de 2001. El neoliberalismo de guerra no sólo redefine las luchas contra las organizaciones que resisten en forma armada. Toda resistencia u oposición al sistema puede ser indiciada y clasificada como "terrorista" por los gobiernos, en especial por el de Estados Unidos.

El neoliberalismo de guerra defiende por las armas una política que ya no puede defender con las argumentaciones de "la ciencia única" ni con los enredos del Banco Mundial, que critica al neoliberalismo y sigue exigiendo que se apliquen todas y cada una de sus medidas. El neoliberalismo de guerra enfrenta una crisis de credibilidad, de gobernabilidad y de sobreproducción con una política de guerra e intimidación que le permite reformular las presiones de los peores momentos de la guerra fría, sólo que acusando ahora de "terroristas" a quienes antes acusaba de "comunistas".

El neoliberalismo de guerra permite al capital corporativo, a sus megaempresas y redes controlar más directamente a los propios gobernantes, ya sea ayudándolos a triunfar en las elecciones y las campañas comerciales con que compran las imágenes y las conciencias para orientar el voto, ya sea presionándolos para que apliquen cada vez más duramente las políticas neoliberales y enfrenten "con firmeza y habilidad" o con dirty politics (con "políticas sucias", Financial Times, 20 de julio de 2002) a sus pueblos, electores y trabajadores depauperados, desempleados y excluidos.

El neoliberalismo de guerra permite al capital corporativo y sus gobiernos reforzar la jerarquía mundial de poder y reforzar los alineamientos, sometimientos y arbitrariedades de las fuerzas neoconservadoras que abandonan la política de disuasión y pasan a la de agresión, expansión e integración por todos los medios propagandísticos y publicitarios disponibles y por todos los medios de destrucción de baja y alta intensidad, convencionales y no convencionales, altamente sofisticados y de fácil empleo, con amenazas que simulan o expresan la locura de usar las armas nucleares, y con temores oficiales y subrepticiamente difundidos de que grupos y gobiernos terroristas, incluido el de Estados Unidos, conduzcan a una guerra bacteriológica.

En todo el mundo el neoliberalismo de guerra tiende a mostrar el carácter profundamente antidemocrático del capital corporativo, de las empresas metropolitanas y periféricas, y de los imperios y gobiernos que lo emplean. La llamada guerra por la libertad perdurable, que fue declarada con el pretexto de acabar con el terrorismo, no sólo acaba con el derecho de los pueblos a la libre autodeterminación que en el pasado éstos alcanzaron contra el colonialismo y el imperialismo, sino que acaba con muchas garantías individuales y con libertades cívicas hasta hace poco relativamente respetadas en las metrópolis y en algunos países de la periferia.

El neoliberalismo de guerra provoca durante un tiempo efectos lineales de dominación y expansión del capitalismo, el imperialismo y el capitalismo tardío, a costa del desprestigio y debilitamiento de sus proyectos de "progreso" o "desarrollo", y por supuesto de sus proyectos de democracia liberal o de "democracia capitalista", como orgullosamente la llamaba Fukuyama. Entre los efectos indirectos del neoliberalismo de guerra también aparece una mayor radicalización del pensamiento alternativo y de las categorías que éste emplea, entre las que empiezan a sobresalir cada vez más las del sistema de producción y dominación capitalista, las del imperialismo y el colonialismo con sus nuevas estructuraciones, así como las alternativas de una democracia universal participativa y representativa estrechamente asociada a la liberación y al socialismo.

El desarrollo futuro de las alternativas tendrá muy probablemente un carácter no lineal en que pequeñas causas producirán efectos desproporcionados. Ese futuro es posible e inevitable, casi necesario. Lo que puede variar es el desenlace de por lo menos dos luchas, la de una alternativa que entre guerras y negociaciones permita la democracia como liberación y socialismo, y la de una alternativa que con las fuerzas de la paz y las negociaciones también permita la sobrevivencia de la humanidad y del planeta. El problema de la negociación sin claudicación y con acumulación de fuerzas alternativas democráticas, liberadoras y socialistas en lucha por la paz y por la vida, es el problema central del futuro inmediato. El comportamiento patológico de las fuerzas dominantes hace particularmente difícil cualquier transición sistémica, pero por ningún motivo impide descartar que -en un tiempo difícil de precisar- venga una nueva etapa de grandes revoluciones. En todo caso, las fuerzas alternativas a la globalización neoliberal lucharán por una globalización en que la democracia, la liberación y el socialismo constituirán una misma lucha hecha de las tres luchas. El movimiento no sólo cambiará necesariamente esa lucha y esas tres luchas. También cambiará los procesos de reforma, revolución y construcción, y los de conflicto y consenso, enfrentamiento y negociación. Las combinaciones de las mismas requieren estudios concretos, históricos y teóricos a los que es necesario dar una prioridad que hasta ahora no les hemos acordado.

Bibliografía

 

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Wallerstein, Immanuel, El futuro de la sociedad capitalista, Barcelona, Icaria, 1997.

 

( ) Se pueden consultar en:

http://www.forumsocialmundial.org.br/

esp/tbib.asp

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