La Jornada Semanal,   domingo 27 de octubre del 2002        núm. 399
Anne-Marie Leinert

El sinarquismo en los años 30 y 40: ¿una amenaza fascista para México?

Hace 27 años, durante el mes de enero de 1975, la autora de este trabajo presentó en París una tesis de doctorado sobre el movimiento sinarquista* que circuló en México en un reducido círculo de especialistas. Ahora recupera, en un ejercicio de memoria histórica, algunos aspectos de su trabajo, cuando el tema de la extrema derecha vuelve a tener actualidad en el mundo. Espera de esa manera, como ya lo manifestaba en el subtítulo de su tesis, hacer “una contribución a la historia contemporánea de México” y a la discusión en torno a la naturaleza y al papel de ese movimiento.

En la historia de México se encuentra un tema relativamente controvertido todavía: el de la naturaleza y el papel del Movimiento Sinarquista hacia fines de los años treinta y la primera mitad de los cuarenta. ¿Fue un movimiento fascista que con la fuerza de un millón de miembros hubiera podido en cualquier momento tomar el poder? Mario Gil, un contemporáneo apasionado de esa época, popularizó esa tesis en su libro.

Ciertamente las manifestaciones sinarquistas de esos años dejaron una impresión profunda en participantes y espectadores. En efecto, ¿no eran acaso fascistas esas marchas en las que miles de hombres y mujeres desfilaban en numerosas columnas hasta desembocar en un flujo inmenso que se concentraba en los centros de las ciudades, provocando la sorpresa de la población? La organización militarizada de esas concentraciones, los símbolos (los uniformes, el saludo sinarquista, el mar de banderas, …), la doctrina pro-alemana y su condena de las democracias, la mística del sacrificio y de la sangre, el mito del hombre providencial; todo ello evocaba el fascismo triunfante en Europa. En esas condiciones, no es sorprendente que la tesis de Gil haya sido aceptada sin reparos serios. Sin embargo, nunca tuvo lugar un "putsch sinarquista" ni llegó al poder un gobierno fascista en México: en ausencia de resultados visibles, el sinarquismo prácticamente cayó en el olvido de la historia. En efecto, la historiografía ha retenido esencialmente de aquellos años, la política de izquierda de Cárdenas que se expresó sobre todo en la expropiación petrolera, la reforma agraria, el apoyo del gobierno a los sindicatos obreros, etcétera. Pocos investigadores se han interesado en el sinarquismo y han intentado comprender por qué un movimiento fascista tan poderoso (según el decir de Gil) tuvo tan pocos resultados concretos.

El examen de los archivos de la Unión Nacional Sinarquista, el análisis del periódico El Sinarquista, el testimonio a posteriori de varios jefes nacionales, permiten responder en parte a esa interrogante.

¿FUE EL SINARQUISMO
UN MOVIMIENTO FASCISTA?

Ciertos aspectos del movimiento se parecen al fascismo, pero en un contexto muy diferente. En el origen de la creación de la Unión Nacional Sinarquista (uns) se encuentra la influencia de un nazi notorio: Oskar Schreiter quien fue uno de los guías y maestros de jefes nacionales como Manuel Zermeño y José Trueba Olivares. Los dirigentes del movimiento nunca negaron la admiración profunda que tenían por Franco y la Falange Española. Las únicas reservas que manifestaban en relación con el régimen nazi concernían a la ausencia de libertad religiosa, pero aprobaban ese régimen autoritario a causa de su éxito económico y de su anticomunismo.

El anticomunismo fue uno de los rasgos básicos de la doctrina sinarquista. El surgimiento de la uns fue precedido por la creación del "Centro Anticomunista" de León, el cual fue disuelto poco tiempo después de su fundación (en 1936 o 1937), a causa de su orientación anticardenista. Alertados por esa primera experiencia, los dirigentes de la uns comprendieron que no tendrían nunca éxito si atacaban directamente la política del gobierno. Pusieron el anticomunismo en el centro de sus principios fundadores, pero se limitaron sobre todo a críticas doctrinales. Su anticomunismo visceral hubiera debido conducirles, por ejemplo, a condenar la reforma agraria de Cárdenas; pero ese no fue el caso: los jefes del movimiento aconsejaron a sus miembros aceptar la parcela ejidal cuando les fuera propuesta.

Si bien los sinarquistas evitaban las críticas dirigidas en contra del gobierno de Cárdenas, se enfrentaban por el contrario abiertamente al Partido Comunista Mexicano. Este último y la uns se acusaban mutuamente de complotar contra el gobierno y de poner en peligro a la democracia. Sin embargo, aunque los sinarquistas repudiaban el comunismo, no por ello veían con buenos ojos a la democracia. El régimen democrático era para ellos sinónimo de demagogia y de libertinaje; lo asimilaban al poder de la gran burguesía que acumula las riquezas cuando una parte importante de la población sufre de pobreza. Los sinarquistas odiaban particularmente a Estados Unidos: le reprochaban su modernidad, su protestantismo y su imperialismo cultural, económico y político.

Los sinarquistas soñaban con una sociedad de colaboración de clases entre los trabajadores y los propietarios de los medios de producción, en la que las riquezas estarían repartidas de manera equitativa a causa del control que el gobierno ejercería sobre el capital; una sociedad de pequeños propietarios autosuficientes, en la cual la familia tradicional desempeñaría un papel determinante. Su proyecto respondía a las aspiraciones de las clases medias incipientes –a las cuales pertenecían los jefes del movimiento– pero sobre todo del pequeño campesinado mexicano al que se dirigía esencialmente su doctrina.

En el contexto del discurso socializante y de las reformas de Cárdenas, mal aceptadas por una parte de la población, esa doctrina no tuvo dificultad en penetrar. Los sinarquistas instauraron una organización muy estructurada y jerarquizada que tenía por objetivo cubrir todo el territorio nacional y crear comités locales en todos los lugares propicios. Entre 1937, fecha de su creación y principios de 1943, fecha del apogeo del movimiento, la uns se implantó en 500 municipios de la república y en miles de pueblos. Si el número de miembros de la uns no alcanzó jamás el millón que proclamaban los sinarquistas y Mario Gil, una estimación baja me permitió contar cerca de 250 mil. Si se sabe que los militantes hacían participar a su familia en las actividades del movimiento, se puede pues pensar que la uns llegó a controlar directamente una población de más de un millón de habitantes, es decir alrededor del cinco por ciento de la población mexicana.

El éxito del movimiento, además del contexto nacional, se explica por el proselitismo activo de los militantes y por las persecuciones que sufrieron los sinarquistas, lo que les valió ser considerados como mártires de una causa justa. En efecto, los "agraristas" implicados en la realización de la reforma agraria acusaban a los sinarquistas de fascistas e iban hasta amenazar sus bienes e incluso sus vidas. Una centena de militantes pagaron así con su vida su participación en el movimiento. Ante esa situación, los jefes de la uns respondieron con la organización de grandes manifestaciones durante las cuales los sinarquistas demostraban su fuerza, su disciplina y su capacidad de organización. A las manifestaciones sinarquistas respondían los ataques de los agraristas; sin embargo, frente a las amenazas verbales y físicas de sus enemigos, los jefes de la uns exigieron de sus tropas una actitud pacífica y no violenta. En general, los sinarquistas obedecieron a sus jefes y aceptaron arriesgar sus vidas por el triunfo de la causa. Creían, en efecto, que gracias a su sacrificio convertirían a toda la sociedad a su ideología y que, finalmente, el gobierno mismo llegaría a ser sinarquista. En virtud de esa convicción oficial, los jefes sinarquistas se abstuvieron, hasta 1944, de constituir un partido político y mantuvieron a sus militantes en los límites de la acción cívica. En esas condiciones, es difícil imaginar que hubieran podido apoderarse del gobierno.

Finalmente, si los sinarquistas de los años cuarenta manifestaban opiniones fascistas y adoptaban rituales espectaculares de ese mismo tipo, nunca se atrevieron (o quisieron) escoger los medios (la lucha armada y/o la constitución de un partido político) que les habría permitido eventualmente tomar el poder. Este aspecto fundamental hace pensar que el sinarquismo de ese período fue más un movimiento milenarista que uno típicamente fascista.

PAPEL POLÍTICO DEL MOVIMIENTO
SINARQUISTA

¿Acaso el inmovilismo aparente de las tropas sinarquistas condujo al movimiento a no tener ningún papel en la historia de México de los años cuarenta? ¿Fue ese inmovilismo deseado y buscado por los sinarquistas?

Una parte de la historia del movimiento sinarquista permanece en el misterio y no será quizás revelada jamás. La mayor parte de los sinarquistas ignoraban que la uns pertenecía a una sociedad secreta, "La Base" cuyo jefe tenía el poder real sobre las orientaciones del movimiento. "La Base" había sido creada en 1934, con el fin de luchar por las libertades religiosas. A pesar de que recogió numerosas adhesiones permaneció en la inactividad y, en 1937, sus miembros se integraron a la uns. Entre 1939 y 1944, "La Base" fue presidida por Antonio Santacruz, un miembro eminente de la élite empresarial mexicana que mantenía estrechos lazos con el episcopado, los católicos americanos y el grupo Monterrey. El poder que ejercía sobre los jefes del movimiento se explica, por una parte, porque pagaba el salario de los miembros del comité nacional de la uns y, por la otra, porque conservaba lazos directos con los miembros de "La Base" que se habían integrado a la uns. De esa manera pudo orientar durante todo ese período las políticas del movimiento, haciendo a un lado a los jefes cuando éstos actuaban con demasiada independencia. Su autoridad se manifestó plenamente en ocasión de las elecciones presidenciales de 1940.

La sucesión presidencial de ese año constituía un momento muy delicado para el gobierno del presidente Lázaro Cárdenas, a causa de la impopularidad de su política en una parte de la opinión pública y del ruidoso activismo del movimiento sinarquista que ya reunía a cien mil miembros. En noviembre de 1939 Cárdenas había ya dejado fuera de la sucesión a Francisco J. Múgica, quien compartía sus ideas más reformadoras, al designar el prm (Partido de la Revolución Mexicana) como candidato oficial a Manuel Ávila Camacho quien ofrecía una imagen más centrista. Sin embargo, el candidato de la derecha, Juan A. Almazán, era muy popular, sobre todo entre las clases medias y el campesinado aunque también contaba con el apoyo de muchos que no compartían la ideología gubernamental (los católicos). Todos ellos esperaban su victoria en la elección presidencial: ¿acaso no había prometido Cárdenas respetar el resultado de las urnas? En ese contexto, el movimiento sinarquista disponía de una carta lógica: apoyar la candidatura de Almazán. Sin embargo, su actitud durante la campaña electoral fue bastante ambigua. Por una parte, los jefes pretendieron que el movimiento no apoyaría a ningún candidato, pero, por otra parte, la prensa sinarquista criticaba abiertamente a Ávila Camacho, incensaba a Almazán y llamaba a los sinarquistas a votar en las elecciones presidenciales. El apoyo indirecto de la uns a Almazán inquietaba al gobierno de Cárdenas y éste intentó neutralizarla. En un acuerdo secreto entre el jefe nacional Manuel Zermeño y el gobierno, la uns se comprometió a obtener la abstención de sus seguidores a cambio de la promesa gubernamental de titularizar las parcelas ejidales en manos de sinarquistas. Este acuerdo, el cual por cierto no fue respetado por el gobierno, explica el cambio brusco de los jefes sinarquistas: durante los últimos meses de la campaña electoral dieron a sus militantes la orden formal de no ir a votar. Muchos sinarquistas no aceptaron esa consigna: el día de las elecciones numerosos comités desobedecieron las órdenes y sus miembros votaron por Almazán. El resultado de las urnas fue puesto en tela de juicio: el gobierno pretendió que Ávila Camacho había ganado las elecciones de manera abrumadora, pero la opinión pública otorgó la victoria a Almazán. Éste buscó el apoyo del gobierno americano, mientras sus partidarios lo proclamaron presidente electo e iniciaron una rebelión armada. Sobre este punto, una vez más en desacuerdo con la opinión de muchos militantes, los jefes del movimiento prohibieron formalmente a los sinarquistas unirse a cualquier levantamiento armado y fueron obedecidos. Después de un breve período de inestabilidad y de algunos brotes armados, Almazán, quien no había obtenido el apoyo del gobierno americano, reconoció su fracaso, y la rebelión almazanista se extinguió rápidamente.

En definitiva, la uns actuó durante las elecciones presidenciales como un aliado objetivo del gobierno de Cárdenas y le ahorró a México una rebelión armada cuyo éxito era dudoso. Pero no es seguro que esa decisión haya sido del agrado de Manuel Zermeño, ya que después de las elecciones intentó un cambio de dirección. Convencido de su importancia, amenazó con renunciar si Antonio Santacruz no aceptaba la transformación de la uns en un partido político independiente de "La Base". La respuesta fue inmediata: Zermeño fue remplazado por Salvador Abascal, considerado más obediente.

El fracaso de Almazán no perjudicó la progresión del movimiento que heredaba Abascal. Este fue el más popular y el más radical de los jefes de la uns. Para él, más que para los otros jefes sinarquistas, la acción cívica no violenta era sobre todo una estrategia de unión y de consolidación sin perder de vista el objetivo de conquistar el poder. Se dedicó a reforzar la organización y a reclutar nuevos miembros. Tuvo un gran éxito entre los militantes y, en 1941, la uns llegó a contar cerca de 200 mil miembros. A fines de ese año, cuando la uns se encontraba casi en su apogeo, Antonio Santacruz exigió la dimisión de Abascal y lo envió a Baja California, con el objetivo oficial de colonizar un territorio desértico.

El sueño bajacaliforniano era una idea de Abascal, pero nunca pensó en realizarlo él mismo. Desde hacía tiempo consideraba la creación de una suerte de Estado Sinarquista: un lugar de experimentación de lo que sería un gobierno sinarquista ideal. Santacruz y el gobierno mexicano le prometieron medios financieros importantes para su tarea colonizadora. Cuando Abascal fue dimitido de sus funciones, no tuvo otra opción más que llevar a cabo un proyecto mal preparado, el cual desembocó en un desastre, ya que las promesas de financiamiento no fueron cumplidas. El fracaso de la Colonia María Auxiliadora precipitó la salida de Abascal y desanimó profundamente a los militantes.

Una vez reconocido el fracaso de Abascal, resurgió la cuestión de los objetivos perseguidos por ese movimiento. Torres Bueno, el sucesor de Abascal, entró de nuevo en conflicto con Antonio Santacruz a propósito de la constitución de un partido político independiente de "La Base". Este último se opuso totalmente bajo el pretexto de que esa decisión "indispondría a los católicos americanos". En 1944, luego de un conflicto que provocó un cisma en el sinarquismo, Torres Bueno logró por fin desembarazarse de Santacruz y obtener la libertad de dirigir la uns según su conveniencia. Pero en este momento el movimiento había entrado ya en una etapa de declinación. Cuando la uns estuvo por fin lista para formar un partido político, los jefes prestigiosos de la primera generación habían dimitido y numerosos militantes habían abandonado el sinarquismo. El movimiento se alineaba, pero había perdido la fe.

En conclusión, el examen atento del desarrollo de la historia de la uns muestra que el inmovilismo del movimiento fue buscado por "La Base" y que ese inmovilismo hizo el juego del gobierno al que en principio combatía. Todo esto a pesar del desacuerdo de los militantes y de los jefes del movimiento.

¿Cómo explicar esa paradoja? El programa de Ávila Camacho satisfacía tanto a terratenientes y a empresarios como a Estados Unidos: se trataba de poner fin a la política de Cárdenas orientada a la izquierda, de parar la reforma agraria, de poner bajo control a los sindicatos obreros y de resolver el conflicto petrolero surgido de la nacionalización. Cuando estuvo segura de la aplicación de ese programa, "La Base" se dedicó a volver inofensivo el movimiento sinarquista cuyo éxito se volvía inquietante. Logró su objetivo con facilidad.

A fin de cuentas, detrás de la historia visible del movimiento sinarquista se dibuja otra historia que no ha sido aún plenamente puesta al descubierto: la de una manipulación exitosa de un movimiento popular por una organización como "La Base" que defendía los intereses de los grupos económicos dominantes de la sociedad mexicana. Es esta doble historia la que explica los juicios contradictorios que se han podido hacer sobre el movimiento sinarquista. Mario Gil tenía razón en ver en el sinarquismo una organización peligrosa y poderosa. "La Base" que manipuló ese movimiento se sirvió de él para incitar al gobierno mexicano a abandonar la política de Cárdenas. Una vez que se obtuvo ese resultado, la uns había jugado su papel histórico y debía desaparecer. Hubiera podido, quizás, desempeñar efectivamente un papel más inquietante con el triunfo del fascismo en el mundo. Pero en los años cuarenta, ni las élites políticas y económicas de Mexico, ni tampoco Estados Unidos querían un régimen de ese tipo. Se puede agregar, en otro registro, que el movimiento sinarquista permitió canalizar pacíficamente la cólera de miles de campesinos, víctimas de las modalidades injustas y abusivas de la ejecución de la reforma agraria, ahorrándole así a México una nueva rebelión armada que si bien tenía pocas posibilidades de triunfar hubiera sido perjudicial para el país cuando éste buscaba encaminarse por la senda del desarrollo económico y de la consolidación institucional.

Nota: Este texto forma parte del libro Histoire du Mouvement Sinarquiste : 1934-1944. Contribution à l’Histoire du Mexique Contemporain, Universidad de París I (Panthéon-Sorbonne), Tesis de Doctorado bajo la dirección del Profesor François Chevalier, Enero 1975, 2 tomos, 538 páginas.