La Jornada Semanal,  domingo 3 de noviembre  de 2002          400
(h)ojeadas
QUE HABLE EL MONO

JORGE MOCH

Rafael Barajas El Fisgón,
Hacia un despiporre global de excelencia, el imperio del libre comercio,
Grijalbo, México,2002.

Monero, cartonista, historietista, dibujante, caricaturista, pues, y casi profeta, a menudo poco comprendido porque en estos nuevos tiempos protoempresariales no se avergüenza de sus convicciones de izquierdista duro, que no admite trastupijes, Rafael Barajas, conocido más bien como el Fisgón, vuelve, volverá siempre a las viejas tesis impepinables de quien no se deja y no se calla. Adversario coherente, irredento del stablishment mercachiflesco que hoy todo anega de cantaletas publicitarias cuya machaconería, sin embargo, el Fis saluda porque gracias a la estulticia del sistema, al desmedido amor por el dinero que inocula en la sociedad el capitalismo brutal, su irrespetuosa manera de vernos a todos como meros receptáculos o instrumentos del consumo desmedido, gracias a todo ello, tienen, tenemos chamba los moneros; el Fisgón sigue siendo, afortunadamente para sus lectores, el vehículo imprescindible para que desde el otro lado del papel hablen esas sabias e insolentes criaturas suyas. Y si nos arrancan una carcajada con su conmovedora rebeldía o nos hacen reír, socarronamente cómplices de su perversidad (divierten y horrorizan por igual, verbigracia, sus Mike Goodness y el Sargento Chocorrol, ese policía que es, literalmente, un cerdo, acompañado de ese Hitler mexicanizado que es su madrina), o si provocan la terneza de una sonrisa amarga porque de pronto sean reflejo de nuestra triste condición, es debido a que los monitos del Fis han adquirido ya una innegable cualidad iconográfica propia, y porque el humor también es cosa seria. Qué mejor manera de encarar los claroscuros de nuestra historia, el actual enajenamiento en que se resume la sociedad toda, que reír de nosotros mismos, porque somos nosotros, todos, los que estamos allí, guardados en la punta de la plumilla hasta que un día el taumaturgo Barajas hace estos o aquellos pases mágicos y cuás, quedamos embarrados cancelando la impoluta blancura de la nada que era puro papel. Como sus inconsecuentes mentores (iconos sagrados de la parafernalia monera de México junto a Abel Quezada, Posadas, Germán Butze o don Gabriel Vargas), Rius, Helioflores o Naranjo, el Fisgón no ha podido –nunca quiso– evadir la tentación de que sus monigotes cultiven la semilla de la duda en el lector, y lleva ya varios títulos dedicado a la muy loable pero brutalmente solitaria tarea de crear conciencia social en ésta que a cada rato parece empeñada en revalidar su condición de ser una nación de descerebrados. No importa, Barajas no ceja en su empeño y prueba de ello es Hacia un despiporre global de excelencia, el imperio del libre comercio, libro editado por Grijalbo en este claudicante 2002.

La sibila del subdesarrollo y heroína de las historietas didácticas del Fisgón, La Beba Toloache, bruja y propietaria de "un consultorio de primera en una ciudad de segunda del Tercer Mundo, en la cuarta sección de una colonia de quinta" cura el mal de ojo y el empacho, aplica chiqueadores y realiza tomografías, y bien plantada en el México del cambio que promete la derecha –que mal parece que así se va a quedar, en pura promesa–, ofrece también asesoría a changarros, y sucede que a ella acude el charro Machorro, mexicanito antonomástico cuya estampa aglutina esos rasgos lamentables y enternecedores que comportan la idiosincrasia del México de a pie: la ignorancia descarnada, el chauvinismo que se espera de cualquier machito mexicano y la infatuación zafia de los medios masivos, abatido, como tantos de nosotros, con la sarta de fracasos en que se ha ido convirtiendo la economía familiar y urgido de una limpia porque cree firmemente que le hicieron mal de ojo; desde que lo corrieron del mariachi lo han corrido igual de cuatro mil quinientos sesenta y siete subempleos. Allí nace el discurso redentor de La Beba, salpicando lo didáctico y subversivo de sus observaciones con el acre humor del Fisgón. El desenlace es escueto e inmisericorde: dinero llama dinero, y cualquier iniciativa changarrera está inefablemente llamada al fracaso a menos que nazca entre gente bien, porque la economía nacional es apenas un desfigurado reflejo de lo que dispongan el imperio del Norte y sus organismos de avanzada: "un pinche sistema transa" donde los paganos terminamos siendo los habitantes del tercer mundo en beneficio de la república de las trasnacionales, y mientras se explota hasta límites de paroxismo la renovada vena entreguista de nuestros funcionarios alelados con los señuelos del supercapitalismo, se sigue depauperando hasta donde parecía imposible una población cuyo punto de quiebre creíamos rebasado hace demasiados sexenios ya.

Foto: Jerónimo Artega/archivo La Jornada. Rafael Barajas El FisgónInscrito en la contestataria tradición de otros libros suyos o en los que ha sido coautor, como Me lleva el tlc (1993), El sexenio me da risa (1994), El sexenio ya no me da risa (1995) y El sexenio me da pena, escritos y dibujados al alimón con Antonio Helguera y José Hernández, y reuniendo historietas y cartones que publicó en La Jornada y en las revistas que hizo junto con los mencionados Helguera y Hernández y en cuya dirección participaron también Patricio y Rius (El Chahuistle primero, con Editorial Posada y El Chamuco después, con Grijalbo), Hacia un despiporre global de excelencia, el imperio del libre comercio enfrenta con la característica ironía cáustica, sin concesiones, que ya le conocemos al Fisgón, esa nueva "leva" ideológica del neoliberalismo pragmático que asola a la sociedad mexicana a partir de la entrada en funciones del gobierno emanado de la derecha empresarial. Sin bajar la guardia y sin conceder un centímetro en el territorio de sus personales convicciones, Barajas apela a que, a pesar de la propia corrosión que engendra reír de nuestro infortunio, no se pierda la esperanza y no se deje de pensar que, finalmente, para lo que están los gobiernos, al menos en la muerta letra de la ley, es para servir a la mayoría y no a las sucesivas oligarquías que se han venido heredando la estafeta en la historia reciente de este país. Libro que se lee como una postrer puesta al día de La trukulenta historia del kapitalismo de Rius, al que el Fisgón homenajea en las primeras páginas, Hacia un despiporre... está, como lo señala el autor a manera de prólogo, destinado al rotundo fracaso en un mundo en que los libros que mejor se venden son los que nos enseñan a hacernos millonarios, porque es un libro que "sólo pretende contar cómo se vuelve uno cada vez más pobre". En esa veta sarcástica que no hace concesiones abreva el humor del Fisgón. Y el humor, como bien dice José Miguel Oviedo (a propósito de Tito Monterroso, otro fino confeccionador de pastelazos filosóficos) se aplica por igual a "Aristófanes, Cervantes, Ricardo Palma, el sainete, la facecia política o el vodevil", y puede llegar a ser la otra visión de la vida, una forma "heterodoxa de filosofar y de juzgar las vanas ilusiones y las reales miserias de la existencia, pero sin el ánimo de formular grandiosas teorías o soluciones edificantes".

Efectivamente el humor sencillamente apunta al otro modo y pretende acaso "estimular la propia rebeldía", allí el valor intrínseco de la obra de los moneros. Naturalmente, nada más iconoclasta que vernos retratados a nosotros mismos en un monito que despliega el discurso del escepticismo y el desencanto. Proféticamente, hacia allá bien puede apuntar la realidad, hacia un mundo tan monstruoso que ni el mismo Fisgón podría haber previsto •