Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 13 de noviembre de 2002
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Política

José Steinsleger

La bestia fue liberada

No todo era poesía, flores y marchas por la paz en los años 60 de Estados Unidos. En 1968 había jóvenes como George W. Bush (22 años), Dick Cheney (27) o Newt Gingrich (25), que leían el Manual del conservador, de Barry Goldwater, y admiraban al gobernador de California, Ronald Reagan, aquel muchacho impetuoso que tuvo su primer papel cinematográfico en El hermano rata (1939) y el último en la serie de televisión Los asesinos (1964).

La generación de baby Bush se inspiró en intelectuales como Jeffrey Bell, quien en Populismo y elitismo trazó los lineamientos de la futura sociedad conservadora diciendo que en aquel año la elite política había cambiado su curso debido a las protestas contra la guerra de Vietnam, a la pérdida de fe de la clase media de Estados Unidos y al peligro de los valores de la "contracultura".

Newt Gingrich desarrolló una historia según la cual los 60 habrían representado una ruptura con el patrón central -vigente desde 1607- y de 1965 a 1994 "hicimos cosas raras" como país. La "contracultura fue una aberración momentánea que será considerada como un extraño periodo bohemio que alcanzó a las elites nacionales", escribió Gingrich. Pero su ultraconservadurismo alcanzó el clímax cuando ya como líder de los republicanos, al explicar su oposición a una muestra del Instituto Smithsoniano que recordaba el 50 aniversario del lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima, dijo que el interés del público respondía a una "historia inexacta, antiestadunidense, destructiva y distorsionada" (The New Republic, 1995).

En Contrato con América, Gingrich señaló cuatro principios básicos del nuevo credo republicano: 1) una economía "orientada a la oferta" y la reducción de los impuestos sobre el capital para "aumentar el crecimiento"; 2) una política social basada en la filantropía y el asistencialismo; 3) el compromiso con las nuevas tecnologías, y 4) los "valores tradicionales de la familia".

En la Cámara de Representantes, Gingrich contaba con la colaboración de Christina Jeffrey, especialista en ciencias políticas a quien luego le fuera revocado el cargo por sus críticas a un programa de estudios que no exponía, según ella, el "punto de vista" de los nazis ni el del Ku-Klux-Klan, grupo suprematista blanco.

Las ideas de Bush coincidían con las de Gingrich en el sentido de que Estados Unidos debía regresar al "esquema de comunidades pequeñas unidas entre sí por redes de comunicación", algo que ha venido reforzando el aislamiento crónico de aquella sociedad y su creciente falta de interés ante los problemas del mundo.

Las elecciones del 5 de noviembre pasado dieron cuenta de ello. Según una encuesta del New York Times sólo dos tercios de la población (186 millones de personas) ignoran qué posición adoptó su representante en el Congreso y cómo votó en torno a la propuesta de una guerra contra Irak.

A muchos "politólogos" de primera clase y segunda categoría les exasperan las comparaciones de Bush con Hitler. Pero guardándonos de analogías forzadas hay que recordar que Hitler llegó al poder de un modo mucho más democrático que Bush. El 10 de abril de 1932 el "salvador de Alemania" obtuvo 53 por ciento de los votos y el 5 de noviembre pasado apenas 35 por ciento del electorado estadunidense refrendó el poder del terrorista internacional número uno.

En entrevista con Arturo García Hernández, el académico Morris Berman, autor de El crepúsculo de la cultura americana, dice: "Estados Unidos se encuentra en la antesala de un colapso cultural cuya consecuencia mayor será la muerte espiritual e intelectual de la sociedad. El sistema ha perdido sus amarras y, como la Roma antigua, flota a la deriva hacia una situación crecientemente disfuncional" (La Jornada, 08/11/02).

En efecto. Los romanos reverenciaban a Jano, divinidad que presidía el principio y fin de las cosas, del pasado y del porvenir, y tenía su templo al lado de la puerta que usaban las legiones cuando partían rumbo a las guerras de conquista. El templo de Jano abría sus puertas en tiempos de guerra y las cerraba durante la paz.

El Capitolio de Washington, versión moderna del templo de Jano, ha desplegado sus puertas de par en par. La bestia fue liberada y la mesa de la cuarta guerra mundial, contra todos y para someter a todos, está servida.

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