256 ° DOMINGO 17 DE  NOVIEMBRE  2002
Prostitución masculina en el DF
Ellos también
venden caro
su amor

LARA RIPOLL

El abanico es amplio: desde los callejeros que cobran “lo que me quieras dar”; pasando por los hipermasculinos, buscados por gays y alguna que otra mujer en las calles, por teléfono o internet, y cuyas tarifas pueden llegar a los 2 mil pesos; hasta los sexoservidores con imagen femenina, como las “vestidas” y los “maniquíes”, demandados por bisexuales y homosexuales de clóset a precios que rara vez bajan de 700 pesos. Incluso los güachos (soldados) tienen su propia zona de trabajo cerca del Campo Militar Número Uno.
A pesar de la diversidad en la prostitución masculina, muy pocos son los que logran salir de la calle y convertirse en profesionales del sexo comercial a muy alto nivel.
Y los problemas de todos son idénticos: intentos de violencia, extorsión y riesgos de contraer VIH-Sida

Fotografía La JornadaAVENIDA REFORMA, DISTRITO FEDERAL. Son las 22:30 horas en un punto cualquiera del llamado “circuito”, entre los leones que resguardan Chapultepec y el Angel de la Independencia. Chavos veinteañeros, solos o en parejas, parados sobre las aceras siguen con la mirada los coches manejados por hombres que, muy despacito, pasan una y otra vez por delante de ellos a la búsqueda de un sexoservidor.

Por fin, un carro frena. El conductor, acompañado por una mujer, hace una señal y un chico muy joven se acerca tímido y nervioso. El contacto inicial es breve, como si de una contraseña se tratara:

–Quiúbole, ¿qué haces?

–Pues aquí trabajando...

–Y ¿cuánto cobras?

–Lo que me quieras dar.

El breve diálogo que se entabla a continuación impresiona por el nivel de desesperación con el que este estudiante intenta venderse. Según cuenta, el joven necesita dinero para terminar sus estudios y matricularse en medicina. Para ello es capaz de acceder a todo, a ser activo, pasivo e incluso a que la mujer también participe en el juego sexual, aunque apenas puede ocultar que con ella no se siente cómodo. Le gustan los hombres, lo reconoce, pero no tiene lana y, por eso, lleva ya unas noches desplazándose en secreto desde su casa en el estado de México hasta el área de prostitución gay más conocida de la capital, colindante con la Zona Rosa.

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La inexperiencia del estudiante en el trabajo sexual contrasta con la actitud de Félix, de 21 años, sonrisa cautivadora y cuerpo de gimnasio, muy masculino, bisexual por necesidad y homosexual por convicción. Se repite el mismo ritual de preguntas–respuestas, esta vez con tarifa de 500 pesos y sin ninguna vergüenza en el rostro. Aún no está cerrado el supuesto trato cuando, de repente, aparece un tercer personaje: una patrulla de la policía se para frente a ellos, obliga al joven a meterse en el coche y le pide al presunto cliente la tarjeta de circulación y una identificación personal, tras informarle que “el chavo anda prostituyéndose”.

Cabe mencionar que en el DF, por sí mismo, prostituirse no constituye un delito, aunque se convierte en falta administrativa cuando hay una denuncia de vecinos, según la Ley de Justicia Cívica de 1999, que también castiga como delito el lenocidio, es decir, a quien prostituye el cuerpo de otro para obtener un beneficio.

Tras revisar los papeles y a pesar de que todo está en orden, el agente comunica que deberán seguirlos hasta la delegación “para verificar que todo está bien” y es que, según uno de los agentes, la pareja le estaba “ofreciendo dinero” al joven. Nunca llegarán hasta el edificio policial. Unas cuadras antes, la patrulla se detiene de nuevo, uno de los agentes baja, se acerca hasta el vehículo de la pareja y comienza ahí un diálogo de insinuaciones y amenazas veladas, indirectas, muy sutiles, disfrazadas de buena voluntad para “evitar el incidente y regresarle sus papeles ahorita mismo si usted quiere”. El hombre entiende el mensaje y le ofrece 200 pesos, que el policía acepta sin replicar, tras lo cual le devuelve su documentación y deja libre al chavo.

Acciones como la descrita, hacía ya tiempo que no se producían, según confirman diversos sexoservidores de la zona. Pero en los últimos meses, nadie sabe la razón o el porqué; están volviéndose a dar ejemplos claros de extorsión y persecución no oficial a los hombres que se sospecha mantienen relaciones sexuales con otros hombres. El propio Félix, nativo del puerto de Veracruz y que está en el DF desde que desertó del Ejército hace tres meses, asegura que a veces hay policías que les obligan a darles 100 pesos por dejarlos que estén parados en la acera, “y ni modo, nadie quiere líos, pues”. Espontáneo, como son los costeños, explica que se metió a prostituto porque es una forma de ganar dinero y le gusta “más que pintar paredes”, que es a lo que se dedica de día, “o andar de güacho –soldado en lenguaje callejero–, aunque me gustaría trabajar a través de teléfono y no tanto en la calle para que no me viniera molestando la policía ni los padrotes”.

No obstante, los güachos también tienen su propia zona de trabajo en un puente cercano al Campo Militar Número Uno, estado de México, donde, a una hora más temprana que en Reforma, hombres de condición social media–baja se acercan a contratar los servicios de los jóvenes soldados, por tarifas en torno a los 300 pesos, aunque casi todos aceptan el regateo. Van de civil, no llevan el uniforme, pero en cuanto se les pregunta si son güachos contestan orgullosos que sí, e incluso, algunos se atreven a mostrar fugazmente la cadenita con la placa que llevan al cuello.

De fenómeno negado a
profesional

Hasta aquí, el mundo más bajo, de escasos recursos, el del trabajo en la calle del sexoservidor con imagen masculina. Nadie sabe a ciencia cierta cuántos son “por la falta de investigaciones adecuadas sobre la cuestión, con frecuencia como resultado de la negación misma de ese fenómeno (...) ya que a menudo están estigmatizadas (estas relaciones) por la sociedad”, se afirma en el estudio El sida y las relaciones sexuales entre varones, de Onusida, el programa conjunto de las Naciones Unidas sobre el VIH–Sida. Lo que sí se sabe, sin embargo, es que una gran proporción de esas relaciones entre varones “no está estructurada, a diferencia del trabajo sexual femenino, y se lleva a término acaso con la expectativa de un pequeño obsequio a cambio de los servicios prestados, si bien otra parte de ese trabajo sexual se efectúa a tiempo completo y de forma profesional”, se añade en el informe.

Pero muy pocos son los que han logrado salir de la calle y han podido convertirse en profesionales del sexo comercial a muy alto nivel. De estos últimos, en la ciudad de México apenas hay una decena, y uno de ellos, tal vez de los mas reconocidos por haber rodado tres películas, incluida la primera cinta pornogay producida en México, Sexxxcuestro (2001), es Víktor, de 32 años, 1.80 de altura, cuerpo de fisicoculturista “y miembro de 20 centímetros”, según se publicita. Autodenominado “acompañante profesional”, con página electrónica, celular, anuncios en revistas, disponible todos los días en México y el extranjero, y con una tarifa en el área metropolitana de mil 700 pesos por un servicio de hasta una hora y media, y 3 mil 500 más viáticos por un día completo.

Hijo de padre mexicano y madre soviética, es licenciado universitario además de instructor personalizado de gimnasio. Comenzó a prostituirse hace ocho años al tiempo que daba espectáculos stripers en fiestas para gays porque, según admite, le gusta el sexo y vio que había posibilidades económicas para vivir de él de una manera profesional. Del baile pasó a la agencia de masajes, con incursión también en la calle, hasta la independencia actual. Hasta los 21 años fue heterosexual, después pasó a la bisexualidad, y hoy ya es de clara orientación homosexual. El 90% de sus clientes son varones. Aun así, Víktor se define como: “Servidor y amigo. Un prostituto gay que puede atender mujeres aunque mi preferencia son los hombres, el sexo fuerte y el papel activo”.

El 80% de las mujeres que contratan sus servicios lo hacen acompañadas de un hombre, que está presente mirando mientras llevan a cabo el acto. “Son muy pocas las que se atreven a tomar el servicio solas, creo que por los tabúes que aún persisten, pero también porque para muchas parejas es una fantasía sexual, aunque yo nunca sé si son sus esposos, sus amantes o quién”, explica Víktor. Otras veces, el servicio es con ambos, por separado, o primero con la mujer para estimularla y luego es su acompañante quien seguirá. Pero reconoce que a muchas mujeres les “saca de onda” porque, acostumbrado a los hombres, le sale el sexo rudo “y cuando una mujer sola paga por sexo es por todo lo contrario, por salir del rudo que tienen en su cama todos los días y lo que buscan es el romance, los besos, las caricias”.

Casados y de clases
medias

Victor: Somos pocos para una ciudad tan grandeDe entre los hombres, 60% de los clientes de Víktor son gays que se reconocen como tales, de los que la mitad son homosexuales estables con pareja “que deciden poner los cuernos”; y 40% son hombres casados, “gays de clóset, de los que no lo han asumido en sociedad”. Unos y otros contratan el servicio para disfrutar y hacer sentir bien al sexoservidor, “a diferencia del heterosexual que paga por una mujer y no le importa como quede con ella”, afirma convencido.

El uso del condón es una práctica habitual, que no causa mayor trastorno tal vez porque el nivel de educación e información sobre los riesgos de transmisión de enfermedades es más elevado entre los trabajadores sexuales que entre las féminas. De hecho, según datos de la Red Mexicana de Trabajo Sexual, que aglutina a 24 grupos de ambos sexos en toda la República, 7.8% de los sexoservidores tiene un nivel de escolaridad medio superior frente a 2.2% de las mujeres, y 2.3% hasta la universidad frente al 0.7% de ellas.

El espectro profesional de los clientes es muy amplio, “empresarios, gente del espectáculo, políticos, religiosos”, funcionarios; de clases medias y medias altas, “los de nivel muy alto contratan en el extranjero, en Miami, Los Angeles, por el miedo a que cualquier indiscreción les afecte”. Víktor no sólo se dedica al mercado nacional; desde que acepta tarjeta de crédito internacional dice tener mucho éxito “entre los gringos, que buscan el icono masculino y musculoso, muy americano, pero con la cordialidad hispana”.

Víktor, con pareja estable desde hace tres años y un promedio de un servicio por día, se siente “orgulloso” de su trabajo, a pesar de los intentos de amedrentarle y “situaciones feas” que ha vivido con autoridades policiales y hasta con clientes: “Pero nada que me afecte tanto como para dejar la prostitución. Para mí, ejercida con un código deontológico de honestidad y corrección, es una actividad digna y nunca censurable”. Porque, en su opinión, aunque se siga dando la polarización clásica en el debate de si es correcto pagar por sexo, cree que “es una válvula de escape para mucha gente y mientras el sexo siga siendo un tabú, habrá prostitución, al margen de sus orientaciones y sus estados civiles”.

Víktor asegura que el servicio de alto nivel e independiente puede encontrarse en otras ciudades, como Guadalajara, Monterrey, Tijuana y Cancún. Y en el DF a un nivel semiprofesional lo ejercen una cincuentena de colegas, además “del centenar de callejeros, que es el típico prostituto estereotipado, que no tiene educación, roba, se droga... hay de todo, el caso es que somos pocos para una ciudad tan grande”.

“Vestidas” y “maniquíes”

Otra cara del sexo comercial masculino lo ejercen hombres con una imagen pública de mujer: las llamadas vestidas, diferenciadas de los travestis, que trabajan en bares. Las vestidas son independientes, trabajan el sexo en la calle o en las carreteras, y son las que más sufren la extorsión “porque, para las autoridades, ser hombre, vestirse de mujer y además trabajar el sexo es sinónimo de rateras, drogadictas; así que las vestidas tienen que luchar contra la homofobia institucionalizada”, declara Jaime Montejo, asesor de la Red Mexicana.

Por ello, desde la Red se ha promovido que trabajen conjuntamente hombres y mujeres en la lucha por sus derechos humanos y laborales, así como en la prevención del VIH–Sida, que, junto con las agresiones y asesinatos, es el principal problema al que se enfrentan. Según Montejo, a nivel nacional, el porcentaje oficial de VIH–Sida entre hombres que tienen sexo con otros hombres es de 20%, aunque en lugares como Veracruz esta cifra es casi uno de cada dos, si bien las ONG lésbico–gays hablan de entre 30 y 45%. La Red se suma a esta última cifra y advierte que el problema está afectando a uno de cada tres, “y la solución no es la tarjeta de control sanitaria y prohibir trabajar a quien no la tenga, porque las tarjetas se compran, y lo único que propicia es la corrupción, a través del cobro del uso del suelo para poder ejercer”.

La Red representa a 2 mil 500 trabajadores sexuales en 10 estados, incluido el DF, donde sólo existe un grupo: la Cooperativa de Trabajadores Sexuales Los Angeles en Búsqueda de Libertad, que cuenta con 120 vestidas afiliadas y que lograron firmar un convenio con la delegación Cuauhtémoc para tener un punto donde trabajar, entre las calles San Antonio Abad y Alfredo Chavero.

Su coordinadora general y secretaria es Ivonne, Rafael Villegas de nombre natural, quien lleva siete de sus 35 años como trabajador sexual y “luchador social”, precisa. Nacida en Monterrey, Ivonne ha sufrido desde golpizas por denunciar a unos camioneteros que las extorsionaban hasta “las cacerías de brujas emprendidas hace años para acusarnos a todo el talón –trabajo sexual– de lenones”. Hoy en día, las vestidas “han tomado conciencia de sus derechos” y admiten la fama de desmadrosas; “no porque nos estén pagando tienen que tratarnos como un objeto. La mujer es más sumisa, las vestidas nos criamos como hombres y somos más fuertes, y nadie nos puede obligar a hacer lo que no queremos”.

Aunque, eso sí, en cuestiones de sexo, ellas lo hacen todo: “sexo oral, anal, activo y pasivo, somos más directas y accesibles que las mujeres, que por eso nos ven como una competencia, pero hay trabajo para todas”, asegura Ivonne. Lo cierto es que las vestidas doblan el número de clientes que tienen las mujeres, cuya media es de 15 servicios a la semana, y sus tarifas también son más elevadas.

El 80% de sus clientes son hombres casados, “que no asumen su homosexualidad y llegan a decir que, como no los penetramos, son bisexuales”, aunque lo que más piden es que las vestidas sean las activas. “Somos una empresa que crea fantasías”, presume Ivonne, “porque muchos hombres durante el acto nos dicen: ‘¡Siento que me está cogiendo una mujer!’, y eso es lo que les da placer”.

Por último, otro sector de los trabajadores sexuales independientes son las maniquíes, las llamadas Tapatías, vestidas de entre 40 y 45 años, muy esbeltas y bien dotadas de pene, naturales de Guadalajara, que en el DF suelen estar paradas entre Insurgentes y Viaducto. De una belleza casi espectacular, todas tienen un sinfín de cirugías estéticas y algunas, incluso, han llegado a hacerse la operación de cambio de sexo. Pero, según Ivonne, todas las que conoce que se han sometido a dicha intervención “se han arrepentido porque el hombre busca el pene.

“Ya está bien de tanta hipocresía. En este país hay mucha ignorancia y hace falta crear más cultura sexual, tener más tolerancia hacia la diversidad, lo diferente, y dar espacios a que la gente se supere”, concluye.